El Sacrificio de Itzjak

14 min de lectura

Un evento seminal en la conciencia nacional judía.

Lectura requerida: Génesis, cap. 22

Introducción

Un día, Dios se le apareció a Abraham y le instruyó sacrificar a su hijo Itzjak en una montaña secreta. Abraham salió a buscar el sitio temprano por la mañana, acompañado por sus hijos Itzjak e Ishmael y por su sirviente Eliézer. Durante tres días viajó hacia el norte desde Hebrón; el Midrash dice que durante esos días estaba en un constante estado de tormento (1). En el tercer día observó un pilar de nube sobre el punto que eventualmente se volvería el Monte del Templo (2), y concluyó que había encontrado el lugar designado para el sacrificio. Al comentarle a quienes lo acompañaban se dio cuenta que el pilar también era visible para Itzjak, pero no para Ishmael ni para Eliézer. Razonando que quienes no podían ver el pilar no debían participar en el asunto, Abraham partió con Itzjak hacia el sitio, dejando a Eliézer y a Ishmael con el burro (3).

Itzjak comentó sobre el hecho de que a pesar de estar llevando madera y fuego, no llevaban nada para sacrificar, por lo que Abraham le informó que Dios había pedido que él, Itzjak, fuera el sacrificio. Esto no desconcertó a Itzjak, y padre e hijo procedieron con calma en perfecta armonía (4).

Construyeron un altar y se prepararon para el ritual; la atmósfera descrita en el texto pareciera ser sumamente tranquila. Abraham ató a Itzjak en el altar (de acuerdo al pedido de Itzjak mismo) (5) y tomó el cuchillo con el que realizaría el sacrificio. Justo cuando Abraham estaba a punto de cortar el cuello de Itzjak, un ángel le instruyó que sustituyese a Itzjak por el carnero que providencialmente vagaba por ese sitio. Dios le agradeció a Abraham por haber pasado una importante prueba y, en el cierre de la escena, Abraham predijo que un día el Templo sería erigido en ese sitio.

En el momento del incidente, Abraham e Itzjak tenían 137 y 37 años respectivamente (6). La tradición judía considera que este evento es uno de los pilares de la relación especial que existe entre Dios y el pueblo judío; se considera que fue la mayor prueba que tuvo Abraham.

Sacrificio humano

La ‘Atadura de Itzjak’ (Akedat Itzjak en hebreo) presenta muchos aspectos problemáticos, pero comencemos con el más obvio. En el panteón de los valores judíos no hay ningún crimen más horrendo que un sacrificio humano.

Dios considera esto algo tan ofensivo que hace una declaración que no aplica a ninguna otra ofensa:

Pero si la gente de la tierra oculta sus ojos de ese hombre cuando entregue su descendencia a Mólej, no condenándolo a muerte, entonces Yo pondré Mi semblante contra ese hombre y su familia, y cortaré de entre su pueblo a él y a todos los que se descarríen tras de él para prostituirse tras de Mólej” (Levítico 20:4-5)

¿Cómo podría Dios pedir un sacrificio humano? ¿Cómo podría Abraham, quien había dedicado toda su vida a pregonar en contra de esa práctica, acceder al pedido?

Abordemos el asunto de forma frontal: No todos los sacrificios humanos pueden ser puestos en la misma bolsa. Antes de entender lo que es la Atadura de Itzjak, debemos entender claramente lo que no es. Los sabios del Midrash distinguen entre la Atadura de Itzjak y la clase de sacrificio humano que Dios aborrece. La diferencia se ve ilustrada en el siguiente incidente bíblico.

Al verse asediado por el ejército judío invasor, Mesha, el rey de Moab, convocó a sus consejeros y les preguntó por qué Dios favorecía a los judíos por sobre los moabitas. La respuesta fue: la preferencia de Dios se remonta al patriarca Abraham, quien le ofreció de buena gana a su hijo Itzjak. El rey preguntó: “¿Completó Abraham el sacrificio?”. Cuando descubrió que el sacrificio de Itzjak había sido abortado, decidió superar a Abraham. Si Dios tenía apetito de sangre humana, entonces él ofrecería más. Inmediatamente sacrificó a su hijo y futuro heredero a Dios (7).

