Jerusalem: mi casa, mi historia, mi corazón

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Mi casa en la Ciudad Vieja de Jerusalem es un portal a la larga cadena de la historia judía.

Vivo en una casa de 900 años de antigüedad dentro de las murallas de la Ciudad Vieja de Jerusalem. Cuando expandimos nuestro minúsculo baño, derribando su pared de un metro de espesor, encontramos el capitel de un pilar del siglo VI. También encontramos fragmentos de cerámicas del periodo del Primer y Segundo Templo.

Los fragmentos están ahora en nuestro estante del salón, frente a nuestra foto de bodas. A veces los observo y pienso en los judíos que vivieron en este lugar, unos cuantos metros bajo el nivel de nuestra casa, hace más de 2000 años. Ellos se casaron con los mismos ritos judíos con los que me casé yo, aunque ellos no tenían fotos de boda.

Los bizantinos, no judíos, construyeron el edificio que estaba antes aquí. En ese entonces, 1400 años atrás, estábamos en el exilio, dispersos por todo el Imperio Romano. Nuestros conquistadores araron la Jerusalem judía y la remplazaron con una ciudad romana, Aelia Capitolina. Los judíos no tenían permitido entrar. Los romanos construyeron una grandiosa vía pública llena de pilares, el Cardo, a pasos de distancia de mi casa. Los romanos fueron el imperio más grandioso que el mundo ha conocido, y los judíos fueron un diminuto pueblo conquistado. Hoy, los niños judíos juegan en las ruinas del Cardo romano.

Nuestra casa fue construida por musulmanes, no judíos. Para entonces, 900 años atrás, los musulmanes habían conquistado Jerusalem y, a excepción de un corto lapso de tiempo, la retuvieron de los cruzados cristianos. Los musulmanes les permitieron a los judíos vivir en Jerusalem. Cuando los cruzados conquistaron la ciudad en 1099, mataron a todos los residentes judíos. Sangre judía corrió por las calles de Jerusalem. La sangre ya no está, pero varios edificios de los cruzados siguen en pie, a la vuelta de la esquina de mi casa.

Cuando los musulmanes recobraron la ciudad, unos pocos judíos regresaron. Najmánides llegó aquí desde España en 1267; apenas encontró suficientes judíos para formar un minián (quórum de diez hombres). Él solicitó un rollo de Torá de la ciudad de Shjem y creó una sinagoga que aún funciona. Mi marido reza diariamente en esa sinagoga.

Desterrados innumerables veces, los judíos siempre han retornado a Jerusalem.

Algunos de los judíos exiliados de España en 1492 llegaron a Jerusalem (que hasta el año 1860 aproximadamente, se componía sólo de la Ciudad Vieja). En 1840, había 5.000 judíos en Jerusalem, 4.500 musulmanes y 3.750 cristianos. Para 1870, la mayoría de la población de Jerusalem era judía.

Nuestra casa pertenecía recientemente a judíos, como evidencian las hendiduras talladas en el marco de la puerta de nuestra casa, donde el sagrado pergamino de la mezuzá era insertado.

Anhelando Jerusalem

Desterrados innumerables veces, los judíos siempre han retornado a Jerusalem, inevitablemente atraídos hacia aquí por un anhelo místico, casi codificado en nuestro ADN. La Torá se refiere a Jerusalem como "el lugar en que Dios hará que Su nombre habite". Jerusalem es central para el pueblo judío, no porque es nuestra casa, sino porque es la "casa" de Dios. Y a pesar de que el intelecto judío sabe que Dios es infinito y que no puede ser reducido a un espacio en particular, el corazón judío sabe que Dios habita en Jerusalem.

Es por esto, que sin importar cuántas veces hayamos sido exiliados de Jerusalem por una sucesión de conquistadores extranjeros, siempre hemos encontrado el camino de regreso. Esta es la razón del porqué cada niño judío en Israel, religioso o secular, sabe que vale la pena luchar por Jerusalem.

La Guerra de la Independencia

Mi vecina, Puah Shteiner de seguro lo sabía. Ella creció en el Barrio Judío en los años 40, cuando los británicos gobernaban la tierra. Sus padres, abuelos y bisabuelos habían nacido en la Ciudad Vieja. En 1948, Puah, de siete años, vivía con su familia en la Plaza Batei Majase, en una de las hileras de habitaciones con cúpula que hoy constituyen la escuela de mi hijo.

