El pecado de los espías

6 min de lectura

En Israel, la única alternativa es dirigir nuestros ojos hacia el cielo.

Lectura requerida: Números, capítulos 13-14

Introducción

La saga de los espías es un factor clave en la travesía judía desde Egipto a Israel. De hecho, las ramificaciones se extienden a toda la historia judía. Comencemos resumiendo lo que ocurrió.

Cuando el pueblo judío dejó Egipto, su objetivo era volver a Israel, la tierra de los patriarcas. Esta travesía comenzó con la recepción de la Torá en el Monte Sinaí, la cual vino seguida de un año de aclimatación a las responsabilidades de la observancia de las mitzvot y la inauguración del Tabernáculo. Al final de ese año, la nación comenzó a viajar hacia Israel.

El Libro de Números comienza con un censo de los soldados judíos y la formación de las tribus mientras avanzaban hacia Israel. Después de tres semanas de viaje, el día 29 de siván, el pueblo pidió enviar espías para explorar la tierra y sus habitantes (1). Dios y Moshé se pusieron de acuerdo y enviaron 12 espías, cada uno líder de una tribu. Pasaron 40 días reconociendo el área y volvieron trayendo consigo frutos gigantes.

Diez de los 12 espías pasaron la noche en la que volvieron —el 9 de av— contando horribles historias sobre la dificultad de conquistar la tierra y la fortaleza de sus habitantes. Yehoshúa y Caleb, los dos que no se unieron a esta conspiración, intentaron convencer al pueblo de que podían superar al enemigo y conquistar la tierra, la cual era abundante y estaba llena de recursos. Pero fueron superados por los demás y el pueblo, aterrorizado, le exigió a Moshé que diera media vuelta y guiase a todos de vuelta a Egipto.

En ese momento Dios le dijo a Moshé que esta había sido la gota que rebalsó el vaso y que deseaba exterminar al pueblo judío y comenzar todo de nuevo. Moshé recurrió a lo que había aprendido sobre la misericordia de Dios en el evento del Becerro de Oro y volvió a conseguir aplacar la ira de Dios. Sin embargo, hubo una consecuencia: le fue dicho al pueblo que no entraría a la tierra y que vagaría durante 40 años en el desierto, hasta que muriese la generación mayor. Sólo los jóvenes, quienes no estuvieron involucrados en esta rebelión, entrarían a la tierra.

En este punto, el pueblo se dio cuenta del error que habían cometido e intentaron desesperadamente entrar a Israel por la fuerza. Moshé les advirtió que no tendrían éxito. Lamentablemente él tenía razón y, quienes no lo escucharon, fueron derrotados por los Canaanitas. Abatidos, volvieron al campamento resignados a un viaje de 40 años por el desierto, hasta que la generación siguiente madurara y pudiera conquistar la tierra.

Superficialmente, pareciera que estamos frente a un simple fracaso de una nación débil y aterrorizada. Sin embargo, si analizamos más de cerca, obtendremos un mejor entendimiento de lo ocurrido.

La tierra de Israel

Tratemos primero de entender lo que representa la Tierra de Israel y por qué los judíos siempre se esforzaron tanto para asentarse en este país.

Desde la primera ocasión en que escuchamos de Abraham vemos que le fue dicho: “Ve a la tierra que te mostraré” (2). Los tres patriarcas echaron raíces en Israel. El posterior viaje a Egipto fue llamado “exilio”, y la meta siempre era regresar a Israel. De los 613 mandamientos de la Torá, casi un tercio depende de que vivamos en la esa tierra.

Podríamos preguntar: ¿Por qué la Torá, que es básicamente una guía espiritual, se ancla en un pedazo específico de tierra?

La respuesta yace en Deuteronomio 11:10-12:

Pues la tierra a la cual tú llegas para tomarla en posesión no es como la tierra de Mitzráim, de la que ustedes han salido, donde sembrabas tus semillas y las irrigabas a pie como un huerto de vegetales. La tierra hacia la cual cruzan para tomarla en posesión es tierra de montes y valles; de la lluvia de los cielos absorbe el agua. Es una tierra que el Eterno tu Dios busca, los ojos del Eterno constantemente están sobre ella, desde el inicio del año hasta el final.

La Torá expresa el aspecto único de Israel: todas las otras tierras tienen ríos y lagos que proveen irrigación, siendo aparentemente independientes de cualquier intervención Divina. Egipto es famoso por su sistema de canales y obras hidráulicas, y sin importar cuánta lluvia caiga en el año, las plantaciones de todas formas proliferarían.

Pero Israel es diferente. Israel tiene dos temporadas: la lluviosa y la cálida. Hay pocas fuentes de agua que continúan afluyendo durante el verano. El agua de la temporada de lluvias se almacena y la única agua que se tiene para el año viene del cielo. En la ausencia de lluvia, sólo nos queda una opción: dirigir nuestros ojos hacia el cielo.

Sin embargo, seguimos teniendo otra opción: ¿Elevaremos nuestros ojos, buscaremos las nubes y esperaremos que llueva, o elevaremos nuestros ojos en plegaria, percibiremos lo que está detrás de las nubes y veremos la mano oculta de Dios dirigiendo los eventos naturales?

