¿Por qué celebrar el Día de Jerusalem?

19/05/2022

6 min de lectura

La relación de amor del pueblo judío por más de dos milenios.

En el año 70 EC la perdimos.

El ejército romano conquistó lo que había sido la gloria de la nación judía durante mil años. Saquearon Jerusalem y degollaron o esclavizaron a todo residente judío.

Sesenta y cinco años después, el Emperador Romano Adrián arrasó con la ciudad. En sus ruinas construyó Aelia Capitolina. A los únicos judíos que les estaba permitida la entrada era a los esclavos judíos. Y el nombre “Jerusalem” sobrevivió sólo en nuestros libros de plegarias, desde los cuales le suplicábamos a Dios tres veces al día que reconstruyera Jerusalem.

Cuando el Imperio Romano se reinventó a sí mismo como el Imperio Bizantino en el siglo IV, trajeron de vuelta el nombre de la ciudad, Jerusalem, pero no a sus judíos. Los judíos, quienes aún vivían en florecientes comunidades en la Galilea y en las Alturas del Golán, tenían permitida la entrada sólo un día al año: en Tishá BeAv, el día de la destrucción del Templo Sagrado y de Jerusalem. Uno de los historiadores de la época, Jerónimo, escribió: “Los judíos sólo pueden venir a lamentar la destrucción de la ciudad, y deben comprar el privilegio de poder llorar por la destrucción de la ciudad”.

La conquista árabe en el año 638 les arrebató la ciudad a los Bizantinos. El Califa Omar, el gobernante musulmán, les permitió a los judíos regresar. Un gran enclave judío se asentó al norte del Monte del Templo. El Templo del monte era obviamente la corona de Jerusalem. El emperador romano Adrián había construido un templo para Júpiter en la ruinas del Templo Sagrado de Jerusalem. Los Bizantinos habían construido una iglesia allí. Ahora los musulmanes nivelaron el lugar y construyeron el Domo de la Roca y la Mezquita de Al Aqsa.

Los cruzados conquistaron Jerusalem en el año 1099 y mataron a todos los judíos y musulmanes.

Los cruzados conquistaron Jerusalem en el año 1099 y mataron a todos los judíos y musulmanes. Un río de sangre corría por las calles sagradas. Pronto los cristianos les permitieron a los tintoreros de telas judíos regresar. Benjamín de Tudela escribió: “Hay aproximadamente 200 judíos que viven bajo la Torre de David”.

Un siglo más tarde, los musulmanes bajo el liderazgo de Saladino vencieron a los cruzados, y a los judíos les fue permitido una vez más el libre acceso a Jerusalem. Como Rav Shlomó ben Samson escribió: “Llegamos a Jerusalem por el extremo occidental de la ciudad, rasgando nuestras vestimentas al verla… fue un momento muy emocional, y lloramos amargamente”.

Los Mamelucos egipcios (soldados-esclavos) se tomaron la ciudad en el año 1250. Cuando el famoso Rav Moshé ben Najman (el Rambán) llegó de España no encontró suficientes judíos ni siquiera para tener minián. En una carta a su hijo, escribió: “Te escribo esta carta desde Jerusalem, la ciudad santa… las más destruida de todas las ciudades… Encontramos una casa en ruinas con pilares de mármol y un hermoso domo, y la convertimos en una sinagoga… Las casas de la ciudad están abandonadas, y cualquiera puede clamarlas”. El Rambán reestableció la comunidad judía de Jerusalem y la hizo crecer.

En 1516, Los Turcos Otomanos conquistaron la ciudad. El sultán Suleiman el Magnífico reconstruyó las murallas de Jerusalem y motivó a los judíos exiliados de España (en 1942) asentarse allí. Menos de un siglo después, sin embargo, el régimen Turco se volvió corrupto. Impusieron grandes impuestos y muchas restricciones a los judíos de Jerusalem. Sin embargo, atraídos por sus corazones y plegarias, los judíos continuaron regresando a Jerusalem.

A mediados del siglo XIX la ciudad amurallada de Jerusalem estaba tan poblada con judíos que unos pocos residentes sugirieron mudarse hacia fuera de las murallas, pero sin la gran protección de las piedras quedarían a la merced de las pandillas de bandidos. Sir Moshé Montefiore dio el primer paso para resolver el problema y construyó un recinto protegido en las afueras de la muralla; veinte intrépidas familias judías se fueron a residir allí. Prontamente se formaron otros enclaves judíos y la nueva ciudad de Jerusalem se extendió más allá de lo que posteriormente pasó a ser conocida como la Ciudad Vieja, tal como se expande una manada en torno a su matriarca.

Los británicos derrotaron a los turcos durante la Primera Guerra Mundial, y en 1917, el general Allenby marchó victoriosamente a la Ciudad Vieja. Los británicos dividieron la Ciudad Vieja en cuatro cuartos: el cuarto musulmán (actualmente la mitad del área de la Ciudad Vieja), el cuarto cristiano, el cuarto judío y el cuarto armenio. Las designaciones fueron ficticias: de acuerdo al propio censo de los británicos, la mayoría de los residentes del “cuarto musulmán” eran judíos.

