[Historia Judía #50] La Reforma y los judíos

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La Reforma expuso la corrupción de la Iglesia. Para los judíos significó aún más malas noticias.

La historia judía no se desarrolló de forma aislada, por lo que siempre tenemos que tener en mente los eventos del mundo en general pues estos tuvieron un importante impacto sobre los judíos. Uno de esos grandes eventos que sacudieron Europa fue la Reforma Protestante.

¿Qué generó dicha reforma?

En pocas palabras, la corrupción de la Iglesia en Roma.

Como vimos en el capítulo 45, con el declive del Imperio Romano la Iglesia se convirtió en el gran actor feudal en el sistema económico de Europa. Este era un sistema que, al virtualmente esclavizar inmensas masas de personas, hizo a la Iglesia muy rica y poderosa, tanto política como militarmente.

“El poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente”, dijo Lord Acton. Y su frase es claramente cierta para el caso de la Iglesia de aquella época.

Nadando en riqueza, la Iglesia construyó grandes edificios, tuvo sus propios ejércitos y se hundió cada vez más en la inmoralidad, el materialismo y la decadencia.

La lista de romances papales y de intrigas políticas es muy larga. Por ejemplo, el Papa Alejandro VI sobornó a algunos miembros del Colegio de Cardenales para asegurar su elección en 1492, el año en que los judíos fueron expulsados de España (Historia del cristianismo, Paul Johnson, p. 280, 363). Una vez que estuvo en el poder, llevó al papado a nuevas alturas de laxitud espiritual.

Una gran cantidad de papas antes de él habían abandonado el celibato, pero Alejandro VI ostentó abiertamente su reputación de gran amante. Hizo que un retrato de su amante, vestida como María, la madre de Jesús, fuera pintado en la puerta de su dormitorio y reconoció públicamente a sus hijos ilegítimos: Cesare y Lucrecia Borgia, quienes se volvieron famosos por méritos propios (Chronicle of the World (Crónica del mundo), Derrik Mercer ed. DK Publishing, p. 391).

Giovanni Boccaccio, el grandioso humanista italiano del siglo XIV , nos ofrece una graciosa perspectiva de la corrupción y la decadencia de la Iglesia de su tiempo. En Decamerón, su obra clásica, un judío llamado Abraham es presionado por un amigo cristiano para visitar Roma con la esperanza de que se impresionara tanto que se convirtiera al Cristianismo. Abraham vuelve disgustado y reporta:

“Digo esto porque, si pude observar bien, ni piedad, ni devoción, ni buen trabajo o ejemplo de vida ni nada parecido vi allí en nadie que haya sido del clero; lujuria, avaricia, glotonería y cosas similares y peores… y según mi juicio, me parece que también tu pastor principal, y consecuentemente todos los demás, se dedican con gran diligencia, ingenio y arte a desvanecer y desterrar del mundo [los valores de] la religión cristiana…”.

Libro peligroso

Quienes querían reformar la estatura moral de la Iglesia no tenían el poder de hacerlo. Incluso cuando la hipocresía de la situación se estaba volviendo intolerable, la Iglesia usó su poder para sofocar cualquier intento de rebeldía.

La rebeldía comenzó en el siglo XIV con desafíos a la doctrina de la Iglesia y con intentos de traducir la Biblia a otros lenguajes además del latín (el lenguaje del Imperio Romano, que pocos hablaban). Esos intentos fueron sofocados brutalmente.

¿Por qué la Iglesia no quería que la gente común leyera la Biblia? Imagina lo que podría pasar si los sirvientes obtuvieran una Biblia y encontraran lo que realmente decía sobre las obligaciones de toda persona (incluso de su señoría y su eminencia) de amar a su prójimo y de tratarlo con igualdad pues ‘todos’ los seres humanos fueron creados a imagen de Dios.

Es precisamente por esta razón que la Iglesia no tradujo la Biblia a la lengua vernácula. Escribe Henry Phelps-Brown en su libro Egalitarianism and the Generation of Inequality (Igualitarismo y la generación de la desigualdad, p. 68):

“A pesar de su ansiedad por salvar el alma del hombre de la perdición de las búsquedas terrenales para preservarla para la vida después de la muerte, la iglesia medieval aisló a los pupilos de la peligrosa contaminación de las Escrituras Sagradas. Sólo quienes entraban a las órdenes sagradas tenían permitido estudiar teología y explorar las Escrituras Sagradas. La exploración independiente y sin supervisión de la Biblia era considerada herejía y sólo los clérigos de buena posición tenían permitido explayarse desde el texto en latín, incompresible para las masas cristianas”.

