¿Por qué hace falta una catástrofe para unirnos?

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No importa dónde estamos ni cuál es nuestra opinión personal ni nuestra perspectiva política, nacional o religiosa respecto a la catástrofe.

El jueves, la víspera de Lag BaÓmer, fue un día feliz para nuestra familia. Fue el jalake, el primer corte de cabello, de nuestro nieto de tres años. En nuestro círculo, no le cortamos a un niño el cabello hasta que cumple tres años. Nuestra familia se reunió para la celebración. Por primera vez, el pequeño Mijael usó una kipá y tzitzit. Él lamió la miel que había sobre galletas con la forma del alfabeto hebreo. Su padre recitó con él ciertos versículos de la Torá y luego cada miembro de la familia cortó un mechón de su cabello.

Muchas familias van al Monte Merón a celebrar el jalake, pero nuestra familia prefirió hacerlo cerca de casa, en Jerusalem.

Salvo el año pasado, a causa de las restricciones por el COVID, en Lag BaÓmer cientos de miles de personas viajan a Merón. La fecha conmemora el iortzait del sabio del siglo II Rabí Shimón bar Iojai, conocido como el autor del Zóhar, el texto básico de la Cábala. Ashkenazim, jasidim, sefaradim y jóvenes de todos los grupos, atraídos por la atmósfera festiva y espiritual, llegan a la tumba de Rabí Shimón, en lo alto de una pintoresca montaña de la Galilea. En todo Israel, Lag BaÓmer se celebra encendiendo fogatas que conmemoran la gran luz que Rabí Shimón reveló al mundo.

Aunque mi esposo y yo no viajamos a Merón, antes de irnos a dormir el jueves a la noche observamos la transmisión en vivo de la celebración. Vimos al Rebe de Toldot Aharón sentado en una plataforma, decenas de miles de jasidim en las tribunas saltando al ritmo de la música, y la fogata ardiendo cerca de la plataforma. Aunque vivo apenas a un kilómetro y medio de la comunidad de Toldot Aharón en Mea Shearim, la verdad es que siento que tengo poco en común con ellos. Ellos son antisionistas y periódicamente tienen enfrentamientos violentos con la policía. No son mi "cara" del judaísmo. Observé su celebración como un espectador en una boda de desconocidos.

El viernes a la mañana me desperté y escuché la trágica noticia: 45 personas murieron en Merón, aplastadas en un pequeño pasadizo cerca de la fogata de Toldot Aharón. Me estremecí y me angustié. Leí compulsivamente las noticias de Israel en mi computadora, como si tener más información fuera a permitirme entender más la tragedia.

Entonces leí un titular que me perforó el corazón: "LOS TRABAJADORES DE RESCATE DICEN QUE LOS TELÉFONOS CELULARES DE LAS PERSONAS FALLECIDAS SUENAN INCESANTEMENTE CON LLAMADAS DE SUS MADRES". Yo soy madre. Puedo identificarme con el horror de las madres desesperadas llamando sin cesar a sus hijos mientras los celulares suenan en los bolsillos de los cuerpos que perdieron la vida que ellas mismas les dieron. Estallé en llanto.

A las 10:08 AM, un mensaje del grupo WhatsApp de nuestro barrio anunció que estaba desaparecido un joven de Teaneck, New Jersey, que estudiaba en Shaalavim, una Ieshivá sionista. ¿Un norteamericano? ¿Mi "cara" del judaísmo? La tragedia se sentía cada vez más cercana.

Unos pocos minutos más tarde, Batia, mi amiga y vecina, anunció en nuestro grupo de WhatsApp: "Mi hijo acaba de llegar de Merón. Dice que sus amigos sacaron a los niftarim (los muertos)". El hijo de Batia, de 17 años, perdió a su padre cuando se ahogó hace ocho años. Yo entendí que además de los muertos y los heridos, miles de jóvenes ahora estarán traumatizados por este encuentro cercano con una muerte violenta.

Llamé a Batia. Ella estaba desesperada respecto al hijo de una amiga cercana que estaba desaparecido. (Las redes de teléfonos celulares estaban colapsadas, por lo que la mayoría de los sobrevivientes no podían comunicarse con sus familias). Algunas horas más tarde lo ubicaron. Estaba en un autobús, sin su camisa, porque en Merón la había usado para cubrir el rostro de un niño muerto que estaba a su lado.

Yo seguía recitando Tehilim por el joven de Teaneck cuando llegó el anuncio de que había fallecido.

Mi esposo regresó de la sinagoga y me informó que estaba desaparecido el hijo de 13 años de una familia que había hecho aliá desde Passaic. Más tarde nos enteramos que también él había fallecido.

Una llamada nos informó que Abreimi Nivin, el hijo de 21 años de Rav Aryeh Nivin, en cuyo grupo de crecimiento personal participé durante dos años, había resultado herido en Merón. Abreimi es el yerno del Rav de Aish HaTorá, Rav Iom Tov Glaser y su esposa Lea. De inmediato llamé a Lea.

