Jánuca: Ver más allá de lo superficial

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¿Por qué Jánuca se considera la festividad de la visión?

Un hombre y su esposa se preparan para irse a dormir. La mujer ya está por cerrar los ojos, pero su esposo está de pie, observándose en el espejo de cuerpo entero. “¿Qué ocurre? Ven a dormir de una vez”, le dice ella.

Él la mira y le dice: “Estoy muy deprimido. Todo lo que veo es que crece mi calva y el cabello que me queda es gris, aumenta el volumen de mi barriga y tengo más arrugas en los ojos. Dime algo positivo, algo que me inspire para que me pueda ir a dormir”.

Ella lo piensa un momento y le dice: “Bueno, la buena noticia es que tu visión sigue siendo 20/20”.

Existe una fuerte asociación entre Jánuca y el sentido de la vista. Cada noche de Jánuca cantamos: “Estas velas son sagradas, no tenemos permiso de beneficiarnos de su luz sino que su propósito es simplemente que las miremos”. Además, en Jánuca hay una ley singular. El Talmud nos dice (y lo registra el Shulján Aruj): haroé mevarej, quien no puede encender por sí mismo y ve la vela de otra persona, de todos modos dice la segunda bendición: “Quien hizo milagros por nuestros antepasados”. Cuando veo que alguien se pone tefilín, toma un lulav o toca el shofar, no digo ninguna bendición. Sólo en Jánuca digo una bendición al ver que otro cumple la mitzvá. ¿Por qué?

El Kedushat Levi, Rav Levi Itzjak de Berdichov, nos dice que Jánuca es la festividad de la vista. Las diferentes festividades judías corresponden a nuestros diversos sentidos. En Purim se resalta la audición porque escuchamos la Meguilá. En Pésaj se da realce al sentido del gusto al comer matzá y maror. En Jánuca, dice Rav Levi Itzjak, evaluamos nuestro sentido de la vista, corroboramos cuán bien vemos.

Los ojos como una desventaja

¿A qué clase de visión nos referimos? No se trata del sentido físico de la visión. De hecho, paradójicamente nuestros ojos pueden ser una desventaja. A menudo sentimos que “ver es creer”. Si puedo percibirlo y observarlo, es cierto. Si no puedo, no es real. Siguiendo esta regla, corremos el riesgo de desechar o quitar importancia a las verdades y a las realidades más valiosas de nuestras vidas. Hay ideas, sentimientos, pensamientos y sueños que son auténticos y genuinos a pesar de que no pueden ser vistos ni observados.

Nuestros Sabios describen al imperio griego y a la influencia helenista como joshej, oscuridad. Al analizar los primeros versículos de la historia de la creación, el Midrash Raba dice que el versículo: “la oscuridad estaba sobre la superficie del abismo” se refiere al exilio griego. Asimismo, nuestros Sabios enseñan que el objetivo de los opresores griegos era oscurecer nuestros ojos.

Ver más allá de la superficie

¿Cuál es la diferencia entre una habitación repleta de oscuridad y una habitación repleta de luz? ¿Hay algún cambio en la habitación misma? Si la luz está encendida o apagada, los muebles siguen siendo los mismos, la disposición de la habitación, el lugar de la puerta y la altura del techo son constantes. Entonces, ¿cuál es la diferencia si la luz está encendida o apagada en mi habitación? Sólo mi percepción, mi capacidad de identificar y ver la realidad, la verdad y aquello que estaba frente a mí todo el tiempo. Jánuca se trata de ver cosas, personas, ideas y milagros que están justo frente a nosotros, a pesar de que no seamos capaces de verlos.

George Orwell escribió: “Hay que esforzarse constantemente para ver lo que tenemos frente a nuestra nariz”. Se puede vivir con los ojos abiertos, con una visión perfecta y la luz encendida, y a pesar de eso permanecer envueltos en la oscuridad. Por otro lado, puede estar completamente oscuro a nuestro alrededor y sin embargo una persona puede ver con completa claridad. Los jashmonaim no vieron que eran pocos, que su ejército era débil y que tenían una misión imposible de lograr. Ellos vieron la mano poderosa de Dios, vieron la obligación de luchar y vieron la protección Divina que los acompañaría.

Jánuca se trata de encender las velas y utilizarlas para aprovechar nuestra vista, no en un sentido oftalmológico, sino nuestra visión profunda de lo que es verdadero, valioso y querido. Cuando miramos a nuestros esposos e hijos, ¿vemos la maravillosa bendición de su presencia en nuestras vidas o escuchamos mucho ruido, vemos habitaciones que necesitan una buena limpieza y una casa desordenada? Cuando enfrentamos un desafío, ¿no vemos la manera de salir o vemos una oportunidad para confiar más en nuestro Creador? A nuestro alrededor está lleno de verdades; de nosotros depende decidir qué mirar y cómo verlo.

