En Israel no hay apartheid

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El conflicto entre Israel y los palestinos es completamente diferente a la lucha contra el apartheid en Sudáfrica.

La semana pasada tuve una conversación pública con Mogoeng Mogoeng, el presidente de la Corte de Justicia de Sudáfrica, auspiciada por The Jerusalem Post. Hablamos sobre cómo se puede superar el terrible desafío del racismo, pensando cómo se puede llegar a su raíz. En el transcurso de esa charla, la conversación derivó al tema de Israel.

El juez Mogoeng expresó que en su opinión, el gobierno del Congreso Nacional Africano está equivocado en su enfoque respecto al conflicto israelí-palestino. Él afirmó que, al adoptar un enfoque unilateral del conflicto, aislar a Israel y no tener en cuenta las complejidades del conflicto, "nos negamos a nosotros mismos una maravillosa oportunidad de llegar a cambiar algo en la situación entre Israel y los palestinos".

El presidente de la Corte de Justicia de Sudáfrica, Mogoeng Mogoeng

Invocando el ejemplo de Nelson Mandela, él consideró que hace falta más objetividad y un enfoque más equilibrado que le permita a Sudáfrica relacionarse de buena fe con ambas partes y jugar un rol activo para lograr la paz, algo que sería muy bien recibido debido a la historia de Sudáfrica para resolver un conflicto que aparentaba ser imposible de superar.

"Sabemos lo que significa vivir en desacuerdo, ser una nación en guerra consigo misma. El perdón que tuvo lugar, la comprensión y el gran corazón demostrado por el [ex] presidente Nelson Mandela y por el pueblo de Sudáfrica, es un capital que debemos utilizar en todo el mundo para llevar paz donde no hay paz y para mediar efectivamente basados en nuestra rica experiencia", dijo Mogoeng Mogoeng.

Cuando él dijo esto, pensé para mí mismo que la postura del presidente de la Corte de Justicia, su llamado al equilibrio, a la objetividad y a un compromiso más profundo, en verdad es extremadamente sensato. ¿Qué puede ser más justo que insistir en que se escuche a ambas partes? ¿Qué puede ser más razonable que pedir que ambas partes trabajen juntas para resolver este conflicto?

Me sorprendió lo que ocurrió a continuación. El Congreso Nacional Africano emitió una mordaz declaración atacando al presidente de la Corte de Justicia por su posición, por "entrar en la arena del comentario político" y por apoyar a Israel. Esta declaración desencadenó una tempestad en los medios de comunicación. Las editoriales acusaron al juez Mogoeng de "extralimitación judicial", de "no reconocer que los palestinos también tienen derechos humanos", de "apoyar un genocidio colonial en la época actual".

Increíblemente, un escritor incluso acusó al presidente de la Corte de Justicia —quien es leal al Movimiento de Conciencia Negra y un férreo veterano de la lucha contra el apartheid desde que estaba en la escuela secundaria—, de no tener relación con el movimiento de derechos de los negros. También presentaron una queja ante la Comisión del Servicio Judicial de Sudáfrica y el Congreso Nacional Africano instó al presidente del Parlamento a mantener "conversaciones de alto nivel" con el Juez Mogoeng respecto a sus opiniones políticas.

Es inquietante esta reacción extrema, el vilipendio y la tergiversación de una posición equilibrada adoptada por el presidente de la Corte de Justicia así como los viciosos ataques personales. El principal pretexto para estos ataques por parte del Congreso Nacional Africano, es que no es adecuado que un juez manifieste su opinión personal sobre asuntos de política pública, que él debe reservar sus opiniones y sus juicios para la corte.

El doble estándar es impresionante.

Durante los últimos años hubo innumerables ejemplos de jueces, incluso jueces de Cortes Constitucionales, que hablaron sobre temas de política pública, a veces sobre este mismo tema. Un ejemplo es el juez de la Corte Constitucional Edwin Cameron, quien atacó a Israel en múltiples ocasiones desde numerosas plataformas públicas. Él incluso participó en una visita muy pública a Israel junto con un grupo de activistas anti-Israel con el claro propósito de difamar a Israel, y se reunió exclusivamente con activistas palestinos y antiisraelíes sin ningún interés en escuchar a la otra parte.

Las opiniones políticas del juez Cameron y de otros jueces son muy conocidas y están bien documentadas. La idea de que los jueces no tienen y no deben dar a conocer sus opiniones políticas, es una falacia. Los jueces, como el resto de los seres humanos, tienen sus propios valores y perspectivas ideológicas.