Los árabes impusieron un sitio total sobre los 1700 judíos que vivían en el Barrio Judío.

Durante semanas, en la primavera de 1948, el Barrio Judío había estado bajo bombardeo de artillería desde el cercano Monte de los Olivos. Apenas se retiraron las Autoridades del Mandato Británico, los árabes impusieron un sitio total sobre los 1700 judíos que vivían en el Barrio Judío. Unos escasos 150 "soldados" de la Haganá, hombres y mujeres, algunos de ellos tan jóvenes como 13 años, fueron asignados a la defensa del Barrio. Tenían a su disposición exactamente 113 armas.

Fuego de artillería, morteros y francotiradores se llevaron las vidas de 69 residentes y defensores del Barrio Judío. En su emotiva memoria, Forever My Jerusalem (Por siempre mi Jerusalem), Puah Shteiner cuenta sus recuerdos de la infancia del último puesto de los judíos de la Ciudad Vieja:

Las granadas que habían estado tronando durante todo este tiempo... repentinamente se detuvieron. Y luego, desde el silencio, una voz llamó por un altoparlante. "¡Ríndanse! ¡Ríndanse! ¿Quieren morir todos? Ríndanse ahora, antes de que los masacremos a todos".

Esta proclamación fue repetida una y otra vez. Luego de eso, los bombardeos continuaron, y la terrible lluvia de balas de metralleta se reanudó. Nos sentamos congelados en el piso, sin hablar o jugar... un escalofrío subió por mi espalda y mis manos temblaron.

Los judíos aguantaron por 14 insoportables días. Hacinados en un una despensa para protegerse del bombardeo constante, a manos de la bien armada Legión Árabe (el ejército jordano), la familia de Puah y una docena de otras familias, finalmente se quedaron sin alimentos. Aventurarse a salir era una movida arriesgada, que ya había costado la vida de dos de los padres de las amigas de Puah. No obstante, el padre de Puah y otro hombre se ofrecieron para correr a la panadería a comprar pan. La hermana de Puah, Naomi, de nueve años de edad, gritó para que él no fuera:

El encogido Barrio Judío estaba siendo bombardeado fuertemente, pero mi hermana Naomi prácticamente ignoraba el ruido de los disparos destruyendo nuestras casas y calles. No sabíamos si los árabes habían capturado la panadería o no. Mi corazón se sintió como una granada a punto de explotar...

Cada momento en que Aba no estaba parecía una eternidad. Las granadas continuaban volando. ¿Cuándo volvería Aba?...

Gritos y llantos de alegría llenaron repentinamente el oscuro callejón. ¡Estaban aquí! ¡Habían llegado! ¡Gracias a Dios! Justo en ese momento, una granada explotó en el patio cercano...

Cada uno de nosotros recibió un pedazo de pita, sobre el cual recitamos la bendición para el pan. Los pequeños comieron energéticamente, pero a mí, la pita fresca se me quedó pegada en la garganta. Era difícil tragar pan por el cual mi padre había arriesgado su vida.

Cuando las municiones se agotaron, el Barrio Judío se rindió:

Por dos semanas habíamos peleado para mantener el Barrio Judío en manos del pueblo judío. Pero durante esas dos largas semanas de batalla, el Barrio había perdido a sus miembros, uno a uno. Casa tras casa, calle tras calle, fueron destruidas. Por dos largas semanas habíamos desafiado al enemigo heroicamente, negándonos a rendirnos ante una fuerza superior. Pero ahora, la voluntad Divina había sellado el destino, y hoy nos rendiríamos.

"Casa tras casa, calle tras calle". Yo camino por esas calles diariamente. Cada vez que voy a la librería o al banco, paso por un pequeño monumento conmemorativo de aquellos que cayeron en la batalla por el Barrio Judío. Atraída a recordarlos, bajo tres peldaños a una habitación de piedra hundida. Una pared está cubierta por un mapa metálico en relieve del Barrio Judío en 1948, con las grandes cúpulas de sus dos magnificas sinagogas (destruidas posteriormente) sobresaliendo sobre la confusión de callejones y edificios. Flechas de luces rojas parpadeantes vuelven a trazar la avanzada árabe, recreando perpetuamente la batalla.

Nació el Estado de Israel. Pero sin la Ciudad Vieja, era un cuerpo sin alma.

