¿Que pasó con el tiempo?

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Cuando era pequeña, quería que todo se apurara. Ahora no sé cómo detener las cosas.

Alguna vez un mes parecía cien años y un año era equivalente a toda una vida. Por ejemplo, cuando era una niña al final del verano.

—¿Qué? ¡No puedo esperar otro año para ir de campamento! —lloré ante mi madre.

—Pasará rápido, ¡no te preocupes!

Pero no fue rápido.

Entonces, ¿qué pasó con el tiempo?, me pregunté al sentarme para la graduación de mi hijo del octavo año. ¿Cómo puede ser que catorce años hayan volado como si fuera un solo mes?

Allí estaba él con su traje, un niño alto, delgado, con rostro angular, mirando el suelo, el podio, sus largos dedos… Tratando más que nada de evitar la mirada de su madre en la segunda fila.

¿Es posible que este sea el mismo niño que apenas ayer se negaba a amamantar y detestaba dormir? ¿Qué dijo sus primeras palabras a los catorce meses y era tan regordete que la gente se detenía a observarlo, exclamar o acariciar sus rollitos?

“¡Míralo ahora!”, pensé mientras secaba el maquillaje y las lágrimas que corrían por mis ojos. Es una persona con ideas y opiniones. ¡Hace tan sólo un minuto! ¡Hace tan sólo un instante estaba llorando por su chupete y arrojaba los juguetes fuera de su cuna!

¿Cuándo aprendió a pensar?

Él dio el discurso de graduación, sosteniendo el micrófono como si ya lo hubiera hecho antes, pero yo sé que nunca lo hizo. Desplegó su papel y comenzó a hablar con una voz profunda. ¿Cuándo despareció su voz aguda?

No puedo señalar el momento en el cual el tiempo cambió, cuando de repente la vida comenzó a moverse tan rápido que todo el tiempo presiono el botón de la cámara pero nunca llego a hacer los álbumes. ¿Cuándo comencé a hablar del pasado en grandes porciones de tiempo y a decir “hace como diez o veinte años”? 

A veces trato de aferrarme al tiempo para detenerlo, tratando de saborear cada momento, tomando notas mentales para poder recordar los detalles. Pero apenas tomo nota de esos detalles, ya desaparecieron.

Cuando era pequeña quería que todo se apresurara. Ahora trato de persuadir al tiempo: “Seamos amigos. Dame una oportunidad para hacer todo bien. Detente y te mostraré todo lo que puedo lograr”.

Pero no podemos cambiar la velocidad; sólo podemos trabajar duro para valorar los momentos antes de que desaparezcan.

Cuando terminó la ceremonia, mi hijo me entregó una pila de libros y papeles para llevar a casa, me dio una palmada en la espalda y se fue corriendo a bailar y celebrar con sus amigos. Pensé que tal como yo no puedo recordar ni un detalle de mi graduación del octavo año (excepto que usé un vestido azul y un sombrero de paja), un día, estos momentos serán para él recuerdos olvidados de otra época.

Mi esposo estaba ocupado sacando fotos, tratando desesperadamente de capturar el tiempo antes de que se escapara.

Un mes ya no parece un año y un año ya no se siente como toda una vida.

Pero rezo para seguir estando aquí en un abrir y cerrar de ojos, cuando mi hijo (el que una vez estuvo tan apegado a su chupete) camine por el corredor con su padre de cabello blanco para recibir a su novia y una vez más, cuando su hijo haga lo mismo.

Tiempo, que sigamos siendo amigos durante muchos buenos años.
 

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