En memoria de Ari Fuld: Un héroe de Israel

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Esta increíble historia real nos da una idea de la gran pérdida que el pueblo judío ha sufrido con el asesinato de Ari Fuld.

En un nivel nacional, el asesinato de Ari deja un vacío terrible en Israel. Él era un excelente esposo, padre, soldado y fiel activista en beneficio de la nación judía. Estaba en proceso de lanzar un sitio web en inglés que daría a Israel una representación justa en los medios de comunicación.

Pero todos esos roles fueron interrumpidos cuando fue a comprar algo a un centro comercial y un terrorista palestino de 17 años lo apuñaló. Preocupado por la posibilidad de que el terrorista pudiera herir también a otras personas, Ari buscó su arma y antes de colapsar le disparó a su atacante. Incluso en sus últimos momentos, Ari pensó en los demás. Su hermano, Hilel Fuld, dijo: “Vivió y murió como un héroe”.

Que su recuerdo sea una bendición para su familia y para la nación de Israel.

La siguiente historia real, que fue escrita hace unos años atrás, revela el carácter especial de Ari.


Ari Fuld no se sorprendió hace años atrás, durante la Guerra del Líbano, al recibir su carta de reclutamiento. “Para mí, servir en las Fuerzas de Defensa de Israel es simplemente otra pieza del rompecabezas de la vida de un judío”, dice. “Literalmente sonreí al recibir mi carta”. Tenía 12 horas para despedirse de su esposa y de sus cuatro hijos, incluyendo un bebé recién nacido. Ocho horas después, ya estaba en la frontera con el Líbano. Tras un día de entrenamiento intensivo, su unidad iría al Líbano a desmantelar una infraestructura terrorista.

“La noche antes de partir, escribí las porciones de la Torá que hablan sobre ir a la guerra. Necesitaba impregnarme de confianza. Ni siquiera podía decirle a mi esposa adónde iríamos, porque las llamadas eran interceptadas por Hezbolá. Le dije que iba a Francia”.

En su primer día en el Líbano, caminó siete kilómetros sobre montañas escarpadas cargando todo su equipo, además de llevar sobre la espalda un misil de 45 kilos. Allí debió enfrentar su primera lucha. “La única palabra con la que se puede describir lo que ocurrió es terrorífico”, aseguró él. “En cualquier dirección que camináramos, había ojos sobre nuestras espaldas. Estábamos completamente desvalidos. No conocíamos el terreno”.

No importaba si eran laicos o religiosos. Todos eran judíos, de pie ante Dios, con el corazón expuesto.

Cada día, antes de partir a la batalla, Ari y su pelotón recitaban el vidui, una plegaria de confesión por lo general reservada para Iom Kipur o para decir antes de morir. No importaba si eran laicos o religiosos. Todos eran judíos, de pie ante Dios, con el corazón expuesto. Literalmente sentían que sus vidas estaban en riesgo.

Los guerrilleros de Hizbolá los esperaban al acecho. Al día siguiente los soldados israelíes entraron todavía más.

“Caminamos otros 28 kilómetros hacia la profundidad del Líbano. Finalmente llegamos al río Litani. Era absolutamente bello”, dice Ari.

Con pocos alimentos y agua, la unidad especial de paracaidistas de Ari se escondió en un huerto de manzanas para protegerse y para tener algo que comer. Allí recibieron la advertencia de que había un semillero de actividad terrorista a su alrededor. Les ordenaron entrar y limpiar el área.

“El oficial más alto que estaba con nosotros partió a la delantera con cinco soldados”, cuenta Ari. “Él dijo: Ajarai, 'síganme'”. Esta característica legendaria del ejército israelí no es un mito. Los oficiales de mayor rango siempre van delante de sus subordinados, poniendo en riesgo su propia seguridad. “Creo que el ejército israelí es el único ejército del mundo que opera de esta forma”, dijo Ari.

A unos 65 metros de donde Ari estaba esperando, su comandante fue herido en el cuello por un francotirador, y comenzaron a caer misiles sobre él y sus hombres.

“No podemos dejar que esto se convirtiera en un secuestro”, dijo el segundo al mando. Enviaron a un grupo de soldados de evacuación para tratar de ayudar al primer grupo, pero también a ellos los atacaron con misiles. El oficial de mayor rango que quedaba le ordenó a Ari:

“Reúne cuatro hombres. Tenemos que ir a recoger tantos cuerpos como podamos. No los abandonaremos allí”.

Ari eligió a cuatro de sus compañeros. Ellos dejaron sus equipos en el suelo y llevaron camillas. Él sabía lo que estaba haciendo. Tomó una decisión. Al adentrarse en ese infierno de heridos y muertos que había frente a él, sabía que era posible que se encaminara a su propia muerte. Pero no podía abandonar a sus compañeros.

“Dejamos atrás la mayor parte de nuestras armas y todo nuestro equipo. Todo lo que tenía conmigo era mis Tefilín, mi libro de Salmos y algunos otros escritos sagrados. Ah, y balas. Muchas balas”.

Habían dado apenas diez pasos cuando escucharon el silbido.

