El pacto de Dios con Abraham

6 min de lectura

La creación de un pacto eterno e inalterable.

Lectura requerida: Génesis 11:26 – 17:27

Introducción

El pueblo judío fue elegido dos veces. La segunda vez fue cuando Dios los sacó de Egipto, se partió el mar y el pueblo recibió la Torá en el Monte Sinaí. Estos eventos trascendentales cementaron la relación entre Dios y su pueblo para toda la eternidad.

Sin embargo, fue otro evento el que sentó las bases para esta elección. Dicho evento fue la elección de la persona que sería la progenitora del pueblo judío: Abraham. Pero el paralelo con el exilio judío y la redención de Egipto no parece completo: en ningún lugar de la Torá encontramos una serie de eventos tan sorprendentes que precedan a la elección de Abraham.

Para entender mejor la travesía que realizó Abraham, examinemos sus interacciones con Dios que llevaron al pacto. El proceso tiene tres fases:

  1. Lej lejá: “Vete de tu tierra”. Esta fue la primera vez que Dios eligió a Abraham (Génesis 12:1).

  1. Brit bein habetarim: La visión que Dios le mostró a Abraham de la historia eterna del pueblo judío, incluyendo el exilio y la redención final (Génesis, cap. 15).

  1. Brit milá: El pacto de la circuncisión que tuvo lugar cuando Abraham tenía 99 años de edad (Génesis, cap. 17).

Cada uno de estos fue un evento seminal que contribuyó a establecer los cimientos del pueblo judío.

Vete…

La parashá de Nóaj termina con la historia de Téraj (Génesis 11:26). Él era la novena generación desde Nóaj, y junto a su esposa Amatlai (1) (su nombre es una buena pregunta para un juego de curiosidades) tuvo tres hijos: Najor, Harán y Abraham (en ese entonces llamado Abram). La Torá nos dice que Abraham se casó con Sarai (Sará), la hija de Harán, y que cuando Harán murió entonces Abraham y Sarai comenzaron a viajar desde Ur Kasdim hacia la tierra de Kenaán. Hasta ese punto no hay ninguna mención especial sobre Abraham; ningún acto de auto sacrificio por Dios.

La parashá siguiente, Lej Lejá, comienza con una de las declaraciones más poderosas de Dios al hombre: “Vete”, declara Dios. “Abandona tu tierra, tu pueblo y tu lugar de nacimiento para seguirme”.

Esperaríamos que cualquier persona racional respondiera ante tal pedido diciendo: “Bueno, ¿adónde se supone que debo ir?”. Sin embargo, Abraham no hizo preguntas, sino que aceptó que la travesía para encontrar Dios requería un salto de fe.

Pero hay un detalle fundamental que ni siquiera es mencionado. ¿Por qué Abraham? ¿Qué pasó antes que hizo que Dios considerara probar a Abraham con semejante tarea?

El Midrash, un conjunto de tradiciones orales que han sido transmitidas a través de las generaciones, nos proporciona la información que falta: Abraham se dio cuenta cuando joven que debía existir una fuerza primaria que dirige el mundo y concluyó que el mundo politeísta de sus padres era incorrecto. La familia de Abraham poseía y administraba una exitosa tienda de ídolos; Abraham se encargó de destruir la mercadería (2).

Armado de confianza sobre la existencia de Dios, Abraham no sólo cambió su propia vida, sino que también promulgó este nuevo entendimiento al mundo entero. Llevaba huéspedes a su tienda, la cual estaba abierta en sus cuatro lados y estaba erigida en medio de una autopista interurbana (3). Abraham también escribió un libro de 400 capítulos refutando la idolatría (4). Además, toleró todo tipo de bromas y persecuciones por tener creencias que eran “políticamente incorrectas” por decir lo menos (5).

De hecho, la Torá lo llama Abraham haivrí (6) (Abraham el hebreo). Haivrí se traduce literalmente como ‘quien se para del otro lado’. Todo el mundo estaba de un lado mientras que Abraham se mantuvo firme en el otro (7).

Nimrod, que era el líder más poderoso de su tiempo, fue quien se vio más amenazado por las ideas de Abraham sobre un Dios supremo. Por lo tanto Nimrod arrojó a Abraham a un horno candente, diciendo: “Veamos si tu Dios te salva ahora”. Abraham salió del horno intacto. Dios lo salvó milagrosamente. Luego, Abraham dejó el país seguido de un gran grupo de estudiantes a quienes les había revelado la sublime idea del monoteísmo (8).

Estos relatos del Midrash forman los cimientos de la esencia del pueblo judío. ¿Por qué no aparece todo esto en el texto de la Torá?

La respuesta yace en la dicotomía de la idea de una elección. Si Dios nos elige por una razón en particular, entonces si cambiara la razón pasaríamos a ser “no elegidos”. De la misma forma, si nosotros elegimos a Dios, también podríamos echarnos atrás. Esto haría que la relación entre Dios y el pueblo judío fuese un mero contrato que podría ser anulado en cualquier momento en lugar de ser un pacto inmutable.

Pero el pueblo judío habría de ser la nación eterna, como le dijo Dios a Abraham: “Estableceré Mi pacto contigo y tus descendientes por todas las generaciones, un pacto eterno, para ser tu Dios y el Dios de tus descendientes después de ti” (Génesis 17:7).

