La oportunidad de Janucá: Un análisis en profundidad de la fiesta de las luces

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La batalla de Janucá, en términos del enfrentamiento entre los valores griegos y judíos, es tan relevante hoy como lo fue hace 2.000 años atrás.

La primera pregunta sobre Janucá es: ¿Qué fue lo que ocurrió?

La versión breve de la historia es que los griegos junto con los judíos asimilados y helenizados trataron de destruir al judaísmo imponiendo los valores griegos al resto de los judíos. Un pequeño grupo de judíos (los macabeos) vencieron en la batalla y lograron mantener los valores judíos tradicionales.

¿Qué tiene que ver esto con nosotros?

Debido a la naturaleza cíclica del tiempo, sabemos que la misma dinámica ocurre cada año en esta época. El mundo occidental sigue constituyendo un desafío para el judaísmo a través de los valores occidentales que cada judío confronta a lo largo del año, pero en particular durante esta época. Además, lamentablemente sigue siendo sólo un grupo pequeño de judíos los que intentan luchar para mantener nuestros valores judíos tradicionales.

Por lo tanto, nuestros objetivos respecto a Janucá son entender:

¿Cuáles son exactamente esos valores griegos/occidentales que son tan destructivos?

¿En qué se diferencian de los valores tradicionales de la Torá?

¿Cómo nos ayuda Janucá a luchar contra ellos?

La parashá Lej Lejá

La parashá Lej lejá toca algunos de estos temas. El primer versículo (Bereshit 12:1) menciona tres cosas que le ordenaron a Abram que debía abandonar:

“Y Dios le dijo a Abram: ‘Vete por ti de tu tierra, de tu lugar de nacimiento, y de la casa de tu padre, a la tierra que Yo te mostraré”

Estas tres cosas, la tierra, el lugar de nacimiento (es decir la región dentro del país en la que vive) y la casa de su padre (la casa misma en la que vive), parecieran no estar en orden. Cuando uno deja su país, necesariamente tiene que salir de su lugar de nacimiento; y cuando uno deja su lugar de nacimiento, necesariamente deja la casa de su padre. Basado en el orden del mandamiento que recibió Abram para partir, entendemos que lej lejá (que significa “vete por ti”) no fue una travesía física, sino también un viaje espiritual. De esta forma, se puede entender el orden del mandamiento (como explicaremos a continuación). Esto puede explicar por qué el final del versículo (“a la tierra que Yo te mostraré”) no especifica el destino de esta travesía. La naturaleza de cada travesía espiritual es que nunca sabemos por anticipado y de forma definitiva cuál será nuestro destino.

¿En qué consistió la travesía espiritual de Abram? Las tres primeras cosas fueron dejar su tierra, su lugar de nacimiento y la casa de su padre.

La tierra” corresponde a la nacionalidad y el patriotismo, nuestra primera identidad y lealtad.

Por supuesto que esto es completamente relevante para nosotros en la actualidad. Los judíos que nacen y crecen en Argentina, por ejemplo, ¿son primordialmente argentinos judíos o judíos argentinos?

El lugar de nacimiento” corresponde a la comunidad, la fuente de los valores sociales de la persona. En cada sociedad, necesitamos preguntarnos a nosotros mismos: ¿Cómo sabemos que nuestros valores son correctos?

La casa de tu padre” corresponde a nuestros valores más personales, así como nuestra identidad.

Sin embargo, después la Torá nos dice que Abram debió ceder a su conexión con muchas otras cosas:

La tierra de Israel (temporariamente, debido a la hambruna)

Su esposa Sará (también temporariamente, con el faraón)

Su sobrino Lot (de forma permanente)

Arriesgar su propia vida (en la Guerra con los Reyes)

Su conexión cercana con el resto de la humanidad (con el brit, la circuncisión)

El placer espiritual de la profecía (cuando se fue a atender a los tres visitantes)

Su esposa Sará por segunda vez (también temporariamente, pero esta vez con Avimélej)

Su segunda esposa (Hagar)

Su hijo mayor (Ishmael)

Su hijo más amado, su lógica y toda su misión en la vida (con el mandamiento de ofrendar a Itzjak en el altar)

¿Por qué Abram tenía que separarse de todas estas cosas obviamente valiosas? Para entenderlo, veamos una mishná en Pirkei Avot.

