Fotografías del gueto de Lodz

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Henryk Ross arriesgó su vida para documentar las atrocidades nazis en el gueto de Lodz.

“Emitieron una orden: ‘¡Todos los judíos al gueto!’”

El tribunal de la corte israelí escuchó, fascinado, el testimonio desgarrador de un hombre que hablaba en polaco, su idioma nativo, describiendo la muerte y la destrucción de millones de sus hermanos judíos unos pocos años antes y describiendo sus heroicos actos de resistencia. Para muchas personas de todo el mundo, esa fue la única vez que escucharon un relato en primera persona de lo que ocurrió en el Holocausto.

Era el año 1961, y el Estado de Israel llevaba a cabo el juicio a Adolf Eichmann, uno de los creadores de la “Solución Final”, que condujo a la muerte a seis millones de judíos y otros cientos de miles de personas. Un israelí de 41 años, Henryk Ross, proporcionó un testimonio clave sobre los crímenes de Eichmann. Arriesgando su vida, él había sacado miles de fotografías durante el Holocausto. Esas fotos le mostraban al mundo la profunda depravación y brutalidad del régimen nazi. Veinte años después de haber documentado las crueldades del gueto de Lodz en Polonia, las palabras y fotos de Ross dieron al mundo una prueba adicional de los crímenes nazis.

Lodz es una vibrante ciudad a unos 120 kilómetros al sur de Varsovia. En 1940, Lodz contaba con la segunda comunidad judía en Polonia, alrededor de 160.000 personas.

Alemania ocupó Lodz el 8 de septiembre de 1939. De inmediato comenzaron las persecuciones a los judíos: prohibieron las festividades judías, les quitaron todas sus propiedades, les prohibieron hacer negocios y los obligaron a llevar estrellas judías en sus ropas. Muchos judíos fueron detenidos y enviados a campos de trabajos forzados.

A comienzos de febrero de 1940, los nazis designaron un gueto judío en una zona de 4,13 kilómetros cuadrados (posteriormente lo redujeron a un área aún más pequeña) en la sección noreste de Lodz y forzaron a 160.000 judíos (un tercio de la población total de la ciudad) a vivir en esa pequeña área. Levantaron muros y cercas y había guardias que patrullaban el perímetro para asegurarse que nadie escapara.

Henryk Ross, quien en ese momento tenía 21 años y antes de la guerra trabajaba como fotógrafo deportivo para un periódico de Varsovia, fue uno de los judíos forzados a entrar al gueto. Los nazis le quitaron la cámara fotográfica, pero poco después se la devolvieron y le otorgaron un trabajo oficial: Henryk junto y otros dos judíos serían los fotógrafos oficiales del gueto. Ellos debían sacar fotografías de los trabajadores para sus credenciales de trabajo, y también fotografías de propaganda para el Departamento de Estadísticas del Gueto de Lodz, mostrando falsamente que la vida era placentera y tolerable dentro de las paredes del gueto.

Henryk comprendió que su cámara y su estudio de revelado fotográfico le brindaban una oportunidad única: mientras ejercía sus labores oficiales, él también podía documentar la miseria y los horrores que lo rodeaban. Era un trabajo peligroso. Henryk sabía que si llegaban a descubrir sus fotografías no autorizadas enfrentaría una muerte segura. De todos modos, arriesgó su vida una y otra vez y sacó miles de fotos clandestinas de la vida en el gueto.

“Lo hice sabiendo que si llegaban a descubrirme torturarían y matarían a mi familia”, escribió Henryk en 1987. Pero él entendió que tenía que dejar una prueba de lo que le estaba ocurriendo al pueblo judío. “Algún registro de nuestra tragedia, concretamente de la eliminación total de los judíos de Lodz en manos de los verdugos nazis. Entendí que era testigo de la destrucción total de la judería polaca”, recordó Henryk.