Martin Lutero

En 1506, la Iglesia de Roma se embarcó en uno de sus proyectos más grandes y ambiciosos: la construcción de una nueva Basílica de San Pedro, la cual sería el lugar central del Vaticano. La iglesia iba a ser tan lujosa e inmensa que, cuando fue completada 150 años después, fue la iglesia más grande jamás construida y continuó siéndolo hasta 1989.

Un proyecto tan astronómico demandaría una cantidad de dinero igualmente astronómica y, como forma de recaudación de fondos, la Iglesia se dedicó a vender ‘indulgencias’.

La práctica de brindar indulgencias (remisión del castigo por pecados mediante la intercesión de la Iglesia) ya tenía una larga historia. La diferencia es que en el pasado las indulgencias habían sido ofrecidas cuando un pecador realizaba una tarea peligrosa para la Iglesia, como ir a una cruzada (una cruzada a Tierra Santa te conseguía el perdón por todos los pecados que habías cometido). Posteriormente, se hizo posible comprar indulgencias en el lecho de muerte (así uno se aseguraba de entrar inmediatamente al cielo, evitando el purgatorio).

Con la Iglesia involucrada en una inmensa campaña de recaudación de fondos, la venta de indulgencias llegó a un nivel completamente nuevo.

La campaña de recaudación de fondos del Papa Sixto IV ofreció indulgencias que podían liberar a los seres queridos del sufrimiento en el purgatorio. Los comisionados de la Iglesia recurrieron a imitar el angustiante lamento de padres que, en medio de los fuertes dolores por los fuegos de la purificación, les suplicaban a sus hijos que compraran una indulgencia y disminuyeran así su tormento.

Hubo un emisario creativo, un monje dominicano llamado Johann Tetzel, que inventó una cancioncita: “Tan pronto como la moneda entra en la alcancía, el alma desde el purgatorio brinca”.

Durante el auge de la venta de indulgencias, Martin Lutero, un fraile agustino de Alemania, viajó a Roma y se sorprendió con lo que vio. ¿Cómo podía la Iglesia vender los regalos de Dios al mejor postor? ¿Cómo podían los obispos y los cardenales comportarse con semejante soltura moral y mundanería?

Lutero volvió a casa y cayó en una crisis de fe. Resolvió su dilema inventando la teoría de gracia, que luego pasaría a formar parte de la teología protestante. Esta teoría sostiene que la salvación viene de la gracia de Dios (o de Su indulgencia). Claramente un regalo de Dios no podía ser vendido por la Iglesia.

Enfervorecido con su idealismo juvenil (en esa época tenía tan sólo 34 años), Lutero puso su protesta, conocida como Las 95 tesis, en la puerta de la Iglesia de Todos los Santos en Wittenberg el 31 de octubre de 1517.

Al final su protesta llegó a Roma y se le pidió, de manera bastante directa, que renunciase. Él se rehusó a hacerlo, proclamando su famosa defensa: “Esta es mi posición, no puedo hacer otra cosa”. Cuatro años después fue excomulgado. (Lutero se escondió en 1521 en el castillo de Wartburg, en donde tradujo la Biblia del griego a alemán. Su traducción apareció en 1522 y tuvo un impacto político tremendo en la Iglesia y en la cultura y lenguaje alemán).

Pero gracias a un destacable avance tecnológico que cambiaría la historia para siempre (la prensa de Gutenberg), ya era demasiado tarde para silenciar a Lutero.

Sólo cincuenta años antes de la protesta de Lutero, Johann Gutenberg había perfeccionado un sistema para hacer letras de metal con moldes, ubicarlas en línea y usar las plantillas creadas con ellas para imprimir múltiples copias de un documento en pocos minutos, lo cual en el pasado tendría que haber sido copiado tediosamente a mano en una tarea que tomaba varias horas.

Cuando esta increíble máquina impresora fue utilizada para imprimir Las 95 tesis de Lutero —las cuales de hecho representaban un acta de acusación a la Iglesia—, se generó un gran alboroto. Lo que hubiera podido ser una disputa local, con el protestante amordazado por su excomulgación, se convirtió en una controversia pública que se esparció a lo largo y ancho del mundo.

