Rut y Orfa: El desafío de la vida

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El Libro de Rut nos enseña sobre el gran potencial del ser humano y sobre los catastróficos resultados de utilizarlo de manera incorrecta.

La conexión de Rut y Shavuot

En Shavuot conmemoramos la revelación en el Sinaí, cuando Dios descendió sobre el Monte Sinaí y proclamó frente a la nación, “Yo soy Hashem, vuestro Dios”. En la sinagoga leemos el Libro de Rut, el cual relata la conmovedora historia de Rut la Moabita, quien dejó todo atrás para seguir a su suegra Naomi a la Tierra Santa, donde terminó convirtiéndose al judaísmo y transformándose en la bisabuela del Rey David.

La relevancia que tiene el libro de Rut para Shavuot es suficientemente clara. Tal como nosotros aceptamos la Torá y la misión judía en el Monte Sinaí, asimismo Rut ingresó voluntariamente al pacto para volverse parte de aquella gloriosa misión.

Pero hay una fascinante trama secundaria en la historia que tuvo grandes implicaciones en la historia judía.

La historia de Orfa

El Libro de Rut comienza con el relato sobre la hambruna que hubo en Tierra Santa. Elimelej de Beitlejem deja el país para dirigirse a Moab, llevando con él a su esposa Naomi y a sus dos hijos. Elimelej muere en Moab y su esposa y sus hijos se quedan allí. A continuación sus hijos se casan con mujeres no judías: con las princesas moabitas Rut y Orfa. Los hijos también mueren y finalmente Naomi decide regresar a Israel, viuda, sin hijos y empobrecida.

Las nueras de Naomi, Rut y Orfa, la acompañan a lo largo del camino. Como se ve con claridad en el Talmud (Yevamot 47b), no lo hicieron como una mera cortesía, sino que ellas también querían entrar y residir en la tierra de Israel. A lo largo de sus años de matrimonio se apegaron al judaísmo. Querían convertirse por completo en judías, observar la fe y vivir en la tierra. Naomi intentó disuadirlas en tres ocasiones (versículos 1:8, 1:11 y 1:12; el Talmud deriva de aquí la cantidad de veces que debe ser disuadido un potencial converso). En dos ocasiones ellas se mantuvieron firmes; en la tercera, Orfa se debilitó y decidió regresar. Rut, sin embargo, se mantuvo fuerte. Continuó acompañando a su suegra rumbo hacia la Tierra Santa.

Naturalmente, el Libro de Rut continúa relatando la historia de Naomi y Rut: cómo regresaron empobrecidas a Beitlejem, cómo Rut atrajo la atención del ilustre pariente de Naomi, Boaz, y cómo ella le señaló de manera poco convencional que se casaran y preservaran el linaje de Elimelej.

Tan pronto como Orfa se apartó de la compañía de Naomi y Rut, se fue al extremo opuesto.

Orfa, por otro lado, desaparece de la historia y es olvidada. Luego de una breve aparición, sale del escenario y presumiblemente ya no vuelve a desempeñar ningún papel en ella. Había sido una de tantos “casi” a lo largo de la historia: gente que luchó por alcanzar la grandeza y la inmortalidad, pero que no resistieron y, en lugar de eso, se desvanecieron en el anonimato.

Pero nuestros sabios nos cuentan una fascinante secuela de la historia de Orfa: sus descendientes desempeñarían un importante papel en la historia judía… pero al otro lado de la calle.

Uno pensaría que Orfa no era un personaje tan malo. Era una seria candidata para la conversión, y se tomaba con seriedad la religión y la espiritualidad. Simplemente no alcanzó a llegar a una conversión total.

Pero el Talmud nos cuenta otra cosa. Tan pronto como Orfa se apartó de la compañía de Naomi y Rut, se fue al extremo opuesto. Naomi se refiere a ella como que “retornó a su gente y a sus dioses” (1:15). El Talmud (Sotá 42b) explica lo que ocurrió a continuación. Luego de dejar a Naomi, Orfa corrió hacia un batallón de 100 soldados y se sometió voluntariamente a todos ellos. De alguno de ellos quedó embarazada y dio a luz al gigante Goliat, con quien se enfrentaría posteriormente el joven David.

¿Cómo es posible que una mujer con tanto potencial para alcanzar la grandeza haya llegado a un extremo tan desenfrenado?

