Dándole la bienvenida a la fiesta de Janucá

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Como una conversa que celebra su primer año de festividades judías, puedo ver que en el judaísmo hay algo por lo que realmente vale la pena luchar.

El año pasado, el New York Times publicó un artículo de Sarah Prager titulado: "Despedirse de Janucá", en el cual la autora, que no se considera a sí misma judía, explicó que no continuaría transmitiendo a sus hijos la tradición de su padre de celebrar Janucá. Prager, como muchos otros jóvenes norteamericanos, se considera a sí misma parte de la categoría de "nada", personas que no se identifican con ninguna religión, por lo cual para ella tiene sentido dejar atrás la celebración de Janucá en favor de una perspectiva puramente más cosmopolita. La madre de Prager no era judía, así que en el sentido tradicional, ella no es judía. Pero lo más importante es que ella no desea ser judía.

Dejando de lado la pregunta respecto a si es adecuado que el artículo principal de Janucá del New York Times sea escrito por una no judía que quiere dejar de celebrar Janucá, yo sospecho que Prager no es la única persona cuya supuesta identidad judía es cuestionada cuando llegan las festividades. Aunque Janucá es sólo una festividad menor, se yuxtapone con la época de la navidad, lo cual presiona bastante a la pequeña y antigua Janucá si desea mantenerse al ritmo de los tiempos. Los judíos norteamericanos, incluso aquellos que son bastante religiosos, colocan luces azules y compran cantidades de regalos. Al final de mi calle hay un enorme sevivón inflable.

Si asimilarse o no, y en qué medida hacerlo, es un antiguo problema para los judíos, un problema que queda capturado perfectamente en la historia de Janucá y que sigue de boga hasta la actualidad. La presión para que los judíos se asimilen es muy fuerte en esta época.

Aunque Iehudá HaMacabí y sus hermanos no usaban Twitter ni leían el New York Times, hay profundos paralelos entre entonces y ahora. Quizás si algunos judíos simplemente se hubieran asimilado a la sociedad helenista y los seléucidas hubieran dejado en paz a los demás, las cosas nunca hubieran llegado al punto de quiebre. Pero las cosas nunca funcionan de esa manera. El rey Antíoco quebró su promesa de permitirles a los judíos seguir practicando sus costumbres y, en cambio, capturó Jerusalem y profanó el Templo. Muchos judíos intentaron congraciarse con el nuevo orden, pero Matitiahu y sus hijos (el más famoso de ellos Iehudá Hamacabí), se mantuvieron fieles a los caminos de sus antepasados, planificaron una exitosa rebelión y volvieron a inaugurar el Templo. Sólo después de que los macabeos reconstruyeron el altar pudo ser posible el milagro del aceite.

Es difícil no considerar que la profanación del Templo usando sangre de cerdos y con sacrificios a Zeus fuera una provocación deliberada contra los judíos. No era suficiente con evitar que los judíos siguieran practicando sus costumbres; era necesario atacar los pilares de su identidad para ver quién se quejaba y quién simplemente lo aceptaba.

No puedo evitar ver esto como un paralelo a la violenta prueba que soportan hoy los judíos occidentales. Se espera que cualquier judío "bueno", progresivo, sin importar cuán secular pueda ser, rechace el sionismo como un proyecto racista, apartheid, para que pueda seguir teniendo un lugar respetable dentro de la sociedad secular. Simplemente criticar a Israel por sus faltas no es suficiente. ¿Quién está dispuesto a arrojar debajo del autobús a Israel, el primero y último bastión de seguridad judía hasta donde llega nuestra memoria, el hogar al cual huyeron tantos cuando sus familias fueron asesinadas y no tenían a dónde ir? ¿Qué judío, sabiendo que la mayoría de los judíos de Israel son blancos y que un veinte por ciento de la población es árabe, se quedará callado cuando escuche mentiras sobre la "supremacía blanca" de Israel o las narrativas engañosas de opresor/víctima?

Quienes mantuvieron vivo al judaísmo a lo largo de los violentos sacudones de la historia, son las personas que lo valoraron lo suficiente como para luchar por él.

¿Quién está dispuesto a ponerse de pie y hablar en contra de sus amigos? ¿Quién puede aferrarse a su herencia religiosa en un mundo donde la identidad tribal se construye alrededor de la política? ¿Quién prefiere quedarse callado respecto a Israel para que lo sigan invitando a fiestas y cenas?

Incluso si dudas de la historia literal de que el aceite ardió durante ocho noches, vale la pena preguntarse por qué la historia ha sobrevivido durante más de dos mil años, mientras tantas otras se perdieron por el camino. No podemos evitar notar que ya no hay imperio romano, griego ni babilonio, y sin embargo el judaísmo sigue existiendo. Sigue teniendo poder.

Quienes mantuvieron vivo al judaísmo a lo largo de los violentos sacudones de la historia son las personas que lo valoraron lo suficiente como para luchar por él. Quizás en el 2021, la lección de Janucá es recordar y honrar a aquellos que reconocieron, en un periodo crucial, que el judaísmo es una forma de vida bella, con propósito y duradera, que corrió el riesgo de perderse y que era, y sigue siendo, digno luchar por ella. Y quizás para aquellos judíos que no están de acuerdo, también vale la pena prestar atención a que en cada movimiento antijudío de la historia, los perpetradores finalmente no hicieron distinciones entre los judíos "correctos" y el resto.

Como una conversa que celebra su primer año de festividades judías, me siento orgullosa de darle la bienvenida a Janucá. Espero algún día unirme a las huellas de las generaciones de judíos y transmitir a mis propios hijos tradiciones y festividades. Espero que los judíos de todo el mundo puedan tratarse mutuamente con respeto y honrar la forma de vida de los demás, y que podamos ver que en el judaísmo hay algo por lo cual vale la pena luchar.


Crédito de la foto: Markus Spiske, Unsplash.com

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