La increíble historia de la instructora de árabe del ejército israelí

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La familia de la Sargento Mayor V. vivió aterrorizada bajo el régimen de Sadam Hussein y ocultó su identidad judía. Ellos fueron los últimos judíos de Iraq que llegaron a Israel.

La Sargento Mayor V. es instructora de árabe en la unidad de inteligencia del ejército de Israel. Ella es responsable de enseñar cultura y mentalidad árabe, así como el idioma, al personal de inteligencia, para quienes ese conocimiento es vital.

De acuerdo con sus compañeros, V. es una especie de leyenda, no sólo porque es admirada como maestra o porque pasó un largo tiempo en una unidad operacional, sino por su historia personal. Su familia fue una de las últimas familias judías en Iraq y finalmente hicieron aliá después de vivir muchos años en constante miedo.

V. nació en una familia judía de Iraq. En esa época, la comunidad judía de Iraq era apenas una sombra de su antigua gloria y quedaban en el país sólo unos cuantos miles de una comunidad que alguna vez tuvo 120.000 personas.

El régimen de Sadam Hussein anunció que mi padre era un espía para Israel y que intentaba huir del país. Por supuesto, era una mentira.

El régimen iraquí Baaz persiguió a los judíos que quedaban y los consideraban espías. Varios incluso fueron colgados por sospecha de espionaje. La conducta de las autoridades convenció a los judíos de que había llegado el momento de irse, incluso a la familia de V. Pero entonces cayó el hacha.

“El régimen de Sadam Hussein anunció que mi padre era un espía para Israel y que intentaba huir del país. Por supuesto, era una mentira. Cuando mis padres y yo estábamos en el aeropuerto y el Mukhabarat, el servicio de inteligencia, nos detuvo para interrogarnos, mi hermano y mi abuela lograron subir al avión. Mi hermano tenía siete años. Mis padres y yo no lo volvimos a ver durante 24 años”.

V., quien en ese momento tenía cuatro años, y su familia fueron etiquetados como traidores en una nación hostil donde sólo quedaba una diminuta comunidad judía.

“Mi padre fue puesto en prisión y lo sometieron a horribles torturas. Durante años entró y salió de prisión. Mi madre ayunaba dos veces a la semana por él. Pero mi padre no fue el único que sufrió la brutalidad del régimen de Sadam. También se llevaron para interrogar a mi hermano, que tenía sólo cinco años, abusaron de él y lo dejaron discapacitado”.

El acoso no terminó ni siquiera cuando su padre fue liberado de la prisión.

“El Mukhabarat nunca dejó de seguirnos. Mi padre comenzó a trabajar como tesorero para la comunidad judía, porque era lo único que podía hacer. Su cuenta de banco había sido congelada y nadie quería contratarlo”.

En una de las fotos que V. se llevó de Irak se la ve con algunas mujeres de su familia y amigas.

La familia decidió no renunciar a su identidad judía, pero por su propia seguridad trataron de ocultarla lo máximo posible. Uno de los primeros recuerdos de infancia de V. es dibujar formas en un papel. Una era una Estrella de David. Su familia entró en pánico y le hicieron prometer que no lo volvería a hacer.

El primer encuentro de V. con el idioma hebreo también fue atemorizante.

“Recuerdo que una vez que estaba sentada en casa con mi papá y él buscaba en la radio algo para escuchar. De pronto, oímos una emisión en un lenguaje que yo no pude identificar y que me sonaba muy extraño. Mi papá me miró en silencio y cambio la estación de radio”.

“Me fijé cual estación era y él se dio cuenta. Me susurró, ‘No te atrevas a buscarla después. Eso es hebreo. Es ilegal. Si nos atrapan, estamos perdidos’.”

"Tienen que entender que nosotros no le mostrábamos a nadie que éramos judíos. No se nos enseñaba el idioma, la religión ni las costumbres. Desde los cuatro años yo supe qué podía decir frente a las personas que me rodeaban y qué no. Sabía que éramos judíos, pero no entendía realmente qué era lo que eso significaba. Sólo sabía que no era una niña normal”.

Sabía que éramos judíos, pero no entendía realmente qué era lo que eso significaba. Sólo sabía que no era una niña normal.

Llevar una doble vida desde una edad tan temprana tuvo un precio, que fue declarar lealtad al régimen. Cuando V. comenzó la escuela primaria, fue reclutada para los scouts, el movimiento juvenil del régimen de Sadam.

A diferencia de los movimientos juveniles en Israel, los scouts en Iraq reciben un verdadero entrenamiento militar. A V. le dieron un uniforme, una pistola y una considerable dosis de propaganda del partido Baaz.

Israel siempre era el enemigo. “Comprendí que tenía que probar que yo era más leal a Iraq que cualquier otro. Que yo era más iraquí que lo que cualquier otro podía llegar a ser”.

