Poniéndole nombre a un bebé

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Un nombre define la esencia de una persona. Elige con cuidado.

El nombramiento de un niño judío es un momento sumamente espiritual. Los sabios dicen que el nombre de un bebé es una declaración de su carácter, de sus características únicas y de su camino en la vida. Al principio de la vida recibimos un nombre; y al final de la vida, “un buen nombre” es todo lo que nos llevamos con nosotros (ver Talmud, Brajot 7b; Arizal, Shaar HaGuilgulim 24b).

Más aún, el Talmud nos dice que los padres reciben 1/60 (un sesentavo) de profecía cuando eligen un nombre. Un ángel viene a los padres y les susurra el nombre judío que el nuevo bebé encarnará.

¡Y sin embargo esto no parece evitar que los padres sufran un suplicio por no saber qué nombre elegir!

Entonces, ¿cómo elegimos un nombre? ¿Y por qué tradicionalmente no es dado el nombre del padre a un hijo –por ejemplo Jacobo Cohen Junior, Isaac Levy III? ¿Puede un niño ser nombrado en honor a un pariente femenino? ¿Puede anunciarse el nombre antes del Brit?

Costumbres judías

Ponerle el nombre a un bebé judío no es solamente una declaración de lo que deseamos que sea, también significa de dónde viene.

Los judíos ashkenazies tienen la costumbre de ponerle el nombre a un hijo en honor de un pariente fallecido. Esto mantiene el nombre y la memoria vivos, y en una forma metafísica, crea un vínculo entre el alma del bebé y el pariente fallecido. Esto es un gran honor para el difunto, porque su alma puede alcanzar elevación en base a las buenas acciones de su tocayo. El niño, mientras tanto, puede ser inspirado por las buenas cualidades del difunto –y lograr una conexión profunda con el pasado (Noam Elimelej, Bamidbar).

El nombre crea un vínculo metafísico entre el alma del bebé y el pariente difunto.

¿Qué pasa si quieres utilizar el nombre de un pariente que ha fallecido, pero otro pariente tiene el mismo nombre? En ese caso, si el pariente vivo es un pariente cercano del bebé –padre, abuelo o hermano– no deberías utilizar el nombre. Si este no es el caso, está bien hacerlo.

Los judíos sefardíes nombran a sus hijos, incluso en honor a parientes que todavía están vivos. Esta fuente es del Talmud, que documenta a un niño llamado en honor de Rabí Natan mientras él todavía estaba con vida (Shabat 134a).

Hay quienes acostumbran elegir un nombre basándose en la festividad judía que coincide con el nacimiento. Por ejemplo, un bebé nacido en la época de Purim puede ser llamado Ester o Mordejai. Una niña nacida en Shavuot puede ser llamada Rut, y un niño nacido en Tishá B'Av, el día judío de lamentación, puede ser llamado Menajem o Nejamá.

Similarmente, a veces los nombres son elegidos en base a la porción de la Torá que corresponde a la semana del nacimiento. En cada porción de la Torá son mencionados muchos nombres y eventos, ofreciendo una conexión espiritual entre el bebé y la figura bíblica en particular.

Más directrices

En hebreo, un nombre no es una mera combinación de letras, sino que el nombre revela su característica esencial. El Midrash (Génesis Rabá 17:4) nos dice que el primer hombre, Adam, vio la esencia de cada criatura y la llamó en función de eso. El burro, por ejemplo, se caracteriza por llevar cargas físicas y pesadas. Por ende, en hebreo el burro es llamado jamor –de la misma raíz que jomer, que significa materialismo (a diferencia del español, en donde la palabra “burro” no revela mucho sobre la esencia de un burro).

La misma idea se aplica a los nombres de las personas. Por ejemplo, Lea llamó a su cuarto hijo Yehuda. Este nombre viene de la misma raíz que la palabra “gracias”. Las letras también pueden ser reorganizadas para deletrear el sagrado Nombre de Dios. El significado es que Lea quería expresar particularmente sus “gracias a Dios” (Génesis 29:35).

Elige un nombre que provoque un efecto positivo, dado que cada vez que es utilizado, le recuerda a la persona su significado.

Es importante elegir un nombre que provoque un efecto positivo, dado que cada vez que es utilizado le recuerda a la persona su significado (Midrash Tanjumá –HaAzinu 7). ¡A la persona que es llamada Yehuda se le recuerda constantemente cuanta gratitud deberíamos tener hacia Hashem!

Ester, la heroína de la historia de Purim, es un nombre que viene de la palabra “escondida”. Ester era conocida por ser una mujer muy hermosa (fue elegida para ser reina), pero más allá de su apariencia externa, sus cualidades internas eran más hermosas todavía.

Otro ejemplo es el nombre popular “Ari”, que significa león en hebreo. En la literatura judía, el león es un símbolo de una persona emprendedora y ambiciosa, alguien que ve la oportunidad de hacer una mitzvá y se alabanza hacia ella (ver Código de la Ley Judía, O.J. 1).

Por supuesto, también hay nombres malos. Tú no quieres elegir el nombre “Nimrod”, porque significa “rebelión”. Y en los tiempos bíblicos, el gobernante Nimrod tiró a Abraham a un horno ardiente como un acto de rebelión en contra de Dios.