Si escribiera un contrato y excluyera ciertas condiciones que fueron consensuadas oralmente en el pasado causaría que el acuerdo fuera independiente de las mismas. Por lo tanto es verdad que Dios eligió a Abraham gracias a su percepción y dedicación; sin embargo, al no relatar las razones de la elección en la narrativa de la Torá y sólo revelarlas en la Torá Oral, el acuerdo sustituye esas condiciones y se vuelve inmutable e inalterable. Por eso Dios comienza la historia del pueblo judío sin una introducción: tenemos un pacto con Dios que no tiene condiciones previas, por lo que nada puede romperlo.

El futuro judío

El pacto siguiente fue el Brit bein habetarim. Abraham acababa de derrotar a una alianza de cuatro de los reyes más poderosos de su época (Génesis cap. 14). Entonces clamó a Dios: “De qué me vale todo esto si no tengo una progenie para que continúe la tarea de mi vida” (Génesis 15:2).

Nóaj también sabía sobre Dios, ¡y sus nietos Shem y Éver incluso tuvieron una Ieshivá! Entonces, ¿en qué se diferenció Abraham que lo hizo ser elegido para comenzar el pueblo judío?

El Midrash compara el conocimiento espiritual a una botella de perfume. Si dejas la botella de perfume tapada en un rincón, ¿de qué sirve? (9) Shem y Éver fueron como una botella de perfume cerrada, estudiando en un rincón por allí.

Lo que hizo que Abraham fuera único no fue sólo que él reconoció a Dios, sino que fue que entendió que esa realidad debía afectar a todo el mundo. Dios creó a la humanidad para que ésta tenga una relación con Él. Si el hombre ignora a Dios, se genera (por así decir) un defecto en el universo. Entonces, Abraham salió y le enseñó a la gente sobre monoteísmo. Erigió su tienda en medio de un cruce de autopistas para que todo el que viajara entre esas dos ciudades pasara por ella, y entonces Abraham le enseñaba. Abraham no se veía como un individuo que trataba de mejorarse a sí mismo, sino como el progenitor de un movimiento para hacer que la existencia de Dios fuera absolutamente clara.

Entonces, cuando Abraham se expandió más allá de su ser, Dios actuó de forma recíproca. Dios reconfortó a Abraham en el Brit bein habetarim al mostrarle toda la historia del pueblo judío. Dios le contó sobre el Templo y sobre la conexión única entre Dios y el pueblo judío. Abraham se dio cuenta que el compromiso era seguro: Si te preocupa el futuro de Dios, entonces a Dios le preocupará tu futuro.

Pero Abraham no estaba satisfecho y anticipó la potencial caída del pueblo judío que podría llevar al exilio. ¿Puede existir una relación entre Dios y Su pueblo en el exilio? Dios respondió haciendo que Abraham cayese en un sueño profundo, en el cual le mostró que incluso cuando la historia del pueblo judío fuese oscura y desalentadora, la conexión permanecería y eventualmente llevaría a la redención (Génesis 15:12-14).

La señal física

El tercer y último pacto fue el Brit milá, la circuncisión. Con este acto, Dios le pidió a Abraham que tomara los ideales que había abrazado hasta ahora y que los convirtiera en una parte física del pueblo judío. Antes de realizar esto, Abraham lo consultó con sus discípulos. Le preocupaba que un paso tan radical lo separara del resto de la humanidad y que creara una barrera que no le permitiera continuar influenciando a la sociedad. No fue una pregunta sobre si obedecer o no el mandamiento de Dios, sino sobre si debía convertirlo en algo de conocimiento público o no.

Mamré, uno de los confidentes de Abraham, le dijo que si estaba tratando de despertar la conciencia de Dios en las personas entonces debía hacerlo público. Abraham lo consideró un buen consejo y decidió hacer pública la circuncisión. Este paso final e irrevocable fue la completitud del proceso que había comenzado cuando Abraham eligió reconocer a Dios por primera vez (10).

La yuxtaposición de la circuncisión y el nacimiento de Itzjak no fue coincidencia. Sólo luego de que hubiese un pacto inquebrantable entre Dios y Abraham era que éste podría traer progenie al mundo y estar seguro de que continuaría con su visión. Ese era su principal objetivo: un pueblo que se perpetúe a sí mismo y que tenga un lazo irrevocable con Dios.

Este es el legado de Abraham. Y a pesar de que es un legado que se traspasa de generación en generación, todo judío se ve enfrentado al mismo llamado de Lej lejá, ¡Vete! A veces estamos atascados en una rutina de presión social. Viejos amigos, viejos hábitos. Este desafío se le presenta a todas las personas todo el tiempo. Forja tu conexión individual con Dios, independientemente de lo que haya pasado antes. Paradójicamente, cuando lo hayas hecho, te habrás conectado a la tradición de Abraham: la capacidad de pararse como un individuo y, al mismo tiempo, de ser parte de la comunidad de Dios.

Este es nuestro legado. La única pregunta es quién está dispuesto a escuchar este llamado y actuar en base a él.


  1. Notas:
  2. Talmud, Baba Batra 91a.
  3. Midrash Rabá (Génesis 38:13).
  4. Midrash Zéjel Tov (Génesis 18:2).
  5. Talmud, Avodá Zará 14b.
  6. Midrash Rabá (Génesis 38:13).
  7. Génesis 14:13.
  8. Pesikta Rabati 33.
  9. Midrash Rabá (Génesis 38:13).
  10. Midrash Rabá (Génesis 39:2).
  11. Midrash Agadá (Génesis 14).
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