Los milagros, lo humano y lo divino

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Al igual que en los días de Januca, en nuestros tiempos también presenciamos milagros.

Los judíos claramente creen en milagros. Incluso tenemos festividades que los conmemoran.

Januca es una de ellas. La otra es Purim. En ambas recitamos una plegaria llamada Al Hanisim, en la cual le agradecemos a Dios por habernos dado el privilegio de atestiguar los respectivos milagros que ocurrieron. En ambos recitamos esta plegaria especial para agradecerle a “nuestro Dios, quien hizo milagros para nuestros antepasados en aquellos días, en esta época”.

Obviamente los milagros no son algo que debamos tomar por sentado. Una respuesta religiosa requiere de una expresión verbal. Pero de todas formas hay algo muy extraño sobre el hecho de que es sólo en las relativamente tardías y no bíblicas fiestas de Januca y Purim que nos enfocamos en los milagros.

Pesaj también debería merecer que recitemos Al Hanisim. La historia del Éxodo estuvo llena de milagros. Las diez plagas, la partición del mar para los israelitas, el subsecuente ahogamiento de los egipcios en lo que pocos segundos antes era tierra seca; todos estos fueron destacables eventos que claramente atestiguaban sobre una intervención divina. Pero la formulación litúrgica que se refiere a milagros no aparece en esta festividad. No recitamos la bendición que se enfoca en milagros.

Lo mismo es cierto respecto a Shavuot, cuando los Hijos de Israel se pararon bajo el monte Sinaí, el cual estaba suspendido sobre sus cabezas, y no sólo escucharon sino que también vieron las palabras de Dios mientras recibían los Diez Mandamientos. Esta festividad tampoco tiene Al Hanisim. Y tampoco Sucot, la cual conmemora la supervivencia de los judíos durante los 40 años que deambularon por el desierto, en los cuales se alimentaron sólo de la milagrosa comida y agua que les proveían las Nubes de Gloria.

¿Por qué recordamos los milagros de Januca y Purim de una forma distinta que los milagros bíblicos?

La respuesta se basa en la destacable distinción que hace el judaísmo entre dos tipos de milagros. El mundo en general reconoce los milagros sobrenaturales realizados por Dios; los judíos también reconocen los milagros que resultan de los esfuerzos sobrehumanos de la humanidad. Dios no es el único capaz de lograr cosas inimaginables, logros que sólo podrían ser descritos con la palabra ‘milagro’. Las creaciones de Dios también se pueden elevar a inconmensurables alturas y alcanzar la grandeza, la perfección moral, la realización espiritual; y cuando lo hacen, ese es un milagro que incluso supera en cierto sentido a los milagros de fuente divina.

En cierto sentido, cuando Dios hace algo para pasar por alto las leyes de la naturaleza, no le es difícil hacerlo. Dios puede hacer lo que sea. En la historia de Pesaj, a pesar de que las aguas del Nilo eran puras y potables, Dios las transformó con facilidad en sangre y las hizo imbebibles. La primera plaga, junto con las otras que le siguieron, no fueron grandes desafíos para Dios. Tal como Dios separa con normalidad el mar de la tierra seca, asimismo puede alterar su curso sin ningún esfuerzo, y eso es precisamente lo que hizo para los israelitas y para los egipcios en el Mar Rojo. Las obras de Dios pueden ser entendidas simplemente como manifestaciones de Su poder. Lo que hizo Dios puede parecer milagroso ante nuestros ojos, pero para Él, fue fácil de realizar. Son los milagros del hombre, sin embargo, los que merecen nuestro asombro y respeto.

Y estos —los milagros de los seres humanos— son la razón del énfasis en los milagros de las festividades de Januca y Purim. Estas se refieren a momentos históricos en los cuales el pueblo enfrentó el desafío de vivir a la altura de su potencial, de alcanzar alturas espirituales que trascendieran lo esperado, en los cuales hubo seres humanos que crearon verdaderos milagros porque utilizaron sus regalos divinos de coraje, fe y sabiduría.

Nuestro rol en la tierra no es simplemente rezar por un milagro, sino ser un milagro.

El libro de la biblia que nos relata la historia de Purim es único en el sentido de que el nombre de Dios no aparece ni siquiera una vez. Dios se mantiene escondido. Fueron Ester —en honor a quien fue nombrado el libro— y su tío Mordejai quienes jugaron el papel principal. Ellos entendieron que nuestro rol en la Tierra no es simplemente rezar por un milagro, sino ser un milagro. Al enfrentarse al primer peligro registrado en la historia de un posible genocidio —que era lo que Hamán amenazaba con hacer—, reaccionaron con heroísmo. Y los héroes son milagros. Prueban que tenemos la habilidad de imitar a Dios para lograr verdaderos milagros.

Januca también es una historia de logros humanos. Fueron los macabeos —una pequeña familia que tenía profundos ideales espirituales— quienes se levantaron para pelear en contra de todo un imperio. Fueron los pocos en contra de los muchos, pero también fueron los puros en contra de los impuros. La lógica no les habría dado a las jasmoneos ni la más mínima posibilidad de salir victoriosos. Sólo la fe —fe en su potencial como sirvientes de Dios para lograr lo imposible—, fue lo que posibilitó que se convirtieran en agentes divinos de un milagro altamente improbable.

Es muy aleccionador el hecho que la palabra hebrea para ‘milagro’, nes, es la raíz de la palabra nisaión, que significa ‘prueba’. Es la misma palabra que aparece en la Torá cuando ésta nos informa que Dios puso a prueba a Abraham. Los milagros no son nada menos que pruebas para sacar a relucir nuestro potencial divino. Es cuando los humanos atraviesan los desafíos divinos con honor y distinción que podemos atestiguar lo que es digno de ser llamado un verdadero milagro.

Milagros hoy en día

Pregúntenme si creo en este tipo de milagros hoy en día y les mostraré muchos ejemplos sin vacilar.

La gente de Israel —los macabeos modernos—, quienes soportaron en el verano la lluvia de misiles de Hamás y el creciente terrorismo de los últimos meses y pese a todo mantuvieron su fe y compromiso con la Tierra Santa: ellos son un milagro.

Los jóvenes que sirven en el ejército israelí, tanto los nativos de Israel como los voluntarios de todas partes del mundo que están dispuestos a arriesgar sus vidas para proteger su tierra y pueblo: ellos son un milagro.

Los estudiosos de la Torá que volvieron diligentemente a sus estudios al día siguiente en la sinagoga en la que santos rabinos fueron brutalmente asesinados por terroristas: ellos son un milagro.

Los judíos, quienes ante un resurgimiento del antisemitismo sin paralelos desde el Holocausto, le han hecho frente a un mundo lleno de distorsiones de la prensa, de hipocresía en la ONU y de un desvergonzado odio por los judíos en países que se enorgullecen de sus valores liberales y democráticos: ellos son un milagro.

Este Januca expresamos nuestra gratitud por esos milagros que fueron iniciados por el hombre. Merecen nuestra admiración porque nos recuerdan el mayor milagro de todos, el milagro de que, como dice el Rey David, “Tú hiciste al hombre un poco más bajo que los ángeles y lo coronaste con gloria y honor” (Salmos 8:5).

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