Janucá y el alma

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En la perspectiva judía, es indispensable la idea de que los humanos somos únicos, que poseemos un componente espiritual y que elegimos libremente cómo comportarnos.

Janucá, la festividad judía de las luces, a menudo se considera una celebración menor, artificialmente magnificada por su proximidad en el calendario a la Navidad. De hecho, esta festividad judía no es mencionada en la Torá, porque el evento que celebra tuvo lugar mucho después de los tiempos bíblicos.

Sin embargo, no es una festividad menor.

En un nivel superficial, esta festividad judía celebra el enfrentamiento del ejército judío rebelde contra las fuerzas del imperio sirio-griego y la recuperación del Sagrado Templo de Jerusalem, casi dos siglos antes de la Era Común.

No sólo vencieron a un ejército. No es menos significativo que rechazaron una visión del mundo, una forma de entender la condición humana.

Para los Sabios de la era del Talmud que establecieron la celebración de Janucá, un enemigo mayor que los soldados de carne y hueso que profanaron el Templo eran algunos judíos que adoptaron las ideas helenistas, una parte fundamental de lo que hoy llamamos materialismo.

No, no el hecho de disfrutar de los placeres físicos, aunque también eso formaba parte del antiguo mundo griego. Al fin de cuentas, las palabras “cínico”, “epicúreo” y “hedonista” tienen sus raíces en las escuelas filosóficas griegas. Pero más bien nos referimos al concepto filosófico llamado materialismo, que sostiene que todo puede reducirse a lo físico, que no existe una entidad llamada alma.

En contraste, el “dualismo” es la creencia de que los seres humanos somos tanto físicos como algo más.

Muchos científicos contemporáneos, satisfechos por sus avances en el entendimiento de cómo funciona el cerebro, se apegaron a una versión moderna del materialismo. Ellos explican pacientemente a los legos que la convicción de que tenemos almas no es nada más que un producto engañoso de la actividad eléctrica de nuestro cráneo. Sin embargo, cada pensamiento y acción está predeterminado. Tal como otros procesos físicos pueden predecirse en base a las circunstancias en su origen, si tenemos suficiente conocimiento sobre un cerebro individual, podemos predecir cada una de sus acciones. Para un materialista, el libre albedrío es una ilusión.

“Las cualidades de la vida mental que asociamos con las almas son puramente corporales. Ellas emergen de procesos bioquímicos en el cerebro”, afirmó el Prof. Paul Bloom de Yale.

Un profesor de Harvard, Steven Pinker, nos aconseja dejar de lado “intuiciones infantiles y dogmas tradicionales” y reconocer que lo que concebimos como el alma no es nada más que “la actividad del cerebro”. Al fin de cuentas, en un cerebro lo único evidente son las células cerebrales.

Pero no encontrar evidencias del alma en un cerebro es como no encontrar huellas de Yo-Yo Ma en el parlante y concluir que el concierto de cello que acaba de terminar, así como el señor Ma, sólo son producto de la imaginación.

Sin embargo, para los dualistas nuestros cerebros son conductos de consciencia y necesarios para contemplar a nuestras almas, pero no son idénticos a ellos.

El debate materialismo/dualismo lo mantuvieron filósofos como Thomas Hobbes, que defendía al primero, y René Descartes que representaba al último.

El tema es algo más que académico. Si los seres humanos no somos nada más que nuestras células físicas, y la consciencia innata humana de nuestras almas y nuestro sentido de libre albedrío no son más que ilusiones, entonces no tenemos ningún valor por encima del que tiene cualquier insecto. Y no hay nada, más allá de un insignificante contrato social utilitario, que nos obligue a apegarnos a algún sistema ético o moral. Una sociedad que niega la idea del alma, en el sentido más profundo de la palabra, no tiene alma.

Los antiguos griegos eran brillantes analistas del mundo físico. Ellos desarrollaron las ciencias, calcularon la circunferencia de la tierra, propusieron la teoría heliocéntrica del sistema solar y centraron su atención en el funcionamiento del ser humano. Pero sólo como especímenes físicos.

Sin duda los antiguos filósofos helenistas hablaron del “alma”, pero ellos se referían sólo a lo que nosotros llamaríamos personalidad o intelecto. La idea de lo que nosotros llamamos alma, una entidad que puede ser sublimada o impurificada por el ejercicio consciente del libre albedrío, para los griegos era una perspectiva indigesta del mundo.

Pero esta idea siempre fue y sigue siendo indispensable en la perspectiva judía, que insiste en que los seres humanos somos únicos, que poseemos no sólo cuerpos físicos sino también un componente espiritual, que nuestros actos no están predeterminados sino que los elegimos libremente, que lo que hacemos no está predeterminado y que deja una huella.

Por lo tanto, el celebrar una victoria, incluso una victoria temporaria, sobre la perspectiva materialista del mundo, hace que Janucá sea una festividad realmente profunda.

Sus ocho días (ocho es el número que en los textos judíos se asocia con aquello que está más allá de la naturaleza perceptible) están marcados por el encendido de velas y la costumbre de dar regalos a los niños. Sin embargo, el mayor regalo de la festividad es una lección vital para toda la humanidad.


Este artículo apareció originalmente en el New York Times.

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