Sus estudios en la escuela sólo incrementaron su exposición a la propaganda del régimen y pusieron a V. en un dilema permanente.

“El lavado de cerebro era absoluto. En la escuela, en los medios, el mensaje siempre era el mismo. Si hay una situación de guerra o peligro, nuestra lealtad estaba antes que nada con Sadam y el régimen. Yo estaba confundida entre mi identidad en casa y la que adopté cuando estaba con amigas en la escuela y en el movimiento juvenil”.

Cuando V. llegó a la secundaria, las cosas se complicaron todavía más.

“Terminé la escuela primaria sin que ninguna de mis amigas de la escuela supiera que yo era judía. Cuando llegué a secundaria encontré dificultades para ser aceptada debido a las clases de religión. Fue la primera vez que hablé con mi mamá sobre religión. Le pedí que dejáramos de escondernos para poder mostrar realmente quién era. Ella me regañó y una vez más escuché las amenazas y las historias sobre lo que mi padre había sufrido”.

Pero esta vez nada iba a detener a V. de revelar su verdadera identidad a sus amigas. Estaba cansada de esconderse.

“Finalmente, decidí decirles a mis amigas que era judía. Me preparé para lo peor, para ataques de antisemitismo e incluso violencia. No hubo violencia, pero hubo preguntas antisemitas… incluso mencionaron el libelo de sangre sobre la matzá de Pésaj. Necesitaba explicar que yo era judía, no un monstruo, pero finalmente todo estuvo bien y me hizo más fuerte”.

Aunque sus amigas de la escuela la aceptaron, V. comenzó a darse cuenta de que no tenía un futuro en Iraq. La familia vivía constantemente con miedo de que el régimen descubriera que su hermano vivía en Israel y que se volvieran a llevar a su padre para interrogarlo. V. comenzó a soñar en secreto con hacer aliá a Israel y algunas amigas judías la ayudaron.

“Desde chiquita, tenía dos amigas judías y jugábamos un juego con verdadero significado”, cuenta V.

“Inventábamos toda clase de códigos escritos para que en caso de que alguna de nosotras dejara Iraq, pudiéramos comunicarnos libremente en cartas. Líneas inocentes como ‘¿Cuál es el color de moda allá?’ o ‘¿Cuándo puedes empezar a estudiar en Holanda?’ se convirtieron en códigos para conseguir visas para partir de Iraq y hacer aliá. El divertido juego eventualmente nos ayudó mucho en el momento de la verdad”.

Aunque el Iraq de su infancia era un lugar duro y aterrador, no era el infierno en la tierra. “Es importante que diga que junto a todas las cosas difíciles que viví en mi infancia, hubo muchas oportunidades para que me desarrollara como individuo”.

“Estudié en escuelas para el 10% de la clase alta, tanto en la primaria como en la secundaria. Recibí la mejor educación que el país tenía para ofrecer. También estuve involucrada en actividades juveniles y deportes. Aprendí a nadar… desde muy pequeña. Participé en competencias e incluso gané el segundo lugar en los campeonatos juveniles”.

Mientras V. soñaba y planeaba cómo podría llevarse a su familia a Israel, la vida siguió adelante y le presentó los desafíos que enfrenta cada adolescente que quiere una educación superior. Pero entonces el país se volvió loco.

V. se vio obligada a escribir sus exámenes de matriculación durante la Guerra del Golfo, cuando Iraq estaba paralizada por la escasez y era bombardeada a diario.

“Sadam decidió que la vida seguiría normalmente, a pesar del bombardeo. Tuve que encontrar tiempo y fuerza para estudiar, incluso cuando no había electricidad ni agua y sufríamos de una seria escasez de comida. Los estadounidenses bombardeaban sólo de noche y durante el día tenía que preocuparme de encontrar comida y agua para mi familia. Así que tenía que estudiar a la luz de la vela, con los estallidos de las bombas de Estados Unidos de fondo”.

Pero el bombardeo no era la única distracción. Durante la guerra, el régimen comenzó a desmoronarse y soldados irrumpían en las casas, robaban, arrestaban a las personas por sospecha de espionaje y abusaban de cualquiera cuya lealtad pudiera ser objeto de duda. Muchas mujeres fueron violadas y todo el mundo tenía miedo.

“Pero la Guerra del Golfo también me dio momentos de orgullo”, dice V.

“Recuerdo escuchar que mis vecinos buscaban estaciones de radio para encontrar reportes verdaderos, no las mentiras del régimen, sobre lo que pasaba en el frente. La estación que buscaban era las transmisiones de la Radio de Israel en árabe. Por supuesto, era ilegal, pero la gente tenía curiosidad de saber qué estaba pasando y esa era la única forma de conseguir noticias”.