Aprovechando el potencial

Hay un poderoso mensaje en esto. Orfa tenía el potencial para alcanzar la grandeza. Casi se desprendió de su pasado y de su tierra natal para unirse a una nueva religión. Estaba dispuesta a entregarse por completo por sus creencias, por seguir a Naomi a cualquier costo. Claramente tenía las semillas de grandeza en su interior.

Pero no lo hizo. Se echó atrás. Y tomo ese mismo fervor y autosacrificio, y lo llevó al extremo opuesto.

En lugar de transformarse en un gigante espiritual, se transformó en la madre de gigantes físicos.

Lo que le ocurrió a Orfa es lo mismo que le ha ocurrido a muchas personas a lo largo de la historia. Si una persona tiene el potencial para alcanzar la grandeza (como todos nosotros) y no lo aprovecha, entonces puede tomar esa misma energía y utilizarla para el mal. Orfa casi alcanzó la grandeza. Pero no pudo aguantar. Y, frustrada con la religión, tomó los mismos poderosos impulsos de lograr cosas y los dirigió hacia el plano físico. En lugar de transformarse en un gigante espiritual, se transformó en la madre de gigantes físicos. El libro de Shmuel II 21 describe cómo eventualmente dio a luz a cuatro gigantes, todos los cuales fueron posteriormente asesinados por el Rey David y sus hombres.

La némesis de Orfa era Rut, quien aguantó y quién sí transformó su potencial en una vida de grandeza. Rut se transformó en madre dentro del pueblo de Israel, bisabuela del gigante espiritual David. Y Goliat cayó ante David en batalla, en lo que era en esencia una batalla entre dos formas de ver el mundo, una batalla entre lo físico y lo espiritual. Como dice el Talmud (Sotá 42b): “El Santo, bendito sea, dijo: ‘Que los hijos de la besada (de Orfa, a quien Naomi besó como despedida) caigan en manos de los hijos de quien se aferró”.

La historia de Rut y Orfa es por lo tanto una historia sobre el tremendo potencial de la humanidad, y de lo mucho que está en juego dependiendo de cómo se utilice dicho potencial.

Esto también nos enseña una importante lección sobre la revelación en Sinaí, la cual celebramos en Shavuot. Los seres humanos tenemos un tremendo potencial para alcanzar la grandeza. Tenemos un impulso natural de transformarnos en personas importantes, de alcanzar la inmortalidad. Dios le dio la Torá a Israel para permitirnos dirigir dichos impulsos. Los mandamientos de la Torá no son simplemente actos que debemos realizar, o formas de ganarnos nuestra recompensa celestial, son medios para desarrollarnos a nosotros mismos, para dirigir nuestro impulso de lograr cosas hacia la espiritualidad y el perfeccionamiento del mundo.

En Sinaí nos encontramos cara a cara con Dios, un Dios al que anhelábamos acercarnos. Y se nos ordenó apegarnos a Él, tratar de cerrar la brecha que hay entre el mundo físico y lo divino. El encuentro del Sinaí despertó en nosotros un enorme impulso por alcanzar espiritualidad e inmortalidad. Y desde entonces, los judíos no han sido capaces de quedarse sin hacer nada. Tenemos un impulso por lograr cosas, por sentirnos realizados, y por volvernos semejantes a Dios y eternos.

Y con estas nobles metas frente nuestro, hay mucho que está en juego en la vida. Dios nos dio la Torá para que dirijamos nuestras energías hacia la divinidad y a lograr cosas significativas. Debemos tomar nuestros sentimientos y emociones más fuertes, y dirigirlos hacia Dios. Y si lo hacemos de forma apropiada, no habrá límite para lo que podemos lograr y para cuán significativa se volverá nuestra relación con Dios. Pero si no lo hacemos, sentiremos un impulso por cualquier otra causa imaginable: comunismo, anarquismo, liberalismo, capitalismo, lo-que-quieras-ismo. Luego de haber visto a Dios en el Monte Sinaí, nunca más podremos quedarnos sin hacer nada y mantenernos sin cambiar. Nos volvimos vivos, poseídos, y con un impulso por marcar una diferencia. Y la Torá nos enseñó cómo canalizar ese impulso.


Parte de las ideas escritas anteriormente se encuentran basadas en pensamientos de Rav Mattis Weinberg.

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