Nadie quiere a los judíos: La travesía del St. Louis

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El barco zarpó con más de 900 refugiados judíos y fue rechazado por Cuba, por la República Dominicana y por los Estados Unidos.

Durante la Primera Guerra Mundial, Max Loewe fue un héroe que luchó por su país, Alemania, y ganó la codiciada Cruz de Hierro. Veinte años más tarde, como el resto de los judíos en toda Alemania, se encontró en un país muy diferente. Bajo el nazismo, se les prohibió a los judíos ejercer casi todas las profesiones e incluso pisar muchos espacios públicos.

Max fue liberado de Buchenwald y él y su esposa trataron con desesperación salir de Alemania. En 1939, sólo podían partir los judíos adinerados porque tenían que pagar una gran suma para salir del país, y también eran altos los pagos que debían hacer a los otros países que estaban dispuestos a ofrecerles visas de ingreso.

Muchos judíos deseaban irse a los Estados Unidos, pero el Acta de Inmigración de 1924 fijó límites firmes al número de inmigrantes que podían ser admitidos anualmente. En 1939, el número para los inmigrantes alemanes era 27.370 y el cupo se llenó casi de inmediato. El sentimiento público en los Estados Unidos era firme en contra de permitir que llegaran refugiados judíos. Una encuesta de Gallup de noviembre de 1938, dos semanas después de la Noche de los Cristales, le preguntó a los norteamericanos: “¿Debemos permitir que vengan a vivir a los Estados Unidos un número mayor de exiliados judíos de Alemania?”. El 72% de los encuestados respondió que no.

También otros países se negaron a aceptar grandes cifras de refugiados. En Gran Bretaña, el famoso Libro Blanco de 1939 limitó la inmigración judía a Palestina a sólo 75.000 personas en cinco años. Una a una, las naciones del mundo cerraron sus puertas a los judíos.

Una excepción fue Cuba. La isla permitió la entrada de turistas sin una visa. Sin embargo, el corrupto director de inmigración de Cuba, Manuel Benitez, comenzó a emitir a los visitantes “permisos de entrada” que se veían como visas. Para él era una forma de ganar dinero que permitió que cientos de judíos desesperados pensaran que Cuba les permitiría escapar de los horrores de la Alemania nazi. Max Loewe fue uno de los muchos judíos que obtuvo una de estas “visas de Benitez”·.

A cientos de judíos les permitieron salir de Alemania con la condición de que se comprometieran a no regresar nunca. Ellos aceptaron términos draconianos: si alguna vez regresaban a la Alemania nazi volverían a ser enviados a un campo de concentración.

Más de 900 judíos, entre ellos Loewe y su esposa, compraron un pasaje para el crucero MS St. Louis, que partió de Hamburgo, Alemania, con destino a La Habana. El barco era un crucero de lujo, pero virtualmente ninguno de sus pasajeros estaba de vacaciones. Prácticamente todos los 937 pasajeros a bordo eran refugiados judíos. El 13 de mayo de 1939 el barco zarpó con gran fanfarria. Hubo una banda de música y los parientes los saludaban desde la costa. Los pasajeros observaron cómo su patria se convertía en un pequeño punto en el horizonte.

Antes de zarpar, el capitán Gustav Schroder convocó una reunión de los 231 miembros de la tripulación y les explicó que todos los pasajeros habían pagado sus pasajes y debían ser tratados con la mayor dignidad a pesar de que eran judíos. Él ordenó que sacaran un enorme retrato de Adolf Hitler del Gran Salón del barco para que los huéspedes judíos se sintieran más cómodos.

Esa noche, el Capitán Schroder escribió en su diario: “Hay cierto nerviosismo entre los pasajeros… A pesar de eso, todos parecen estar convencidos de que nunca a volverán a ver Alemania. Hubo emotivas escenas de despedida. Muchos parecían sentirse aliviados de dejar sus hogares. Para otros era difícil. Pero un buen clima, el aire puro del mar, buena comida y un buen servicio pronto proveerán la usual atmósfera despreocupada de los largos viajes marítimos. Las impresiones dolorosas de la tierra desaparecen rápidamente en el mar y parecen meros sueños”.