Los británicos mantuvieron las restricciones de los turcos sobre los judíos en el kotel (el Muro de los Lamentos), el sitio judío más santo del mundo junto al Monte del Templo. Sólo un angosto camino era accesible para que los judíos fueran a rezar. Los judíos no tenían permitido llevar asientos o bancos para sentarse. No tenían permitido poner una mejitzá como la que existe en las sinagogas. Aquellos judíos que se atrevían a tocar el shofar en Rosh Hashaná o al final de Iom Kipur eran arrestados y encarcelados.

Cuando, en mayo de 1948, los británicos fueron forzados por la ONU a emprender retirada, la Ciudad Vieja de Jerusalem, incluyendo el Monte del Templo y el kotel, cayeron en manos del ejército jordano (conocido como la Legión Árabe). Todos los residentes judíos fueron exiliados. Los hombres fueron llevados a Jordania como prisioneros de guerra, y las mujeres, niños y ancianos fueron expulsados por la Puerta de Sión mientras los que habían sido sus hogares por generaciones eran saqueados y quemados tras ellos.

Por primera vez en tres milenios, la Ciudad Vieja de Jerusalem era Judenrein.

El naciente estado de Israel, que había nacido ese mes, proclamó a Jerusalem como su capital. David Ben Gurion, quien fuera el primero en ocupar el cargo de primer ministro de Israel, declaró: “El valor de Jerusalem no puede ser medido, pesado o puesto en palabras. Si una tierra tiene un alma, Jerusalem es el alma de la tierra de Israel”.

La “ciudad nueva” de Jerusalem, dividida entre Israel y Jordania, se llenó de instituciones gubernamentales, educacionales y culturales. Pero su corazón, la amurallada Ciudad Vieja, rodeada de un alambre de púas y una amenazante señal de “Tierra de nadie”, se mantuvo fuera de Israel como, al igual que en algunas operaciones cardíacas, el corazón del paciente se mantiene fuera de su cuerpo.

Por diecinueve años Jerusalem —la verdadera Jerusalem, la Ciudad Vieja—, se retiró de nuestras vidas para mantenerse sólo en nuestras plegarias y deseos. La más grandiosa cantante de Israel, Naomi Shemer, compuso una inolvidable canción, “Jerusalem de oro”, la cual se volvió un himno de anhelo de los judíos seculares, tal como lo era el salmo de “Si te he de olvidar, Jerusalem” para los judíos religiosos.

Entonces, el día 28 del mes judío de Iyar, en el tercer día de la Guerra de los Seis Días de 1967, mientras el ejercito israelí batallaba con el ejercito jordano en áreas en torno a la Tierra de Nadie, los comandantes israelíes de pronto se dieron cuenta que podía ser posible recuperar la Ciudad Vieja. En los archivos del ejército israelí había planes militares detallados para cómo tomar cada colina y campo en la tierra, pero no había ningún plan de cómo tomar la Ciudad Vieja. Sus gruesas murallas, construidas para resguardarla de los invasores, la habían hecho invencible en 1948, cuando docenas de guerreros judíos perdieron sus vidas intentando penetrar el bastión. Pero ahora, cuando estaban siendo logradas victorias milagrosas en cada frente, ¿era posible —realmente posible— recuperar la Ciudad Vieja de Jerusalem?

La orden fue emitida a la Brigada 55 de paracaidistas de Motta Gur para que tomasen la Ciudad Vieja. Siendo un judío secular con el anhelo por Jerusalem corriendo por sus venas, Gur se sintió sobrecogido por la responsabilidad, que después de 2.000 años, él fuese a comandar a las fuerzas judías que finalmente traerían de vuelta a Jerusalem a la soberanía judía.

Los paracaidistas entraron por la Puerta del León. Para su sorpresa, fuera de ocasionales disparos de francotiradores, no hubo mayor resistencia. Las fuerzas jordanas habían evacuado la noche anterior. Las tropas israelíes se dirigieron como un magneto directamente al Monte del Templo. Las palabras de Motta Gur, las cuales fueron escuchadas en Bunkers y refugios antibombas y bases militares a lo largo de Israel, serían recordadas por la historia moderna judía como el grito de guerra de un otrora derrotado pero ahora victorioso pueblo: “Har Habayit be yadeinu, ¡el Monte del Templo está en nuestras manos!”.

Aquí estoy hoy, en la Ciudad Vieja de Jerusalem, décadas después de aquél histórico día, y lo celebro como Iom Ierushalaim, el día de Jerusalem.

My nieto juega en las ruinas de los romanos.

Mi esposo reza en la sinagoga del siglo XIII que fuera fundada por el Ramban.

Diariamente camino por las calles de adoquines en las que el profeta declaró: “Ancianos y ancianas habitarán nuevamente en las calles de Jerusalem… y las plazas de la ciudad estarán llenas de niños y niñas jugando en ellas” (Zacarías 8:4).

Y cada célula de mi cuerpo celebra el regalo divino que es el retorno del pueblo judío a Jerusalem, y el retorno de Jerusalem al pueblo judío.

¿Quieres celebrar conmigo?

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