Ella estaba sentada al lado de Abreimi en el hospital. Me contó que Abreimi estaba en la base de una rampa húmeda y resbaladiza cuando cientos de personas comenzaron a caer una sobre la otra. Atrapado en la pila de cuerpos, oyó que un hombre (¿un niño?) debajo de él gritaba: "¡Sáquenme de aquí! ¡No puedo respirar!". Pero Abreimi estaba inmovilizado por el peso de los cuerpos que habían caído sobre él. Momentos después oyó que el hombre que estaba debajo de él tomó su último aliento.

Aunque Abreimi estaba traumatizado, no tenía huesos rotos ni heridas internas. El peso que soportó sobre su cuerpo fue tan intenso que su teléfono celular se rompió.

La rabanit Lea Glaser, que había salido de la fogata de Toldot Aharón quince minutos antes de la catástrofe, me dijo que allí había judíos de todo el espectro de nuestro pueblo. "Con Rabí Shimón Bar Iojai, todo gira alrededor de la ajdut (la unión)", afirmó.

Ella me recordó una historia del Talmud: al ocultarse para salvarse del decreto de muerte de los romanos, Rabí Shimón y su hijo Elazar pasaron doce años ocultos en una cueva, alimentándose con los frutos de un árbol de algarrobo y bebiendo agua de un manantial que pasaba por la cueva. Cuando murió el emperador y se anuló el decreto, ellos emergieron de la cueva tras haber estado doce años estudiando las profundidades místicas de la Torá. Rabí Shimón vio a un campesino judío que araba su campo. Al ver una actividad tan mundana, su mirada profunda y crítica quemó al campesino. Entonces oyó una voz Celestial: "¿Acaso saliste para destruir Mi mundo? ¡Regresa a tu cueva!". Un año más tarde, Rabí Shimón volvió a salir, pero con un entendimiento completamente diferente: con un amor profundo en vez de tener una mirada crítica y sentimientos de superioridad.

"Las fogatas de Lag BaÓmer son fuego de amor, no fuego de juicio", concluyó la rabanit Glaser.

De hecho, Israel respondió a la tragedia con una unidad inusual, algo que sólo se ve durante períodos de guerra. Tantas personas acudieron a donar sangre que al final tuvieron que decir que ya no hacía falta más donantes. Los pueblos del norte, incluyendo pueblos árabes y drusos, ofrecieron refrigerios a las masas que trataban de regresar a sus hogares, así como acomodaciones para quienes no pudieron regresar antes de Shabat.

A las 2:05 PM, cuando todavía no podía recuperarme de la catástrofe, en uno de mis grupos de WhatsApp reenviaron una nota en hebreo:

Amigos, esta es una mañana triste para todos.

El profeta Irmiyahu dijo: "¡Si mi cabeza fuese agua y mis ojos una fuente de lágrimas, para que pudiese llorar todo el día y la noche por los muertos de mi pueblo!".

Hoy encendamos todos una vela por la elevación de las almas de los muertos en el Monte Merón.

Incluso si no somos creyentes, no es realmente importante dónde estamos ni cuál es nuestra opinión personal ni nuestra perspectiva política, nacional o religiosa respecto a la catástrofe.

Mantengamos todo eso callado durante una semana, un mes o más tiempo, cada uno a su manera.

Pero hoy, viernes, Lag BaÓMer 5781 (2021), por favor enciendan una vela de recuerdo y difundan (este mensaje) a todos aquellos con quienes estén conectados.

Iris Sharon, Kibutznik, izquierdista, del Kibutz Maabarot

Esta mujer no sigue mi "cara" del judaísmo, ni la de las víctimas del Monte Merón, pero ella trató de mirar por encima de todas nuestras diferencias y unir nuestras manos por encima de nuestras peleas.

Mi esposo pidió en información el número de teléfono de Iris y la llamó. Se presentó como un hombre religioso de Jerusalem que leyó su mensaje. Quería que ella supiera que él siguió su sugerencia y encendió una vela. Iris se sorprendió. "¿Cómo recibió mi mensaje de WhatsApp?", le preguntó.

Yo me uní a la conversación y le dije que se había difundido por WhatsApp y lo habían reenviado a otros grupos. Le dije:

—Yo soy una mujer religiosa que vive en la Ciudad Vieja de Jerusalem. Política y religiosamente pertenezco a la derecha, y tengo creencias y opiniones muy firmes, pero…

—¡También yo tengo creencias y opiniones muy firmes en el otro extremo! —me interrumpió Iris.

—Y tú eres mi hermana —le dije sinceramente.

—Y tú eres mi hermana —repitió ella.

¿Por qué hace falta una catástrofe para unirnos?
 

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