Mi Faraón

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Durante los últimos siete años fui esclava de un desorden alimenticio.

La Hagadá nos cuenta que todo individuo tiene la obligación de verse a sí mismo como si él hubiese sido redimido de Egipto. Yo me puedo relacionar con eso. Durante los últimos siete años estuve esclavizada en mi lucha con un desorden alimenticio. Había tenido un malvado Faraón murmurando cosas negativas y destructivas en mis oídos. Mi Faraón me ha dicho que no soy lo suficientemente buena, que soy un fracaso, y ha dañado severamente mi sentido de identidad. Mi Faraón me ha hecho sentir que no merecía las necesidades básicas y las alegrías de la vida. Mi Faraón me ha privado de relaciones, sentimientos, y ha puesto mi salud en peligro.

Durante los últimos siete años, he sido esclava de un número en la balanza, de una imagen distorsionada en el espejo, y del dolor constante en mi corazón. He sido esclava de la depresión, atrapada en las ataduras del desprecio a mí misma y en las cadenas de la incertidumbre. He pasado los últimos siete años entrando y saliendo de hospitales, confundida y sola.

Siete celebraciones de Pesaj han llegado y se han ido, y yo conmemoré cada una como una esclava. Pero este año, no voy simplemente a conmemorar Pesaj, estaré reviviéndolo. Me estoy preparando para llegar a la redención que es intrínsecamente parte del mes judío de nisán. Estoy lista para que Dios me redima de mi Egipto personal, para que me envuelva en Su dulzura y en Su infinita bondad. Estoy lista para liberarme de lo que encierra, estoy lista para vivir.

Recuerdo cuando mis padres me arrastraban frenéticamente de un doctor a otro, desesperados por que alguien me “arreglara”, que me sacara del infierno en el que estaba atrapada. Me senté en la oficina de otro doctor a esperar el mismo discurso familiar sobre la importancia de la nutrición y de la salud, un discurso totalmente desconectado del dolor extremo en el que estaba. En cambio, me sorprendió. Entró a su oficina, se sentó y me miró directo a los ojos. “¿Has tenido suficiente ya?”, me preguntó. Y ya estaba. Me sentí confundida. ¿Qué significaba eso? ¡Por supuesto que ya había tenido suficiente! ¿Creía que esto era algo que yo había elegido con deliberación? ¿No entendía que sin importar lo mucho que intentara, sin importar cuántas lágrimas derramara, o cuánta fuerza tratara de reunir, era como empujar en contra de una inmensa pared de acero que no se movía?

Cuando me hacía pasar hambre hasta el punto del entorpecimiento, no sentía el dolor constante de nunca ser lo suficientemente buena.

Ahora lo veo con más claridad. Lo que yo no entendía entonces era que mientras que yo no estaba eligiendo conscientemente subyugarme al dolor extremo y al sufrimiento, de todas maneras, mi desorden estaba ayudándome de cierta forma. Sumergirme en un mundo en donde pensar sobre y obsesionarme con la comida era lo único que hacía, me daba la habilidad de bloquear todo lo demás. Cuando me hacía pasar hambre hasta el punto del entorpecimiento no sentía el dolor constante de nunca ser lo suficientemente buena, o la intensa desilusión cuando la gente importante de mi vida me defraudaba. Cuando estaba en el mundo del desorden alimenticio podía bloquear los sentimientos de culpa que llevaba conmigo, el sentimiento de ser malentendida, y la enorme sensación de soledad que sentía.

Aunque esconderme en mi desorden alimenticio me protegía de los sentimientos que no quería sentir, también bloqueaba los sentimientos buenos. Encerrada en la pequeña celda que había creado, periódicamente miraba hacia afuera y veía a mis amigas viviendo sus vidas. Veía a la gente riendo, conectándose con los demás, realmente viviendo. Un día me di cuenta que escondiéndome en la sombra y sentándome en la oscuridad también me estaba privando de la luz del sol. Y a pesar de que me llevó mucho tiempo verlo, me di cuenta que también en mi vida había luz solar para ser disfrutada.

Era una elección que tenía que hacer, y todavía es una elección que tengo que hacer cada mañana cuando me despierto y antes de cada comida que como. Me di cuenta de que, tristemente, es posible estar viva y al mismo tiempo no vivir. Por siete años estuve viva (a veces apenas), pero no estaba viviendo. Ahora me enfrento constantemente a la pregunta de si realmente quiero vivir, y esa elección es tan aterradora, porque elegir vivir significa elegir sentir también cosas dolorosas. Tengo que elegir constantemente entre no sentir nada y sentir todo.

Estoy llegando a aceptar que quizás no siempre sé exactamente quién soy, puede que no siempre ame lo que veo cuando miro el espejo, y la gente puede herirme. Lentamente me estoy dando cuenta de que en ocasiones sentiré miedo, y no seré perfecta en todo. No a todos les voy a gustar, y para alguna gente nunca seré “lo suficientemente buena”. Para alguien como yo, esas realidades son extremadamente difíciles de aceptar. Y algunos días es más fácil esconderme en mi celda que aceptarlas.

Para mí, elegir la vida significa aceptar las realidades de mi vida en lugar de esconderme de ellas. Cuando siento la calidez en mi alma después de conectarme con Dios, la aceptación incondicional y el amor que recibo de mi marido, una buena risotada con una amiga y la luz del sol en mi rostro, entonces, vale la pena.

Pregúntate a ti mismo: “¿Cuál es mi Egipto que me está frenando?”.

Cuando limpie para Pesaj este año, estaré limpiando mi alma del dolor que me ha esclavizado y que me ha distanciado de Dios. Cuando me siente en la mesa del Seder este año, miraré a la matzá, el pan de la esclavitud, y voy a tener sentimientos cuando la coma. Voy a sentir los años de dolor y sufrimiento que he soportado, las cadenas que me han atrapado. Cuando tome las cuatro copas de vino, cerraré mis ojos y sentiré los milagros de Dios, los regalos que me da, y la belleza de una vida en libertad.

Puede que hoy no vea pirámides siendo construidas en mi ciudad, pero veo mucha esclavitud. Veo a mis preciosos hermanos y hermanas esclavizados por la superficialidad de nuestro mundo. Veo a quienes son esclavos de su ira, de su dolor y de sus pasados. Veo a tantos que están llorando en silencio, buscando la redención desesperadamente. Y, tristemente, veo a aquellos que ni siquiera saben que son esclavos. Este Pesaj nos desafío a todos a preguntarnos “¿Cuál es mi Egipto?”. ¿Qué es lo que está evitando que yo alcance mi potencial, que sea feliz, y que me conecte con Dios?

Que todos podamos acceder al poder espiritual de Pesaj y experimentar la redención de nuestras esclavitudes personales, y la final también.

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