Tres misiles cayeron exactamente donde los cinco soldados habían estado sentados hace unos instantes.

“Se oye el silbido y tres segundos después cae el misil”, explicó Ari. “Lo que asusta es que no te da ninguna señal respecto a dónde va a caer”. Al mirar hacia atrás, vieron dónde habían caído los misiles. Tres misiles cayeron exactamente donde los cinco soldados habían estado sentados hace unos instantes. El equipo que ellos habían dejado en el lugar fue diezmado.

Los misiles caían por delante y por detrás del grupo. Parecía que Dios despejaba el camino para Ari.

Comenzaron a arrastrar a los oficiales heridos. Ari llamó a un médico, quien trató (sin éxito) de detener el sangrado de su comandante. Entonces Ari sintió que algo goteaba por su espalda. De su cuerpo salía sangre y agua.

“Entendí que me había herido una esquirla. También supe que si ésta había entrado a mi torrente sanguíneo moriría en unos pocos minutos. Me temblaron las piernas”.

El médico se acercó y le sacó a Ari su chaleco antibalas. La esquirla había penetrado el chaleco, pero no había llegado más lejos. Todo lo que hizo falta fue una venda.

“No había ninguna razón para que esa esquirla se detuviera”, dice Ari. “Era un pedazo de un proyectil de mortero iraní. Esas cosas no se detienen". Pero Ari supo que había Alguien más arriba dirigiendo todo.

Ari y los restantes miembros de su grupo siguieron recorriendo el Líbano algunos días más. Si bien ya habían atravesado los matorrales más espesos, todavía tenían que conseguir alimento y agua en un territorio hostil, con trampas y bombas explosivas en cada esquina.

Finalmente su brigada recibió la orden de volver a casa.

Cuando su unidad cruzó el umbral hacia Israel, todos los soldados espontáneamente se arrodillaron y besaron la tierra sagrada de Israel con palpable emoción. Era más que bueno estar en casa.

Ari sintió que el hombre que había entrado al Líbano no era el mismo que salió.

Pero Ari sintió que el hombre que había entrado al Líbano no era el mismo que salió.

“Fue como volver a nacer. Fue más fuerte que cualquier otra cosa que haya hecho. Como el día de tu boda y el nacimiento de tu hijo y más, todo junto”.

Ari hizo una cena de agradecimiento a Dios. Pero eso no fue suficiente. Él había encontrado milagros. Había recibido regalos inconmensurables. Y ahora era el momento de retribuir por ellos.

“Primero lo pensé solo y después me senté con mi esposa y dije: ‘Algo tiene que cambiar. No quiero ir por la vida como si fuera un zonámbulo. Si (mi vida) hubiera terminado allí, algo habría faltado”.

Ari hizo un recuento de sus horas diarias y comprendió que sólo una pequeña parte de su día estaba dedicado a propósitos espirituales. Sus estudios religiosos se habían mantenido “a fuego bajo”. Quiso incrementar la llama. Y lo hizo. Se tomó un año de receso profesional para poder fortalecer su servicio a Dios.

“Económicamente fue difícil, pero tenía que hacerlo. Me alegra haberlo hecho. Al final, para mí (haber estado en el Líbano) fue una bendición”.

A veces las impresiones que nos causa la inspiración pueden ser fugaces. Así fue como surgió la expresión: “Resoluciones para el nuevo año”. Cada año tratamos de limpiar la pizarra y comenzar de nuevo. Es parte de la condición humana. Pero Ari nunca olvidó su compromiso por retribuir los regalos recibidos. Él dijo el vidui en aquel entonces, la confesión de Iom Kipur, y le otorgaron vida. Su agradecimiento es ilimitado. Aquí es donde Ari se diferencia de la mayoría de las personas. Su experiencia en el Líbano le dio forma a su vida.

Cuando terminó su año de estudio, él rechazó lucrativos incentivos económicos y en cambio se unió al equipo de la Ieshivá Netiv Aryé, donde podía cultivar su lado espiritual.

¿Qué ocurre con nosotros? Durante la época de las Altas Fiestas también podemos repasar los regalos que Dios nos ha dado y tomar nuestras propias resoluciones para el nuevo año, como una forma de retribuir todo lo que hemos recibido. ¿Tal vez este año podemos dedicar un poquito más de tiempo a lo espiritual? ¿Abrir un libro de plegarias incluso después de que hayan terminado las Altas Fiestas? ¿Llegar a dar ese siguiente paso sobre el que pensamos cada año?

Ari exhibía con orgullo en una vitrina la esquirla del mortero iraní que casi le costó la vida, con su número de serie todavía intacto. Algunas personas piensan que es extraño verla expuesta al lado de su copa de kidush y su menorá de plata.

Pero a él no le parecía raro en absoluto. “Ese pedazo de hierro deformado… se ve como algo que debería estar en la basura… Pero ese es mi milagro”.


Lamentablemente, Ari fue asesinado a sangre fría por un terrorista palestino en la entrada de un centro comercial. Ari vivió y murió como un héroe. Que su recuerdo sea una bendición para su familia y para la nación de Israel.

 

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