Si quieres poner a un hijo varón un nombre en honor a una mujer, deberías tratar de mantener la mayor cantidad de letras del nombre que sea posible. Por ejemplo, Dina podría ser intercambiable con Dan, o Braja con Baruj.

Más directrices

Es una buena idea darle a un niño un nombre hebreo que sea utilizado también en español, por ejemplo Miriam, David, Sara, Nóaj, Raquel. Así, tu hijo no sólo tendrá un nombre hebreo, ¡sino que también lo utilizará! Esto puede ser una barrera importante en contra de la asimilación; el Midrash (Bamidbar Rabá 20:21) dice que el pueblo judío fue redimido de Egipto en parte gracias a que conservaron sus nombres judíos. De niño, yo tenía un tío que siempre me llamaba por mi nombre judío (Shraga, que significa vela), un recordatorio constante de mantener mi identidad judía.

El pueblo judío fue redimido de Egipto en parte gracias a haber conservado sus nombres judíos.

Hay dudas sobre si utilizar el nombre de una persona que falleció a edad temprana, o que sufrió una muerte no natural. La duda surge del miedo de que la desgracia pueda, de forma espiritual, ser traída al nuevo portador del nombre. Aunque “morir joven” es un término relativo, el Rav Moshé Feinstein ofrece algunas directrices:

Si la persona tuvo una muerte natural y dejó hijos, no es considerado “mala suerte”, lo que podría imposibilitar el uso del nombre. Tanto el profeta Samuel como el Rey Salomón murieron a la “joven” edad de 52 años, y sin embargo esos nombres siempre han sido utilizados por los judíos. Sin embargo, si una persona tuvo una muerte no natural, entonces Rav Feinstein sugiere que el nombre sea alterado. Puede ser por esta razón que cuando se da el nombre en honor al profeta Isaías –que fue asesinado– muchos judíos omiten la última letra de su nombre (en hebreo, Yeshaiá en lugar de Yeshayahu) (Yam Shel Shlomó, Guitín 4:30).

El rabino Yaakov Kamenetzky consideró la edad de 60 años como el límite entre joven y viejo. El Talmud (Moed Katán 28a) relata que Rabí Yosef hizo una fiesta cuando llegó a 60, celebrando el comienzo de su longevidad.

Contrario a la creencia popular, no está prohibido anunciar el nombre de un bebé antes de su Brit. En un sentido metafísico sin embargo, el niño no “recibe” realmente su nombre hasta el Brit. Esto se basa en el hecho de que Dios cambió el nombre de Abraham en el momento de su Brit –a la edad de 99 (Génesis 17:15). También, el niño recibe toda su alma recién en el Brit, y una persona no puede ser verdaderamente “llamada” hasta alcanzar esa completitud (ver Zóhar, Lej Lejá 93a. Taamei Minhaguim 929).

Cada estrella un nombre

Como escribió el rabino Baruj Finkelstein y su esposa Mijal en el libro “Nueve Meses Maravillosos, BeShaá Tová”:

El Rey David escribió en Salmos (147:4): “Él cuenta el número de las estrellas, le da un nombre a cada una de ellas”. Desde el comienzo de los tiempos, las estrellas han capturado la imaginación de la humanidad. Ellas contienen los secretos de la creación, y del futuro. Son un mapa para el navegante, un desafío para el astrónomo y un signo de pregunta para el explorador.

Esas luces brillantes parecen tan pequeñas en la vasta oscuridad, y sin embargo sabemos que no lo son. Su número alcanza la infinidad, pero todas son especiales para Dios, y “Él le da un nombre a cada una de ellas”. Cada una tiene su propósito único, y no hay dos que sean exactamente iguales.

La Torá compara a menudo al pueblo judío con las estrellas (Génesis 15:5). Porque al igual que las estrellas iluminan la oscuridad de la noche, el pueblo judío ilumina la oscuridad del mundo con la verdad de la Torá. Al igual que las estrellas guían a los viajeros en su camino, el pueblo judío le da direccionamiento moral y ético a la humanidad. Al igual que las estrellas contienen los secretos del futuro, la historia del mundo gira alrededor del pueblo judío, llevando inexorablemente a la redención final.

Al igual que las inmensas estrellas parecen ser diminutas, el pueblo judío parece insignificante en comparación a la población mundial de miles de millones. Y sin embargo existe un entendimiento interno de la increíble contribución y del inmenso potencial del pueblo judío.

Cada judío tiene su función única. Cada judío brilla con una luz propia.

Dios le da nombres a las estrellas, porque son queridas por Él, y de la misma manera participa en el nombramiento de cada judío. Al igual que las estrellas, no hay dos almas judías que sean exactamente iguales. Cada judío tiene su función única y su mitzvá especial en la que sobresale. Cada judío brilla con una luz diferente.

En los días de la redención, el amor de Dios por sus hijos será más claro que nunca. Como leemos en la Haftará de Tishá B'Av cada año: “Eleven sus ojos hacia arriba y vean Quién ha creado esto [las estrellas]. Es Él que saca con cuentas a sus ejércitos, que llama a todos con un nombre; por el vigor y poder de su fuerza, ninguno faltará” (Isaías 40:26).

En la redención final, todo judío retornará a Jerusalem – “nadie faltará”. Todos serán contados nuevamente, y a cada uno Dios le dará un nombre.

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