Valorar la belleza del mundo

Rabí Iaakov dice: Aquél que estudia mientras va por el camino e interrumpe su estudio para decir: “¡Qué bello ese árbol! ¡Qué bello ese campo sembrado!”, las Escrituras consideran que compromete su existencia. (Pirkei Avot 3:9)

Es muy difícil entender esta mishná. Imagina que esta persona desea disfrutar la belleza del árbol o del campo. Pero como es serio en su estudio, se asegura de continuar estudiando Torá cuando camina hacia esos lugares, y sólo se detiene cuando llega a ellos para valorar su belleza. Si incluso este comportamiento es criticado, y con dureza, entonces pareciera que no hay ninguna forma en que la persona pueda disfrutar las bellezas del mundo. ¿Acaso esta mishná nos está diciendo que Dios creó un mundo bello simplemente como una distracción o una tentación, quizás para poner a prueba nuestra dedicación al estudio de la Torá? Además, ¿tiene sentido que la persona a la que la mishná le reprocha hubiera hecho mejor si no estudiaba en absoluto mientras caminaba hacia el árbol o el campo, para no tener que “interrumpir el estudio” antes de admirarlos?

Sin embargo, si analizamos cuidadosamente la mishná, encontraremos la clave para entender correctamente su mensaje. ¿Cuál es el punto crítico que revela el verdadero significado de esta mishná?

Antes de que esta persona pronunciara las palabras: ““¡Qué bello ese árbol! ¡Qué bello ese campo sembrado!”, la Mishná nos dice que él interrumpió su estudio. ¿Qué significa esto? Para entenderlo, consideremos esta disertación sobre Janucá.

¿Sería exacto decir que comenzamos hablando de Janucá y luego interrumpimos nuestro estudio para hablar sobre la parashat Lej lejá? ¿Y que después de eso volvimos a interrumpir nuestro estudio para analizar una Mishná en Pirkei Avot? ¿Y a continuación otra vez interrumpimos nuestro estudio para retomar nuestra presentación sobre Janucá? ¡Por supuesto que no! Lo que realmente ocurrió fue que hablamos de Janucá y luego continuamos nuestro estudio hablando de la parashat Lej lejá. Después continuamos estudiando analizando una mishná en Pirkei Avot y luego continuamos estudiando al retomar lo que dijimos sobre Janucá. Durante todo el tiempo, nunca dejamos de estudiar, simplemente cambiamos lo que estudiábamos de un texto a otro.

Con esto en mente, regresemos a nuestra mishná y a la persona que desea disfrutar la belleza del árbol y del campo sembrado. La pregunta clave es por qué desea hacerlo. ¿Quería valorar la belleza del mundo que Dios creó o simplemente le interesaba entretenerse? Al decirnos que “interrumpió el estudio” antes de comentar sobre la belleza del árbol y del campo, queda claro que no estaba interesado en una experiencia de aprendizaje. El mensaje de la mishná es que es terrible que alguien trate la belleza del mundo que Dios creó como un mero entretenimiento.

Lo que es particularmente fascinante es la inferencia que podemos sacar de esta mishná: ¿cuál hubiera sido la situación de esta persona si no hubiera “interrumpido su estudio” antes de prestar atención a la belleza del árbol y del campo sembrado? El Rambam da una bella descripción de cómo se hubiera visto eso. En el segundo capítulo de Hiljot Iesodei HaTorá (Las leyes de las bases de la Torá) 2:2, él analiza cómo se puede llegar a amar y a temer a Dios.