Asimismo, parece aceptable que los jueces hablen públicamente sobre estos temas siempre y cuando se mantengan dentro de la línea del partido y sus opiniones sean acordes al establishment político y social. Sólo cuando se desafían estas posturas entonces protestan porque un juez "entró en la arena de los comentarios políticos" e intentan cerrar el debate por completo. Lo que más perturba es el intento de silenciar y vilipendiar cualquier voz que se atreva a ofrecer una perspectiva diferente.

Debemos estar abiertos y escuchar las perspectivas de ambas partes. Veamos específicamente el caso del conflicto israelí-palestino. Hay diferentes opiniones respecto a cómo se debe interpretar este conflicto, lo que lo diferencia por completo de la lucha contra el apartheid en Sudáfrica.

El gobierno del Partido Nacional en Sudáfrica instituyó una serie de medidas legislativas para afianzar la separación basada en la raza y destruir las libertades económicas, políticas y culturales de toda una raza humana. Allí se negaba abiertamente el derecho a votar a quienes no fueran blancos y sancionaron leyes que discriminaban contra las personas de color. Los hechos eran claros y nunca se discutieron, ni siquiera por los mismos miembros del Partido Nacional. Se trataba de la opresión sistemática de un pueblo y la negación de derechos humanos básicos basados en el color de la piel. No había ninguna ambigüedad moral respecto a la campaña contra el gobierno del apartheid.

En contraste, respecto al conflicto israelí-palestino, hay una fuerte discusión respecto a la justicia de la causa del estado de Israel. Es un argumento en el cual yo creo apasionadamente. Por supuesto, entiendo que soy tendencioso, soy judío, soy rabino; pero también sostengo que mi opinión sobre este tema es razonable y emerge naturalmente de un número de indisputables hechos claves, y es una opinión que sostienen también muchos otros líderes religiosos y gobiernos en todo el mundo.

El hecho es que Israel es la única democracia libre en el Medio Oriente. Dentro de los límites soberanos del Estado de Israel actualmente viven 1,8 millones de ciudadanos musulmanes y cristianos que son iguales a sus compatriotas judíos en todas las formas que puedan considerarse. Ellos participan en igualdad de condiciones en las elecciones, pueden votar libremente y ocupan puestos de alto rango en los distintos niveles del gobierno israelí, incluso en el Parlamento y en la Corte Suprema. Sirven en la policía e incluso en el ejército. No existe y nunca hubo infraestructura separada para judíos y para palestinos israelíes; en todo Israel, escuelas y universidades, bancos y playas, autobuses y hospitales, no existe ninguna clase de segregación. Todo ciudadano israelí, sin importar su etnia ni su origen religioso, tiene absolutos derechos legales.

En Israel no existe la maquinaria legislativa del apartheid diseñada para discriminar y separar a un pueblo. No hay una Ley de Población y Registro, no hay Ley de Áreas Grupales, no hay una Ley de Representación Separada de Votantes, ni una Ley de Servicios Separados, ni ninguna de las tantas otras leyes apartheid. Por el contrario, Israel es una democracia vibrante, liberal, con las imperfecciones que se pueden encontrar en cualquier sociedad libre, pero que de todos modos otorga completos derechos políticos, civiles y todos los derechos humanos a todos sus habitantes.

Sin embargo, hay una amarga y continua disputa respecto al establecimiento de un estado palestino en la Franja Occidental y Gaza (lo cual antes de estar bajo jurisdicción israelí era territorio jordano y egipcio, respectivamente). Estas negociaciones han sido tortuosas y prolongadas, y actualmente se encuentran en el limbo. Durante muchas décadas, Israel trató desesperadamente de hacer la paz y llegar a alguna clase de resolución (por ejemplo, la oferta de Ehud Barak en Camp David: 91% de la Franja Occidental y toda la Franja de Gaza; la retirada unilateral de Ariel Sharon de Gaza en el 2005; la oferta de Olmert en el 2008: 93% de la Franja Occidental).

Lamentablemente, todas estas propuestas fueron rechazadas. No sólo eso, sino que respondieron a ellas con ataques terroristas y misiles. Lo que más quiere Israel es la paz, y están dispuestos a pagar un gran precio por ella. Pero, trágicamente, nunca hubo del otro lado un verdadero socio para la paz. Justo la semana pasada, el ministro de defensa de Israel y próximo primer ministro, ofreció ir a Ramala para retomar de inmediato las negociaciones.

