¿Qué es más difícil, decir hola, o decir adiós?

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Los poetas tenían razón. Un árbol realmente creció en Brooklyn. Y sobre él, una relación había comenzado a florecer.

La primera vez que lo vi él estaba sacando la basura.

Era una pequeña bolsa, recuerdo; definitivamente pequeña en comparación con la mía, de tamaño olímpico; un paquete de resistencia industrial, hinchado, a punto de explotar y rasgado en las costuras. Que el nombre comercial de las bolsas fuera "Las Bolsas Alegres" era de seguro un cruel chiste o un oxímoron, pensé.

Ninguno de nosotros dijo "Buenos días". Creo que cada uno de nosotros pensó que el otro lo haría. Sólo nos saludamos moviendo la cabeza cordialmente y entramos de nuevo en nuestras respectivas casas vecinas. Yo estaba ocupado.

Habiéndome mudado recientemente, pasé la mayor parte de mis primeras semanas repitiendo la escena de ir a tirar la basura - sobre todo las cajas de la mudanza, las de pizza y otras cosas – pero rara vez lo veía. Concluí que él debía ser una persona solitaria, pero sinceramente, no pensé mucho en ello. Yo estaba ocupado, tú sabes.

Los años pasaron. Los niños crecieron, nuevos niños fueron naciendo, y la basura batía nuevos records. De vez en cuando yo veía a Jaim (realmente Hyman, pero todos le decíamos Jaim) recortando sus arbustos (yo sabía su nombre porque de vez en cuando recibía su correo por equivocación), pero él era "más viejo", probablemente un jubilado, reflexioné, y parecía que no teníamos nada en común.

A esta altura, de nuestro nivel de comunicación, habíamos llegado al punto de decirnos "Buenos días" y " Ya viene la nieve". Y realmente no puedo decir que nuestra no-relación me molestó mucho. Yo tenía muchos amigos en la cuadra y mi familia, la religión, y la carrera ocupaban cada minuto libre de mi tiempo. Sí, adivinaste - yo estaba ocupado.

No recuerdo cuando las cosas cambiaron. Puede haber sido después de que lo invité a la boda de uno de mis niños. O puede haber sido después de que nos quedamos afuera discutiendo un día entero acerca de las regulaciones del estacionamiento en nuestra cuadra. No estoy seguro. Pero algo cambió. Él no era solitario – descubrí que él era tímido, y que después de todo nosotros sí teníamos cosas en común, como por ejemplo un sentido del humor realmente seco. De la nada, Jaim podía decir las cosas más graciosas y más inesperadas con una cara tan seria como la de una galleta y yo me reía ruidosamente. Y cada vez que hacia esto, las comisuras de su boca se levantaban ligeramente, como si dijera, "Finalmente, alguien me entiende".

Un año, después de rechazar decenas de invitaciones de venir con nuestra familia a pasar un Shabat, él me sorprendió al aceptar "entrar" a nuestra Sucá - "solamente para mirar". Con suma timidez, él entró y salió en aproximadamente cuatro minutos, y pasó más tiempo pidiendo perdón por "la injerencia" que sacudiendo mi lulav y etrog torpemente. Jaim nació y creció en Brooklyn, pero recibió muy poca educación judía y casi no tuvo contacto con la comunidad en los años de su formación. Por ello, su familiaridad con la ley y la tradición judía era bastante mínima.

Los poetas tenían razón. Un árbol realmente creció en Brooklyn. Y sobre él, una relación había comenzado a florecer.

Una mañana, no mucho después de Sucot, casi me caigo a causa de una pequeña bolsa marrón de papel que había sobre mi puerta. Era en la época pre-9/11, por lo que simplemente me incliné y la abrí. Adentro había tres pequeños tomates. Busqué una nota, dentro de la bolsa y sobre ella. No había ninguna. Bastantes días más tarde, Jaim, con su cara más roja que un tomate me preguntó si me había gustado su pequeño regalo de cosecha propia.

"No estoy seguro cuan maduros estaban y... em... y... por lo general son un poco más duros, " se disculpó, en el estilo típicamente humilde de Jaim.

"Ah, estaban muy buenos", le dije. "Gracias".

Los poetas tenían razón. Un árbol realmente creció en Brooklyn. Y sobre él, una relación había comenzado a florecer.

Pero las relaciones, sabemos, no son nunca estáticas. Como cualquier tomate bueno, si ellos no son regados y nutridos pueden marchitarse, e incluso morir. Y así fue que decidí pedirle a Jaim que fuese mi compañero de estudio de Torá. Atento a su reticencia social, y su inhabilidad casi total de tomar algo de alguien, yo sabía que esto no iba a ser fácil. Pero realmente pensé que nosotros teníamos tanto que ganar con ello, que comencé a planificar mi acercamiento.