Las velas de Jánuca en Berguen Belsen

En su libro Cuentos jasídicos del holocausto, Yaffa Eliach comparte la increíble historia de Jánuca en Berguen Belsen:

Jánuca llegó a Berguen Belsen. Había llegado el momento de encender las velas de Jánuca. No había por ninguna parte una vasija con aceite ni una vela, una menorá pertenecía al pasado lejano. En cambio, un sueco de madera, el zapato de uno de los prisioneros, se convirtió en una menorá. Hilos arrancados del uniforme del campo de concentración fueron las mechas y el betún negro de zapatos del campo fue el aceite puro.

No lejos de las montañas de cadáveres, los esqueletos vivos se reunieron para participar en el encendido de las velas de Jánuca. El Rav de Bluzhov encendió la primera vela y entonó las dos primeras bendiciones con su voz dulce. La melodía festiva estaba repleta de pena y dolor. Cuando estaba a punto de recitar la tercera bendición, se detuvo, dio vuelta la cabeza y miró hacia todos lados como si buscara algo.

Pero de inemdiato volvió a mirar la pequeña llama flameante y con voz fuerte, reconfortante, entonó la tercera bendición: “Bendito Seas Tú, Hashem, Dios nuestro, Rey del universo, que nos mantuviste vivos, nos preservaste y nos permitiste llegar a este momento”.

Entre los presentes en el encendido de las velas estaba el señor Zamietchkowski, uno de los líderes del Bund de Varsovia. Era una persona inteligente, sincera, con una pasión por discutir asuntos de religión, fe y verdad. Apenas el Rav de Bluzhov finalizó la ceremonia del encendido de velas, Zamechkowski se abrió camino hacia el Rav y le dijo: “Spira, usted es una persona inteligente y honesta. Puedo entender su necesidad de encender las velas de Jánuca en estos días tan miserables. Incluso puedo entender la nota histórica de la segunda bendición: ‘Quien hizo milagros por nuestros antepasados en esos días, en esta época’.

Pero no puedo comprender que haya recitado la tercera bendición. ¿Cómo puede agradecerle a Dios y decir: ‘Bendito Seas Tú, Hashem, Dios nuestro Rey del universo, que nos mantuviste vivos, nos preservaste y nos permitiste llegar a este momento’? ¿Cómo puede decir eso cuando cientos de cadáveres judíos yacen a la sombra de las velas de Jánuca, cuando miles de esqueletos vivos caminan en el campo, y otros millones son masacrados? ¿Por esto le está agradecido a Dios? ¿A esto le llama ‘mantenernos vivos’?”

“Zamietchkowski, usted tiene cien por ciento razón”, le respondió el Rav. “Cuando llegué a la tercera bendición también dudé y me pregunté qué debía hacer con esa bendición. Me di vuelta para preguntarle al Rav de Zaner y a otros Rabinos distinguidos que estaban cerca si realmente podía recitar esa bendición. Pero al dar vuelta la cabeza, vi que a mi espalda había una multitud de judíos vivos, sus rostros expresaban fe, devoción y deliberación al escuchar el rito del encendido de las velas de Jánuca.

Me dije a mí mismo que si Dios tiene un pueblo que en momentos como estos, cuando al encender las velas de Jánuca ven frente a ellos montañas de cadáveres de sus padres, hermanos e hijos, y la muerte los acecha desde cada rincón, pero a pesar de todo eso están parados con devoción para escuchar la bendición de Jánuca: “Quien hizo milagros para nuestros antepasados en esos días en esta época”, entonces sin duda fui bendecido al ver a esas personas con tanta fe y fervor, por lo tanto tenía una obligación especial de recitar la tercera bendición”.

Jánuca – Una visión 20/20

Esa noche en Berguen Belsen, el señor Zamietchkowski sólo vio lo que había frente a sus ojos: cadáveres y un terrible sufrimiento. El Rebe también miró, pero él vio otra capa de verdad que era igualmente correcta: allí se había reunido un grupo de personas que mantenían una fe increíble a pesar de las más espantosas circunstancias.

Al celebrar Jánuca, recordemos que nos rodean verdades que no son visibles a nuestros ojos. Aprovechemos al luz de las velas de Jánuca para inspirarnos a ver la verdad con claridad y con una visión 20/20.

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