Este es el más aborrecible de los sacrificios humanos. El rey de Moab necesitaba la ayuda de Dios para enfrentar a sus enemigos. No deseaba entregarle su hijo a Dios. El sacrificio fue un soborno que indicaba lo mucho que estaba dispuesto a ofrecer y fue realizado para obtener una ventaja deseada. La creencia de que Dios tiene sed de sangre humana y de que puede ser sobornado por medio del asesinato de un ser querido es una abominación.

La Atadura de Itzjak y esta historia no tienen nada en común.

Dios nunca pediría el asesinato de niños inocentes como soborno o prueba de lealtad, y seguramente Abraham se habría rehusado a complacer semejante demanda. Antes de que naciera Itzjak, cuando Dios le informó a Abraham (Génesis 15:1) que su recompensa era muy grande, su respuesta fue que más allá de lo grande de la recompensa, la consideraba insignificante si no tenía hijos. Para Abraham ninguna recompensa —ni en este mundo ni en el próximo— justificaría la pérdida de Itzjak. Sin Itzjak para que continuase con sus tradiciones en las generaciones futuras, sus enseñanzas morirían con él y toda su vida se volvería un ejercicio fútil. Abraham quería cambiar el mundo por medio de una nación y sin Itzjak esto no era posible. De ninguna manera sobornaría a Dios con la sangre de Itzjak.

Entonces, ¿cómo entendemos este desconcertante incidente?

Una nueva mirada

La siguiente idea está basada en la obra de Rav Dessler (8). Para entender este enfoque debemos aprender un poco sobre la visión judía sobre la muerte y sobre su cura, que es tejiat hametim, la ‘resurrección de los muertos’.

La vida sería maravillosa si no fuese por la muerte, que la interrumpe de manera inevitable. Tendemos a culpar a Dios por esta terrible falla; después de todo, Él es todopoderoso y podría haber hecho que nuestras vidas fueran eternas. Pero la Torá nos dice que estamos culpando al bando equivocado. En primer lugar, Dios creó a Adam para que viviera por siempre, y en segundo lugar, diseñó a los seres humanos con la capacidad de pasar el regalo de la vida eterna a su descendencia como parte de sus genes. Adam fue quien nos hizo mortales, no Dios. El origen humano de la muerte está explicado claramente en Génesis.

"De todo árbol del jardín comerás, pero del Árbol del conocimiento de lo bueno y lo malo no comerás, pues el día en que comas de él ciertamente morirás” (Génesis 2:17).

Afortunadamente, como sabe todo quien ha tomado un curso básico de biología, la vida es espiritual; no tiene una definición física precisa. ¿Están vivos los virus en su estado inactivo? ¿Está vivo un tejido de ADN que se reproduce en un laboratorio? ¿Qué le da a un organismo el poder de estar vivo en un momento y muerto en el siguiente, siendo que no hay ningún cambio orgánico visible en ninguno de sus componentes?

El hecho de que la vida sea espiritual significa que la muerte es sólo un fenómeno temporal. El judaísmo enseña que no existe la muerte espiritual; el potencial espiritual nunca puede perderse por completo. Puede que se mantenga durmiente durante largos períodos, pero siempre puede ser revivido. El humilde virus fue creado para enseñarnos esta lección. Aprendemos que nosotros, los seres humanos, podemos recuperar nuestra capacidad de ser inmortales.

La vida humana

Podemos comprender este principio claramente si consideramos la definición judía de humanidad: es la unión de dos opuestos, un alma (neshamá) y un cuerpo. El alma es “una porción del Dios viviente” (9), mientras que el cuerpo es un montón de tierra, “Porque polvo eres y al polvo volverás” (Génesis 3:19). De acuerdo a esta definición el alma es inmortal; permanece conectada permanentemente a la fuente de toda la vida. Mientras el alma se mantenga unida al cuerpo estaremos vivos; por medio del alma, el cuerpo también obtiene vida desde la fuente; cuando el alma se separa, entonces morimos.

