Mi Fantasía de Disfraces de Purim

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Este año mi familia se unirá a las filas de aquellos parangones de virtud, los modelos a imitar de la eficiencia creativa: Aquellos que celebran la festividad de manera temática.

Cada año alrededor de esta época, comienzo a mirar a mis hijos apreciativamente. Los evalúo, al igual que un empleado del censo: por género, altura, peso y color. Luego, armada solo con un lápiz, un bloc y los pensamientos de mi mente agitada, me siento sola en una habitación y pienso.

Estoy pensando, por supuesto, en los disfraces de Purim. Y como este año, finalmente, mi familia se unirá a las filas de aquellas organizadas familias, parangones de virtud, modelos a imitar de la eficiencia creativa: Aquellos que celebran la festividad de manera temática. Este año, decidí que mis hijos estarán vestidos al unísono, mis mishloaj manot harán juego con sus disfraces y todo el hermoso paquete estará coronado con una rima, explicando la relevancia de este tema y cómo encaja con la Shushan medieval y lo contemporáneo.

Luego, después de algunas horas de dibujar líneas, rayas y bosquejos en la habitación oscura, emerjo con mi bloc y mi lista de ideas. “Hey gente”, llamo alegremente a mis hijos a la cocina. Me miran sospechosamente. Ellos tienen calendarios y saben qué época del año es. “Bueno, escuchen”, digo yo, sin dejarme intimidar por sus entrecerrados ojos. “¡Tengo un par de ideas para los disfraces de Purim!”.

Luego limpio mi garganta y comienzo a leer. “Qué opinan, podemos ser indios o granjeros o ¡un equipo de basquetbol! ¡Animales de zoológico! ¡Diferentes tipos de champú! ¡Niños vestidos de niñas y niñas vestidas de niños! ¡Todas las diferentes bendiciones! ¡Las estaciones del año! ¡Pandas y canguros!”.

Hay silencio en la mesa. Me doy cuenta de que estoy gritando y mis niños se ven algo asustados. Tomo un profundo aliento y comienzo mi discurso de ventas otra vez. “¡Podemos ser abejas y flores! ¡Podemos regalar miel! ¡O podemos ser vegetales exóticos! ¡O artistas de circo!”.

No hay respuesta. “¿¡Qué hay de diferentes fuerzas armadas!? Yo propongo desesperadamente, mis ojos van de lado a lado. “¡O personajes del Tanaj! ¡Electrodomésticos! ¡Continentes del mundo! ¿Qué dicen ustedes? Yo ya estoy ronca y la lista esta por terminarse.

“Vamos niños”, yo imploro y me dirijo a mi esposo para obtener un poco de ánimo. Sus labios están pegados y él mueve su cabeza tristemente. Luego, silenciosamente pero con decisión, se da vuelta y comienza a lavar los platos. Yo comienzo a fruncir el ceño a su espalda. ¡Quédate conmigo! ¡Aguafiestas! Y veo que voy a tener que seguir sola.

“Vamos gente”, digo nuevamente, con debilidad.

“¡Yo quiero ser mariposa!”, dice la de tres años de edad.

Yo suspiro. “Pero tú fuiste mariposa el año pasado".

“Ya sé”, responde orgullosa, “y realmente me gustó mucho mucho”.

“Y yo quiero ser la reina Ester”, dice la de seis años.

"¿No te gustaría ser diferente? ¿No te gustaría ser un lavarropas?”, yo sonrío con locura.

“Pero hey”, digo yo, “todas las niñas se van a disfrazar de la reina Ester. ¿No te gustaría ser diferente? ¿No te gustaría ser un lavarropas?”, yo sonrío con locura.

Mi hija me mira desconcertada. “No, mami”, dice gentilmente, dándome su mano. “Las personas no son lavarropas. Las personas utilizan los lavarropas para lavar ropa. ¿Ves?”.

Mi hija de seis años me acaba de dar una lección. Yo asiento con tristeza.

“Y yo voy a ser un soldado”, dice mi hijo de once. Él está aburrido con esta conversación. Él la ha escuchado cada año desde que nació.

“¿Y qué hay de un mariscal de campo en vez?”, pregunto yo, pensando con nostalgia en las gigantescas hombreras que aún están cosidas en los atuendos que utilicé para mis Sheva Brajot.

“No, un soldado”, él responde. “Lo siento”.

“Está bien”, yo susurro, a pesar de que en realidad no lo está, y recuerdo con rencor todas las cosas que he hecho por ellos durante todos estos años. ¿Acaso ellos no pueden hacer esta pequeña cosa por mí?

Me dirijo hacia mi niño de 9 años de edad, él es dócil, flexible, relajado, servicial, dispuesto… en resumen, mi última esperanza. “¿Qué dices tú cariño?”, le pregunto. “¿Quieres ser un chino?”.

Y sus ojos son tan suaves y tan gentiles mientras me mira. Y su voz es tan gentil y dulce mientras me dice, “yo realmente quiero ser un ananá”.

¿Un ananá? ¿Quién quiere ser un ananá? Me pregunto. ¿Y cómo eso puede ser mejor que un caballero o un chino o una lavarropas o un mariscal de campo? Pero yo soy una adulta, y entonces, no digo todo lo que pienso. Yo sólo miro y me pongo a manufacturar los disfraces de soldado, mariposa, ananá, y reina.

Yo miro las brillantes caras de mis hijos, el orgullo que sienten, su alegre y reforzada identidad y sé que hice lo correcto.

Y en Purim, cuando las familias que celebran de manera temática vienen a mi puerta todos vestidos con sus disfraces de orangután, me da un poco de celos. Luego me alejo de la puerta y miro las brillantes caras de mis hijos, el orgullo que sienten, su alegre y reforzada identidad y sé que hice lo correcto. Porque revoloteando dentro de mi casa está la más delicada mariposa, la reina más hermosa, el ananá más dulce y el soldado más valiente.

Y además, ¿quien quiere un montón de orangutanes de todos modos?

Este artículo apareció originalmente en el sitio Shabat Shalom de la OU.

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