¿Por qué decidimos tener hijos?

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Si no sabemos bien la razón por la cual queremos tener hijos, poco podremos decidir sobre cuáles objetivos sean importantes para su vida y qué clase de educación darles.

La censista tocó el timbre aliviada. Era el último departamento que debía censar. Habían sido dos jornadas difíciles de trabajo y aún le quedaba pasar los datos de las encuestas a sus planillas, pero su clientela había respondido bien. Para acelerar la tarea, había logrado adelantar llenando parte de los folios en su casa.

Siendo temprano un domingo a la mañana, se sintió molesta de tener que tocar el timbre. Sin embargo, la señora que la recibió muy atenta, se veía despierta y levantada hacía rato. “Vengo por el censo” —dijo. “¡Cómo no, pase!” —respondió la dama. “No, no se moleste, lo hago parada, igual es corto. Son diez minutos no más”.

La dueña de casa no insistió. “Bueno.... a ver... ¿cuántas personas habitan en esta vivienda?” —comenzó.

Somos doce” —respondió la señora.

No, no me refiero al edificio... solo sus hijos y su familia que vive con usted en el departamento...”.

Somos doce” —respondió nuevamente la señora— “en nuestra familia”. La censista no pudo fingir su sorpresa mientras buscaba entre sus papeles: “Bien. Creo que voy a necesitar algunas planillas más de las que preparé...”.

Durante cincuenta minutos estuvieron llenando los datos, mientras los niños de la casa miraban curiosos lo que estaba sucediendo. Parecía no terminar.

Después de varios suspiros y un poco de dolor en las piernas, la censista pudo concluir: “creo que terminamos. Si no le molesta, querría hacerle una pregunta personal”. La mujer asintió con la cabeza. “¿Por qué ustedes tienen tantos hijos?” —indagó con un sesgo de lástima y de preocupación en su tono de voz. Ella siempre había imaginado que las familias numerosas eran aquellas de bajos recursos, con los niños descuidados y mal vestidos. Aquí se encontraba por primera vez con una señora de un aspecto pulcro, alegre y tranquilo. La señora de la casa la miró y respondió con una pregunta: “¿Usted no tiene hijos?”. “Tengo dos: Tadeo de doce y Lucas de siete… y basta” —contestó la censista. “¿Por qué tuvo dos hijos?” —reiteró la señora.

—“¡¿Cómo: ‘¿por qué dos?’?! ¡Con dos es más que suficiente!”.

¿Por qué decidió tener a sus hijos? —insistió una vez más la señora.

La censista se sorprendió. De verdad nunca se lo había preguntado. Se arrepintió un poco por haber sacado el tema. Resignada y sin mucha convicción intentó defenderse: “¿Acaso no quieren todos tener hijos? Es... como quiere que le diga... ¡lo más natural...!”.

La misma pregunta nos la podemos formular todos: ¿Por qué decidimos tener hijos? Cuando una pareja decide que quiere tener hijos, y éstos no llegan pronto, sienten frustración y angustia. La fecundidad es, evidentemente, un asunto de suma importancia, aunque no siempre la cuestionemos en forma racional.

¿Por qué tener hijos es “lo más natural”? ¿Qué significa que algo sea “lo más natural”? ¿Es porque todos lo hacen así y nunca imaginamos algo distinto? ¿Es porque responde a nuestros sueños de niños, cuando jugábamos a ser “papá y mamá”? ¿Expresa nuestra pertenencia al reino animal por la que —desde que Dios creó el mundo— debemos compulsiva e instintivamente crear más de nuestro propio tipo, para hacer perdurar la especie? ¿Es porque queremos trascender más allá de nuestra existencia limitada en este mundo?

Si no sabemos bien la razón por la cual queremos tener hijos, poco podremos decidir sobre cuáles objetivos sean importantes para su vida y qué clase de educación darles.

Sé que la sugerencia de que algunos padres no tengan en claro la razón por la cual decidieron traer hijos puede parecer un tanto ofensiva. Es como si dijera que no conocen los métodos para impedir el embarazo. De todos modos, dado que en reiteradas oportunidades formulé públicamente esta pregunta y no recibí una respuesta clara y decidida, pensé que sería oportuno presentarla aquí. ¿Por qué? Pues si no sabemos bien la razón por la cual queremos tener hijos, poco podremos decidir sobre cuáles objetivos sean importantes para su vida y - por ende - qué clase de educación darles.

El Rav Dessler sz”l (1) explica, que toda persona posee un destello de generosidad proporcionado por Dios y desea tener hijos. Esto se debe a dos razones: por el sentimiento de que los hijos son la continuidad de uno mismo y por la necesidad de tener un beneficiario de su amor y bondad.

Cuando la profetiza Janá rezó a Dios a raíz de que no tenía hijos, dice el versículo que “ella hablaba a su corazón”: El Talmud (2) explica que Janá dijo al Todopoderoso: “Todo lo que has creado en la mujer (tiene un propósito) y nada es en vano: Ojos para ver, oídos para escuchar... estos senos que me proporcionaste sobre mi corazón: ¿no son para amamantar? ¡Dame un hijo y nutriré con ellos!”.

La elocuencia de las palabras de Janá nos hacen ver las cosas desde otra perspectiva: ella no pide desde su ambición, sino desde el ángulo en que cada persona y cada elemento y componente tiene su objetivo. Es esta la razón por la cual humildemente nos presentamos ante el Creador para cumplir con lo que nos toque servirle.

