La lucha para aceptar el impactante diagnóstico de que mi hijo es autista

4 min de lectura

Quiero tanto ser consistentemente amorosa y paciente, especialmente para él.

Al día siguiente de haberme enterado que mi hijo es autista, caminé por los pasillos de la escuela en donde trabajaba (antes del COVID). Multitudes de estudiantes caminaban por los corredores, los maestros se preparaban para comenzar su día, la gente me saludaba: “buenos días”.

El mundo seguía con su día como si todo fuera completamente normal, como cualquier otro día. Pero para mí, todo estaba cubierto por una niebla distante. En verdad no registraba nada. Todo estaba borroso.

Había sólo una palabra a la que me aferraba con cada paso.

Autista.

La noche previa habíamos tenido una reunión con la maestra.

Se suponía que hablaríamos sobre el trastorno de déficit de atención, qué podíamos hacer para ayudar a nuestro hijo y posiblemente explorar si también era hiperactivo.

Nunca imaginamos que la maestra nos daría un diagnóstico completo.

No autismo.

Estábamos sentados en las sillas pequeñas del aula de nuestro hijo y su maestra hablaba y nos daba ejemplos de las formas en que nuestro hijo es diferente. Cómo hay algo que no está del todo bien en su comportamiento, cómo resalta su conducta y cuán evidente es su aislamiento social.

Este no era el siguiente capítulo que me imaginaba que iba a comenzar.

De repente estaba en un libro completamente diferente. Comenzaba a desarrollarse una historia totalmente nueva.

Hasta ahora, podía contar la historia de los altibajos, la rutina, la monotonía cotidiana. Ahora tropezaba con detalles sobre cualquier otro aspecto de la existencia excepto esa única palabra.

Autista.

Todo empalidecía antes del diagnóstico.

Me hubiera gustado que alguien me preparara para esa reunión, diciéndome: "¡Espera! ¡La etiqueta está ahí sólo por razones de clarificación y para ayudarlo! ¡Pero déjala en la escuela! ¡No la lleves a casa! ¡En casa, él es simplemente tu hijo!"

Sin saber lo que estaba haciendo, pegué esa palabra en mi hijo como si lo estuviera tatuando permanentemente.

Pero en cambio, sin saber lo que estaba haciendo, pegué esa palabra en mi hijo como si lo estuviera tatuando permanentemente. Ahora me molestan todas sus peculiaridades, las cosas que hasta entonces aceptaba. Ahora todas las pequeñas conductas se convirtieron en un problema. Porque, por supuesto, todo parece provenir de la misma etiqueta: autista.

Esto ocurrió durante un período lamentable. Pero con el tiempo, lento pero seguro, pude volver a ver a mi hijo en vez de una etiqueta. Fui capaz de verlo a él nuevamente.

Mirando hacia atrás algunos meses más tarde, puedo verme a mí misma en la montaña rusa de la maternidad. Un día mi paciencia era inagotable, y al día siguiente era una mujer irritable y fría. Puedo verme a mí misma seguir apreciando la bondad en mi hijo y todas sus increíbles y hermosas cualidades, y luego verlo después de que le quitara impulsivamente el puré de manzanas a su hermano y pensar: “¿Cuál es tu problema?”

Quiero tanto ser consistentemente amorosa y paciente, especialmente para él. Quiero que cada momento que paso con él le permita entender que lo quiero completa, incondicionalmente y sin límite. Quiero que sepa que lo entiendo, que comprendo su perspectiva y que puede cometer un error y todo seguirá estando bien.

Quiero tener con él una rutina nocturna consistente y sana. Que cada noche sus expectativas estén claras y se vea rodeado de energía positiva que le permita pasar una noche de sueño relajado y pacífico.

A veces sé que estoy exhausta y que necesito recargar las baterías antes de que sea demasiado tarde. Otras veces simplemente pierdo la oportunidad de trabajar sobre mi carácter, parar un poco y darle un respiro al niño.

A menudo me preocupo sobre qué pasará con mi hijo. ¿Podrá descansar esa noche después de una rutina nocturna lejos de ser relajada? ¿Será capaz de desarrollar una autoestima positiva después de recibir castigos más duros de lo que era necesario?

En mis momentos de dolor y arrepentimiento, al comprender la desconexión entre mí y mi yo más ideal, entendí algo importante.

En Jovot Halevavot, el libro clásico judío, en la sección sobre la confianza, Rav Bejaie nos dice que ninguna persona puede ayudar o herir a otra sin que eso sea ordenado por Dios. Si es verdad, entonces también mi hijo está sólo a cargo de Dios.

De esta forma pude dejar de lado los miedos y exhalar las preocupaciones por el futuro. Hay sólo una cosa que me concierne a mí, y eso es mi carácter. Cómo trato a mi hijo y cómo puedo trabajar sobre mi propia paciencia, amor y comprensión. Puedo lamentarme y arrepentirme del dolor que le causé a mi hijo. Puedo lamentarme y arrepentirme de mis características menos que ideales.

¿Pero del futuro? ¿Qué será de él? ¿Cómo lo afectará esto?

Eso está dentro del dominio de Dios.

Antes que nada, yo hago lo mío.

Siento remordimiento por haber ejercido control innecesariamente sobre mi hijo, porque quizás lo herí de alguna forma y porque no planifiqué con anticipación ese día de forma que pudiera resultar exitoso. Siento que mis lágrimas limpian un poco del dolor. Hago un recuento de lo que he hecho y también siento la responsabilidad de hacer algo para darle a mi hijo un futuro mejor.

Entonces me dirijo a Dios con plegarias y le ruego:

Querido Dios, ayúdame a aceptar lo mejor que pueda a mi hijo con sus desafíos singulares.

Querido Dios, ayúdame a ser la mejor mamá que puedo ser. Ayúdame a aceptar lo mejor que pueda a mi hijo con sus desafíos singulares. Por favor, Dios, ayúdame a ser consistente. Ayúdame a cuidar de mí misma antes de colapsar y perder el control. Ayúdame a respirar profundo en un momento de prueba y actuar de la forma más amable, paciente, empática e incondicionalmente amorosa.

Querido Dios, déjame continuar mejorando como individuo, crecer en armonía matrimonial y florecer en la maternidad. Deja que mi hijo reciba la mejor crianza posible y permite que pueda observarnos y ver un hogar verdaderamente feliz y sano, que pueda luchar para convertirse en la mejor persona que él puede ser.

Mas que nada Dios, déjame confiar en Ti. Mientras más trabajo y crezco en mi confianza en Ti, más recuerdo que lo que más necesito es Tu ayuda. Tú puedes darme la fuerza para seguir adelante cuando siento que ya no puedo hacerlo. Tú puedes ayudarme a dar todo por mi hijo. Déjame recordar acudir a Ti en plegarias antes de perder el momento. Ayúdame a pedir Tú ayuda para elegir aquello con lo que después me sentiré bien.

Y por favor, Dios, ¡protege a mi hijo! Sin importar lo que pase, con todos mis errores humanos, por favor, Dios, protege a mi preciado hijo.

Haz clic aquí para comentar sobre este artículo
guest
0 Comments
Comentarios en línea
Ver todos los comentarios
EXPLORA
ESTUDIA
MÁS
Explora
Estudia
Más
Contacto
Lenguajes
Menu
Donar
Únete a nuestro newsletter
Redes sociales
.