A pesar de la escasez, los bombardeos y el miedo constante, a V. le fue bien en sus exámenes y fue aceptada en la facultad de medicina.

“Como todos los judíos de Iraq, fui a estudiar una profesión. La universidad estaba en una de las zonas chiitas de la ciudad y allí conocí personas que nunca había visto antes”.

“Había muchos estudiantes palestinos que habían recibido becas del régimen de Sadam. Ellos no se destacaban por su simpatía hacia Israel o los judíos. Yo tenía muchos amigos del Líbano, Yemen y Marruecos y aprendí sus diversos dialectos para mostrarles respeto y hablar su idioma. Así fue como descubrí mi amor por estudiar idiomas”.

Había un grupo que planeó lincharme: secuestrarme y venderme como esclava sexual.

Sin embargo, el cambio de paisaje humano tuvo un precio. “Cuando se dieron cuenta que yo era judía, volvieron a comenzar las preguntas. Esta vez, también hubo antisemitismo. Había un grupo que estaba planeó lincharme: secuestrarme y venderme como esclava sexual”, cuenta V. aún horrorizada.

Afortunadamente, algunas amigas escucharon al grupo de potenciales secuestradores y le advirtieron que se cuidara. V. se vio obligada a ser sumamente cuidadosa mientras estaba en la universidad.

“No podía contárselo a mis padres, porque me hubieran obligado a dejar de estudiar”.

Cuando terminó la Guerra del Golfo, Iraq se volvió todavía más inseguro. V. no sólo tenía que estar en guardia en la universidad por ser judía, sino también en las calles, por ser mujer.

“Cuando volvía en el autobús desde la universidad, había grupos de jóvenes (en su mayoría de familias que tenían lazos con el régimen), que buscaban mujeres en la calle y las forzaban a entrar a sus autos. Una vez, cuando bajé del autobús, una de esas pandillas comenzó a seguirme. Me siguieron hasta mi casa y yo no podía dejar que supieran dónde vivía, así que me escondí detrás del portón y recé pidiendo que no me hubieran visto. Salía a la calle con un cuchillo, no es que eso me hubiera ayudado, pero me hacía sentir más segura”.

Mientras V. continuaba sus estudios, la situación en Irak seguía empeorando. La combinación del terrorismo, el régimen y la anarquía total en las calles la convencieron de que había llegado el momento de concretar su viejo sueño y partir.

Eso requería que confrontara a su padre, quien aún temía al régimen, pero V. tenía un as bajo la manga. Cuando ella aún era una estudiante, oficiales de inteligencia la contactaron e intentaron reclutarla como agente.

“Le dije a mi papá que teníamos una semana para salir. Esas personas ya me estaban siguiendo y si no nos íbamos, nunca nos desharíamos de ellos”. Su padre, sorprendido, cedió y comenzaron los preparativos.

V. acudió a sus amigas de la infancia usando el mismo código que habían desarrollado cuando eran niñas. Además de permisos de salida de Iraq, ella arregló visas para un tercer país. El régimen le ponía obstáculos todo el tiempo, pero V. estaba decidida y completó todos los procedimientos necesarios.

Después de años de esconderse y tener miedo, la familia se subió a un viejo autobús y se dirigió a la frontera. Además de 200 dólares, unas cuantas fotos familiares y la ketubá de los padres de V., se llevaban sólo unas pocas maletas pequeñas hacia un futuro incierto.

Cuando llegaron a la frontera, regresaron todas las antiguas pesadillas. Separaron a los hombres de las mujeres y V. fue interrogada extensamente por un oficial que tenía en ella un interés que iba más allá de sus obligaciones profesionales.

“Le dije que iba camino a reunirme con mi prometido y eso lo calmó”.

Fuimos los últimos judíos que hicieron aliá desde Iraq y eso realmente era muy emocionante para todos.

“Me llevaron a una sala de interrogación para mujeres en donde me interrogaron tres oficiales mujeres del servicio de inteligencia iraquí. Yo tenía la ketuvá de mis padres y si ellas la encontraban, hubiera sido el fin. Ante los ojos de la inteligencia iraquí, ser judíos era sinónimo de ser espías. Afortunadamente me dejaron desnudarme sola y no revisaron [mi ropa]”.

Exhausta y con las rodillas temblando, V. salió de la estación de cruce de frontera. Ella y su madre abordaron un autobús que las iba a llevar al otro lado de la frontera, pero su padre y su hermano aún estaban en la estación. El conductor quería cerrar la puerta e irse. “Que suban al siguiente autobús”, le dijo a V.

“Me imaginé una nueva separación de mi hermano. Sin pensarlo, puse mi pie en el freno y le dije al conductor: ‘No te vas a mover hasta que lleguen mi padre y mi hermano”.