Durante dos semanas los pasajeros disfrutaron la sensación de libertad que durante tanto tiempo les había faltado en Alemania. Alice Oster, que tenía veinte años durante el viaje, recordó la emoción de escuchar a una orquesta interpretar a Strauss, algo que estaba prohibido a los judíos en Alemania.

En el barco no sabían que las “visas de Benitez” que tenían prácticamente todos los pasajeros del St Louis, no tenían ningún valor.

Sin que los pasajeros judíos lo supieran, en Cuba comenzaron a incrementarse sentimientos antijudíos y en contra de los inmigrantes. Las autoridades estaban bajo intensa presión para dejar de permitir que los refugiados judíos se instalaran en la isla. En una manifestación antijudía en mayo participaron 40.000 cubanos, la mayor convocatoria que hubo alguna vez en Cuba. El 5 de mayo, ocho días antes de que el St. Louis partiera, el presidente de cuba Federico Laredo Bru dejó de aceptar los derechos de ingreso de Benitez. En el barco no sabían que las “visas de Benitez” que tenían prácticamente todos los pasajeros del St Louis, no tenían ningún valor.

En las primeras horas de la mañana del 27 de mayo de 1939, sonó la sirena del St. Louis anunciando a los pasajeros que habían llegado a Cuba. Al principio a nadie le preocupó el hecho de que en vez de acercarse a un muelle el barco anclara en medio del puerto. Sin embargo, por la tarde los oficiales de policía cubanos comenzaron a montar guardia en los muelles del puerto y los pasajeros comprendieron que había un gran problema.

Más tarde, los oficiales cubanos subieron al barco y marcaron los pasaportes de los refugiados con una gran “R” de retorno. Los pasajeros entraron en pánico. Muchos tenían parientes viviendo en Cuba y ellos preocupados fletaron barcos para acercarse al St. Louis y poder gritar mensajes a los pasajeros atrapados a bordo. A cuatro ciudadanos españoles y dos cubanos les permitieron bajar, así como a 22 judíos que tenían visas cubanas que les permitían asentarse permanentemente en la isla. Pero para los otros 900 judíos no tenían los documentos necesarios, Cuba pareció un sueño lejano.

Liesl Joseph Loeb, que era un niño cuando viajó en el St. Louis, posteriormente recordó la desesperación de los pasajeros: “En ese momento estábamos en el puerto de La Habana y las cosas no se movían. Hubo algunos intentos de suicidio y pánico a bordo porque… muchos de los hombres tuvieron que firmar que nunca regresarían a Alemania y si regresaban el único lugar en donde terminarían era en un campo de concentración, porque no tenían más hogares. No nos quedaba dinero ni teníamos nada… Al mundo simplemente no le importaba”.

Uno de los pasajeros que contempló la idea del suicidio antes que regresar a Alemania fue Max Loewe. En la noche del 30 de mayo de 1939, cuando el St. Louis seguía anclado en el puerto de La Habana, Loewe se cortó las muñecas y saltó por la borda. Milagrosamente, otro pasajero que saltó detrás de él lo sacó del agua y lo llevaron al Hospital Calixto García en La Habana. Él fue el único judío sin visa que entró a tierra cubana.

Un grupo de pasajeros formó un comité para negociar con las autoridades cubanas y un representante del Comité del Joint de Estados Unidos viajó a La Habana para ofrecer al presidente Bru fondos si aceptaba a los refugiados. Por un momento pareció que Bru iba a aceptar el dinero a cambio de los judíos. El Joint le ofreció 125.000 dólares si aceptaba a los judíos. El presidente Bru insistió que quería cuatro veces esa suma, pero luego quebró abruptamente las negociaciones declarando que no permitiría que los refugiados bajaran del barco.

El capitán Schroder no quiso rendirse. En vez de dirigir el barco de regreso a Alemania, fue hacia el norte, a Florida. Él ancló en la costa de Miami, esperando que continuaran las negociaciones y que los Estados Unidos aceptaran a sus pasajeros.

