Celebrando Pésaj después de un año de COVID-19

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¿Cómo podemos celebrar cuando nuestras vidas siguen repletas de tanta tristeza? El primer Pésaj de nuestro pueblo provee la respuesta.

¿Cómo se supone que podemos celebrar Pésaj después de experimentar una pandemia global?

Todavía no superamos el trauma del Séder que experimentamos el año pasado. Las familias que esperaban que llegara la festividad que enfatiza más que nada la unión familiar, de repente se vieron forzadas a enfrentar la soledad de la cuarentena y la amargura de una mesa de Pésaj sin sus hijos y nietos. Esposo y esposa, padre y madre, estuvieron más preocupados con las preguntas que le formulamos a Dios en las Altas Fiestas (¿quién vivirá y quién morirá? ¿quién a una edad avanzada y quién por COVID-19?), que por las cuatro preguntas que normalmente formulan los niños.

Pasó un año y la historia de nuetsra aflicción contemporánea todavía no ha terminado. A algunas personas, las vacunas y la reducción del número de víctimas fatales, les permiten volver a una observancia más tradicional de la festividad. Pero para muchos, la cercanía de generaciones, los abrazos físicos con los seres queridos, sigue siendo sólo un sueño, considerando los requerimientos de distanciamiento social y el miedo al contagio.

¿Cómo podemos celebrar cuando nuestras vidas están llenas de tanta tristeza?

Creo que la respuesta ya fue dada en el primer Pésaj que celebró el pueblo judío al comienzo de la historia de nuestra nación.

Solemos olvidar que el primer Séder de Pésaj se observó antes de que los judíos salieran de Egipto. Las primeras matzot que se comieron fueron un recordatorio del pan de la aflicción, el único pan que los esclavos judíos tenían permitido comer hasta entonces, porque no contaban con el tiempo necesario para lograr que la matzá se convirtiera en pan. Como parte de la comida de redención, el primer Séder incluyó maror, hierbas amargas, para conmemorar los amargos años de sufrimiento y servidumbre que habían soportado hasta ese momento.

El Séder comenzó como una celebración de esperanza. El Séder expresó la fe del pueblo judío en que Dios transformaría la tragedia en redención, que la misma matzá que era una señal de su esclavitud se transformaría en un símbolo de la celeridad que marcaría su pronta liberación de Egipto.

No somos los únicos que tenemos que enfrentar el difícil desafío de celebrar luego de una tragedia comunitaria. Esa es la forma en que comenzó Pésaj. Fue una respuesta religiosa a más de dos siglos de dolor y sufrimiento. Nuestros ancestros estuvieron dispuestos a mostrar que los sobrevivientes de los horrores de Egipto fueron capaces de seguir adelante, salir de su pasado de sufrimiento y celebrar con sus familias un futuro de bendiciones anticipadas.

En cierto sentido el Séder de este año, después de una pandemia global, es uno de los más similares a la versión original. Los comentaristas preguntan por qué celebramos la festividad de la libertad con la mitzvá de comer hierbas amargas. Ellos responden que no podemos valorar por completo la libertad hasta que no recordamos la posibilidad alternativa. No podemos saber lo que es la alegría completa a menos que identifiquemos las razones responsables de la amargura de nuestras vidas.

Hay numerosos estudios que comenzaron a publicarse sobre las lecciones que aprendimos de la pandemia. Nunca antes la gente expresó con tanta convicción su entendimiento de la importancia de la familia. Una encuesta de Pew del verano pasado reveló que el 52% de los norteamericanos entre los 18 y 29 años ahora viven con sus padres, una cifra sin paralelos desde el comienzo del siglo XX. De febrero a julio del 2020, 2,6 millones de adultos jóvenes volvieron a vivir con sus padres o con uno de ellos. Es una cultura de cambio, asegura Karen Fingerman, directora del Centro de Longevidad de la Universidad de Texas. Lo que comenzó como una necesidad, terminó demostrando su valor a tal grado que muchos ahora creen que es un augurio de un dramático y poderoso cambio en la definición de las relaciones familiares: "Después de las cenas familiares, de que los abuelos cuiden a los nietos y en un sentido económico de algo sabio, se volverá aceptable que los miembros adultos de la familia vivan en la misma casa".

Las familias comenzaron a descubrir que la idea de mantenerse cerca, de elegir mantener los lazos familiares incluso al crecer, puede ser una bendición que no querremos descartar una vez que el COVID-19 desaparezca de la escena.

Los sabios enseñan que las maldiciones casi siempre traen bendiciones ocultas.

¿Qué nos enseñó la esclavitud de nuestros ancestros en Egipto? La Torá, en 36 lugares diferentes, deja claro que más allá de cualquier otra causa, nuestra experiencia en Egipto también tuvo la intención de ser un momento de aprendizaje.

"No oprimirán al extranjero, porque conocen el alma del extranjero ya que ustedes fueron extranjeros en la tierra de Egipto" (Éxodo 23:9). "Cuando un extranjero habite contigo en tu tierra, no lo vejarás. El extranjero que resida con ustedes será como un nativo y lo amarás como a ti mismo, ya que ustedes han sido forasteros en la tierra de Egipto" (Levítico 19:33-34). "Recordarás que fuiste esclavo en la tierra de Egipto… por eso Hashem tu Dios te ordenó cuidar el día de Shabat" (Deuteronomio 5:15).

Las tragedias de Egipto, que fueron la fuente de Pésaj, guardan la semilla de una experiencia de aprendizaje. Ellas traen un mensaje. Su amargura también tiene un propósito.

Y como sobrevivientes del COVID-19, también nosotros debemos afrontar la festividad con esa misma conciencia. Este año tenemos que celebrar Pésaj tal como lo hicieron nuestros ancestros aquél primer Pésaj, fusionando lo que podemos aprender de la amargura del año pasado, con la "matzá de la esperanza" para el futuro.

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