En una profunda cavidad a la izquierda, nombres en metal blanco resaltan sobre la negrura: los 69 judíos que cayeron defendiendo el lugar por donde yo ahora camino tan libremente. Treinta y nueve de ellos eran miembros oficiales de la Haganá. El más joven de estos soldados era Nissim Giny, quien se había ofrecido voluntariamente como niño mensajero, porque era muy joven para portar un arma (si es que hubieran habido suficientes armas). Él tenía diez años de edad.

Israel ganó la Guerra de la Independencia. Nació el Estado de Israel. Pero sin la Ciudad Vieja de Jerusalem, el Estado judío era un cuerpo sin alma.

Regresando a casa

Diecinueve años después, el 7 de junio de 1967, en el tercer día de la Guerra de los Seis Días, una división de paracaidistas israelí rodeó la Ciudad Vieja de Jerusalem. Su líder, Mordejai Gur ordenó a sus tropas: "Estamos acercándonos a la Ciudad Vieja. Estamos acercándonos al Monte del Templo, al Muro Occidental. La nación judía ha estado rezando por miles de años para este momento histórico. Israel está esperando nuestra victoria. ¡Avancen y que tengamos éxito!".

Los paracaidistas corrieron hacia la Puerta de Los Leones. La antigua puerta fue hecha para carros y camellos, no tanques. Un tanque se quedó atascado en la puerta; muchos de los soldados conquistadores tuvieron que arrastrarse por abajo del tanque para entrar a la Ciudad Vieja. El Rabino Shlomo Goren, con un rollo de Torá en su mano y tocando un shofar, estaba en el primer jeep que entró por la puerta de Tzión. Fue un día de triunfos y lágrimas, como una reunión de una madre con sus hijos largamente esperada. Para un pueblo que ha sufrido tantas derrotas, este fue un momento de victoria perfecta.

El ejército israelí encontró el Barrio Judío en un estado terrible. Los ocupantes jordanos habían empezado a arrasar el Barrio Judío y a convertir sus antiguos callejones y construcciones en un moderno complejo de apartamentos. Los judíos se pusieron a reclamar sus edificios, como el nuestro, que pudo ser rescatado, y construyeron nuevos edificios donde sólo quedaban escombros.

En 1988, compramos nuestro apartamento en la planta baja. Una tarde, varios años después, vi a una anciana mirando por mis ventanas de la cocina. Cuando le pregunté si podía ayudarla, ella respondió: "Yo viví en esta casa hasta 1929". La invité a pasar, y ella me contó su historia: en aquellos días, una de nuestras habitaciones había hospedado a una familia completa. Compartían una cocina y un patio. No había alcantarillado dentro de la casa; había un retrete en la esquina del patio. Su padre era un farmacéutico, y lo que ahora es nuestro salón, había servido como la farmacia del Barrio Judío. Cuando los árabes causaron disturbios en la Ciudad Vieja en 1929, destruyeron la farmacia, y su familia huyó hacia la nueva ciudad de Jerusalem que era más segura.

¡Qué extraño! Pensé. Mi padre también era farmacéutico. Nos miramos una a la otra, dos mujeres judías, nacidas con décadas de diferencia, ambas hijas de farmacéuticos, ambas viviendo en este mismo sitio, durante períodos de la historia judía dramáticamente diferentes.

Como todo judío, yo soy un eslabón en la larga, larga cadena de la historia judía. Cuando camino por las calles de la Ciudad Vieja de Jerusalem, siento esa cadena prendida de mi alma. Todos los eslabones se mueven al unísono: las mujeres judías de hace milenios cuyos fragmentos de cerámica están en mi estante, los judíos exiliados por los romanos, los judíos que cayeron bajo las espadas de los cruzados, los judíos exiliados de España que repoblaron el Barrio Judío, la hija del farmacéutico que vivió en mi casa hasta 1929, el niño mensajero de diez años de edad que murió en la zona de combate, y los soldados que se arrastraron por abajo del tanque para cruzar la Puerta de Los Leones y recuperar la Ciudad Vieja de Jerusalem para el pueblo judío.

El día 28 del mes hebreo de Iyar (2 de junio de 2019), celebramos Iom Ierushalaim, el 'Día de Jerusalem'. Celebramos el retorno de la soberanía judía a la Ciudad Vieja y al área del Monte del Templo y el Kótel. En ese día, nuestro "Gen de Jerusalem" recesivo, se vuelve dominante.

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