Yo estaba seguro que el tiempo y la forma de expresar la invitación eran cruciales y que también necesitaba un argumento potente y convincente para responder a su muy posible rechazo a esta oferta inesperada y quizás extraña. Y esto tomó muchas semanas de vueltas mentales y ensayos hasta que el día finalmente llegó. Estábamos parados afuera, desde luego, (él nunca había violado mi "santo umbral"..., ni yo, el suyo) conversando sobre nada especial, cuándo comprendí que el momento era, "¡Ahora!". Recuerdo haberme sentido tonto ya que consideré mi angustia como un poco exagerada. Y aún así, seguí adelante.

"Estaba pensando, Jaim, ¿Qué dice usted... usted y yo... estudiar Torá juntos - tal vez una vez a la semana, durante una hora o algo así?". Ya lo había hecho. Sentí aquella misteriosa ansiedad irse en un instante y esperé a ver su reacción. Previsiblemente, Jaim era totalmente imprevisible.

"¡Desde luego! Es una maravillosa idea", dijo él. "¿Cuándo comenzamos?".

"¿Cuándo comenzaremos?", tartamudee.

Ahora, su rápida aceptación era algo para lo que yo no estaba preparado.

"Emmm... bueno... Supongo... que podríamos comenzar... El jueves".

Llego el mediodía del jueves y el timbre de mi puerta sonó. Sus pasos eran muy cortos y su andar estaba saturado con la agitación. Yo nunca antes lo había visto vistiendo una kipá, excepto una vez en mi Sucá, pero de algún modo a pesar de toda la incomodidad se veía orgulloso.

Lo dirigí a mi mesa del comedor y lo invité a sentarse y relajarse durante un momento mientras traje algunas bebidas para nosotros. Cuando volví, con las gaseosas y las copas en la mano, Jaim seguía parado, tieso, como si esperara que termine de sonar el himno.

"Es que estoy esperando a que usted se siente primero", explicó él con total naturalidad.

Considerando su inclinación por la formalidad, supongo que yo no debería haberme sorprendido cuando también rechazó las gaseosas.

Su formación era limitada, pero su comprensión, y su curiosidad eran fuera de serie.)

Dividimos nuestra hora al medio; estudiando, en inglés, las leyes del lenguaje apropiado por el Jafetz Jaim (sabio y erudito de siglo XX) y el Libro de Nuestra Herencia por Eliyahu Kitov. Su formación era limitada, pero su comprensión, y su curiosidad eran fuera de serie. Él hacía comentarios sobre cada cosa que leíamos, y preguntó cosas que parecían haber estado aletargadas dentro suyo durante 50 años o más. 60 minutos parecieron 15.

Jaim se levantó para marcharse un minuto antes de la una, anunciando que el tiempo ya había terminado.

"Gracias", él dijo. "Estuvo muy agradable".

Me sorprendió que no se despidió de mi al irse, cerrando la puerta detrás de él. Rápidamente la volví a abrir.

"Jaim" le dije, "¿a la misma hora la próxima semana?".

Jaim se vio genuinamente asustado por la proposición.

"¿Ah...está seguro que no está demasiado ocupado? Quiero decir... em... no tiene que hacer esto si no quiere. Probablemente tiene su propio estudio planificado y quien sabe que más, seguramente no me necesita para...".

"Lo veo la próxima semana", interrumpí.

Llegó el siguiente jueves al mediodía, trayendo a Jaim consigo. Y así también ocurrió el siguiente jueves, y el siguiente, y cada semana a partir de entonces. El menú apenas cambió. El programa fue cambiando a medida que completábamos varios textos a través de los años (incluso él trajo un viejo libro sobre las parábolas del Maguid de Dubno del cual estudiamos), pero tuve que obligar a Jaim a sentarse antes de que yo lo hiciera y el jamás aceptó que alguna gaseosa mojara su solitario vaso.

Me maravillé de la perspicacia de Jaim con los principios complejos del estudio. Yo a menudo me imaginaba que si él hubiese estudiado Torá cuando era más joven podría haber llegado muy lejos. Y aquellas preguntas que él hacía, interminablemente, revelaron la increíble sensibilidad de Jaim, que desmintieron su manera reservada y orgullosa. ¿Su obsesión por la belleza intrínseca de cada ser - de cada judío, gentil, hombre, mujer y niño, animal y planta, y aun hacia los objetos que eran inanimados ("Ellos son todos creaciones de Dios, ¿verdad?") se hizo un tema constante que impregnó nuestro viaje intelectual semanal de una hora, hacia algunos de los sitios más hermosos de la vida.

Ninguno de nosotros se atrevería a decirlo, pero ambos lo sabíamos. Los jueves se habían convertido en nuestro día favorito de la semana.

A veces nuestro viaje incluía paradas de descanso, donde nos aventuramos, aunque con cautela, en las prohibidas aguas personales - recuerdos de la infancia, preocupaciones médicas menores, y las preguntas de fe. Aquellos desvíos eran breves, ya que Jaim prefirió no apartarse hacia regiones donde las olas eran agitadas e imprevisibles. Como nos hicimos más cercanos, le hice bromas sobre ello y bastante seguido la comisura de sus labios se elevaban, y no se fruncía, y su risa calurosa inundaba el comedor. Me reí con él y atesoré aquellos momentos de vinculación y amistad verdadera. Ninguno de nosotros se atrevería a decirlo, pero ambos lo sabíamos. Los jueves se habían convertido en nuestro día favorito de la semana.

