Jesed: El mundo esta construido sobre la bondad

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La cuarta de las Diez Sefirot -- Jesed -- precede a todas las demás porque es la única que es incondicional y desmotivada.

En los capítulos anteriores hemos explorado el significado de las tres primeras de las Diez Sefirot, a las que describimos como atributos del “intelecto”. Estamos listos ahora para explorar los atributos de la “acción”. El primero de ellos es el atributo de Jésed, que se traduce como ‘Bondad’.

La bondad es a menudo catalogada como un sinónimo de amabilidad, pero la connotación de Jésed es mucho más profunda que eso. Jésed se describe propiamente como un “acto que no tiene causa”.

Cuando una persona trabaja para un empleador y luego recibe un pago, ese pago es realmente un reciclaje de su propio trabajo. Así, la energía que gasta un estibador descargando cajas de un barco regresa a él en la forma del dinero que utiliza para comprar pan. Un acto de Jésed sin embargo, es un acto que no se “recicla”, por ejemplo, un regalo anónimo de dinero a un fondo de becas.

El Jésed es proactivo, es el iniciador de la interacción, y debe por lo tanto ser la primera en las Sefirot de la acción. El Jésed trata con el nivel de lo manifiesto, de lo visible, y en la cadena de la dinámica social, es la chispa primaria que da paso a una acción posterior.

Ser primero no es una simple clasificación jerárquica. Ser primero lleva dentro de sí una propiedad que ningún otro elemento en el universo posee. Cada acción en el universo tiene una causa, excepto la que es la primera. En el ámbito de la acción manifiesta, el Jésed no tiene causa, es una expresión proactiva de expansividad.

El máximo acto de Jésed es la creación, un acto que no tiene causa anterior. Los Salmos dejan esto en claro:

“El mundo se construye con Jésed”. (Salmos 89:3)

Cuando nos referimos a la creación como un “acto de Jésed”, no estamos hablando sólo de la creación ex nihilo, ‘de la nada’, en el sentido puramente físico. Más bien, estamos haciendo referencia además a la interacción entre Dios y el hombre.

Uno puede pensar equivocadamente que una vez que el mundo está ya en su lugar, una vez que ya fue creado, su continuidad depende únicamente de los méritos humanos (nosotros cumplimos los mandamientos de Dios y, por lo tanto, somos recompensados). Pero nada de esto puede ser cierto cuando nos referimos a la creación. La creación fue un acto unilateral. Nadie “merece” haber sido creado. Fue un acto puro de Jésed en su máxima expresión.

Sin motivos para litigios

Este último punto es una piedra angular para nuestra interacción con Dios. La persona que no comprende por completo que la relación con Dios está construida en base a Jésed, se dedica a litigios con Dios, argumentando que de alguna manera “no alcanza” o “no es suficiente”. De este modo, todos los argumentos dramáticos que la literatura ha producido acerca de un hombre clamando a Dios para quejarse, se basan en el supuesto argumento de que Dios “nos debe algo”.

Un trabajador puede legítimamente litigar a su empleador y decirle: “Usted no me ha pagado debidamente por mi trabajo, porque he aquí que el señor X está haciendo el mismo trabajo y a él se le paga el doble”. Pero una persona que recolecta limosna no puede plantearle el mismo argumento a un donante.

Entender que la creación es un acto de Jésed elimina la posibilidad del hombre de litigar con Dios. Así, si una persona joven y virtuosa se enferma gravemente, no puede quejarse y decirle a Dios: “Tú me has perjudicado, no me merecía esto”. Nadie nunca ameritó su propia existencia; nadie “merece” haber nacido en primer lugar.

La respuesta de Dios al litigio de Job fue: “¿Quién me ha dado a Mí primero, para que Yo se lo restituya?” (Job 41:3). Dios, en efecto, le dijo a Job, “Puedes cuestionar, pero no puedes debatir”.

El fundamento subyacente de toda existencia es que es un regalo. Dios no nos debe nada. (Hay sin embargo, una forma válida de cuestionar las acciones de Dios que discutiremos más adelante).

Este aspecto de Jésed —que es por definición ex nihilo— tiene una ramificación importante en lo que respecta a toda la gama de actividades que la Torá considera Jésed.

Mientras que, en lo que respecta a otras mitzvot, la pureza en la motivación es una virtud, en lo que respecta a Jésed es algo absolutamente intrínseco. Tan pronto como existe una motivación de cualquier tipo —ya sea honor o un beneficio futuro— ha dejado de ser Jésed absoluto. Es sólo otra acción en la larga serie de eslabones de la cadena de “causa y efecto”.

El sentido de la verdadera bondad

De este modo el acto de enterrar a un muerto se denomina Jésed shel emet, ‘Verdadera bondad’, ya que cualquier acto de Jésed que se realice para una persona viva nunca puede ser verdaderamente “puro”, dado que éste inevitablemente lleva dentro de sí algunas de las complejidades de la interacción humana. Tal vez le debo un favor y me incomoda decirle que no lo puedo ayudar, o quizás me gusta que él me deba un favor a mí, etc. Mientras que con respecto a otras mitzvot esto sería una simple y pequeña “mancha” sobre una buena acción, con respecto a Jésed, esto corrompería su mismísima esencia. Dado que Jésed por definición es “algo a cambio de nada”.

Esta nueva comprensión de Jésed también nos aclara el estatus especial concedido a los padres en la Torá y el hecho de que ese estatus se mencione en los Diez Mandamientos.

Uno suele entender este estatus como el lógico agradecimiento por todos los favores y por todo el bien que los padres han otorgado a sus hijos. Pero, ¿qué pasa con el niño que tuvo una relación tormentosa con sus padres? O, ¿qué pasa con el niño que fue dado en adopción al nacer? De acuerdo a la ley judía, el niño debe honrar a sus padres biológicos como si hubieran sido plenos padres funcionales. ¿Por qué?

La respuesta es que los padres han hecho el único Jésed verdadero con el niño, es decir, darle existencia. Cualquier otro acto que beneficie a un niño es un acto dentro de un marco existente previo y es por lo tanto de una dimensión mucho menor. El don de la vida que los padres han dado a un niño es un don que no se puede comparar con ningún otro acto de bondad hacia él.

Esta es la razón por la que se nos dice que el honor hacia los padres se asemeja al respeto hacia Dios. Ya que los padres y Dios le han dado a la persona su existencia y este regalo como tal está a mundos de distancia respecto de los otros favores, beneficios y demás bondades concedidas a una persona.

Vamos a resumir. Jésed es el primer paso de la acción. Es cierto que es precedido por el “pensamiento”, pero en lo que respecta a los “hechos” es considerado como el primer paso. No se trata de una reacción a un acto previo. Es un acto paralelo a la creación, un acto ex nihilo. Jésed es también la Sefirá de las Diez Sefirot que describe el inicio de cualquier relación de Dios con el hombre.

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