Vacuna contra la polio: cómo dos investigadores judíos cambiaron el mundo

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Los doctores Jonas Salk y Albert Sabin inventaron vacunas contra la polio.

Cuando se difundió el virus, el pánico arrasó el país. Las escuelas cerraron y las ciudades guardaron cuarentena. No era la ansiedad por el COVID-19, sino otro flagelo que asoló a una generación previa: la polio.

Antes de mediados de 1950, cada verano había casos de polio en todo el mundo. Más de 50.000 norteamericanos se infectaban cada año. En 1952 sólo en los Estados Unidos murieron a causa de la polio 3.000 personas. La enfermedad (poliomielitis) causa una infección en el sistema nervioso central que provoca debilidad muscular y parálisis. Particularmente estaban en riesgo los niños: cada año miles quedaban gravemente discapacitados y la enfermedad mataba entre el 2 y el 10% de las personas que la contraían.

El 7 de setiembre de 1937, un artículo del Milwaukee Sentinel ilustró el pánico que sentían muchos padres al tratar de mantener a sus hijos a salvo. “Ayer se promulgó un edicto que prohíbe que los niños menores de 7 años asistan a la escuela y a otros lugares públicos”, anunciaba el artículo, y señalaba la “posibilidad de posponer la apertura de todos los grados si la situación se vuelve más alarmante…”. Una autoridad de salud pública aconsejaba a los padres mantener a los niños “en sus propios patios”, solos, y no asistir a fiestas, picnics ni playas.

Cuando las familias en todo el mundo reclamaban que se investigara esta enfermedad mortal, dos jóvenes médicos judíos lograron una serie de sorprendentes avances y finalmente encontraron la cura para la polio. Los doctores Jonas Salk y Albert Sabin salvaron miles de vidas y protegieron a un número desconocido de niños de sufrir parálisis y otras complicaciones de salud. Las vacunas para la polio que ellos desarrollaron cambiaron la sociedad y pusieron fin al terror de la polio bajo el cual vivieron nuestros padres y abuelos.

Las primeras investigaciones de Albert Sabin

Albert Sabin nació en 1906 en Bialistok, Polonia. Como todos los judíos, la familia Sabin enfrentó un intenso antisemitismo. La amenaza de violencia nunca estaba demasiado lejos. En 1921, cuando Albert tenía quince años, sus padres Tillie y Jacob ahorraron suficiente dinero para llevar a la familia a Paterson, New Jersey, donde tenían parientes. Albert no sabía inglés, así que cuando llegaron sus primos le enseñaron el idioma. Albert era un estudiante brillante y en seis semanas ya tenía suficiente idioma como para entrar a la escuela secundaria en Paterson, donde se destacó.

Uno de los tíos de Albert era dentista y prometió pagar los estudios universitarios de Albert si él también estudiaba odontología. Albert se inscribió en la Universidad de Nueva York, una de las pocas universidades de los Estados Unidos que en ese momento no tenía cupos para los estudiantes judíos. Él amaba la medicina y la ciencia, pero comprendió que la odontología no era para él. En cambio, logró conseguir trabajos ocasionales y obtuvo las becas necesarias para financiar por sí mismo sus estudios de medicina, donde se dedicó a la investigación médica y virológica.

Se graduó de la escuela de medicina en la Universidad de Nueva York en 1931. Ese mismo año la ciudad entró en pánico por un gran brote de polio. Sabin decidió dedicarse a investigar sobre la polio. Él se preparó como patólogo y estudió en Londres y Nueva York antes de mudarse a Cincinnati en 1939, donde trabajó en la Fundación de Investigación del Hospital de Niños de la Universidad de Cincinnati, investigando los virus.

Cuando comenzó la Segunda Guerra Mundial, el Dr. Sabin se convirtió en Teniente Coronel del Cuerpo Médico, donde estudió los virus que afectaban a las tropas norteamericanas en todo el mundo y logró sorprendentes avances. Uno de sus primeros temas de estudio fue sobre la “fiebre de la mosca de la arena” que atacaba a las tropas norteamericanas en el Norte de África. El Dr. Sabin demostró que la enfermedad la transmitían los mosquitos y que usar repelente contra mosquitos podía ayudar a minimizar la enfermedad.

En la época de la guerra, el Dr. Sabin también condujo investigaciones vitales sobre el dengue, la toxoplasmosis y la encefalitis, enfermedades que afectaban a las tropas norteamericanas. Una vacuna que él ayudó a desarrollar contra la encefalitis fue administrada a 70.000 soldados norteamericanos que se preparaban para una posible invasión a Japón.

Dr. Jonas Salk

Jonas Salk nació en 1914 en el Bronx, Nueva York, en una familia judía pobre con cuatro hijos. El padre de Jonas, Daniel Salk, trabajaba en la industria de la confección y su madre, Doris, alentó a Jonas a hacer “algo extraordinario” con su vida.