Al sacar fotografías para las credenciales de trabajo, Henryk agrupaba a muchos trabajadores en una misma toma. De esa forma ahorraba película para sus fotografías secretas. El resto del tiempo, escondía la cámara debajo de su abrigo y deambulaba por el gueto, fotografiando a los judíos en sus vidas diarias. Henryk hizo hoyos en sus bolsillos para poder manipular la cámara escondida con mayor facilidad. Sacó fotografías de niños jugando y tiernas escenas familiares. También documentó el trabajo agotador de judíos que debían esforzarse en condiciones imposibles: descalzos, desnutridos y exhaustos por el trabajo excesivo.

Al gueto de Lodz enviaron también a otros miles de judíos de toda Europa, incrementando todavía más un área sobrepoblada. Un área cercana albergaba a miles de prisioneros gitanos, que fueron transportados a Polonia desde Austria. Después del gueto de Varsovia, el gueto de Lodz fue el segundo gueto más grande en la Europa nazi.

Lodz estaba destinado a ser un gueto modelo, en donde los judíos podían salvarse de la muerte si probaban que eran valiosos como trabajadores. El gueto albergaba talleres de zapatería, fábricas textiles y centros en donde los judíos eran obligados a hacer colchones y uniformes militares alemanes. Trágicamente, algunos de los prisioneros judíos creyeron que trabajar para los nazis los mantendría con vida. El presidente del consejo judío en el gueto de Lodz, Mordejai Jaim Rumkowski, creyó en las promesas nazis de que ser productivos salvaría vidas judías, y él ayudó a dirigir el gueto para hacerlo lo más productivo que pudo, con la esperanza de apaciguar a sus opresores nazis.

Los judíos del gueto realizaban labores agotadoras en duras condiciones, con muy poca comida. Muchos no tenían agua corriente ni acceso a baños ni condiciones sanitarias. El Tifus se propagó de forma desenfrenada por el gueto y muchos murieron de desnutrición y exceso de trabajo. Alrededor del 20% de los judíos del gueto de Lodz fallecieron de inanición, agotamiento y enfermedades. “Las personas se hinchaban de hambre o se demacraban”, testificó Henryk. “Hubo casos de personas que se derrumbaron en la calle; hubo casos en los que colapsaron en el trabajo y en sus casas debido a las difíciles condiciones. Había de seis a ocho personas en una habitación, dependiendo del tamaño de la habitación. La gente se congelaba de frio. No había calefacción… Vi familias completas, esqueletos de personas, que de noche morían con sus hijos”.

Los que no murieron por el abandono y el exceso de trabajo fueron enviados a ser asesinados, ya sea en Auschwitz o en una fábrica de muerte cercana que construyeron para matar a los judíos de Lodz. En 1941, los Nazis construyeron una instalación para asesinatos en la ciudad de Chelmno, a unos 50 kilómetros al noroeste de Lodz. A partir de 1942, enviaron allí a judíos y a gitanos para ser asesinados. Las víctimas eran encerradas en una habitación hermética en la parte trasera de unos camiones llamados “camionetas de gas” y eran asesinados liberando allí gas venenoso. En septiembre de 1942, más de 70.000 judíos y unos 5.000 gitanos ya habían sido asesinados en Chelmno. Sus cuerpos fueron enterrados o quemados.

“En el año 1940, todavía se ignoraba” el destino que les esperaba a los judíos, explicó Henryk Ross. “Pero en 1941, en el momento que hubo más deportaciones, los judíos comenzaron a formular preguntas y supieron que iban a la “sartén”… Esta era una expresión de rutina entre las personas del gueto. Ellos sabían que los iban a quemar…”

En septiembre de 1942, los nazis emitieron una orden espeluznante a los judíos del gueto de Lodz: casi todos los niños menores de diez años serían deportados, los enviarían a Chelmno para ser asesinados. Desafiando las órdenes de quedarse encerrado ese día trágico, Henryk salió a documentar ese asesinato en masa. Sus inquietantes fotos de niños esperando detrás de una cerca de alambre para ser deportados, llevaron al mundo la última imagen de las vidas de esos bellos niños judíos.

