Purim y Hamán: La trampa de querer tenerlo todo

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Por debajo del odio intenso de Hamán a los judíos se encontraba oculta su búsqueda de estatus personal.

Hamán, el villano de la historia de Purim, vivió mil años después de la entrega de la Torá. Sin embargo, con una perspectiva intemporal, el Talmud (Julín 139b) pregunta: ¿En dónde encontramos el nombre de Hamán en la Torá?

Los Sabios citan Génesis 3:11, cuando Dios confronta a Adam en el Jardín del Edén y le pregunta: “¿Acaso comiste ‘de este’ (hamin) árbol prohibido?”.

Esto es más que un juego de palabras. Rav Shmuel Eidels (Maharshá, siglo XVI) explica que la profunda conexión entre Adam y Hamán es que a ambos les faltaba una sola cosa, y eso los llevó a quebrar el límite.

¿Cuál era “la cosa” que le faltaba a Adam?

Adam reinó libremente en el Jardín del Edén; todo el mundo había sido creado para él. Dios sólo designó un árbol fuera de sus límites: el Árbol del Conocimiento. De esta manera Dios trazó una línea que le decía a la humanidad con total claridad: Tú no eres Dios. Hay un solo Dios.

Adam se obsesionó con “esa cosa”. Por eso, cuando la serpiente le sugirió que comer del Árbol transformaría lo “humano” en “divino”, Adam desafió la orden de Dios y comió del árbol.

Viajemos en el tiempo hasta Hamán, el Primer Ministro de un imperio global de 127 naciones, quien se sentía un ser supremo. Todo el mundo se prosternaba ante Hamán.

Excepto una persona. Mordejai, el judío.

Hamán tenía poder, privilegios y prestigio. Sin embargo su ego requería constante validación.

Hamán tenía todo: poder, privilegios y prestigio. Sin embargo, al ver que Mordejai se negaba a inclinarse ante él, Hamán se enfureció. “Todo este poder no significa nada para mí, mientras vea a Mordejai el judío sentado en la puerta del rey” (Ester 5:13).

El ego de Hamán necesitaba una validación constante y no podía soportar ese rechazo. Atormentado, juró destruir al pueblo judío: a cada hombre, mujer y niño.

¿Cuál es la raíz de la cruel reacción de Hamán?

En definitiva, Dios es el único factor que impide el deseo de cada megalómano de dominar el mundo. Mordejai, como líder del pueblo judío (los representantes del monoteísmo), representaba “la única cosa” que sacaba de las casillas a Hamán.

Para acallar esta verdad, Hamán atacó obsesivamente a Mordejai y a los judíos. Construyó una horca de 24 metros de altura que se viera desde todos los rincones de Shushán. Más que simplemente colgar a Mordejai, esta era la máxima expresión de victoria sobre el ideal judío. Entonces todos reconocerían la superioridad indiscutible de Hamán. Eso era lo mínimo que podía aceptar su ego narcisista.

La trampa de buscar estatus

Los psicólogos nos dicen que cada persona tiene un “nivel realista” de importancia y estatus en el hogar, en el trabajo y en la comunidad. Elevar artificialmente ese estatus con ilusiones de grandeza es algo que no se puede mantener. Inevitablemente la realidad golpea, no somos capaces de vivir en ese nivel falso de importancia y nuestra autoestima se derrumba.

Como en el caso de Adam, el primer paso para la salud emocional es saber que todo ser humano es finito; sólo Dios es eterno. Mientras más cercana sea la relación con Dios, más realistas seremos sobre nuestros defectos y nuestra mortalidad. Moshé fue llamado “el más humilde” porque cuando estuvo frente a Dios supo cuál era su lugar. El Talmud equipara la arrogancia con la idolatría: ambos alejan la presencia de Dios.

El primer paso para la salud emocional es mantener la perspectiva de nuestra relación con Dios.

Cuando una persona sabe cuál es su lugar y es realista respecto a su rol en el esquema general, entonces su autoestima es realista, equilibrada y sana.

Quien coloca su “ser por encima de Dios” está condenado al fracaso. No es sorprendente que el megalómano de Hamán haya terminado colgado en la misma horca que él preparó para Mordejai.

