Amarás a tu prójimo

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¿De qué se trata realmente esta mitzvá?

“Amarás a tu prójimo” - dice el muy célebre versículo de la Parshá Kedoshim (Vaikrá 19:18). Si hiciera Ud. un sondeo y preguntara a los encuestados acerca de si creen que este es un precepto con el cual coinciden ideológicamente (a pesar de que la Torá no se eligió, ni se elige por mayoría), es muy probable que casi todos respondan afirmativamente. Si sigue consultando respecto a si lo observan correctamente, creo que nuevamente tendrá un asentimiento masivo. “¡A Dios gracias!, ¡por lo menos todos acordamos en algo!”, pensará Ud.

Y yo cuestiono: ¿Será tan así? ¿Qué entienden todos esos tanteados bajo el término “amar al prójimo”? ¿Hay una definición común y universal?

Cuando hice la prueba en conferencias ofertadas en distintos grupos, la descripción de lo que interpretaban los participantes como explicación de esta máxima bíblica era algo así como “llevarse bien con los amigos”. Si de eso se trata, entonces está claro por qué tanta gente supone que al menos este precepto lo cumple con creces. Todos “nos llevamos bien con los amigos”, pues por esa razón son nuestros amigos: ¡para llevarnos bien!, es decir, para salir a pasear juntos, jugar juntos a lo que sea, apoyarnos mutuamente en los problemas que padecemos, etc.

Si esa fuera la explicación correcta, el versículo de la Torá hubiera sido totalmente superfluo.

Si esa fuera la explicación correcta, el versículo de la Torá hubiera sido totalmente superfluo. El ser humano es, por naturaleza, un ser social, que necesita de sus semejantes para poder sobrevivir. Que esa condición de insuficiencia personal se llame “amor” es una exégesis muy pobre. (En adelante, usamos la palabra “querer” y “amar” en forma indistinta, pues tienen un mismo significado, aun si la gente le da una connotación más romántica a la segunda).

No. La Torá no se refirió a la amistad entre dos seres cuando nos ordenó amar al prójimo. No sobre esta relación —básicamente egoísta— puntualizó Rabí Akiva que “es un principio muy amplio dentro de la Torá”. Es más, si seguimos indagando dentro del Talmud, quedaremos aun más sorprendidos: ¿Quién es el beneficiario del amor del cual habla este versículo?

“Elige para él (el condenado a muerte por el tribunal) una defunción ‘linda’ (con la menor agonía)” (Talmud Bavlí, Ketuvot 37, Sanhedrín 45). Yo pensaba que era importante querer a los amigos... ¡y resulta ser que el Talmud me indica que (también) debo amar a los reos! Aquel que conoce algo más sobre lo que los Sabios dijeron en referencia a los complejos procedimientos legales que podían conducir a una posible pena de muerte, sabrá que algunos opinaban que si se llevaba a la práctica una ejecución una vez en setenta años, se calificaba al tribunal actuante como “sanguinario”. De modo que, si al fin una persona realmente era condenada, ¡pues sin duda que lo tenía bien merecido! ¡¿Y ahora el Talmud me ordena, que ese es el individuo a quien debo amar?! ¿No había alguien más adecuado sobre quien volcar mis sentimientos fraternales?

Bien. Si ya llegamos hasta este punto, entonces podemos deducir la primera moraleja de las palabras de los Sabios: El amor al cual estamos obligados, no se reduce a los camaradas, sino precisamente, y muy por lo contrario, a aquellos a quienes más nos cuesta querer (por los distintos pretextos que disponemos: “porque con él no me doy”, por cuestiones “de piel”, o cualquier otra razón banal). Esta situación se nos presenta a todos. En cada grupo de personas, ya sea en el aula, en el lugar de trabajo, en la sinagoga, en el club, etc., están aquellos con quienes nos resulta más cómodo asociarnos, y aquellos con quienes nos cuesta un poco —o no tan poco— más. La responsabilidad de amar se aplica más a estos últimos.

Amar no es fácil.

Amar no es fácil. La difusión de novelas y películas de amor y romance, dieron la falsa imagen a mucha gente, de que el amor se reduce a una cuestión de sentimientos: o “se da” o “no se da”. A casi nadie se le ocurriría afirmar que se puede obligar a una persona a amar a otra, con quien no siente afinidad. Sin embargo, de ser así, tendríamos ante nosotros una pregunta obvia: si la Torá nos ordena amar, no podrá ser algo que esté más allá de nuestras posibilidades. Es decir: si los afectos no pertenecen a nuestro poder y no poseemos la facultad de engendrarlos y fomentarlos, ¡pues no tendría lugar una expresa orden de la Torá!

Nuevamente: amar no es simple. Pensemos juntos:

¿Sabemos ponernos en la situación del otro aun cuando “lo último que quisiéramos” sería estar nosotros en esa situación?

¿Sabemos valorar las razones ajenas aun cuando, como adversarios, los preferimos ver totalmente equivocados?

¿Sabemos alegrarnos cuando el otro tiene éxito en lo que emprende, aun cuando pareciera ser que justo a nosotros todo nos va mal?

El amor es el resultado del altruismo. Quien se preocupa y ocupa por el otro… termina amándolo.

La respuesta que da la Torá, es que el amor sí se puede generar, y para llegar a amar a otra persona, uno debe, primeramente, concentrar su mirada en todos los aspectos buenos y particularidades del prójimo. Segundo paso: Hacer algo abnegadamente por el otro. El Rav Eliahu Dessler sz”l en su libro Mijtav Me’eliahu explica, que el amor es el resultado del altruismo. Quien se preocupa y ocupa por el otro… termina amándolo.

Quizás pensaba que eso de “amar al prójimo” era algo fácil. En absoluto. De todos modos, no desespere, pues nada se gana con esto. Aprender a amar al prójimo es una tarea de por vida. Pocos la asumen. Está en nuestras manos lograrlo.


Extracto del libro Banim Atem, de Rav Daniel Oppenheimer

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