Conectarse por Zoom y nuestra vida sin el Templo

2 min de lectura

Vivir sin el Templo es como relacionarse a través de Zoom. Siempre te quedas anhelando una conexión real.

No me gusta Zoom.

A pesar de lo mucho que llegué a depender de este maravilloso producto de la tecnología durante la pandemia, temo cada nuevo encuentro por lo impersonal y estéril que resulta. El contenido de la conversación puede ser el mismo, pero le falta por completo la conexión personal que surge al compartir un espacio físico con otra persona.

En Zoom simplemente no hay una conexión real. Y yo, como tantos otros, anhelo algo verdadero.

Este anhelo puede ayudarnos a entender el significado de Tishá BeAv, el día de ayuno que conmemora la destrucción del Templo de Jerusalem. Puede resultarnos difícil relacionarnos con el período de duelo. Uno de los aspectos más difíciles es tratar de captar exactamente qué es lo que nos falta. Nos esforzamos por conectarnos y repasamos las tragedias del pasado, recordando que, de alguna manera, de no ser por la destrucción del Templo, todos esos horrores nunca hubieran tenido lugar.

Pero todos esos temas, sin importar cuán trágicos sean, son sólo secundarios. Son una simple consecuencia, son, por así decir, el resultado de la pérdida del Templo. ¿Pero qué pasa con la ausencia misma del Templo? Ya que, incluso en nuestra época, en el mundo posterior al Templo, abundan las oportunidades de espiritualidad y conexión con Dios. Entonces, ¿qué es exactamente lo que nos falta?

La Torá dice: "Me harán un Santuario y habitaré entre ellos" (Shemot 25:8). El mandamiento de construir un Templo va más allá de tener un "edificio" en el cual se pueden cumplir muchos otros mandamientos. El Templo es el factor crucial que decide si Dios habita o no entre nosotros. Con o sin un Santuario físico, Dios está en el asiento del conductor. La pregunta es si nosotros estamos o no con Él en el auto. ¿Compartimos el mismo espacio o tenemos una relación a larga distancia?

Es difícil poner en palabras lo que nos falta cuando "nos reunimos" a la distancia en vez de estar realmente sentados uno frente al otro. Pero esta es una diferencia que sentimos cada vez que nos vemos forzados a conectarnos a través de Zoom. Incluso cuando no existe el contacto físico, simplemente el hecho de estar en la misma habitación con otra persona eleva la experiencia con mucha calidez, conexión y cercanía.

Esta es la diferencia entre la presencia y la ausencia del Templo. ¿Podemos continuar conectándonos con Dios? Por supuesto. Tenemos la fuerza de la plegaria que actúa como nuestra voz para Dios y el poder de la Torá que nos deja escuchar Su voz. De hecho, hay infinitos puntos de conexión que nos permiten construir una relación con Dios.

Sin embargo, todo eso es "a través de Zoom". Él no habita entre nosotros, no está presente en la habitación, tal como era posible cuando teníamos el Templo. En Tishá BeAv y en los días previos, no guardamos luto por la destrucción completa de nuestra relación con Dios. Por lo que lloramos es por la distancia que se creó entre nosotros. Sí, seguimos conectados, pero de forma remota. Y, como sabemos muy bien, conectarse remotamente no es lo mismo.

Cuando vuelvas a sentir esa punzada molesta ante la próxima clase, llamada o encuentro a través de Zoom, trata de aferrarte a ese sentimiento un poquito más. La incomodidad y la frustración por la incapacidad de sentarse en la misma mesa, compartir el mismo espacio y conectarse por completo, es precisamente lo que nos ha faltado durante los últimos 2.000 años.
 

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