El antisemitismo se adapta y prospera

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El odio más antiguo del mundo ha asumido una nueva forma para una nueva época: hostilidad con el sionismo y con Israel.

El día antes de Pesaj, Frazier Glenn Miller abrió fuego afuera de dos instalaciones judías en Overland Park, en la ciudad de Kansas, Estados Unidos, matando a tres personas. La razón por la cual Miller hizo esto no tiene nada que ver con desconocimiento o una falta de consciencia sobre el Holocausto.

Miller, un ex gran dragón del Ku Kux Klan de 73 años, sabe todo lo que hay que saber sobre el Holocausto, o al menos suficiente como para llamar a Adolf Hitler “el hombre más grandioso que ha caminado por la Tierra” y como para gritar “¡Heil Hitler!” después de su arresto. Al igual que su héroe, Miller está obsesionado con los judíos. Una vez le preguntaron en una entrevista a quién odiaba más, si a los negros o a los judíos, y él no vaciló en responder: “¡A los judíos!”, dijo él. “¡Mil veces más!”.

Una malevolencia antisemita como esta fue la que llevó hace 70 años a la Shoá, la aniquilación a gran escala de dos tercios de los judíos de Europa: seis millones de hombres, mujeres y niños, entre quienes estaban los padres de mi padre y cuatro de sus hermanos y hermanas. Ellos fueron asesinados no como un medio para un fin —no fue por su dinero, por su tierra o porque fueran una amenaza política o militar—, sino que su muerte fue un fin en sí mismo. El propósito de Hitler al exterminar a los judíos era que los judíos fuesen exterminados.

Por décadas después del Holocausto, era tentador creer que un prejuicio genocida en contra de los judíos como aquel era cosa del pasado, al menos en el iluminado mundo occidental. El mundo había visto lo que el antisemitismo podía hacer. Por lo tanto, fueron erguidos memoriales y museos del Holocausto en pequeñas y grandes ciudades. Los sobrevivientes de los campos de concentración publicaron sus memorias y hablaron sobre sus experiencias. A los estudiantes les enseñaron sobre los nazis y sobre la Solución Final. Iom HaShoá —el día anual del recuerdo del Holocausto, el cual conmemoramos esta semana— fue agregado al calendario anual.

Pero el odio hacia los judíos no ha sido erradicado. Por el contrario, ha hecho erupción en los últimos años con un sorprendente alcance y potencia. Ha revivido “en los salones de los parlamentos y en las calles”, dice el cientista político Daniel Jonah Goldhagen en su nuevo libro, The Devil that never dies (El demonio que nunca muere). “Entre las elites y entre la gente común. En los medios de comunicación, en los lugares de rezo y en la privacidad de los hogares. Donde viven judíos y donde no”.

Un racista neonazi de la vieja escuela como el asesino de Kansas —quien es tan malvado como su crimen—, es lo menor de esta amenaza resurgente. Los antisemitas que idolatran a Hitler como Miller, que por lo general son considerados aborrecibles, son un fenómeno menor en el mundo occidental. Su ataque mortal fue condenado instantáneamente en todo el mundo; sólo entre los chiflados hubo quienes expresaron apoyo a Miller.

Donde el antisemitismo está ganando adeptos hoy en día no es entre quienes aún gritan “Heil Hitler” o que demonizan a los judíos como asesinos de Jesús. El más antiguo y adaptable de todos los odios ha asumido una nueva forma para una nueva época: hostilidad al sionismo y a Israel. Los clásicos temas antisemitas —los judíos son asesinos, los judíos son codiciosos, los judíos son desleales, los judíos manipulan los gobiernos— han sido redefinidos para una generación post Holocausto que habla con un lenguaje post Holocausto.

Sofisticados y educados, los occidentales de hoy en día han aprendido a no culpar a “los judíos” por los males de la sociedad ni a sugerir que la mejor solución para el “problema judío” es que los judíos desaparezcan.

Pero es ampliamente aceptado en muchos círculos sociales discutir si el único estado judío tiene derecho a existir o no. O insistir en que las problemáticas del Medio Oriente se resolverían si tan sólo el estado judío hiciera la paz con sus enemigos cediendo a sus demandas. O argumentar directamente que cuando Israel se defiende a sí mismo en contra de la violencia árabe e islámica, está actuando como actuaron los nazis.

Esto nos puede ayudar a entender por qué el antisemitismo se ha disparado en los últimos años a pesar de que el terrorismo palestino en contra de Israel también se ha disparado. Porque si los sionistas son el equivalente a los nazis, si el estado judío es el equivalente a la Alemania de Hitler, entonces la gente decente de todas partes debe oponérsele. Mediante la constante repetición del falso lema “israelíes = nazis”, la memoria de la atrocidad más letal que ha sufrido el pueblo judío ha sido transformada en un nuevo garrote con el cual golpearnos. Mientras tanto, se forman olas de incitación en contra de la comunidad judía más grande del planeta, agitadas por enemigos que no esconden cuál es su meta final: aniquilar el Estado de Israel.

Es así como la antigua peste del antisemitismo ha mutado y florecido una vez más, a la sombra de los memoriales del Holocausto que fueron erigidos como una advertencia sobre lo que puede causar el odio desenfrenado en contra de los judíos. Y la verdad es que esto es algo diabólico.

Este artículo apareció originalmente en el Boston Globe.

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