Unos minutos después los hombres salieron de la estación y la familia cruzó la frontera iraquí hacia la libertad.

La llegada de la familia al tercer país no garantizaba nada. El gran influjo de refugiados obligaba al gobierno a insistir en visas a corto plazo y deportaban a muchos de los recién llegados de regreso a Iraq, incluso a aquellos que entraban legalmente. V. y su familia estaban preocupados y se prepararon para lo peor. Estaban en un país extranjero, sin nada que les perteneciera.

“Me puse en contacto con mi amiga que nos ayudó a salir de Iraq. Le dije que no teníamos dinero, que temíamos que nos deportaran y que no teníamos idea cómo llegar a Israel. Ella me dijo que no me preocupara, ni por el dinero ni por llegar a Israel. Me dijo que disfrutásemos nuestras ‘vacaciones’ y que ella se encargaría de todo".

Unos días más tarde, la amiga se puso en contacto con V. y le dijo que fuera a cierto hotel, pero no le explicó nada.

“El hombre que nos esperaba era un israelí y él nos llevó a Israel. No podía creer que fuera un viaje tan corto. Sentía que estaba en otro planeta”.

Después de dos décadas de sufrimiento, ocultamiento y miedo, V. se encontró en un centro de absorción de inmigrantes en Mevaseret Sion, en las afueras de Jerusalem. De pronto, comprendió que la llegada de su familia a Israel había sido un evento inusual.

“Las personas en el centro de absorción parecían estar realmente emocionadas”, recuerda V. conmovida.

“Yo no entendía por qué; éramos simples civiles que habían llegado de Iraq. Fue realmente una suerte que yo hablara inglés, para poder conversar allí con todos. Resultó que éramos muy famosos. Fuimos los últimos judíos en hacer aliá desde Iraq y eso era muy emocionante para todos”.

V. se sumergió de cabeza en su nueva vida. Comenzó a estudiar hebreo incluso antes de que comenzaran sus clases formales de ulpán, y después de unas semanas en el ulpán le pidió a su maestra que la pasara a un grupo más avanzado. Le habían dicho que le llevaría por lo menos tres meses hasta que pudiera hablar en hebreo, pero en menos de dos meses V. ya podía hablar fluidamente.

Poco después, recibió una llamada del Cuerpo de Inteligencia del ejército de Israel y eso la asustó. En Iraq, recibir una llamada del servicio de inteligencia no era algo bueno, y los dolorosos recuerdos de su padre y su hermano estaban grabados en su consciencia.

“Ellos me calmaron. Me dijeron que querían ofrecerme un trabajo”. Así fue como V. se encontró enseñando árabe como empleada civil de las Fuerzas de Defensa de Israel, al mismo tiempo que trabajaba para que le reconocieran su título universitario de Iraq.

Después de dudarlo un poco, V. decidió que el ejército era su lugar. No sólo seguiría trabajando para el ejército, sino que se enrolaría como soldado y serviría en una unidad operacional.

Después de un tiempo en esa unidad, V. regresó al Cuerpo de Inteligencia, esta vez como suboficial. Cuando habla sobre su servicio en el ejército, habla con un profundo sentido de compromiso y orgullo.

Debido a que crecí en un país que trata a sus habitantes con brutalidad, en especial, pero no solamente, a los judíos, entiendo la importancia de nuestro país.

“Me hace feliz poder ayudar a los soldados a adquirir conocimiento del idioma [árabe] como una parte de su servicio”, dice V. “Los soldados me escuchan, se asombran tanto de mi historia personal como del idioma, de los diferentes dialectos, los matices y la cultura que expresa el lenguaje. Me alegra contarles de dónde vengo porque es una historia que es relevante para ellos”.

Incluso después de estar muchos años en Israel, los recuerdos de Iraq siguen definiendo el sentido de misión de V.

“Debido a que crecí en un país que trata a sus habitantes con brutalidad, en especial, pero no solamente, a los judíos, entiendo la importancia de nuestro país. Descubrí que lo que traje conmigo, tanto en términos de la mentalidad como mi familiaridad con el mundo árabe, vale mucho. Descubrí que puedo contribuir y ofrecer algo que muy pocas otras personas en Israel tienen. Me guía un sentido de obligación. Debo transmitir mi conocimiento a los soldados”.

“Hay algo sobre la esencia de Iraq que nunca me abandona”, admite V. “El ancho río, el agua, el desierto, los callejones y los juegos de infancia, la comida. Recuerdo especialmente el pescado iraquí a la parrilla, el ‘samak masgouf’, un pez de rio que se prepara sobre una fogata. A pesar de todo lo que pasé, no olvidaré a Iraq. Sigue en mi sangre”.


Este articulo apareció originalmente en IsraelHayom.com

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