La pandemia de COVID-19 y el sitio de Jerusalem

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Lo que el 'sitio de Jerusalem' nos enseña sobre el 'sitio por COVID-19' que estamos experimentando.

Cuando los babilonios, y más tarde los romanos, quisieron conquistar Jerusalem, no efectuaron un ataque directo. La ciudad, fortificada con gruesas murallas, era demasiado fuerte para que lo intentaran. En cambio, ellos sitiaron la ciudad. Nadie podía entrar ni salir. Después de un período de tiempo, el hambre comenzó a debilitar a sus habitantes, y eso llevó a luchas internas entre diferentes grupos políticos. En el momento en que los enemigos atacaron y quebrantaron las murallas, quienes las defendían estaban demasiado débiles para responder.

Un sitio funciona en cuatro etapas: 1) se prohíbe el movimiento de entrada y salida; lo que lleva a 2) la gente carece de las necesidades básicas; lo que lleva a 3) luchas internas y disturbios civiles; lo que lleva a 4) la incapacidad de vencer al enemigo cuando finalmente invade la ciudad. Antes de que el ejército romano sitiara a Jerusalem en el año 70 EC, la capital judía era una de las ciudades más grandes del mundo antiguo, con una población de 100.000 habitantes y masivos depósitos de granos y agua. Pero con el sitio, las divisiones entre los judíos se profundizaron todavía más entre lo que, en lenguaje moderno, llamaríamos la "izquierda" y la "derecha". Los extremistas incendiaron los depósitos de granos como un medio para lograr radicalizar a los moderados y convencerlos de que lucharan contra los romanos. El hambre y los conflictos internos debilitaron tanto a la población, que en el momento en que los romanos quebrantaron las murallas, los lazos entre los habitantes judíos ya se habían cortado, lo que llevó a la destrucción del Templo Sagrado en Tishá BeAv.

La pandemia de COVID-19 ha "sitiado" al mundo.

La pandemia de COVID-19 ha "sitiado" al mundo. Se ha restringido el movimiento físico, las fronteras de muchos países están cerradas y grandes grupos tienen prohibido salir de sus hogares. Las víctimas del virus son muchas, hasta la fecha hay más de 16.000.000 de personas infectadas y más de 650.000 fallecidas. Los esfuerzos para evitar la enfermedad a través del cierre y la prohibición de actividades, provocó estragos económicos. Una cantidad inmensa de comercios han quebrado e industrias completas han colapsado. Las cifras de desempleo siguen creciendo. Como en los sitios de la antigüedad, la población sufre la carencia de sus necesidades básicas, lo cual degenera en luchas internas y disturbios civiles. El abuso doméstico se incrementó. Esa es la forma en que la gente se comporta cuando siente que no hay forma de salir de la situación.

Aquí, en Israel, vimos resultados milagrosos durante la primera ola de COVID-19. Con una población de tamaño similar a la ciudad de Nueva York y de Suiza, hasta el 20 de abril Israel había sufrido tan sólo 172 muertes en contraste con las 6.100 en la ciudad de Nueva York y 1.401 en Suiza. En ese momento, Israel se consideraba uno de los países más seguros del mundo respecto al COVID-19.

Pero nunca se mencionó la palabra "milagro". Los israelíes le dimos el crédito a nuestro Primer Ministro y a la disciplina de la sociedad, porque estamos acostumbrados a enfrentar amenazas catastróficas.

Sin embargo, durante esta segunda ola, el sitio de COVID-19 nos ha debilitado y dividido. Con 33.159 infecciones activas y otras 255 muertes adicionales desde el comienzo de esta segunda ola, el país está vociferantemente dividido entre aquellos que exigen un cierre y los que insisten que la debacle económica tendrá peores costos humanos que la enfermedad. Cada noche salen a la calle manifestantes contra el gobierno; grupos pequeños, pero ruidosos. El mismo gobierno está dividido respecto a las medidas que se deben implementar. El mismo día que el ministro de salud amenazó con un cierre completo, el comité de Coronavirus de la Knéset abrió todo, incluso los gimnasios y las piscinas públicas.

El sitio que no tuvo éxito

En el siglo VIII AEC, el poderoso imperio asirio, que había conquistado lo que hoy en día es Turquía, Irak y Siria, decidió conquistar la Tierra de Israel. Entonces vencieron a las diez tribus del Reino del Norte de Israel y enviaron a sus habitantes al exilio (lo que se conoce como las "Diez Tribus Perdidas"). Muchos años después, el ejército asirio marchó hacia el sur, para enfrentar al reino más pequeño y militarmente más débil de Iehudá, que estaba compuesto sólo por dos tribus. Sanjerib y su ejército sitiaron a Jerusalem en el año 701 AEC.

La situación parecía sombría, pero el profeta Ieshayahu (Isaías) profetizó que la ciudad no iba a caer. El rey de Iehudá en ese momento era el recto Rey Jizkiyahu (Ezequías). Hoy en día, en el Museo Británico hay un hexágono de arcilla de ese período que describe las victorias militares de Sanjerib. Este incluye una inscripción que se jacta del sitio a Jerusalem: "Jizkiyahu, rey de Iehudá, yo te encerré en Jerusalem como a un pájaro en una jaula".