Cuando uno contempla los actos de Dios, junto con Sus grandiosas e increíbles creaciones, y ve la sabiduría ilimitada de Dios en ellas, necesariamente ama, alaba, glorifica y tiene un enorme deseo de conocer el gran Nombre de Dios…

Cuando uno piensa [con mayor profundidad] sobre estas cosas, necesariamente se estremece de miedo. Entiende que es una criatura pequeña, oscura y baja, presentándose con su mente pequeña y endeble frente a Aquél que tiene un conocimiento completo…

Vemos un tremendo contraste entre las diferentes maneras que una persona puede apreciar la belleza del mundo. Como un mero estímulo y entretenimiento, uno se provoca un terrible daño espiritual a sí mismo. Sin embargo, si lo usamos como un vehículo para conectarnos con Dios, entonces será el catalizador para llevarnos a amar y a temer a Dios, dos de los objetivos más elevados del judaísmo. Todo depende si nos relacionamos con la belleza del mundo como un medio y no como un fin.

Si examinamos todavía más la mishná, veremos que este principio se aplica todavía con mayor amplitud. La persona que iba caminando e interrumpió su estudio no comentó sólo sobre la belleza de un árbol, sino que también apreció la belleza del campo sembrado. ¿Por qué la Mishná brinda dos casos que aparentemente ilustran el mismo punto? Si lo pensamos, entenderemos que en verdad los dos casos no son iguales, tienen una diferencia muy significativa. Un árbol es un ejemplo de una belleza natural hecha por Dios, mientras que un campo sembrado es una expresión de belleza hecha por el hombre. Al presentar ambos casos, la mishná nos dice que la importancia de conectarse con la realidad de Dios es importante incluso con la belleza creada por el hombre; por ejemplo con toda clase de artes.

Ahora apliquemos este punto a la dificultad que teníamos en la parashat Lej lejá, donde se le pidió a Abraham ceder a su conexión con tantas cosas valiosas.

Uno y Único

Monoteísmo (creencia en un único Dios) significa que hay una y sólo una realidad verdadera. Tan importante como son la tierra de Israel, la esposa de Abraham, sus parientes, su propia vida, etc., estos nunca pueden ser valores absolutos. El único valor absoluto es la realidad de Dios. Por lo tanto, todo en el mundo es valioso sólo en el grado que se define por la realidad de Dios y que es un medio para conectarse con esa realidad. El proceso de Abram (después Abraham) de separarse de todo lo que le era valioso demostró la centralidad de Dios en cada aspecto de su vida y el mundo.

El concepto esencial y el mensaje de Janucá

Si debemos relacionarnos con la belleza como un medio o como un fin es una de las áreas principales de conflicto entre la materialidad/superficialidad de los valores griegos y la espiritualidad/profundidad de los valores de la Torá. Mientras que tanto los griegos como los judíos apreciaban el mundo físico, este valor surgía de dos perspectivas diferentes. La pregunta era si lo físico era un fin en sí mismo, como creían los griegos, o si era un medio para un fin superior, como creían los judíos.

El milagro de la menorá

El Rav Hirsch, en su comentario sobre la Torá, parashat Terumá, explica que la menorá, el vehículo para el milagro de Janucá, expresa de forma muy bella esta perspectiva de Torá. Para valorar sus palabras, primero tenemos que entender los simbolismos de los números seis, siete y ocho:

a. Seis (como en los seis días de la creación) expresa la idea de lo físico exclusivamente en pos de lo físico, es decir como un fin en sí mismo.

b. Siete (como en Shabat, el séptimo día de la semana) expresa el concepto de lo físico en pos de aquello que está más allá de lo físico, es decir como un medio para conectarse con Dios y con el reino espiritual.

c. Ocho (como en la circuncisión, que idealmente se realiza al octavo día) expresa la noción del reino y la realidad espiritual, es decir, completamente por encima de lo físico.

Rav Hirsch escribió que la menorá tenía siete brazos acomodados en una configuración de seis más uno (Es decir, un brazo central, como el tronco de un árbol, con tres ramas que salían de cada lado). Las seis velas externas tenían la llama hacia el interior, hacia la séptima, que se dirigía hacia el kodesh hakodashim (el santo sanctorum) en el Templo. Esto expresaba el concepto judío del número siete: lo físico en pos de aquello que está más allá de lo físico.