El estatus: el valor actual

El espíritu de Amalek es inquietantemente relevante en la actualidad. El principal valor en la sociedad occidental es el estatus, y al asociarnos con diversas personas y cosas, nuestro estatus siempre se eleva o decae.

La búsqueda de estatus despierta una pregunta existencial: ¿es mejor verse bien o ser bueno? Enfrentamos esta pregunta cada vez que utilizamos los medios sociales. ¿Estamos compartiendo una descripción genuina de la realidad de nuestras vidas o publicamos esos ítems para ganar estatus? Es decir, ¿proyectamos una versión inflada y falsa para “vernos bien”?

Es un círculo vicioso. Para apuntalar constantemente nuestro ego inflado, buscamos adulación en la forma de “likes”, “retweets” y una corriente interminable de validación.

La búsqueda de estatus aleja a la persona del mundo.

El Talmud (Avot 4:21) afirma que “la búsqueda de estatus aleja a la persona del mundo”. Cuando la autoestima depende de la adulación de los demás, cuando está conectada con circunstancias externas que están fuera de nuestro control, estamos en pérdida.

La Rebetzin S. Feldbrand explica: cuando nos preocupa ser aceptados por los demás, nos juzgamos a nosotros mismos a partir de las opiniones de aquellos cuyo estado anímico, actitudes y valores cambian constantemente. Colocamos nuestra felicidad en las manos de personas que también están preocupadas por cómo las juzgan los demás.

Constantemente invertimos mucha energía para agradar a una persona, luego a otra. Tratamos de ser una persona a la mañana, otra durante el día y otra por la noche. A veces, bajo la presión de los demás, actuamos de forma opuesta a nuestro verdadero ser interno, y nos sentimos vacíos y degradados.

Inevitablemente, nunca podemos ganar este juego. Siempre habrá alguien que tenga un estatus más elevado. Mientras que los deseos físicos tienen un punto de saturación, el deseo de honor se basa en la falsedad y la ilusión. Ninguna cantidad llegará a ser satisfactoria. Cuando a alguien que busca el honor le falta la aprobación de una sola persona, se siente vacío.

Por eso, a pesar de todo el estatus y el poder, mientras Mordejai se negaba a prosternarse ante él, Hamán no estaba satisfecho. Eso fue lo que le dijo a Hamán su esposa, Zeresh (Ester 6:13): “Si esa es tu actitud, estás condenado al fracaso”. Nunca tendrás nada, porque cuando se trata del honor, el apetito es insaciable.

La misión judía en la actualidad

Cuando finalmente terminó la batalla, el pueblo judío emergió victorioso. Era un momento para la verdadera unidad judía, un dramático cambio de la descripción que utilizó Hamán para denunciar a los judíos como “una nación dispersa y dividida” (Ester 3:8). La división y el conflicto entre los judíos fue lo que alimentó la confianza de Hamán. Por eso, antes de su riesgosa visita sorpresiva al rey, Ester le dijo a Mordejai: “reúne a los judíos” (Ester 4:16). Es decir: sólo lograremos contrarrestar a Hamán si los judíos nos unimos.

La idea de un destino compartido queda formalizada en las tradiciones de Purim (Ester 9:22). Nos enviamos Mishloaj Manot, regalos de alimentos, para internalizar el mensaje: para prevalecer, debemos unirnos.

El principal camino para la unidad judía es el estudio de la Torá, que facilita que compartamos nuestro singular e inspirador mensaje con el mundo.

De hecho, ante la victoria judía frente a Hamán, la Meguilá dice que “los judíos tuvieron luz” (Ester 8:16). El Talmud (Meguilá 16b) explica que esto se refiere a la luz de la Torá, el faro que guía a cada generación judía.

Tras ser testigos de la degradación de Hamán, un loco genocida decidido a dominar el mundo, los judíos de Persia volvieron a aceptar la Torá. Ellos entendieron con una claridad renovada que la Torá es un baluarte contra el instinto corrupto de lograr “estatus a toda costa”.

El plan de Hamán se frustró porque Mordejai no estuvo dispuesto a abandonar su terca lealtad al mensaje monoteísta. En el proceso, él salvó a la humanidad del barbarismo. Los judíos creemos que tal como esto fue cierto y relevante entonces, lo sigue siendo en la actualidad.

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