Amarga alegría

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El acuerdo dejará a Gilad Shalit en libertad, pero también dejará en la calle a centenares de asesinos.

Si conociéramos los detalles de las reuniones en el El Cairo entre David Meidan, el enviado de Netanyahu, y Ahmed Al-Jabari, el jefe militar de Hamas –con la presencia de egipcios y alemanes, y la supervisión de Yoram Cohen, el jefe del Shin Beit–, tendríamos el guión de una película de intriga. Debió ser arduo llegar al acuerdo que implica la liberación del joven israelí Guilad Shalit a cambio de la excarcelación de 1.027 presos palestinos, 500 de ellos con delitos de sangre. Arduo y para los israelíes muy duro de digerir.

En la lista del acuerdo están, entre otros, Zaher Jabarin i Yihya Sanawar, fundadores de la fracción más mortífera de Hamas, y algunos de los artífices de sangrientos atentados. Significativamente no están en la lista prisioneros como Barghuti, probablemente porque Hamas no tiene interés en liberar a líderes de Fatah, sino sólo a los suyos. Sea como sea, la lista es una bofetada directa a la seguridad de Israel, que abre un camino de secuestros muy peligroso.

Como decía un artículo de Haaretz, "In Shalit deal, Israel crossed its own red lines" ("En la negociación de Shalit, Israel cruzó sus propias líneas rojas"). Pero al mismo tiempo que ha cruzado sus propias líneas rojas también es cierto que la liberación de Shalit era muy importante para la sociedad israelí, profundamente conmovida por la tragedia de este chico secuestrado a los 19 años y que lleva cinco en un lugar desconocido, sin ningún contacto exterior. Nadie sabe cómo está ni anímica ni físicamente. Por supuesto Hamas no ha tomado en cuenta la convención de Ginebra, y toda la corte de organizaciones que se pasan la vida vociferando contra la maldad israelí respecto a los palestinos ni tan sólo han aparentado que se preocupaban por él.

¿Dónde ha estado la Cruz Roja, por poner un ejemplo emblemático? Y la "neutralidad" periodística, que hablaba de "soldado retenido", como si Shalit estuviera retenido en un atasco de tráfico. Y en el colmo de la doble moral, ahí está la vergüenza de los famosos cooperantes de la flotilla solidaria con los palestinos, que se negaron a llevar una carta de los padres de Shalit a Hamas, no fuera caso que se contaminaran preocupándose por una víctima judía. Vender como solidaridad lo que es pura militancia ideológica es otra forma de maldad, que perpetúan a menudo todos los voceros del antiisraelismo progre. Y así ha estado Shalit abandonado a la única preocupación de los suyos.

El acuerdo lo dejará en libertad, pero también dejará en la calle a centenares de tipos que han puesto bombas, han segado vidas y han destruido familias. Y ese acuerdo, que ningún país del mundo firmaría, lo firma Israel para salvar a uno de los suyos. Es una amarga alegría, un asco en la boca del estómago, una profunda rabia, pero es Shalit devuelto a la vida. Y como dice el Talmud, "quien salva una vida, salva a la humanidad entera". Esperemos que piensen lo mismo los asesinos liberados.

Este artículo apareció originalmente en www.lavanguardia.com

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