Si el cuerpo y el alma estuvieran integrados en una unidad única e indivisible entonces el alma nunca podría separarse del cuerpo y viviríamos por siempre. Cuando Dios completó la creación, la observó y declaró: “Y Dios vio todo lo que había hecho y he aquí que era muy bueno” (Génesis 1:31). Adam era parte de la creación, lo que significa que también era muy bueno. Un humano muy bueno es aquel cuyo cuerpo y alma están perfectamente integrados. Este ser humano es, por definición, inmortal.

Perdemos la calidad de muy bueno al disolver la integración entre nuestra parte física y nuestra parte espiritual. A medida que esta integración disminuye, nuestro entendimiento de la vida se debilita. Cuando nos conectamos con el mal por medio de nuestro cuerpo, obligamos a nuestra alma a separarse de nuestro cuerpo. Dado que es una porción de Dios, nuestra alma no puede tolerar el contacto directo con el mal. Por otro lado nuestro cuerpo, que viene del polvo, no tiene esa limitación. Cuando conectamos nuestro cuerpo al mal obligamos también a nuestra alma a conectarse con él, porque el alma y el cuerpo fueron fusionados por Dios en una unidad única e integrada. Sin embargo, el alma se conecta con el mal protestando de gran manera. Incluso en el mundo puramente físico es necesaria una fuerza muy grande para mantener dos entidades mutuamente exclusivas fusionadas en una sola unidad. Una conexión como esta es débil en el mejor de los casos, e inevitablemente se interrumpe cuando se enfrenta a una presión extrema.

Cuando nos conectamos con el mal, sometemos a la unión entre cuerpo y alma a una gran presión. Durante el curso de la vida, la conexión eventualmente cede ante la presión y, cuando el alma se separa por completo, nuestro cuerpo vuelve a ser un montón de tierra y morimos. Para lograr una integración permanente, debemos ir en la dirección diametralmente opuesta: el cuerpo debe volverse espiritual, separarse del mal e integrarse por completo con el alma. El judaísmo enseña que la transformación del cuerpo es el único objetivo de nuestra vida en este mundo.

Es un proceso exigente. Lo logramos por medio de batallar constantemente con nuestra parte física, canalizando y elevando nuestros deseos físicos por medio de hacer mitzvot (mandamientos) y de llenar nuestra mente con conocimiento de Torá. Cada mitzvá y cada palabra de Torá logran una pequeña transformación. Es el incremento de esos dolorosos pasos repartidos a lo largo de toda una vida lo que logra la transformación requerida para lograr la inmortalidad.

La cábala enseña que sin esa integración, la vida eterna es imposible incluso en el Mundo Venidero. Porque el Mundo Venidero es un mundo físico al igual que el nuestro, salvo que opera en un plano espiritual más elevado; sin cuerpo no podemos habitarlo. Físicamente no seremos idénticos a lo que somos ahora, pero sí requeriremos alguna especie de cuerpo. En la práctica, adquirir inmortalidad significa adquirirla físicamente. Debemos pasar nuestro tiempo en este mundo acumulando la enorme energía espiritual que hace falta para purificar nuestro cuerpo hasta que llegue al estado de pureza que debe tener para participar y disfrutar de la vida eterna en el Mundo Venidero.

Volvemos a la Atadura de Itzjak

Imagina que tuvieras la capacidad para lograr esta transformación y eliminar la muerte para siempre con tan sólo una acción. ¿No saltarías para aprovechar la oportunidad? Los milenios de dolorosa historia que estudiamos en la escuela son un producto de la necesidad de ofrecerle a cada individuo la oportunidad de vivir el lento proceso de integrar el cuerpo al alma por medio de una serie de pequeños y trabajosos pasos que, como describimos, podrían ser evitados por completo si pudiéramos perfeccionar el mundo de un sopetón.

Para Abraham e Itzjak, de eso trataba la Atadura de Itzjak.

Pongámonos en el lugar de Abraham e Itzjak e intentemos ver las cosas a través de sus ojos, basándonos en sus conjeturas.

Abraham e Itzjak se dirigieron felizmente a hacer el sacrificio porque eran profetas y conocían a Dios. En base a su conocimiento, la idea de que Dios tuviera un salvaje deseo de sangre humana no sólo era un sacrilegio, sino que era simplemente absurda. Que Dios exigiera la vida de Itzjak a modo de tributo era impensable. Itzjak había nacido por medio de un milagro, su existencia misma era un acto de generosidad de Dios. Si Dios quisiera tener de nuevo el alma de Itzjak entonces la habría tomado en cualquier momento, sin necesitar que Abraham lo asesinara; además, seguramente Dios no tenía ninguna intención de convertir a Abraham en un asesino.

