La cortina de humo del movimiento BDS

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Es increíble que el mundo necesitara que una actriz de 29 años declarara lo obvio: Esto es antisemitismo moderno.

Las personas que difaman a Israel y desean debilitar su estatus en el mundo no son antisemitas, o al menos eso te dirán en cada oportunidad que tengan. La negación de cualquier tipo de antisemitismo es esencial para su posición moral. En su propia visión ellos son buenos progresistas, y por lo tanto, son absolutamente inocentes de discriminación racial o religiosa. Su campaña de propaganda, la cual busca generar una guerra económica, tiene como propósito simplemente, según ellos, remodelar las políticas de Israel. A lo que se oponen, ellos aseguran, es a la posición de Israel respecto a la Franja de Gaza. Su cada vez más ruidoso movimiento BDS (Boicot, Desinversión y Sanciones) no es, como lo presentan ellos, una campaña en contra de los judíos. Ellos simplemente quieren alinear a Israel con la iluminada opinión izquierdista de Europa, los Estados Unidos y Canadá.

La joven estrella de cine Scarlett Johansson, se transformó en la enemiga del movimiento BDS en enero pasado, cuando apareció en un anuncio publicitario de SodaStream, un aparato casero Israelí para elaborar gaseosas que elimina la necesidad de latas y botellas. La “ofensa” de SodaStream es haber ubicado una de sus fábricas en la Franja de Gaza, en donde emplea a cientos de palestinos que de otra forma no tendrían ningún trabajo.

Los adherentes al BDS comenzaron a denunciar a Johansson como “la nueva cara del apartheid”. A ellos les encanta aplicar ese término sudafricano a Israel, sin importar cuán injustificado sea. Oxfam, organización que Johansson representó como embajadora en los últimos años, decidió aceptar su renuncia. Oxfam se opone a todo tipo de comercio con asentamientos israelíes y no tiene lugar para disidentes entre sus asociados. Johansson declaró que ella y Oxfam “tienen una diferencia fundamental de opinión en relación al movimiento BDS”. A Oxfam le gusta el BDS. A ella no. Ella investigó sobre la planta de SodaStream y le pareció una operación ética.

Como la gran mayoría de los americanos en la industria del cine, Johansson es una demócrata liberal. Ella participó en las últimas tres elecciones presidenciales y recaudó dinero para Barack Obama. Y a diferencia de muchos otros, ella piensa por sí misma.

La edición de mayo de Vanity Fair destaca en su portada un reportaje sobre Johansson. La autora del artículo, Lili Anolik, le preguntó cómo explicaba ella las brutales críticas por los avisos de SodaStream. Johansson respondió “Hay mucho antisemitismo allí afuera”.

Esa línea ha sido ampliamente citada, y por una buena razón. Es un raro ejemplo de franqueza de alguien en su posición. Johansson, al menos en esta instancia, no dudó en llamar a las cosas por su nombre.

Quizás su reacción se deba en parte a su historia familiar. Vanity Fair la clasifica a ella como “ese típico híbrido neoyorquino de medio judía y medio no”. Su madre, Melanie Sloan, una productora de cine, es una judía cuya familia emigró de Rusia.

Pero, judía o no, el origen étnico de Johansson no determinó necesariamente su actitud frente al BDS. Hay judíos que siguen la línea del BDS, tanto como hay judíos antisemitas. Hace algunas décadas la fallecida Barbara Frum, intentando explicar pacientemente un polémico punto, me dijo, “Bob, yo creo que si miras alrededor encontrarás un buen numero de judíos antisemitas”. Ella vivía en una época más inocente y probablemente nunca se imaginó que ellos encontrarían un vasto movimiento internacional al cual adherirse.

Los palestinos no buscan que Israel entregue la Franja de gaza. Ellos trabajan incansablemente para que un día Israel desaparezca para siempre.

Mi creencia personal que es que los integrantes del BDS y sus seguidores, cualquiera sea su historial, son antisemitas. Ellos hacen todo lo que pueden por estigmatizar al estado judío y reducir su habilidad de defenderse. Ellos saben que Israel está rodeado de vecinos que nunca reconocerán su existencia, mucho menos firmarán un tratado de paz respaldado por Washington. Los palestinos y los estados árabes que aseguran apoyarlos no están esperando que Israel sea más generoso, que el BDS apruebe sus operaciones o que entreguen la Franja de Gaza. Ellos están trabajando incansablemente para que un día Israel desaparezca para siempre.

Para satisfacer a esta generación de antisemitas, Israel debe alcanzar estándares que ningún otro país en el mundo ha alcanzado o alcanzará. En las Naciones Unidas Israel es condenado más a menudo que todos los otros países juntos.

Israel es, por supuesto, una democracia imperfecta, así como Canadá y todos los otros países libres, y su historial en materia de derechos humanos podría ser mejorado. Pero la manera en que Israel trata a los palestinos nunca será ni siquiera remotamente comparable a la opresión que sufren los tibetanos en China o al tratamiento que reciben las mujeres en Arabia Saudita, tan sólo dos ejemplos entre otras muchas prácticas abusivas que aparentemente nunca incomodan a los estudiantes que dirigen su ira hacia Israel.

Al delinear sus objetivos, los defensores del BDS nunca han demostrado ni siquiera el más mínimo sentido de proporción. Es increíble que el mundo necesitara que una joven actriz de cine de 29 años señalara esto.

Este artículo apareció originalmente en inglés en el Nacional Post.

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