”El Dr. Salk es miembro de la raza judía, pero creo que tiene una maravillosa capacidad para llevarse bien con la gente”.

Desde que era muy joven Jonas supo que deseaba cambiar el mundo a través de la investigación médica. Él estudió en el City College en Nueva York y después, como Sabin, asistió a la escuela de medicina de la Universidad de Nueva York. En los años 30, sin importar cuán brillante era su mente, el hecho de ser judío era una barrera para su éxito en el campo de la medicina. Cuando aplicó para una beca realizando investigaciones médicas, le pidió una recomendación a su mentor, el Dr. Thomas Francis, un famoso investigador de enfermedades infecciosas. Su recomendación del Dr. Salk resalta el antisemitismo que había en la época: ”El Dr. Salk es miembro de la raza judía, pero creo que tiene una maravillosa capacidad para llevarse bien con la gente”.

La familia Salk

Junto con el Dr. Francis, Salk desarrolló un trabajo innovador que eventualmente desembocó en una vacuna contra la gripe. Su investigación fue considerada como un esfuerzo patriótico y una ayuda vital para la Segunda Guerra Mundial. Posteriormente el Dr. Salk se unió a la Universidad de Pittsburg y allí se convirtió en Director de la Investigación Viral. A finales de 1940 y comienzos de 1950, al igual que los investigadores de todo el mundo, dedicó su atención a una de las mayores crisis de salud pública: la polio.

La carrera por una vacuna contra la polio

Albert Sabin descubrió algo sorprendente: la polio era causada por un virus que vivía y se desarrollaba en el intestino delgado de las personas infectadas. Él y otros investigadores entendieron que una vacuna tenía que ser capaz de evitar que el virus entrara a la corriente sanguínea, evitando que colonizara y se dispersara en el intestino del paciente.

Se habían probado algunas vacunas contra la polio, pero trágicamente resultaron en la muerte, infección y parálisis de las personas que las probaron. A comienzos de 1950 se incrementaron los casos de polio y el público demandaba más investigaciones para encontrar un tratamiento para esta terrible enfermedad. Así comenzó la carrera para desarrollar una vacuna efectiva contra la polio.

Jonas Salk formaba parte de un prestigioso equipo que estudiaba todos los casos de polio de los Estados Unidos. Rápidamente entendió que cualquier vacuna efectiva tenía que contener cepas de tres variaciones distintas de polio. Aunque él era uno de los investigadores más jóvenes que trabajaban buscando la vacuna, el Dr. Salk no dejó que nada lo detuviera. Su confianza en sí mismo a veces alienaba a otras personas, pero él confiaba que su equipo iba por el camino correcto. Salk se inspiró en las investigaciones recientes respecto a crear vacunas bajo condiciones de laboratorio en tejidos animales, y cultivó células del virus de la polio en células de riñón de monos. Luego mató a esas células virales usando formaldehído. El objetivo del Dr. Salk era desarrollar una vacuna utilizando esas células de polio muertas.

Esto chocó contra la sabiduría convencional de la época respecto a que una vacuna que usara células de polio vivas sería superior. Ese era el camino que seguía Albert Sabin: crear una vacuna a partir de células vivas. Su vacuna tenía la ventaja de usar células de polio manipuladas: dado que esas no eran las mismas células que causaban la enfermedad en los seres humanos, pensaban que la vacuna de virus “vivo” de Sabin sería más segura. También tenía la ventaja de administrarse de forma oral en vez de tener que inyectarla como en el caso de la vacuna de virus “muerto”. La rivalidad profesional de Salk y Sabin se transformó también en una rivalidad personal. Cada uno sentía que su propia vacuna potencial era superior y menospreciaba la de su rival.

En 1954, Jonas Salk dio un paso dramático. Su vacuna de células “muertas” había sido probada en animales, pero los oficiales de salud dudaban de ponerla a prueba con seres humanos. El Dr. Salk se inyectó su vacuna a sí mismo y también a su esposa y a sus hijos. Ellos fueron los primeros humanos que fueron vacunados contra la polio usando el invento de Salk. Cuando no sufrieron ningún efecto secundario, el mundo clamó por su vacuna.

En 1954, la organización de caridad para la polio March of Dimes organizó una prueba a gran escala con niños entre seis y nueve años. Participaron más de un millón de niños. Los padres corrieron para que sus hijos fueran considerados para la prueba. La prueba recibió gran cobertura de los medios de comunicación, lo cual alejó a muchos científicos y médicos del Dr. Salk, porque pensaron que buscaba llamar la atención. De todos modos, la posibilidad de encontrar una vacuna para la polio electrificó a la nación. La mitad de los niños que participaron en la prueba recibieron la vacuna de Salk y la otra mitad recibió placebo. Al final de la prueba anunciaron que la vacuna del Dr. Salk fue un éxito. Había encontrado una forma de prevenir la polio.

