¿Quién vivirá?

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Estoy acostada en mi cama pero no puedo dormir, estoy muy preocupada por la cirugía que me realizarán. ¿Perderé mi habilidad de hablar? ¿Me despertaré de la cirugía?

Nadie sabe que estoy asustada. Lo encubro muy bien, a pesar de que hay una fuerte preocupación dentro de mí. En la oficina del doctor, hago muchas preguntas específicas e inteligentes. Leo todos los resultados de los exámenes y busco segundas opiniones, lo que indica claramente que entiendo del tema. Mi confianza con la terminología médica hace parecer como si todo esto fuera simplemente rutina para mí. Incluso me han preguntado si fui a la escuela de medicina ya que puedo seguir las discusiones con mucha facilidad.

Pero nadie me ve cuando me despierto a las dos de la madrugada y ya no puedo volver a dormir. Cuando me imagino a mí misma en la sala de operaciones, sabiendo que, a pesar de que no lo voy a sentir en ese momento, me harán una incisión y seguramente dolerá cuando me despierte. Me digo a mí misma que el cirujano es simplemente el mensajero de Dios; todo está en Sus manos y no tengo nada que temer.

Es más fácil decirlo que hacerlo. Puede ser que yo se lo diga a otros en voz alta, e incluso a mí misma en mi cabeza, pero mi subconsciente no lo ha internalizado aún. Una de las posibles consecuencias de esta operación es el daño a las cuerdas vocales. ¿Qué pasa si no puedo decir más que susurros después de la cirugía? ¿Qué pasa si nunca más puedo leerles una historia a mis nietos?

Y mi miedo más grande de todos: ¿Y si no me despierto del todo? Por supuesto que no lo sabré, por lo que parece una tonta preocupación. Pero, ¿estoy preparada para decirle adiós a mis hijos?

Yo hago que todo suene muy técnico para ellos. No les cuento todos los detalles, solamente la información básica. Sí, les digo que la cirugía durará tres horas, y la recuperación dos; que tengo que pasar la noche en el hospital. Pero les aseguro que esto es muy común. Estaré de vuelta en el trabajo antes de que lo noten. No les digo que existe la posibilidad de perder el habla, no les digo que la recuperación puede tomar semanas. Tampoco les cuento sobre el otro pequeño bulto que encontraron y que yo ni siquiera estoy mencionando a estas alturas.

Yo sé que finalmente no controlo el plan maestro, pero de todas maneras estoy muy asustada.

Y no les cuento tampoco sobre el miedo. Siempre he sido yo la fuerte, la que mantiene la cabeza clara en las emergencias. La que maneja las tragedias familiares. Yo soy "la persona" a la que todos recurren, la que hace las listas, la que tiene todo planeado.

¿Quien se hará cargo de esto si las cosas salen mal? ¿Quien lidiará con mi crisis?

Yo sé que finalmente no controlo el plan maestro, que sólo puedo hacer mi parte, y el resto le corresponde a Él. Yo sé que debería encontrar consuelo en ello.

Pero igualmente estoy muy asustada.

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Un par de días antes de la cirugía

La batalla entre el miedo y la confianza en Dios es más fuerte cada día a medida que se acerca la cirugía. Un miembro de la familia me dice que planea venir a visitar a la ciudad el próximo mes. El próximo mes me parece tan lejano que ni siquiera puedo pensar en ello. Le digo que lo hablaremos después.

En un intento por mantener algo de normalidad, cocino por adelantado para los invitados de Shabat, hago las compras y trato de pensar en el menú de Rosh HaShaná. Esto me hace pensar en la genialidad de esta época del año: el hecho de que las decisiones que fueron tomadas en relación a mi cirugía fueron decretadas el año pasado. Yo me aferro a las palabras de mi doctora; ella dice que no ve ninguna razón para no ser optimista y sé que es una persona franca y directa.

Pero todavía sufro de insomnio.

La cirugía

El cirujano viene a verme justo antes de la operación. —¿Me dolerá cuando despierte? —le pregunto. Él me asegura con una sonrisa que no. Yo sé que esto no puede ser cierto ya que incluso una pequeña cortadura con papel duele por un día, y ambos sabemos que esto es bastante más sustancial. Pero yo sonrío con él, ambos sabemos que fingimos.

Post cirugía

Abro mis ojos en la sala de recuperación. Yo tenía razón sobre el dolor y la ronquera. No puedo decir más que unos susurros y el dolor al rededor de mi cuello es muy fuerte.

El cirujano se acerca a mi cama. —¡Estás curada! —dice él—. Encontramos lo que estábamos buscando y lo sacamos todo.

A pesar de su burla anterior sobre la cuestión del dolor, yo sé que esta vez está diciendo la verdad. La ronquera mejorará con el tiempo, y el dolor se disipará en las próximas semanas. Lo peor ya pasó.

Volví a casa y comencé lentamente a recuperar mis fuerzas y mi voz. Los primeros días no tuve otro foco que no fuera convencerme a mí misma y a los demás de que cada día estaba mejor. No estoy acostumbrada a consentirme a mí misma y me cuesta aceptar que aún no estoy lista para volver a la vida normal.

Pero a medida que el día progresa y puedo moverme con menos dolor, estoy más consciente del mundo exterior. Miro el calendario y me doy cuenta de que faltan sólo dos semanas para Rosh HaShaná. No puedo pretender que esta cirugía fue sólo un pequeño hito que pasó desapercibido sin dejar huella. El año pasado me paré en la sinagoga y recé por buena salud para mí, mi esposo, mis hijos y nietos. Al igual que los años anteriores, traté de imbuir mis palabras con significado y devoción. Para ser honesta, mi foco estaba más en los otros que en mí misma. Mi salud nunca había estado en duda, mientras que mi esposo había atravesado varios temas serios en el pasado.

Mis hijos y nietos están sanos y le suplico a Dios que los mantenga de esa manera. Yo nunca imaginé lo que se avecinaba en mi propio futuro.

Este Rosh HaShaná, trataré de recordar lo agradecida que estoy por haber atravesado este año.

Y aquí estoy casi un año después, preguntándome cuán diferentes habrían sido mis plegarias si hubiese sabido qué me esperaba este año. Cuando me pare en la sinagoga este Rosh HaShaná, rezaré de todas maneras por la salud de aquellos a quienes amo. Pero también trataré de recordar lo agradecida que estoy por haber atravesado este año. Yo sé que todo está en Sus manos. Sé que el resultado de mi cirugía podría haber sido diferente, si eso hubiese sido presupuestado.

Me da miedo pensar que a medida que pasen los meses y mis cicatrices sanen, olvidaré cuán cerca estuve de no llegar a este Rosh HaShaná con buena salud. Es fácil ser complaciente cuando las cosas fluyen fácilmente. Mi desafío será recordar las cicatrices a medida que avance el año, y conquistar mis miedos con la convicción de que si hago mi parte, Dios seguramente hará la Suya.

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