Los judíos en el exilio encuentran su camino de regreso a casa

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Me siento agradecida porque a pesar de los años de opresión, los líderes soviéticos no fueron capaces de borrar el anhelo por nuestra herencia espiritual.

Puedes encontrar judíos en los rincones más inesperados del mundo, compartiendo extraordinarias historias de supervivencia y resistencia. Allí se pueden ver sinagogas vacías y cementerios, recordando que los judíos llegaron a todos los rincones del globo.

Yo a menudo viajo a visitar esos lugares olvidados y me detengo a apreciar los edificios vacíos, observándolos a través del pasto descuidado. Siento una mezcla conflictiva de melancolía por esas sinagogas olvidadas y alegría por la resiliencia del pueblo judío.

Crecí en lo que era la Unión Soviética, y en 1989 mi familia emigró a los Estados Unidos (en la foto estoy con mi familia en nuestro departamento en la Unión Soviética). También nosotros en un momento fuimos parte de una tierra diferente en otro país.

A medida que los judíos emigraban, se llevaron el ruido judío de la vida diaria, dejando atrás un silencio profundo e inquietante que se arrastra por las calles vacías.

Hace dos años, con mi esposo visitamos Georgia, un país que fue parte de la ex Unión Soviética. Nos unimos a un grupo cuyo propósito era visitar comunidades judías y sinagogas en esa parte del mundo. Aunque la ciudad capital, Tbilisi, aún cuenta con una vibrante vida judía, una hermosa sinagoga y restaurantes, la mayoría de las comunidades judías del país se redujeron de contar con miles de familias a tener sólo unas pocas. Estos judíos que se quedaron se convirtieron en los "guardianes" no solamente de los edificios físicos, sino también de recuerdos de las calles que una vez estuvieron repletas con el sonido de rezos, el estudio de la Torá, los mercados de comida kasher y los juegos de niños que usaban kipá.

Estos últimos judíos que quedaron debieron medirse con un silencio inesperado. A medida que la mayoría de los judíos emigraron a otras tierras, se llevaron consigo el ruido judío de la vida diaria: el sonido de las discusiones de Torá y los debates talmúdicos, las risas de los niños, los llantos de bebés, las mujeres conversando a viva voz y las canciones de Shabat. Esto dejó un silencio profundo e inquietante que se arrastra por las calles vacías.

Fotografía de la autora de una sinagoga en Georgia.

Mi familia también quería reconstruir nuestras vidas en un país donde pudiéramos practicar abiertamente nuestra fe y celebrar nuestra identidad judía. El comunismo prohibía la observancia de todas las religiones; enseñarle judaísmo a la siguiente generación era una tarea casi imposible. En un momento, dejar la Unión Soviética parecía un sueño imposible. Sin embargo, muchas personas valientes lucharon por nuestra libertad y uno de esos individuos fue un judío georgiano, Shabtai Elashvili.

En agosto de 1969, en medio de pleno reinado comunista, Shabtai Elashvili tomó la impensable decisión de apelar al Comité de Derechos Humanos de la ONU, al primer ministro israelí y al embajador de Israel en la ONU, pidiendo permiso para emigrar a Israel. Él y otros diecisiete judíos georgianos, firmaron una apelación en un inconcebible acto de desafío contra la tiranía del régimen soviético.

¿Qué motivó a estos "luchadores de la fe" a levantarse en contra de la opresiva y atea cultura de la sociedad soviética? Su respuesta fue simple:

“El tiempo del miedo ha pasado, ha llegado la hora de actuar… Demandamos que la Comisión de Derechos Humanos de la ONU dé de forma inmediata los pasos necesarios para obtener en el tiempo más breve posible permiso del gobierno de la URSS para dejarnos salir. ¿Cómo es posible que a finales del siglo XX se les prohíba a personas vivir dónde quieran?”

Esta fue la primera manifestación pública de los judíos soviéticos en contra del gobierno comunista. Esta apelación captó la atención de Golda Meir, quien decidió apoyar públicamente el derecho de los judíos soviéticos de emigrar a Israel. Increíblemente, tan sólo dos años después, a pesar de las restricciones soviéticas, estos dieciocho individuos y sus familias pudieron salir de la Georgia soviética y emigrar a Israel.

Hoy, a medida que voy descubriendo y conectándome con mis costumbres y tradiciones judías, me siento muy agradecida de que a pesar de los años de opresión, los líderes soviéticos no fueran capaces de borrar el anhelo por nuestra herencia espiritual. A pesar de que el régimen comunista duró más de setenta años, mi familia siguió identificándose con nuestra herencia y nuestra nación judía.

La Tierra de Israel tiene una increíble importancia en mi vida personal. Mis dos hijos celebraron su Bar Mitzvá cerca del Muro de los Lamentos, en Jerusalem. Esos fueron los momentos de mayor orgullo de mi vida. Mi corazón desbordó de emoción cuando nuestra familia viajó a Israel, junto con nuestros padres y hermanos, para conmemorar esta ocasión en el lugar más sagrado para el pueblo judío.

Cuando partí de mi rincón en el mundo, llevé conmigo un “equipaje” único de mi lugar de nacimiento. Parte de los barrios y ciudades donde una vez vivimos se fueron con nosotros a nuestra siguiente parada. Algunas cosas en la vida nunca se pueden dejar atrás, porque son parte del destino judío. Estos lugares y comunidades siguen vivos en nuestra memoria, como persistentes melodías de nuestro pasado.

Yo dediqué mi vida a mi herencia judía y ya no siento resentimiento hacia mi infancia soviética. La mayoría de los judíos de esta generación tienen poderosas historias que se remontan a muchos países, idiomas, comidas, música, vestimentas y otras tradiciones únicas. Sin embargo, a pesar de todas las diferencias que cargamos por nuestros "viajes", somos una nación judía que tiene un país al que llamamos nuestro hogar: Israel.

No hay mejor prueba de nuestra unidad que reconocer que como pueblo nunca dejamos de anhelar regresar a nuestra patria. Cada gran hito de nuestras vidas incluye una referencia a nuestra Jerusalem y a la Tierra de Israel. Esperamos, rezamos y soñamos con la reunión de los exilios. Nunca olvidamos el comienzo de nuestra historia.

Al observar por una pequeña ventana hacia el edificio vacío de una sinagoga, me alegró saber que esas personas habían emigrado a Israel. Este pensamiento me llenó de esperanza y orgullo, y del anhelo de que un día en el futuro cercano todo el pueblo judío de todos los rincones del mundo completemos nuestra travesía por el exilio y volvamos a casa.

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