El Dr. Thomas Francis, quien había supervisado las pruebas de Salk, convocó una gran conferencia de prensa en la Universidad de Michigan el 12 de abril de 1955. Más de 50.000 médicos observaron la transmisión en proyecciones especiales. Millones de personas escucharon la conferencia por radio. Allí anunciaron que la vacuna del Dr. Salk era “segura y efectiva”. La gente lo celebró en todo el país. Hicieron repicar las campanas de las iglesias. La gente se abrazaba y lloraba. Las compañías farmacéuticas comenzaron a producir millones de dosis de la vacuna de Salk.

Continúan las investigaciones sobre la polio

Aunque la vacuna del Dr. Salk fue ampliamente aceptada, el Dr. Sabin continuó investigando sobre su vacuna “viva”. Él condujo grandes pruebas fuera de los Estados Unidos, para que no fueran incluidas en el estudio personas que ya habían recibido la vacuna de Salk y que eso no alterara los resultados. Muchas de las pruebas del Dr. Sabin tuvieron lugar en Europa oriental y en países comunistas, donde corroboraron que también esta vacuna era efectiva para prevenir la polio.

Jonas Salk con su familia

La vacuna del Dr. Sabin tenía varias ventajas sobre la del Dr. Salk. La vacuna de Salk debía inyectarse y requería dosis periódicas de refuerzo. La vacuna de Sabin se administraba de forma oral y no precisaba dosis posteriores. Además, parecía que la vacuna de Sabin actuaba de la forma que lo hace un virus regular y proveía protección incluso a quienes nunca habían recibido una vacuna. A mediados de los años 60 la vacuna del Dr. Sabin se convirtió en la vacuna preferida en los Estados Unidos.

Otros emprendimientos

Después de abolir la polio, las vidas de Salk y de Sabin divergieron por completo. Jonas Salk se mudó a California y aparentemente fue a la deriva tanto profesional como personalmente. Aunque condujo algunas investigaciones sobre el SIDA en los años 80, nunca volvió a acercarse al éxito que logró con su vacuna para la polio. Uno de sus mayores proyectos después de desarrollar la vacuna fue establecer el Instituto Salk de Ciencias Biológicas en San Diego, que unió a científicos e importantes contribuidores de otros campos para trabajar en pos de objetivos que podían beneficiar a la raza humana.

Más tarde, Albert Sabin condujo investigaciones sobre el cáncer. Él se convirtió en presidente del Instituto Weizman de Ciencia en Israel en 1970, aunque por razones de salud debió dejar su cargo dos años más tarde. Albert Sabin falleció en 1993 a los 86 años y Jonas Salk falleció en 1995 a los 80 años. Cuando ellos murieron, la polio era una enfermedad del pasado, relegada a los libros de historia gracias a su incansable investigación.

Un legado de servicio

Ni Jonas Salk ni Albert Sabin patentaron sus vacunas, a pesar de que de haberlo hecho se hubieran vuelto increíblemente millonarios. El 12 de abril de 1955, el Dr. Salk apareció en televisión y el periodista Edward R. Murrow le preguntó quién era dueño de la patente de la vacuna de polio que él había inventado. Salk respondió: “Bueno, yo diría que el pueblo. No hay una patente. ¿Acaso se puede patentar el sol?”. Al no obtener ganancias de sus vacunas, tanto el Dr. Salk como el Dr. Sabin ayudaron a que las vacunas no fueran caras y estuvieran a disposición de todo el mundo.

La generosidad y el ingenio de estos dos médicos inspiraron a toda una generación. En 1983, el Dr. Sabin fue diagnosticado con parálisis ascendente. Irónicamente, el hombre que había hecho tanto para salvar a otros de la parálisis sufrió parálisis durante dos años. Después de su diagnóstico, el Chicago Tribune escribió sobre su situación y publicó la dirección de su casa, sugiriendo que el público le escribiera transmitiendo sus buenos deseos y agradeciéndole por toda su obra.

Más de 100.000 personas escribieron al Dr. Sabin. Los niños de la escuela local lo ayudaron a contar las cartas y responderlas. La esposa del Dr. Sabin explicó: “Cuando yo le leía las cartas, lloraba… Todos le agradecían… Cuando le leía esas cartas, apenas podía seguir adelante”. El Dr. Sabin le dijo al periódico: “No puedo explicarles lo que siento (con las cartas). Me hace sentir que lo que hice valió la pena. Uno siempre duda si lo que hizo con su vida realmente fue valioso… La gente lo olvida. Pero estas cartas… Mientras viva, estas cartas me transmitirán una sensación de calidez”. 

Estos dos investigadores cambiaron el mundo y merecen ser recordados.

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