Los pasajeros del St. Louis entraron en acción. Los niños del barco enviaron pilas de cartas a la Primera Dama Eleanor Roosevelt suplicándole que los aceptaran. Los pasajeros adultos enviaron un telegrama al presidente Roosevelt que decía: “Urgente repetición del pedido de ayuda para los pasajeros del St. Louis. Sr. Presidente ayude a los novecientos pasajeros entre ellos más de cuatrocientos mujeres y niños”.

Los periódicos norteamericanos cubrieron extensamente la situación del St. Louis. Muchos señalaron que el barco se estaba quedando sin agua y sin comida. Las estrellas de Hollywood enviaron telegramas al presidente Roosevelt urgiéndolo a aceptar a los refugiados, pero nada ayudó. La única respuesta oficial del gobierno de los Estados Unidos fue enviar barcos y aeroplanos de la Guardia Costera para seguir al St. Louis y asegurar que no llegara a tierra.

El capitán Schroder continuó tratando de encontrar islas locales en las que pudiera detenerse, pero su búsqueda resultó infructuosa. Por un momento pareció que le permitirían al St. Louis desembarcar en la República Dominicana o en una isla frente a la costa de Cuba. Pero nunca le dieron permiso y finalmente el 7 de junio comenzó el lento y prolongado viaje de regreso a Alemania.

El comité del Joint siguió trabajando febrilmente para evitar que los pasajeros regresaran a Alemania. El 13 de junio, cuando el St. Louis todavía estaba en el mar, anunciaron un acuerdo. El comité prometió 500.000 dólares a cuatro países y a cambio los gobiernos de Gran Bretaña, Francia, Holanda y Bélgica aceptaron recibir a los pasajeros. El barco casi había llegado nuevamente a Europa y los pasajeros sintieron que tuvieron una repentina salvación de una muerte casi certera. En vez de regresar a la Alemania nazi, seguramente ahora podrían construir una nueva vida. El 17 de julio, el St. Louis ancló en Amberes y desde allí los pasajeros fueron enviados a sus nuevos hogares.

Inglaterra aceptó recibir a 287 refugiados. Entre ellos estaba Max Loewe. Una vez que se recuperó lo suficiente como para viajar, lo obligaron a partir de Cuba y viajar a Inglaterra. Francia recibió a 224 pasajeros, Bélgica 214 y Holanda 181. Los refugiados no podían saber que muy pronto la mayoría de esos países formarían parte del Tercer Reich y sus comunidades judías serían destruidas.

Los pasajeros del St. Louis no eran los típicos judíos europeos y la tasa de supervivencia fue superior que la de muchos de sus compatriotas. Muchos tenían parientes en el exterior y algunos lograron obtener visas para otros países. De los pasajeros originales, 87 lograron emigrar fuera de Europa antes de que Alemania se apoderara de la mayoría del continente en 1940. Prácticamente todos los pasajeros que llegaron a Gran Bretaña sobrevivieron la guerra y recibieron ayuda económica del Comité del Joint para que no fueran una carga para el estado. Sin embargo, los pasajeros que fueron obligados a vivir en Francia, Holanda y Bélgica sufrieron toda la furia de la máquina asesina nazi. De los pasajeros del St. Louis, 274 fueron asesinados en el Holocausto, la mayoría en Auschwitz y Sobibor.

Mi abuelo vivía en Viena y sólo pudo escapar de la Europa nazi después de 1940. Él estaba en Alemania en julio de 1939, cuando el St Louis fue obligado a regresar a Europa y siempre me contaba que ese fue el peor día de su vida. Él escuchó a Hitler en la radio, despotricando que no era sólo él, no sólo los nazis odiaban a los judíos. Mi abuelo recordaba a Hitler gritando: “Lo ven, todo el mundo odia a los judíos”.

Al saber que el St. Louis con sus 900 judíos fueron rechazados no sólo por Cuba y por la República Dominicana, sino también por los Estados Unidos, mi abuelo, por primera vez, sintió que de hecho todo el mundo estaba en contra de los judíos de Europa.

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