Tishá B’Av y la alegría

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En la terrible y maravillosa paradoja del judío en el exilio, estamos permanentemente agradecidos y felices. Y, temporalmente, terriblemente tristes.

El Talmud nos dice que cuando llega el mes hebreo de Av disminuimos nuestra alegría. Es el mes de la destrucción y el exilio, y se supone que sea más sombrío y reflexivo que el resto del año. Es un mes para pensar en nuestras pérdidas y para sufrir con el dolor de las profundidades a las que hemos caído.

El lenguaje del Talmud es confuso. En lugar de decirnos que aumentemos nuestra tristeza, el Talmud dice que deberíamos reducir nuestra alegría. ¿No debería estar el énfasis en nuestra tristeza?

Después de todo, Av es un mes lleno de dolor y desgracia para el pueblo judío. Desde el pecado del becerro de oro hasta la destrucción de los dos Templos, los largos exilios subsecuentes, la expulsión de España, el comienzo de la Primera Guerra Mundial, tantas cosas terribles de la historia judía ocurrieron en el mes de Av. De hecho, entramos en un período de profundo duelo durante los nueve días que culminan con Tishá B’Av, en los que tenemos prohibido comer carne, cortarnos el pelo o las uñas, lavar nuestra ropa, escuchar música. Parecería que deberíamos perpetuar este duelo aumentando la tristeza de nuestra vida. Cuando llega el mes de Av los judíos deberían estar tristes, ¿no?

No.

Porque un judío nunca está triste. Un judío es feliz. Un judío es feliz por haber sido elegido, por ser el hijo más amado de Dios, por tener la oportunidad de glorificar a Dios y de esparcir Su mensaje en este mundo. De hecho, estar feliz es una gran mitzvá. Entonces, ¿cómo reconciliamos la felicidad con la tristeza por la destrucción del Templo y el dolor de nuestro largo y duro exilio? ¿Cómo nos sentimos felices en Av? En otras palabras, ¿cómo disfrutamos lo que alguna vez tuvimos cuando hemos perdido todo?

Nuestra tristeza por lo mucho que hemos caído nos demuestra lo elevados que estuvimos en el pasado.

Sí, estamos tristes porque estamos en el exilio. Estamos tristes porque perdimos el Templo y, con él, nuestra cálida y obvia conexión con Dios. Estamos tristes porque estábamos en un nivel más elevado y ahora somos pisoteados. Estamos tristes porque fuimos exiliados y aún no hemos sido redimidos. Todo eso es cierto.

Pero también es cierto que tuvimos un Templo, que fuimos elegidos por Dios y que continuamos siendo Sus preciados hijos. También es cierto que tenemos los medios, el deseo y la esperanza de retornar a Él. Una vez fuimos cercanos al Rey, ahora somos lejanos, ¡pero continuamos siendo sus sirvientes y Él continúa siendo nuestro Rey!

Nuestra tristeza por lo mucho que hemos caído nos demuestra lo elevados que estuvimos en el pasado. Y si bien es terrible encontrarse en un hoyo oscuro, luchando para ver la luz, si has estado en la superficie y has visto la luz sabes el camino hacia afuera. Estás motivado a continuar esforzándote porque sabes por lo que te esfuerzas.

Y, entonces, estamos tan felices de que Dios nos haya elegido y tan tristes por haberlo defraudado. Estamos felices porque tenemos Su preciosa Torá y tristes porque no siempre tenemos la fuerza para vivir a su altura. Estamos felices porque podemos tener de nuevo el Templo y la cercanía a Dios y tristes porque aún no hemos logrado recuperarlos.

Son las dos verdades que tenemos: por un lado, “somos tan sólo polvo y ceniza”, pero por el otro, “todo el mundo fue creado en nuestro mérito”. Es el dolor de saber que somos transgresores y la alegría del alivio de que podemos arrepentirnos y ser perdonados.

En la terrible y maravillosa paradoja del judío en exilio, estamos permanentemente agradecidos y felices. Y, temporalmente, terriblemente tristes.

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