Henryk también sacó las únicas fotografías de judíos entrando a vagones de carga en la estación de trenes de Lodz, desde donde los enviaban a morir en Auschwitz. Estos son documentos importantes de los espantosos crímenes nazis. En el juicio de Eichmann, Henryk recordó cómo pudo documentar esa escena:

“Yo conocía personas que trabajaban en la estación de tren de Radegast (la estación de tren de Lodz), que estaba ubicada afuera del gueto, pero conectada a él y donde se detenían los trenes destinados a Auschwitz. En una ocasión logré entrar a la estación haciéndome pasar por un empleado de limpieza. Mis amigos me encerraron en una bodega de cemento. Estuve ahí desde las seis de la mañana hasta las siete de la tarde, hasta que los alemanes se fueron y el transporte partió. Escuché gritos. Vi las golpizas. Vi cómo les disparaban, cómo asesinaban a quienes se resistían. Tomé varias fotografías a través de un hoyo que había en una tabla de la pared de la bodega”.

En otra ocasión, Henryk tomó fotografías de alemanes agarrando niños judíos en un hospital. “Los alemanes concluyeron que había muy pocas personas en los vehículos (que deportaban a los judíos). Dijeron que tenían que cargar más gente. Los camiones llegaron al frente del hospital en donde habían reunido a los niños… Los niños rasguñaban las paredes con sus uñas (cuando se los llevaban). Los niños ya no lloraban, ellos sabían lo que les esperaba, lo habían escuchado. No podían llorar. Los alemanes corrían por las habitaciones, los golpeaban y los lanzaban desde las ventanas y desde los balcones a esos camiones. No estuve allí por mucho tiempo, porque incluso para mí era peligroso estar ahí”.

Henryk no tomó solo sus fotografías. Poco después de mudarse al gueto, conoció a Stefania Schoenberg. Ellos se casaron en el gueto en 1941, y Stefania a menudo trabajaba vigilando a Henryk, arriesgando también su vida para que él pudiera tomar sus fotografías.

El 10 de junio de 1944 llegó la orden: iban a liquidar el gueto de Lodz y todos los judíos que quedaban serían enviados a la muerte. En ese momento, los judíos del gueto de Lodz eran la comunidad judía más grande sobreviviente en Polonia, pero pronto serían reducidos a cenizas, como tantos otros millones de judíos. Entre el 23 de junio y el 17 de julio, 1944, más de 7.000 judíos fueron enviados de Lodz a Chelmno para ser gaseados. En agosto de 1944, otros 70.000 judíos fueron enviados para ser asesinados en Auschwitz.

Para entonces, Henryk había acumulado unas 6.000 fotografías. Henryk las enterró, asumiendo que también él sería asesinado. “Quería dejar un registro histórico de nuestro martirio”, explicó.

En vez de deportarlos, a Henryk y Stefania les ordenaron quedarse en el gueto como parte del grupo de limpieza, encargado de borrar todos los rastros de los crímenes nazis. Habían planeado asesinarlos cuando completaran ese espantoso trabajo, pero en cambio ellos y un puñado de judíos fueron liberados por los soviéticos en enero de 1945. En ese momento, Henryk pesaba sólo 38 kilos.

Después de la Guerra, Henryk y Stefania desenterraron sus valiosas fotografías y negativos. El agua había destruido la mitad de los negativos, pero quedaban unos 3.000. Los Ross se fueron a vivir a Israel y comenzaron a imprimir las fotos. En el juicio de Eichmann, sus imágenes aportaron una prueba crucial de muchos de los horrendos crímenes y de la brutalidad nazi, mostrando al mundo por primera vez lo que había ocurrido durante la destrucción de la judería europea.

Henryk Ross falleció en 1991. Antes de su muerte, él reveló miles de fotografías del gueto de Lodz. Al dar su testimonio en el juicio de Eichmann, Henryk dijo que al revelar esas fotos “temblaba incontrolablemente, todo volvió a la vida”.

Gracias al valiente trabajo de Henryk y Stefania durante sus años más oscuros, la crueldad y los crímenes del régimen nazi no quedaron en el olvido sino que cobraron vida ante nuestros ojos, permitiéndonos ver tanto la vida como la muerte en el gueto de Lodz. Esas imágenes desgarradoras son un legado perdurable.

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