El triunfo de Janucá

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Janucá es una festividad que fue establecida para conmemorar justamente lo opuesto a la asimilación cultural.

Como Janucá usualmente cae en diciembre, en ocasiones se piensa que es como la "navidad judía". Por supuesto, no lo es. Y sin embargo es justo decir que la razón de la popularidad de Janucá –especialmente en América, donde es la festividad judía más ampliamente respetada después de Pésaj y Iom Kipur– es precisamente por su proximidad a la navidad.

Janucá solía ser considerada como una festividad menor, alegre pero de bajo perfil. Hoy en día se ha transformado en una festividad mucho más grande y deslumbrante en respuesta a la navidad, de esta manera, el mes de diciembre se transforma en un brillante festival de invierno lleno de fiestas, decoración y música. Atraídos por la alegría de la temporada, y como no querían dejar a sus hijos fuera de la diversión y de la entrega de regalos, los judíos americanos del siglo 20 comenzaron a celebrar Janucá con mucho más énfasis que sus antepasados. Hoy Janucá se ha establecido como parte integral de las "festividades estacionales", con celebraciones, decoraciones y música propia. Su preponderado status es un tributo tanto a la arrastrante asimilación de la cultura americana, como a la notable apertura hacia las costumbres y creencias judías.

Irónicamente, la celebración de Janucá fue establecida para conmemorar justamente lo opuesto a la asimilación cultural. Esto se remonta a casi 22 siglos atrás, a la exitosa rebelión judía en contra de Antíoco IV, uno de los monarcas greco-sirios que gobernaron la parte norte del derrumbado imperio de Alejandro Magno. Alejandro había sido respetuoso con la religión monoteísta de los judíos, pero Antíoco estaba decidido a imponer el helenismo en todos sus dominios, con sus dioses paganos y el culto al cuerpo. Cuando él encontró resistencia en Judea, hizo que el judaísmo fuera ilegal.

La observancia del Shabat, la circuncisión, y el estudio de la Torá estaban prohibidos con pena de muerte. Una estatua de Zeus fue instalada en el Templo en Jerusalem y cerdos fueron sacrificados ante él. Algunos judíos acogieron el nuevo orden y voluntariamente abandonaron la religión de sus ancestros. Aquellos que no lo hicieron fueron cruelmente castigados. Antiguas escrituras cuentan la historia de Hannah y de sus siete hijos, quienes fueron capturados por las tropas de Antíoco. De acuerdo a las órdenes los niños debían postrase ante un ídolo. Uno a uno, los niños se negaron, y fueron torturados hasta la muerte frente a los ojos de su madre.

La lucha para reclamar la autonomía religiosa judía comenzó en 167 A.C. En la ciudad de Modiin, un sacerdote mayor llamado Matatías se negó a acatar una orden siria de hacer un sacrificio frente a un ídolo. Cuando un judío apóstata dio un paso al frente para llevar a cabo la orden, Matatías lo asesinó y derribó el altar. Entonces él y sus cinco hijos se fueron a las colinas y desplegaron una guerrilla contra los ejércitos del imperio. Cuando Matatías murió, su tercer hijo, Judah el macabeo, tomó el control. Él y su grupo de luchadores eran ampliamente superados en número, sin embargo ellos lograron milagrosas victorias, una tras otra. En 164 A.C., recobraron el Templo. Ellos lo limpiaron, lo purificaron y lo dedicaron nuevamente a Dios. Durante el día 25 del mes judío de Kislev, la menorá –el candelabro que simboliza la presencia divina– fue encendida nuevamente. Durante ocho días, multitudes de judíos celebraron la restauración del Templo. "Toda la gente se postró", registra el libro de los Macabeos, "venerando y alabando a Dios, ya que su causa había prosperado".

Sin embargo, su causa no había prosperado realmente, no aún. La lucha continuó por años. No fue sino hasta 142 A.C. que los judíos recuperaron el control de su tierra. Geopolíticamente, ese fue el momento del verdadero triunfo.

La guerra de los macabeos contra los helenistas fue en definitiva una guerra contra una cosmovisión que elevaba lo físico por encima de todo, una cosmovisión que veneraba la belleza, no la santidad; que veneraba el cuerpo, no el alma.

Pero Janucá no se trata de poder político. No se trata de una victoria militar. Ni si quiera se trata de la libertad de culto, no obstante, la rebelión de los macabeos marca el primer momento en la historia en que un pueblo se levantó a pelear contra la persecución religiosa.

En el fondo, lo que Janucá conmemora son las ansias judías de Dios, las ansias de la santidad del Templo y de su servicio. La derrota de los greco-sirios fue importante, pero el clímax espiritual de la rebelión de los macabeos fue cuando la menorá fue re-encendida y la presencia de Dios podía sentirse nuevamente.

Janucá es la única festividad judía que no se encuentra en el Tanaj y es la única festividad judía que se basa en una campaña militar. Y aún así, su foco es casi puramente espiritual, no físico. Por ejemplo, no hay ningún banquete asociado a Janucá, como lo hay con Pesaj o Purim, las otras dos festividades judías de liberación. Su observancia religiosa se concentra en una llama, nada más. Y las llamas de la menorá sólo pueden ser observadas; está prohibido utilizarlas con cualquier otro fin, ni si quiera se puede leer con su luz.

En Janucá, la carencia de un lado físico es extraña pero apropiada. Ya que la guerra de los macabeos contra los helenistas fue en definitiva una guerra contra una cosmovisión que elevaba lo físico por encima de todo, una cosmovisión que veneraba la belleza, no la santidad; que veneraba el cuerpo, no el alma. Los judíos lucharon para preservar una cosmovisión diferente, una cosmovisión con Dios, no con el hombre, en su centro.

Como ellos triunfaron, la religión judía sobrevivió. 2.000 años más tarde, el helenismo y sus dioses paganos son sepultados en el polvo de la historia. Pero la sabiduría y la profundidad del judaísmo sigue iluminando al mundo entero.

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