Conmoción y dolor en Miami

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El relato de un testigo de la tragedia en Surfside.

Unas pocas horas después del colapso de las Torres Champlain, sentí el alcance de la tragedia y sus profundas conexiones con nuestra comunidad. Esa mañana temprano, debía conducir el funeral de un joven padre de nuestra comunidad que falleció de COVID-19. Ya sabía que me enfrentaba a un funeral cargado de emociones, porque su fallecimiento fue un shock y él y su familia son muy queridos en nuestra comunidad en Miami. Pero apenas entré a la casa funeraria vi rostros que expresaban un estremecimiento y un horror absoluto.

Uno de los miembros de la familia me abrazó y gritó: "¡Estaban todos allí!". En medio de las lágrimas, me informaron que varios amigos del difunto y sus hijos habían volado la noche previa desde nuestra comunidad hermana en Puerto Rico para participar en el funeral, y todos ellos estaban alojados en la Torre Sur. No hay palabras para describir la sensación de una tragedia sobre otra que todos experimentamos esa mañana y durante las horas siguientes a medida que se difundieron los nombres de quienes habían quedado atrapados debajo del edificio. Tantos nombres e historias de personas interconectadas con nuestra comunidad y con toda la comunidad judía de Miami en tantas maneras que es difícil comprender lo que ocurrió.

Como judíos, no preguntamos por qué. Preguntamos qué podemos hacer a pesar del dolor y la conmoción ante las noticias. La comunidad de Miami en su conjunto de inmediato puso en acción como una unidad a pesar de todo el dolor. Dos grandes comunidades en diferentes partes de la ciudad establecieron puntos de recolección y almacenaje a los que se podían donar ítems necesarios para las personas que perdieron sus hogares, y se estableció un Fondo de Jésed para recolectar tzedaká. Los rabinos y los líderes de la comunidad trabajaron juntos para enviar recursos y voluntarios a todos estos lugares y en la noche del martes ya había tantos voluntarios y donativos que pidieron dejar de enviar cosas porque ya había demasiado.

Hatzalá, el servicio de emergencias voluntario judío, que en un giro sorprendente fue autorizado por el gobernador sólo una semana antes en una ceremonia que tuvo lugar en Surfside mismo, rápidamente envió todos sus recursos para asistir en cualquier forma posible.

La acción también tuvo lugar en la forma de una enorme cantidad de grupos de plegarias en persona o por Zoom. Tanto como son importantes las necesidades físicas, nuestro verdadero poder como judíos está en nuestra plegaria, y la comunidad respondió a la altura de las circunstancias.

Las familias respondieron con gratitud a Dios en ese Shabat por haberse salvado de la tragedia. Después de ser llamado a la lectura de la Torá, un hombre de nuestra comunidad se dirigió a la comunidad y llorando le agradeció a Dios porque sus suegros fueron transportados por aire desde el edificio conectado a un lugar seguro. Otra familia de nuestra comunidad, cuya hija está en la clase de mi hija, pudo salir del edificio un instante antes de que la torre comenzara a derrumbarse. La madre oyó algo que sonó como un terremoto y vio desde el balcón del primer piso que el garaje comenzaba a hundirse. Ella gritó para que los niños saltaran de sus camas y salieron corriendo del edificio llevándose sólo la ropa que vestían. Al salir del edificio le gritaron al guardia de seguridad para que hiciera funcionar la alarma de incendios, pero fue en vano. Esa noche estuvieron durante horas fuera del edificio con otros sobrevivientes, rodeados del caos y sin poder ayudar de ninguna manera a sus amigos que estaban enterrados entre los escombros.

Durante la semana siguiente, la intensidad de los esfuerzos de rescate comenzó a disminuir. Finalmente las permitieron a las familias acercarse al sitio acompañadas de otras personas significativas. La gente gritaba con todas sus fuerzas, con la esperanza de que los sobrevivientes en medio de los escombros pudieran escuchar su aliento mientras gritaban plegarias pidiendo una salvación. Fueron momentos repletos de pasión, al igual que las primeras reuniones diarias que se organizaron para actualizar a las familias con la información más específica y darles lugar para formular sus preguntas a las autoridades.