Entonces, Abraham e Itzjak concluyeron que la Atadura de Itzjak no se trataba sobre un tributo y muerte, sino sobre la vida. El sacrificio de Itzjak traería la resurrección. Había llegado el momento para arreglar el mundo imperfecto, para reparar el pecado de Adam y devolver al hombre a la vida inmortal. La conclusión: ¡Dios quería hacer a Itzjak inmortal!

Recuerda que la inmortalidad requiere la clase de integración entre cuerpo y alma que no puede ser cercenada. El cuerpo que heredamos de Adam es incapaz de integrarse con lo espiritual de esta forma. Lograr esta fusión total requiere un cuerpo nuevo, y la Atadura de Itzjak era la oportunidad para hacer el cambio. ¡Tráeme tu modelo viejo y yo te daré uno nuevo! Imagina la excitación y el entusiasmo.

La Atadura y la resurrección

Rav Dessler traza una conexión entre la Atadura de Itzjak y la resurrección (10):

Cuando la espada tocó el cuello de Itzjak, su alma salió de su cuerpo, pero cuando la voz del ángel emergió desde entre los Kerubim diciendo “No extiendas tu mano…”, volvió. Itzjak le dio un vistazo a la resurrección; los muertos se levantarían y volverían a la vida, tal como lo había hecho él. En ese momento compuso la segunda bendición de la plegaria silente Amidá: “Bendito eres Tú, Dios, quien revive a los muertos”.

De acuerdo al pensamiento judío, Itzjak personifica la resurrección. El Zóhar (11) reacomoda las letras de su nombre para expresar la idea: ketz jai, que significa ‘vida al final’. Literalmente, el nombre Itzjak es el verbo reír expresado en tiempo futuro. La risa de Itzjak es la risa del futuro, una expresión de alegría por el triunfo sobre la muerte. Es la personificación del dicho: “El que ríe último, ríe mejor”.

Abraham e Itzjak comenzaron el proceso de reparar el mundo defectuoso y devolverlo a la condición de muy bueno que tenía antes de la caída de Adam, eliminando de esta manera la necesidad de morir. Cuando Abraham volvió a unir el alma de Itzjak a su Creador, el flujo incrementado de vida proveniente de la Fuente de todo hizo que Itzjak resucitara; su nueva fuerza de vida era más intensa y más espiritual. La resurrección de Itzjak inauguró una nueva era histórica que podría terminar en la integración completa de lo físico con lo espiritual. Los seres humanos ya no necesitarían morir.

Cuando el sacrificio fue abortado, Abraham se dio cuenta de que el proceso no sería completado en ese momento y lugar, y se desilusionó positivamente.

Y dijo: 'No extiendas tu mano contra el joven y no le hagas nada…'” (Génesis 22:12). Rashi comenta sobre la duplicación de la orden: "No extiendas tu mano contra el joven y no le hagas nada"; “no extiendas tu mano” significa no lo mates. Abraham se dijo a sí mismo: ¿todo esto para nada? Al menos le haré una herida. Es por eso que el ángel le tuvo que advertir: “y no le hagas nada”.

¡Qué extraño! Uno habría pensado que Abraham se alegraría por la cancelación del sacrificio. Rav Dessler explica que Abraham se dio cuenta de algo que nosotros no: junto con el sacrificio, había sido cancelada también la oportunidad para eliminar la muerte.

El camino hacia la vida

Pero no del todo. La Atadura de Itzjak eliminó el precipicio que nos separaba de la muerte y nos situó en el camino que termina en tejiat hametim, la ‘resurrección de los muertos’.

Como mencionamos en la introducción, la escena acaba con la predicción de Abraham de que algún día el Templo será erigido en el sitio del altar que construyó junto a Itzjak. Esta predicción es la expresión del cambio en el mundo que generaron Abraham e Itzjak mediante volver a conectar el alma humana a Dios. El mundo previo a la Atadura no tenía ningún vestigio de un Templo; después de la Atadura, el espejo mágico del universo había comenzado a reflejar los primeros indicios del Templo.