Si bien el Rav Hirsch no dice esto, podemos sugerir que si los griegos hubiesen tenido una menorá, esta hubiera tenido sólo seis brazos y seis velas; expresando su filosofía de seis: lo físico exclusivamente por lo físico.

A través del milagro del aceite que duró (específicamente) ocho días, la menorá “resolvió la disputa” con los griegos de una forma simbólica muy bella. Una vez que este milagro nos demostró que lo metafísico era real, fue obvio que Dios y la espiritualidad deben ser el punto final de todos nuestros esfuerzos en el mundo físico.

Consagración y educación

Uno de los temas centrales de Janucá es cómo una comunidad puede mantener su identidad y sus valores mientras vive en medio de una sociedad más amplia. ¿Qué es lo que le permitirá no sólo sobrevivir sino florecer como una cultura diferente? La respuesta a ambos cuestionamientos queda aludida en el nombre de la festividad:

a. Janucá literalmente significa “consagración”. Como escuché del Rav Matis Weinberg, el concepto de consagración es cuando algo que tiene diversos usos posibles se separa para usarlo sólo para uno de esos propósitos. Este no es un concepto religioso. Uno puede consagrar una línea telefónica, por ejemplo, para ser usada exclusivamente por una máquina de fax o por una computadora. La consagración adecuada es la esencia de una vida judía. Comenzando con su travesía inicial de su tierra, su lugar de nacimiento y la casa de su padre, y continuando con las diversas separaciones que debió realizar luego, Abraham consagró a Dios absolutamente todo lo que tenía en su vida. La mishná en Pirkei Avot nos dice que también nosotros tenemos que imitar esto al dedicar todo el mundo físico y su belleza a Dios.

b. La palabra Janucá también se relaciona con el término jinuj (por lo general traducido como “educación”). Para que el judaísmo sobreviva, es crítico que haya un sistema educativo confiable que transmita los valores judíos de una generación a la siguiente. Una traducción más literal de jinuj es el proceso de “formarse y transformarse” a uno mismo. Dentro del contexto de Janucá esto puede significar comprometerse a convertirse en un macabeo, es decir a luchar por el pueblo y por los valores judíos.

Ocho días de Janucá

Una de las preguntas más frecuentes respecto a Janucá es por qué celebramos ocho días. Al fin de cuentas, cuando los judíos recapturaron el Templo encontraron una vasija de aceite puro que era suficiente para que durara la primera noche. Esto implicaría que el milagro de que el aceite continuara ardiendo duró sólo siete días. Una de las muchas respuestas a esta pregunta es que el milagro que celebramos en la primera noche de Janucá es el hecho mismo de haber encontrado el aceite puro. Esta vasija pura en medio de la profanación griega del Templo es simbólica del pintele id, la chispa judía que arde en lo más profundo de cada judío, sin importar cuán lejos se encuentre del judaísmo. Una vez que somos capaces de encender ese judaísmo dormido, continuará irradiando luz.

Janucá es el momento en que tenemos que recordarnos a nosotros mismos que si bien el mundo físico es insignificante como un fin en sí mismo, es increíblemente significativo como un medio para conectarnos con Dios y con el reino espiritual. La batalla de Janucá, en términos del enfrentamiento entre los valores griegos y judíos, es tan relevante hoy como lo fue hace 2.000 años atrás. Por cierto no es coincidencia que Janucá tenga lugar cada año exactamente cuando los valores físicos del mundo occidental nos rodean con mayor prominencia. Tal como el pueblo judío resultó victorioso tanto física como espiritualmente en el momento del milagro original de Janucá, esperemos que Dios nos ayude a continuar ganando en la actualidad las batallas espirituales para mantener la conexión con nuestra herencia y con los valores judíos, y a poder transmitirlos a las futuras generaciones.

 

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