Si bien las familias sienten agradecimiento por toda la ayuda que recibieron se los servicios de socorro, al quinto día las frustraciones comenzaron a incrementarse cuando no se progresaba encontrando sobrevivientes. En las reuniones hubo puntos de mucha fricción en los que, como es de entender, las familias estaban desesperadas por que encontraran a sus seres queridos. Las familias presionan a las autoridades a hacer lo máximo posible, y se encuentran en un limbo de sufrimiento al no poder hacer más, pero al mismo tiempo la mayoría cree que se está actuando desde todos los ángulos posibles.

Pero nadie cedió a la esperanza. Como judíos, sabemos que el Talmud enseña que incluso si una persona tiene una espada pendiendo sobre el cuello, nunca debe ceder a la esperanza hasta que no quede lugar a seguir esperando. En esas reuniones, las autoridades explicaron que identificaron que hay bolsillos de espacios en los que puede haber personas vivas, por lo que todos continuamos rezando y esperando lo mejor.

Después de un acalorado intercambio entre un miembro de una familia y las autoridades en una reunión al sexto día, me dirigí a la familia (a quienes no conocía) y traté de darles un poco de fuerza. Ellos sabían que yo pertenezco a la comunidad sefaradí y me dijeron que todos los días escuchan a un Rabino sefaradí, Rav Ashear, quien da clases sobre la fe en Dios, y que justo el día antes de que las torres colapsaran le habían enviado una de sus clases a su hijo, que es quien está desaparecido. Les dije que conocía a Rav Ashear y que trataría de conectarme con él por teléfono. Cuando llamé al Rav, todo el tiempo la llamada pasaba al contestador, hasta que finalmente él me devolvió la llamada y me dijo que acababa de aterrizar… ¡en Miami! Tenía una visita programada desde hace mucho tiempo antes y estaría algunas horas en Miami. De inmediato vino a ver a la familia y eso les dio muchas fuerzas al saber que cosas inesperadas (como esa visita) pueden ocurrir, por lo que no debían perder las esperanzas de un resultado inesperado.

Al octavo día, el presidente Biden, los senadores de Florida y el gobernador llegaron en una comitiva bipartisana para brindar su apoyo a las familias. Ellos llegaron a ofrecer su ayuda, su amor y consuelo. Algunas de nuestras familias estaban demasiado exhaustas emocionalmente o sintieron que su tiempo se aprovechaba mejor diciendo Salmos constantemente en vez de participar en el encuentro. Sin embargo, la mayoría participó y se conectó de una forma muy personal con el presidente, el gobernador y sus esposas. Cada uno de ellos pasó tiempo a solas con cada persona que quiso hacerlo.

El encuentro fue importante para esas familias, pero un miembro de una de ellas lo puso en la perspectiva correcta. Yo le pregunté a un hombre joven cuyo hermano está desaparecido, qué deseaba decirle al presidente Biden cuando el presidente se acercaba con su entorno a nuestra mesa. Este joven hombre me dijo que tenía algunas palabras para el vicepresidente. Yo le respondí que quien estaba a punto de llegar a saludarnos era el presidente y no el vicepresidente. Él me miró y me dijo: "Hay sólo un Presidente, y ese es Dios. Este hombre es el segundo al mando, por lo que es el vicepresidente. Yo ya hablé hoy con el Presidente pero compartiré mis pensamientos también con el vicepresidente".

Al estar aquí sentados al noveno día desde la tragedia, continuamos manteniendo encendida la llama de la esperanza. Es importante que nos aferremos también a la perspectiva de este joven. Dios es el verdadero Presidente y no siempre podemos entender Sus caminos, pero a la vez tenemos acceso directo a Él. No sólo tenemos acceso a Dios en una reunión ocasional, sino que en cada momento de cada día podemos compartir con Él nuestros pensamientos y rezar. Él siempre nos escucha. Que Dios escuche nuestras plegarias.

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