Si bien salgo del tema, esto responde incluso para aquellas personas a quienes Dios aún no les dio la bendición de tener hijos. Antes de tener a Itzjak, Avraham dedicó su vida para compartir y brindar a los huéspedes. Cada vida y cada parte de la existencia de cada individuo poseen numerosos designios Divinos que nosotros no conocemos, pero debemos intentar descifrar y cumplir (3).

Es imprescindible tomarse mucho tiempo para asentar las bases espirituales y morales de lo que será la familia que se planifica.

Volvamos a la arista educativa de nuestro tema. Al comienzo de Parshat Vaietzé encontramos que Yaakov abandonó el hogar por orden de sus padres, para procurar una esposa adecuada en la casa de su tío Laván. Según explica Rashí, a raíz de una cuenta regresiva de los hitos de la vida de Yaakov, según nos proporciona la Torá, Yaakov se detuvo para estudiar Torá durante catorce años camino a la casa de su tío. La pregunta obvia es: ¿cómo Yaakov pudo desobedecer a sus padres dilatando el cumplimiento de su mandato? Rav Avigdor Miller sz”l explica que la demora en el acatamiento de la orden no se considera una falta, ya que Yaakov sintió que el estudio de la Torá era un requisito imprescindible para construir su hogar. De tal modo, más que una postergación, estamos hablando acá de un complemento al cumplimiento de la orden paterna. Queda bastante claro, a través de este comentario, que un hogar requiere una planificación especial. Si bien no estudiamos catorce años en una Ieshivá (Lugar de estudio de Torá) antes de casarnos, es imprescindible tomarse mucho tiempo para asentar las bases espirituales y morales de lo que será la familia que se planifica.

Cuando una pareja está “saliendo” para decidir si son compatibles para unirse en matrimonio, aun después de que ya decidieron contraer enlace y una vez que este ya tuvo lugar, la conversación debe centrarse en objetivos claros alrededor del contenido del hogar.

Aun aquellos que en un principio no tenían conocimiento de la importancia y trascendencia del valor que tiene la educación y los objetivos en el marco del judaísmo, o quienes creyeron ingenuamente que “todo se va a arreglar solo”, o que iban a ver “cuando llegue el momento”, pueden y deben “tomar el toro por las astas” y dedicarle la reflexión necesaria al tema. Es más, en la medida en que los adultos nos auto-educamos, acarreamos a nuestros niños con nosotros. Si, por lo contrario, nos creemos perfectos e inmejorables, o —asimismo— si perdemos esperanza de mejorar, porque no podemos modificar nuestro estilo de vida, pues nuestros hijos, casi seguro, sostendrán esa misma patética postura.

Cuando Yaakov partió de su casa hacia Jarán, como al momento de volver, se encontró con ángeles. La Torá dice que a la ida “(Yaakov) se encontró con el lugar” (4), mientras que a la vuelta dice que “se encontraron con él (Yaakov) los ángeles de Dios” (5). ¿A qué se debe la diferencia? El Rav Sh.R. Hirsch sz”l explica que a la ida, era Yaakov quien se asombró ante la presencia de los ángeles. En su retorno, acompañado de una familia eximia, que había sido criada en un clima espiritualmente hostil, como era la casa del tramposo tío Laván, fueron los propios ángeles quienes corrieron extrañados para visualizar la magna presencia de un hogar bien establecido.

La concepción judía acerca del tema, dista mucho de considerar este hecho como una simple realización femenina o deseo de perpetuación.

La conversación en torno a la cantidad de hijos en la cual dialogaban la censista y la señora al comienzo de este escrito, no se reduce a una cuestión numérica, sino que refleja mucho más: la actitud básica hacia la comprensión elemental de lo que significa el deseo de “tener” hijos.

La concepción judía acerca del tema, dista mucho de considerar este hecho como una simple realización femenina o deseo de perpetuación. En el Talmud se habla de “tres socios que colaboran en la creación del niño: Dios, el padre y la madre” (6).

¿Asociados a Dios? ¿No serán éstas palabras mayores? Sin duda que sí. Tener a nuestro lado al más Versado de los expertos, nos hace pensar más profundamente que el niño, o ya no tan niño, es un ansiado obsequio Divino —con todas sus travesuras y dificultades, con sus momentos de rebeldía y desobediencia, con todos sus sobresaltos y pesadillas. Nuestra tarea no es fácil en absoluto. Esperemos, no obstante, ser dignos descendientes de Yaakov y saber crear, con los integrantes que Dios componga nuestra familia, un sitio digno de ser observado y aplaudido. Recordemos que jamás estamos solos y que nuestro Socio sabe de nuestras limitaciones y buenas intenciones.

Extracto del libro Veshinantam Levaneja, de Rav Daniel Oppenheimer


Notas:

(1) Mijtav Meeliahu – Sha’ar haJesed

(2) Brajot 31

(3) Acerca la importancia del tema de crear, en lo posible, familias numerosas, existe un escrito de mi padre z”l, que fue publicado en español en el manual “Orientaciones” por nuestra comunidad y en “Matrimonios en conflicto” por Perspectivas.

(4) Bereshit 28:11

(5) Bereshit 32:2

(6) Kidushín 30

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