La resurrección y el Templo

El Templo es una manifestación viviente de la integración perfecta entre lo espiritual y lo físico. La presencia de Dios, que es completamente espiritual, se manifiesta físicamente; podemos detectar Su presencia en el Templo con nuestros sentidos físicos. La presencia Divina en el Templo es llamada Shejiná, un derivado de la palabra hebrea shojén, que significa ‘residir’ o ‘descansar’ (12) de manera mundana y cotidiana. Esa integración de lo espiritual con lo físico es el primer presagio de la integración perfecta de la resurrección.

Abraham e Itzjak no estaban equivocados. La atadura era sobre la resurrección y la eliminación de la muerte. La materialización absoluta de la integración entre lo físico y lo espiritual era prematura en esta temprana etapa de la historia humana, pero el incidente le dio a la humanidad su primer contacto con la vida eterna. Hizo que la Shejiná bajara a la cima de la montaña. Si podemos escalar la montaña y hacer que baje al valle, y de allí a nuestros hogares, entonces alcanzaremos el nivel de integración que hace que la muerte sea imposible. La presencia Divina es vida; si nos conectamos a la vida no podemos morir.

Muchos pueblos irán y dirán: 'Subamos a la montaña de Dios, a la Casa del Dios de Yaakov'” (13). ¿Por qué especifica el profeta que se trata del Dios de Yaakov? ¿Acaso el Templo es sólo la Casa del Dios de Yaakov, y no también del Dios de Abraham e Itzjak? El profeta quiere enseñarnos que cuando venga el Mesías, el Templo trascenderá la definición de Abraham, quien se refirió a Él como una montaña, y también la definición de Itzjak, quien se refirió a Él como un campo, y corresponderá a la definición de Yaakov, quien le llamó casa, como está escrito: “llamó a ese lugar la Casa de Dios” (14). Nuestro patriarca Yaakov no murió (15).

Transformando lo físico

¿Qué significa la transformación de lo espiritual en físico? ¿Cómo podemos relacionarnos con la idea de integrarlos en una entidad única? ¿Podemos también nosotros realizar algo de esta integración? ¿Cómo podríamos hacerlo? Y finalmente, ¿cómo es que las emociones vividas por los participantes de la Atadura expresan integración?

Luego de este episodio, Dios le dijo a Abraham: “Ahora sé que eres un hombre temeroso de Dios, porque no Me has rehusado a tu hijo, a tu único hijo” (Génesis 22:12). Los comentaristas objetan ante esta declaración. Para este entonces Abraham ya era un tzadik reconocido mundialmente; había saltado al horno candente de Nimrod para exaltar el nombre Sagrado, había pasado toda su vida tratando de esparcir el conocimiento de Dios. ¿Cómo puede ser que Dios diga “ahora sé que eres temeroso de Dios”? ¿No es esto un insulto? ¿Qué hay con los 137 años anteriores de la vida de Abraham?

El Gaón de Vilna ofrece la siguiente explicación (16): los seres humanos somos innatamente espirituales, pero nuestra espiritualidad tiende a estar limitada a las cosas que nos inspiran. Algunos de nosotros nos vemos inspirados por la plegaria, otros por el embriagador placer intelectual que brinda el estudio de Torá y otros encuentran una sensación de trascendencia en la santidad de Shabat. Puede que observemos los otros mandamientos —los que no nos inspiran—, pero al cumplirlos sentimos que son una obligación; son una especie de impuesto que estamos obligados a pagar. Si nuestra observancia todavía no es completa entonces tendemos a evitar del todo los mandamientos que no nos inspiran.

A pesar de que todas las personas religiosas pueden ser acertadamente descritas como “temerosas de Dios”, el servicio a Dios basado en la inspiración es energizado por el amor, no por el temor. El temor a Dios requiere que realicemos de todo corazón las tareas espirituales que van en contra de nuestra esencia tal como realizamos aquellas tareas que disfrutamos de forma espontanea. Nos sentimos vivos cuando tenemos la embriaguez que nos generan los sentimientos positivos. Cada vez que tenemos la oportunidad, evitamos el tormento de las emociones negativas o incluso del entumecimiento emocional. Queremos que nuestro servicio Divino nos brinde una alta dosis de excitación emocional.