Sin embargo, el sitio no tuvo éxito. La Biblia (Melajim II, 19:14-19) describe cómo el Rey Jizkiyahu fue al Templo Sagrado y rezó:

"Hashem, Dios de Israel… Sólo Tú eres el Dios sobre todos los reinos de la tierra. Tú has hecho el cielo y la tierra… ¡Escucha las palabras de Sanjerib que envió para insultar al Dios vivo! Es cierto, Hashem, los reyes de Asiria han destruido a las naciones y a sus tierras… Ahora, Hashem, Dios nuestro, sálvanos, te lo ruego, de su mano, para que todos los reinos de la tierra puedan saber que Tú eres el Dios Eterno".

Esa misma noche, Dios atacó el campamento asirio con una plaga devastadora. Los pocos soldados que sobrevivieron, entre ellos Sanjerib mismo, huyeron de regreso a Asiria. El Reino de Iehudá floreció durante otros 115 años.

Llamados para despertarnos

De Jizkiyahu aprendemos que la plegaria puede quebrar un sitio. El camino a la redención es acudir a Dios, Quien controla la historia mundial. Cuando los babilonios amenazaron a Jerusalem en el siglo VI AEC, para salvar a la nación, el gobernador judío acudió a sus alianzas políticas con Egipto. A pesar de las advertencias del Profeta Irmiyahu (Jeremías) respecto a que sólo Dios podía salvarlos, la fe equivocada en las soluciones políticas y militares llevaron al sitio y a la caída de Jerusalem.

Por supuesto, proclamar que Dios puede quebrar los sitios despierta la pregunta respecto a quién permitió en primer lugar ese mismo sitio. Los monoteístas afirman que Dios es la única fuerza operativa en el universo. Si bien los seres humanos tienen libre albedrío en la esfera moral, en última instancia sólo Dios determina qué es lo que ocurrirá.

Una vez, un joven llegó de visita a Aish HaTorá en Jerusalem y conversó con su director, Rav Nóaj Weinberg. Él le dijo a Rav Weinberg que él no necesitaba estudiar en una Ieshivá porque estaba muy unido a Dios. Le contó al Rav que un día él viajaba en su motocicleta por un sinuoso camino montañoso cuando de pronto apareció un camión en la dirección contraria y se vio obligado a desviarse del camino. Él cayó por un acantilado en lo que debería haber implicado una muerte segura. Sin embargo, milagrosamente sobrevivió apenas con algunos raspones. "Ya lo ve, Dios y yo estamos muy unidos. Él me salvó la vida", concluyó el joven.

Rav Weinberg le respondió: "Y dime, ¿quién piensas que te empujó por ese acantilado?".

Dios nos envía muchos llamados de atención, pero la humanidad puede presionar el botón de snooze sólo una determinada cantidad de veces.

El profeta Irmiyahu reprochó una y otra vez al pueblo y les advirtió que sus malos actos (asesinato, idolatría y adulterio) los estaban llevando en la dirección incorrecta.

Dios iba a bloquear ese curso de acción espiritualmente destructivo enviando un enemigo fuerte para derrotarlos. Si revertían su comportamiento, se salvarían, así es como opera la historia. Dios envía múltiples llamados de atención, pero la humanidad puede presionar el botón de snooze sólo determinada cantidad de veces.

El sitio de COVID-19 ha bloqueado al mundo. La fe en los líderes políticos, los expertos científicos y los planes de rescate económico, hasta ahora no lograron resolver la crisis. Incluso mientras esperamos que se descubra una vacuna para protegernos contra el virus, los alarmantes casos de personas que han vuelto a infectarse llevan a cuestionar cuánto tiempo puede durar la inmunidad contra este virus letal. El colapso parcial de la economía lleva a que la gente tema no poder pagar sus alquileres, sus hipotecas, o incluso sus alimentos. En medio de los gritos de protesta y los llantos de dolor, podemos escuchar el eco de la voz del profeta convocándonos a hacer un inventario espiritual y retornar a Dios.

Tal como la comunicación es la base de un buen matrimonio, la plegaria es la base de una relación con Dios. Además de las plegarias establecidas en el Sidur (el libro de plegarias judías), puedes rezar a Dios con tus propias palabras, en tu propio idioma. Hablar en privado con Dios, en voz alta y con tus propias palabras, se llama hitbodedut. Derrama tu corazón ante Dios. Dile lo que sientes, lo que temes.

Reconoce que Él tiene el control y pídele ayuda, confiando en que Él te ama. Pero siempre comienza tu tiempo a solas con Dios agradeciéndole por lo que tienes: tu vista, tu audición, tu capacidad de pensar, etc. Debemos agradecerle a Dios por cada instante en el cual respiramos. Esto es particularmente pertinente durante la pandemia de COVID-19.

Cuando no hay forma de 'salir', siempre hay una forma de 'subir'.


Con agradecimiento a Ken Spiro por su libro: "El milagro de la historia judía".
 

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