El punto es que nadie que realmente entiende la brutalidad, el racismo sistemático y la negación de los derechos humanos más básicos que hicieron famoso al apartheid, puede llegar a usar esa palabra en una discusión respecto al conflicto entre Israel y los palestinos, una disputa territorial, política, religiosa y cultural, respecto a la identidad nacional y las fronteras.

Aunque yo pienso que este análisis es real y preciso, cualquiera tiene derecho a no estar de acuerdo conmigo, y yo no haría nada para silenciar a esa persona. Por el contrario, aceptaría un debate abierto y racional sobre el tema. Veamos los hechos. Discutamos sobre los argumentos. Mantengamos un diálogo abierto. Escuchemos a todas las partes. Tengamos discusiones reales y de buena fe sobre todos estos temas. Hablemos y escuchémonos mutuamente. No silenciemos a los que no están de acuerdo con nosotros.

Los sudafricanos merecen escuchar a ambas partes del debate. Lamentablemente, con ataques salvajes como los que recibió el juez Mogoeng y los incesantes esfuerzos de diversas organizaciones y grupos para silenciar las voces disidentes y cerrar por completo el debate, esto no es posible. Considera por un momento cuán extremo es esto. El presidente de la Corte ni siquiera expresó apoyo a las políticas o a los actos del estado de Israel. Todo lo que dijo fue que tiene que haber un enfoque más equilibrado y que el gobierno de Sudáfrica debe relacionarse con ambas partes para llegar a la paz.

La supresión de cualquier intento de relacionarse racionalmente con el tema y el desprecio absoluto por la libertad de expresión es tal, que incluso la visión más moderada que no condena por completo a Israel es totalmente rechazada y considerada inaceptable.

Por supuesto, gran parte de la ira dirigida al juez Mogoeng es una reacción a que él profesa abiertamente su fe cristiana. Él habló de su creencia en la Biblia y de cómo eso influyó sobre su perspectiva del mundo. Él también habló del poder de la plegaria y de su creencia en la Providencia Divina. Tales demostraciones públicas de fe también fueron consideradas inaceptables por el establishment político. Al igual que las creencias políticas, también la fe religiosa debe ser acorde a una narrativa preestablecida. También eso debe ser acorde con la línea del partido.

Irónicamente, tanto sus expresiones de apoyo a Israel como su fe religiosa resuenan profundamente en la mayoría de los sudafricanos, cuyas voces sobre estos temas tampoco se escuchan.

Nunca habrá una resolución pacifica al conflicto israelí-palestino —o a ningún otro conflicto— sin un compromiso y una apertura para escuchar a ambas partes, para un dialogo real. Si vamos a cerrar el debate y no permitir que se escuche a una parte, entonces nunca llegaremos a las soluciones.

En definitiva, esto era lo que pedía el juez Mogoeng: un enfoque equilibrado sobre un problema complejo. Escuchar a ambas partes. Irónicamente, él estaba aplicando el enfoque de un juez justo: pidió que se escuche a ambas partes y darles a todos una oportunidad para encontrar una solución justa y duradera. Por eso fue atacado, un síntoma de una enfermedad global más amplia que pone en peligro los valores democráticos que nos importan.

La libertad de expresión, no sólo en Sudáfrica sino en todo el mundo, está sitiada. Las personas son perseguidas y vilipendiadas por atreverse a desafiar las posiciones prevalentes del establishment. Cancelar la cultura costó el trabajo y la reputación de profesores, periodistas y servidores públicos. Los debates sobre el conflicto israelí-palestino, y sobre otros temas igualmente complejos, fueron aplastados por una tiranía intelectual. Estos esfuerzos son una supresión no democrática del disentimiento y del diálogo abierto a través de las políticas del vilipendio y la intimidación.

Para mantener unido al mundo necesitamos dedicarnos al diálogo abierto, a buscar la paz. Necesitamos dedicarnos a encontrar soluciones, a escuchar y dar una oportunidad de hablar a todas las partes de una discusión. Al hacerlo, crearemos las condiciones para la paz. Esta es la única esperanza de que llegue a haber paz entre los israelíes y los palestinos. Paz verdadera. Una paz armoniosa y que se pueda mantener. La única manera es a través de un compromiso férreo con la justicia y la equidad para todos.

Todo lo que el juez Mogoeng pidió fue equilibrio y que se escuchara a ambas partes para lograr la paz. Si él es atacado sólo por eso, ¿qué oportunidad tiene la paz?


Esta editorial apareció originalmente en The Daily Maverick.

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