Un egipcio nunca necesita elevar sus ojos hacia el cielo; está ocupado "regando con sus pies". En el antiguo Egipto, los siervos pasaban incontables horas en artefactos similares a una bicicleta, pedaleando con fuerza para elevar el agua del Nilo hacia el sistema de irrigación. El egipcio estaba completamente enfocado en lo que tenía debajo; nada le hacía mirar hacia el cielo.

La agricultura de Israel, por otro lado, hace que dirijamos nuestra mirada hacia arriba.

El error de los espías

En base a lo dicho anteriormente surge una pregunta: Cuando los judíos estaban en el desierto, eran completamente dependientes de su conexión con Dios (el maná caía del cielo y un manantial milagroso les daba agua). Si el objetivo es que levantemos constantemente nuestros ojos hacia el cielo, entonces, ¿cuál era la necesidad de entrar a Israel? ¡Era mejor quedarse en el desierto! ¿Cuál era el propósito de abandonar una existencia completamente ligada a Dios para volver a entrar al mundo natural, donde la conexión con Dios podría estar en peligro?

Es más, examinemos la motivación de los espías. Recién había pasado poco más de un año desde el éxodo de Egipto. Habían visto a los egipcios ser superados por las Diez Plagas y luego los habían visto ahogarse en el mar. Y por si eso no fuera suficiente, los judíos también habían recibido los Diez Mandamientos directamente de Dios. Estaban viviendo en el desierto en base a milagros, sin tener que ocuparse de ninguna de sus necesidades.

Dado todo esto, si Dios les decía que iban a ir a una tierra que emana leche y miel y que la conquistarían, ¿para qué hacer preguntas? Parecería muy simple ir con Moshé y entrar a la tierra. ¿Por qué el pueblo necesitó enviar espías?

Una respuesta puede responder a ambas preguntas. La existencia del pueblo judío en el desierto era una aberración, no sólo física, sino que incluso espiritualmente. Para el hombre, lo ideal es vivir en el mundo físico esforzándose para actuar como un ser espiritual. Dios tiene una cantidad infinita de ángeles; lo que desea es un grupo de personas que se las arregle en este mundo y continúe conectado a Él. El período en el desierto, con todos los milagros expuestos, fue diseñado para entrenar al pueblo en su conexión con Dios. Sin embargo, esta disposición sobrenatural no debía ser permanente.

La Tierra de Israel era el verdadero objetivo. Por eso es que tantos mandamientos de la Torá tienen que ver con los aspectos mundanos de la agricultura y los animales. Debemos tomar esos animales e imbuirlos con santidad.

Volvamos a los espías. Dado que estaban entrando a un mundo de medios naturales, creyeron que la forma de superar a los Canaanitas era emplear estrategias militares normales, las cuales comienzan con un reconocimiento de terreno y con espionaje.

Mientras recorrían la tierra, los espías percibieron una atmósfera que no conducía a la conexión a Dios. La tierra estaba llena de cosas mundanas como la agricultura y la conquista. En un aspecto tenían razón: tratar de vivir en un mundo completamente natural podría terminar alejándolos de Dios. Lo que no advirtieron fue cuál era el verdadero objetivo: la tierra que se veía carente de Dios era exactamente lo que Dios quería.

Por lo tanto, el decreto de no entrar a la tierra no fue un castigo, sino meramente una consecuencia de su incapacidad de ver la otra faceta de la tierra. La generación que envió a los espías era incapaz de existir en este nuevo lugar. Estaban tan acostumbrados a que su conexión con Dios fuera directa y palpable que cualquier otra opción era considerada irrelevante. Lo que vieron en la tierra fue una desconexión de Dios, en lugar de ver una tierra que empuja a la persona a esforzarse para llegar a Dios.

Por eso es que sus niños podían ameritar ingresar a la tierra. Los niños no habían vivido el Éxodo ni habían escuchado los Diez Mandamientos directamente de Dios. Podían imaginar una conexión con Dios que no era abiertamente sobrenatural. Fueron una generación que podía lograr lo que Dios quería: vivir en una tierra que depende de la lluvia, en donde uno debe buscar constantemente una conexión con Dios mediante una existencia natural y nacional.

Tishá B'Av

El incidente de los espías ocurrió en Tishá B'Av, el noveno día del mes de av. Dios le dijo a los judíos: “Dado que en Tishá B'Av lloraron por nada, en el futuro les daré algo real por lo que llorar” (3). Esto estableció una energía de calamidad nacional en aquel día. Cientos de años después, la destrucción del Primer Templo ocurriría en Tishá B'Av. 490 años después de eso, el Segundo Templo fue destruido en el mismo día. Desde el tiempo de los espías, Tishá B'Av ha sido conocido como la noche de los llantos.

Sin embargo, nuestras lágrimas de tristeza también son nuestra razón para tener esperanza. Si continuamos lamentándonos en la actualidad, alrededor de 2.000 años después de la destrucción del Templo, es porque la esperanza de que sea restaurado continúa existiendo. También es por eso que, en un sentido espiritual, la semilla del Mesías nace en Tishá B'Av (4). Que ameritemos su llegada prontamente en nuestros días.


Notas:

  1. Talmud – Taanit 29a.

  2. Génesis 12:1.

  3. Talmud – Taanit 29A.

  4. Introducción al Midrash Rabá (Ester 11); Kol Bo 62.

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