Era un día martes. Me dijeron que Jaim había sido llevado al hospital Beit Israel. Él había experimentado algunos dolores del pecho y posiblemente había sufrido un pequeño infarto. Él estaba despierto y estable, y volvería a su casa después de algunas pruebas de rutina. Por alguna razón él no tenía teléfono en el hospital y no podía usar un teléfono celular allí. Vacilé sobre la idea de visitarlo, ya que no estaba seguro si para él sería cómoda una invasión de mi parte de aquella magnitud. Pero entonces el jueves llegó.

Con los libros en la mano, hice un viaje largo y difícil hasta Manhattan.

"¿Jaim...?", pregunte tímidamente al entrar en su cuarto, "¿qué hace usted aquí?".

Él apareció de repente en su cama como un niño de 2º grado en la tienda de helados. Ojala hubiera traído una cámara. Sus cejas espesas parecieron saltar por sobre su cabeza. Él parecía estar a mitad de camino entre el aturdimiento y el desconcierto.

"¿Yo?", él dijo, "¿qué hace USTED aquí?".

"Jaim...hoy es jueves".

Sobre la pared directamente frente a la cama había un reloj grande. Eran exactamente las 12 del mediodía. Él lo miró. Yo miré a Jaim. Pensé que durante ese minuto pude ver la irrigación de su ojo, pero fácilmente podría haber sido el mió propio.

Jaim se veía bien - mejor que nunca. Él se excusó por el lío en el cuarto, (como si yo lo hubiese notado o me importara) y prácticamente me regañó por haberme molestado en venir.

"Ellos quieren hacerme una prueba más", dijo él, "pero creo que me la saltaré. Probablemente vuelva a casa mañana".

Acerqué una de aquellas sillas de visitas de gran tamaño y comencé a leer de nuestro texto habitual. Jaim instintivamente metió la mano en al cajón superior del estante de noche y hurgó para sacar algo. Yo estaba sorprendido que él había traído una kipá al hospital. Parece que él había comenzado a ponérsela para poder recitar una bendición siempre que comiera algo. Yo no sabía. Él me ofreció un yogurt que sobraba y un poco de jugo de manzana de un contenedor de plástico sellado, pero esta vez era mi turno para negarme.

La hora pasaba. Preocupado de que mi parquímetro ya hubiera expirado, Jaim me echó hacia afuera por la puerta. Me di vuelta para dar un vistazo final. Él me decía ¡adiós! Mientras hacía señas para que yo me apresurara en irme.

La noche siguiente, Shabat llegó plácidamente. Un vecino mencionó que él había visto a Jaim volver a casa una hora antes. No fui a visitarlo.

Por alguna razón esa noche, mi sueño fue irregular. Una vez, dándome vueltas en la cama, noté algunas luces muy brillantes aparecer entre mis cortinas venecianas. Miré mi reloj. Eran las 4:36 de la mañana.

Salté de mi cama para mirar hacia afuera. Estacionados en el frente había dos coches de bomberos, un coche de policía y una ambulancia. En segundos, mi corazón se levantó y mi estómago se arremolinó.

"¡JAIM!". Grité dentro de mí.

Me puse rápido los pantalones, bajé apurado las escaleras y fui hacia afuera. Su puerta estaba abierta de par en par. Tragué aire. Mientras veía algunas caras silenciosas, pasé por el estrecho pasillo que me llevó a su cuarto. Yo nunca lo había visto antes.

La escena era surrealista, y hasta parecía normal de una manera extraña - como tantas escenas típicas en las películas. Estaba Jaim en el suelo, rodeado por cuatro paramédicos agotados. Ellos habían estado turnándose durante más de una hora - tratando de resucitar un corazón que ya se había marchado. Con inquietud miré detenidamente los ojos de aquellos héroes valientes, pero ellos no podían responder mis súplicas llenas de esperanzas. Simplemente no debía ser. Parece que Jaim vino a casa para Shabat y comenzó su descanso eterno.

Minutos más tarde, dificultosamente lo cubrí con una simple sábana blanca y lloré.

En el entierro, hablé sobre el privilegio que tuve de forjar amistad con un alma tan apacible, sensible, y modesta. También pedí el perdón de Jaim por haberlo ignorado durante tantos años y por mi inhabilidad de contestar todas sus decididas preguntas. Lo imaginé preguntando sobre qué era todo ese alboroto.

Volví a casa después del entierro. Fue simple y digno. Las frías ráfagas de enero trajeron consigo las astillas que estremecieron mi tristeza. Apreté mi bufanda. La cuadra parecía muy tranquila. Hice una pausa cuando pasé los arbustos desnudos de Jaim. Estuve parado en el frío durante un momento. Tantas escenas aparecieron en mi mente. Pero podrían haber sido tantas más.

Tú sabes, nunca realmente dijimos, "¡Adiós!". Me imagino que cada uno pensó que el otro lo haría.

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