Un dolor diferente

3 min de lectura

De duelo por el mundo saludable en el que crecí.

No puedes extrañar lo que nunca conociste.

Cada año, cuando llegan los Nueve Días y el pueblo judío se zambulle en un período de profundo e intenso lamento por la destrucción del Templo Sagrado, yo me enfrento a esta dura verdad.

Soy cuidadosa de respetar todas las prácticas de duelo que nuestros Sabios señalaron. No me corto el pelo, tampoco escucho música, no como carne ni bebo vino. Me esfuerzo para entender que la pérdida del Templo fue épica, que marcó el final de un período de paz y prosperidad y nos hundió en una oscura época de exilio, abuso y humillación de la que aún no hemos salido. Sé que nuestra pena y anhelo nunca debe disminuir, hasta que el Templo y el pueblo judío revivan en gloria y majestad, sin embargo… no puedes extrañar lo que nunca conociste.

Trato de sentir el dolor. ¡Quiero sentirlo! Me sumerjo en las palabras de nuestros Sabios de antaño y de los rabinos de hoy. Leo las Lamentaciones y trato de imaginar la terrible desolación, el sitio, el hambre, el vil miedo que enfrentó nuestra nación, pero es como tratar de sentir el aroma de una flor exótica que vemos en una foto o como tratar de imaginar el rostro del bebé que llevas en la barriga. Quiero hacerlo, lo deseo muchísimo, pero no soy capaz.

Mi duelo es por la ruina de mi propio mundo.

Sin embargo, igual estoy triste. La tristeza de este tiempo no me es indiferente. Siento mucho dolor, pero por una destrucción diferente. Mi duelo es por la ruina de mi propio mundo.

Hago duelo por el mundo saludable en el que crecí cuando veo una generación sorda ante los demás pero alerta ante el bip de sus teléfonos inteligentes; una generación en la que la gente tiene cientos de amigos en Facebook pero que no comparte con ellos en persona ni les extiende una mano en ayuda. Veo nuestro declive en la disminución de la modestia, tanto física como espiritual, que se manifiesta en toda publicidad en donde torsos adulterados desnudos y sin rostro venden cosas vacías, con un desfile de gente desinhibida que hace alarde de su desnudez ante el mundo. Veo un mundo en donde somos padres temerosos porque nuestros chicos creen que con sus artefactos nos han superado, despreciando nuestra sabiduría y consejos a cambio de sus tarjetas de memoria y gigabytes de RAM.

Siento el dolor de nuestro mundo en las historias que oigo cada día sobre bebés con enfermedades terribles, con dificultades de por vida y por los padres que luchan desesperadamente para salvarlos.

Veo el dolor en la desesperación de los recaudadores de caridad que vienen a mi puerta todos los días, cada uno con una historia más persuasiva que el anterior y siento el dolor cuando les doy dinero pero no los invito a pasar porque hoy en día nunca eres lo suficientemente precavido.

Oigo el dolor en los discursos que le doy a mis niños sobre pedófilos y acosadores —algunos de los cuales se ven exactamente igual a nosotros—, y siento el dolor cuando criminales judíos “ortodoxos” aparecen en los titulares de las noticias.

¡Mi mundo colapsa ante mis ojos! El mundo en el que nací y fui criada se destruye a sí mismo con su propia corrupción y putrefacción. En pánico, me oigo gritar: “¡Eijá! ¡Ay de mí!”.

Pero aprendí lo suficiente para saber que Dios no nos abandona ni siquiera en el exilio. Que nos ha prometido que, siempre que hagamos duelo, un día seremos confortados. Me oigo decir las palabras de súplica de antaño: “!Desde tu elevado lugar mira hacia abajo, hacia nosotros! ¡Ve nuestra desolación e intervén, porque Te estamos esperando!”.

Frente a mi profunda tristeza lo único que se puede decir es lo que ya ha sido dicho por incontables voces judías a lo largo de miles de años.

Avinu Malkeinu, ‘Nuestro Padre, nuestro Rey’, ¡sálvanos! Sálvanos de este mundo sin límites. Sálvanos de la enfermedad del espíritu, de la perversión y de las plagas. Sálvanos de la inanición y del hambre del alma. Avinu Malkeinu, ¡no tenemos méritos! ¡Apiádate de nosotros y sálvanos de nosotros mismos!”.

Cuando llegan los Nueve Días, siento el dolor de todas las maldiciones miserables del exilio; las palabras del profeta se han cumplido y rezo con fervor para que llegue nuestra redención.

Entonces, a pesar de no poder extrañar lo que nunca he conocido, de todos modos, puedo estar de duelo.

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