Todo el tiempo que Abraham se encontraba realizando actos de bondad que eran afines a su carácter esencial, servir a Dios fue siempre una vivencia personal gratificante. Sin embargo, es imposible matar a tu hijo amado sin tener un intenso sentimiento de furia. Si sólo puedes energizar tus actividades con las emociones que son parte de tu personalidad esencial, entonces la Atadura de Itzjak es algo que Abraham no podía realizar. Asumamos que Rav Dessler estaba en lo cierto y que Abraham se dio cuenta con absoluta claridad intelectual de la necesidad de realizar este acto. Pero Abraham era tan humano como lo somos nosotros. A la hora de la verdad, los humanos no sólo tenemos que creer y sentir que lo que estamos a punto de hacer es lo correcto; también tenemos que juntar la energía para hacerlo.

¿Quién no ha tenido el sentimiento de querer estudiar para un examen importante? En nuestras mentes estábamos seguros de que eso era lo que queríamos hacer, en nuestros corazones sentíamos que era lo correcto e igualmente, de alguna forma, terminamos yendo a la playa. Simplemente fuimos incapaces de reunir la energía necesaria para hacer lo que debíamos.

La intensa furia que alimenta todo acto de asesinato no era parte de la personalidad de Abraham. La capacidad de reunir la energía para realizar el sacrificio surgió de su temor a Dios. Para matar a su hijo amado, Abraham debía reunir la energía negativa de furia que no era parte de su personalidad esencial. Su capacidad para afrontar la tarea con entusiasmo representa un nivel inimaginable de disciplina emocional. Como lo explicó Rav Dessler, en relación a su objetivo, la Atadura era sin duda un acto de apego a Dios, y el apego es una expresión de amor. Sin embargo, realizar la acción exigía la capacidad de reunir la emoción opuesta. Nos apegamos a las personas que amamos y nos distanciamos de quienes tememos u odiamos. El asesinato es el desapego en su máxima expresión y sólo puede llevarse a cabo con la más intensa de las furias.

La capacidad de Abraham para llevar a cabo el sacrificio con el entusiasmo de un acto de amor, transformó la emoción de temor/furia en amor. Lo negativo se volvió positivo, lo físico fue incorporado a lo espiritual. La muerte se transformó en vida, “porque ahora sé que eres un hombre temeroso de Dios, porque no Me has rehusado a tu hijo, a tu único hijo”.

En hebreo, las palabras ‘temer’ y ‘ver’ comparten su raíz: irá. El temor de Abraham a Dios transformó la presencia espiritual de Dios; lo invisible se tornó visible, le dio a la humanidad su primer vistazo del Templo y de la resurrección que representa. Las generaciones de judíos que siguieron el ejemplo de la Atadura de Itzjak y mantuvieron vivo el judaísmo a través de las oscuras eras del exilio, criando y educando fielmente a sus hijos en un camino que los hizo susceptibles al antisemitismo, la persecución y el martirio, nos acercó mucho más. Debemos estar cerca del clímax del proceso de transformación; la resurrección está a la vuelta de la esquina.


Notas:

  1. Midrash Rabá (Génesis 56:8).
  2. Midrash Rabá (Génesis 55:7).
  3. Midrash Rabá (Génesis 56:1).
  4. Midrash Rabá (Génesis 56:4).
  5. Midrash Rabá (Génesis 56:8).
  6. Midrash Rabá (Génesis 55:4); Rashi (Génesis 25:20).
  7. Pesikta DeRav Kahana 2:5; ver Reyes 2:3.
  8. Mijtav Meeliahu (vol. 2, págs. 194-199).
  9. Ver Or HaJaim (Éxodo 20:20).
  10. Basado en el Midrash (Pirkei DeRabi Eliézer 30).
  11. Adenda 252b.
  12. Ver Bamidbar 32:34; Talmud – Shabat 33a.
  13. Isaías 2:3.
  14. Génesis 28:19; Talmud – Pesajim 88a.
  15. Talmud – Taanit 5b.
  16. Kol Eliahu (Génesis 22:1).
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