La nueva religión de Martin Lutero, llamada ‘protestantismo’, recibió mucho apoyo del norte europeo, de los nobles que estaban más que felices de sacar a la Iglesia de su tierra y recapturar sus riquezas.

La Iglesia también tenía sus aliados, por lo que Europa terminó en la Guerra de los Treinta Años (1618-1648). Esta guerra, que fue principalmente entre protestantes y católicos, implicó mucho derrame de sangre, pérdida de vidas y destrucción (1). También tuvo un gran impacto en los judíos.

Lutero y los judíos

Lutero había visto la vergonzosa forma en que la Iglesia había tratado a los judíos, e ideó un plan para cambiar eso (2). Estaba seguro de que la razón por la que los judíos no se habían convertido al Cristianismo era porque no podían digerir la corrupción de la Iglesia. Ahora los judíos verían que los protestantes eran diferentes y que serían amables con ellos; y entonces, todos los judíos se convertirían en cristianos.

Escribió en su libro titulado Que Jesucristo fue un judío:

Porque ellos [el clero de la Iglesia] han tratado a los judíos como si fueran perros y no seres humanos. No han hecho nada por ellos sino maldecirlos y capturar sus riquezas… Espero que, si los judíos son tratados amistosamente y se les enseña la Biblia con amabilidad, muchos de ellos se volverán verdaderos cristianos y volverán a la fe ancestral de los profetas y los patriarcas… (3)

Naturalmente, los judíos tampoco se entusiasmaron con el protestantismo. Su lealtad al judaísmo y a la Torá no tenía nada que ver con lo desagradables que fueran los cristianos con ellos. Para los judíos, el cristianismo había sido una religión falsa desde su comienzo y lo único que hizo el comportamiento de los cristianos durante los años siguientes fue probar esa verdad.

Ahora, Martin Lutero reforzaría aún más ese argumento. Apenas los judíos rechazaron su tentativa de acercamiento y no comenzaron a convertirse en masa, Lutero, quien se tomó este rechazo como algo personal, se transformó en uno de los antisemitas más violentos de la historia.

Unos pocos años después escribió en su libro Respecto a los judíos y sus mentiras:

“Qué haremos con esta raza maldecida y rechazada de judíos, siendo que viven entre nosotros y sabemos sobre sus mentiras, blasfemias y maldiciones. No podemos tolerarlos incluso si no queremos compartir sus vidas, maldiciones y blasfemias. Quizás podemos salvar a algunos de ellos del fuego y las llamas. Déjenme darles mi honesto consejo…” (4)

El consejo honesto de Lutero detallaba un plan para tratar con los judíos, el cual incluía:

  1. Quemar todas las sinagogas.
  2. Destruir los libros sagrados judíos.
  3. Prohibir que los rabinos enseñaran.
  4. Destruir hogares judíos.
  5. Prohibir el ingreso de los judíos a los caminos y mercados.
  6. Prohibir a los judíos dar préstamos.
  7. Incautar la propiedad judía.
  8. Obligar a los judíos a hacer labores forzadas.
  9. Expulsar a los judíos de las ciudades cristianas.

(Para más información sobre el plan de Lutero, ver La historia de los judíos, de Paul Johnson, p. 242. Ver también Why the Jews? (¿Por qué los judíos?), de Dennis Prager y Joseph Telushkin, p. 107).

Cuatrocientos años después, Hitler y los nazis, utilizando los escritos antijudíos de Lutero en su propaganda antijudía, pondrían su plan en acción.


Notas:

1) A pesar de que presumiblemente el conflicto entre protestantes y católicos era de índole religiosa, la rivalidad entre la dinastía austriaca Habsburgo y otros poderes fue un motivo más central, como se ve en el hecho de que la Francia católica apoyó el lado protestante para debilitar a los Habsburgos, mejorando la posición de Francia como el poder preeminente europeo. Esto incrementó la rivalidad entre Francia y la dinastía, lo que más adelante llevó a una guerra directa entre Francia y España.

2) En realidad, Lutero vivió en una parte de Alemania de la que los judíos habían sido expulsados hace tiempo. Es muy probable que, al igual que William Shakespeare, Lutero nunca haya conocido a un judío.

3) Alexis P. Rubin ed., Scattered Among the Nations-Documents Affecting Jewish History 49 to 1975 (Jason Aronson, 1993), pp. 94-96.

4) Ibíd., pp. 89-90.

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