Crónicas de Aliá: Nuestros Primeros Seis Meses

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Hemos recorrido un largo camino.

Mientras revisaba la cabeza de mi hija para ver si tenía piojos bajo la luz fluorescente del baño, con sus gritos repercutiendo en los azulejos y haciendo eco por la casa, murmuré:

No creo que vaya a lograrlo en Israel.

Tenía muchas tareas que terminar antes de ir a dormir. Revisar cada hebra de pelo, peleando con mi hija de cinco años, me sacaba de quicio.

Recuerdo haber insertado el peine para piojos en el cuero cabelludo de mi hija pensando melancólicamente en mis amigas en Nueva Jersey, hablando inglés sin tener que buscar una de cada dos palabras en el diccionario, dando a luz en inglés y llevando a cabo la rutina de acostarse sin tener que estar buscando liendres.

Una amiga me dijo el otro día que una nueva familia llegaría esa tarde de Aliá. Me acordé de la excitación y las expectativas que sentimos cuando nuestro vuelo tocó la pista de aterrizaje en el aeropuerto Ben Gurión hace seis meses. Cómo nos bajamos del avión y entramos a una vida completamente nueva. Recuerdo el cansancio y el calor de Israel, nuestro pequeño departamento con colchones en el piso de la cocina, el jet lag causado por el viaje y el sentimiento de estar completamente perdida.

Y con una lágrima en mi ojo, reconocí cuán lejos habíamos llegado en seis meses.

Desde que llegamos a nuestro Ishuv (asentamiento) hace seis meses, en tres taxis con 17 maletas, 6 bolsos de mano y 3 sillas de auto para bebé, agotados y acalorados, hemos logrado mucho. Nos hemos mudado dos veces, desempacamos nuestra carga de 125 cajas, fuimos a comprar muebles en una idioma extraño, abrimos una cuenta de banco, obtuvimos seguro médico, compramos un auto usado, arreglamos el auto usado, dimos a luz a un nuevo bebé (nuestro primer sabra), vivimos una guerra y experimentamos el primer viaje de negocios de mi marido de vuelta a Estado Unidos.

Sin mencionar que observamos a los niños acomodarse en nuevas escuelas, hacer amigos y aprender hebreo.

Ahora puedo llamar a la compañía de gas para conectar mi asador a la cañería de gas, a la tienda de muebles para preguntar cuando van a entregar nuestro guardarropa y a la compañía de teléfono para objetar una cuenta de teléfono. Todo esto en hebreo. No un gran hebreo, pero hebreo al fin. He recorrido un gran camino desde el aeropuerto Ben Gurión.

Mis hijos todavía no hablan hebreo fluido, pero no parece importarles. Tal como yo, saben qué decir en hebreo para lograr que sus necesidades diarias se satisfagan. Tienen muchos amigos israelíes y van a la escuela felices. Cada día, mi hija me dice una nueva palabra que entiende y una nueva palabra que puede decir. Nos maravillamos con su hermoso acento israelí, admirando sus pronunciadas “erres” y sus perfectas “jotas”.

Hemos aprendido a mantenernos tranquilos y a sonreír cuando tenemos nuestros “momentos israelíes".

¿Por qué querría alguien explotar mi libro de matemáticas y mi sándwich de atún?

Como el mes pasado, cuando mi hijo olvidó su mochila en la parada del autobús. Nos dimos cuenta sólo al día siguiente cuando ya era demasiado tarde. Sus compañeros nos informaron que la fuerza de seguridad del Ishuv había detonado la mochila junto con su nuevo abrigo que estaba encima.

“¿Qué?”. Los ojos de mi hijo observaron con confusión. Me di cuenta que estaba pensando, ¿Por qué querría alguien explotar mi libro de matemáticas y mi sándwich de atún?

 “Se veía sospechoso”, traté de explicarle. Él empezó a llorar, temiendo que tendría que volver a hacer todo el trabajo que había realizado desde septiembre.

Le dije a mi hijo. “Gracias a Dios, aquí están preocupados de nuestra seguridad. Y deberíamos estar contentos y agradecidos”.

Volvió a la parada del autobús y recolectó lo que quedaba de su mochila, incluyendo un pedazo de cierre y una hoja de trabajo de matemáticas arrancada. Sus amigos le enseñaron la palabra en hebreo para “explotar”. Mi marido y yo sonreímos con complicidad… sólo en Israel.

Esta tarde, encontré un bicho en el pelo de mi hija.

“Wuaj”, ella puso caras y se fue. Mi hijo llevó el pañuelo desechable al baño y yo continúe pasando el peine a través de su pelo dándole a ese bicho y al que le siguió poca fanfarria. Mi hija ha madurado para aceptar estas revisiones tal como los libros antes de acostarse y los dulces en Shabat (a pesar de ser mucho menos placenteras), e irónicamente, yo he llegado a apreciar ese momento especial de madre – hija que compartimos (mientras yo no tire accidentalmente un pelo de su cabeza).

Sabemos que tenemos un camino mucho más largo que recorrer y mayores desafíos que superar. Pero ahora que hemos tomado la decisión, tenemos más confianza para forjar el futuro y establecer nuestras vidas aquí en Israel. Estamos menos exhaustos y menos abrumados. Entendemos que la Aliá es un proceso que no termina cuando te bajas del avión o cuando te llegan los pasaportes israelíes por correo. De hecho, apenas hemos empezado nuestra Aliá. Pero es un buen comienzo, gracias a Dios.

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