Yo soy AMIA

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Hoy se cumplen 25 años del atentado a la AMIA; hoy puedo decir conscientemente: “Yo soy AMIA”.

Hoy soy AMIA, pero hace 25 años no. Si en ese momento hubiese estado de moda el "je suis" que comenzó a usarse luego del atentado en la revista Charlie Hebdo y que desde entonces se utiliza para solidarizarse con las víctimas de ataques terroristas, seguramente yo hubiese participado y puesto en mi muro de Facebook —si hubiese existido— un cartel con fondo negro y una vela en donde pudiese leerse claramente "yo soy AMIA".

Lo hubiese dicho, pero hubiese sido mentira. Para ser AMIA me faltaba mucho todavía.

Ese día, hace 25 años yo vestía una falda rosa. Es extraño que recuerde ese detalle y no datos más relevantes como por qué esa misma mañana desistí de ir a la sede de la calle Pasteur —donde ocurrió el atentado— tal como lo tenía planeado.

La mente debe tener vericuetos en donde algunos recuerdos se disuelven y otros se potencian, porque por ejemplo sé que apenas me enteré del atentado pedí permiso en el trabajo para salir, pero no me acuerdo cómo llegué al lugar. Sé que nadie me impidió escalar los escombros y empezar a ayudar, pero no sé en qué momento me sacaron de la zona crítica y me mandaron a las ruinas de la biblioteca a recuperar libros. Sé que me quedé hasta entrada la noche, pero no me acuerdo si lloré mientras trabajaba.

Recuerdo algunas cosas y otras no, pero de algo estoy segura: aunque estuve allí, aunque ayudé y me conmoví frente a la tragedia, yo no tenía conciencia de la verdadera dimensión de lo que allí sucedía. Lo sé porque todavía no había entendido el verdadero valor de una vida y eso hace que entre la realidad y uno se abra un abismo frío y profundo: AMIA no era yo, eran ellos.

Puedo usar el verbo en pasado porque durante estos 25 años he saltado ese abismo de indiferencia. Gracias a los valores que de a poco he integrado al estudiar judaísmo (en especial con el estudio de las mitzvot bein adam lejaveró ‘entre uno y el prójimo’) la importancia y el sentido de la vida adquirieron otra dimensión.

La vida espiritual está llena de detalles sorprendentes en los que vale la pena profundizar, pero me atrevo a resumirlos así: bueno es lo que me acerca, malo lo que me aleja. Hablo de Dios, por supuesto.

La vida es preciosa

Hace unos años en el Moshav en el que estudia mi hijo, el viernes a la noche, se perdió un niño autista. Los rabinos dieron orden inmediata de salir a buscarlo con todos los medios. Y a pesar de que era Shabat, ordenaron usar linternas, bicicletas o autos, actividades que la halajá ‘ley judía’ prohíbe en Shabat.

En ese Moshav viven personas religiosas que respetan la halajá al pie de la letra y ni siquiera encienden un fósforo en Shabat para no trasgredir una de sus leyes. Sin embargo, esa noche los rabinos dijeron que todas esas actividades estaban permitidas, ya que la halajá establece que es nuestra obligación transgredir Shabat cuando la vida de una persona está en peligro, es por eso que todos salieron con sus autos a buscar a un niño desconocido.

“Y cuidarán mis leyes que el hombre debe cumplir y vivir por medio de ellas" (Levítico, 18:5) “Vivir por ellas”, señala Rabí Iehudá, “y no morir por ellas”. Para la Torá no hay nada más importante que una vida. La propia y la ajena.

Cada persona es un mundo

La ley judía establece que si alguien bajo amenaza de muerte le ordena al sabio más grande de una generación (una vida que se podría considerar valiosa) matar a un ladrón (una vida que se sospecha menos importante), el sabio se debe dejar matar, porque no puede intercambiar su vida por la de nadie más. La vida es de origen Divino y nosotros no podemos decidir que una vida tiene más valor que otra.

Ese es justamente el punto en el que mundo está desensibilizado (a pesar de tantos carteles de Facebook solidarios).

En el libro Nadie es perfecto de la doctora Miriam Adahan hay un capítulo titulado "No piensen como un terrorista" en donde ella explica que creer que una persona tiene menos valor por pertenecer a otra raza o a otro credo, o por vestirse diferente y creer que eso le da derecho a uno para condenar, criticar o lastimar, es pensar como un terrorista.

Creer que una persona tiene menos valor por ser diferente y creer que eso te da derecho a condenarla, criticarla o lastimarla, es pensar como un terrorista.

Por el otro lado, agrega la doctora, el pensamiento judío significa darse cuenta de que cada ser humano tiene un valor intrínseco y que fue creado a imagen de Dios (Bereshit 1:27).

La vida es un regalo que fue entregado a toda la humanidad y su valor no está limitado a los que piensan como uno, a los que hacen lo que nos gusta, o a los que nos caen simpáticos.

El versículo dice “Veahavta lereeja kamoja” (amarás a tu prójimo como a ti mismo) y no debe ser entendido como "Veahavta lereeja Im hu kamoja” (amarás a tu prójimo si él es como tú mismo).

Cuanto más cerca estemos de nuestro prójimo, más cerca estaremos de Dios. Y no hay nada más "yo soy" que eso.

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