La necesidad de formular preguntas

5 min de lectura

Bo (Éxodo 10:1-13:16 )

No es accidental que la parashat Bo, la sección que trata sobre las últimas plagas y el éxodo, mencione tres veces el tema de los hijos y el deber que tienen los padres de educarlos. Como judíos, creemos que para defender un país es necesario un ejército, pero para defender a una civilización necesitamos educación. La libertad se pierde cuando se la da por sentada. A menos que los padres transmitan sus recuerdos y sus ideales a la siguiente generación, la historia de cómo ganaron su libertad y las batallas que debieron luchar a lo largo del camino, la travesía tambalea y podemos perder el rumbo.

Sin embargo, lo que es fascinantes es la forma en que la Torá enfatiza que los niños deben formular preguntas. Dos de estos tres pasajes en nuestra parashá hablan de esto:

"Y cuando sus hijos les digan: '¿Qué es este servicio para ustedes?'. Les dirán: 'Es ofrenda de Pésaj para el Eterno, Quien pasó sobre las casas de los hijos de Israel en Egipto, cuando abatió a los egipcios'". (Éxodo 12:26-27)

Y sucederá que cuando tu hijo te pregunte el día de mañana: '¿Qué es esto?', le dirás: 'con mano fuerte nos sacó el Eterno de Egipto, de casa de esclavos" (Éxodo 13:14)

Más adelante, en la Torá hay otro pasaje que también habla de la pregunta que formula un hijo:

Cuando mañana tu hijo te pregunte: '¿Cuál es el significado de los testimonios, los estatutos y las leyes que el Eterno nuestro Dios les ha ordenado?'. Entonces dirás a tu hijo: 'Esclavos fuimos del faraón en Egipto, y el Eterno nos sacó de Egipto con mano poderosa' (Deuteronomio 6:20-21).

El otro pasaje de nuestra parashá, el único que no menciona una pregunta, es:

Y relatarás a tu hijo en ese día, diciendo: 'Fue por esto que el Eterno actuó por mí cuando salí de Egipto'. (Éxodo 13:8).

Estos cuatro pasajes se volvieron famosos porque aparecen en la Hagadá de Pésaj. Estos son los cuatro hijos: uno sabio, uno malvado o rebelde, uno simple y "uno que no sabe cómo preguntar". Al leerlos juntos, los Sabios llegaron a la conclusión de que: 1) los niños deben formular preguntas; 2) la narrativa de Pésaj debe construirse en respuesta y comenzar con las preguntas que formula un niño; 3) los padres tienen la obligación de alentar a sus hijos a formular preguntas, y al niño que todavía no sabe cómo preguntar se le debe enseñar a preguntar.

No hay nada natural en todo esto. Por el contrario, va dramáticamente en contra de la historia. La mayoría de las culturas tradicionales consideran que la tarea del padre o del maestro es instruir, guiar, ordenar. La tarea del niño es obedecer. Un viejo proverbio inglés dice: "a los niños se los debe ver, no escuchar". "Niños, obedezcan a sus padres en todo lo que les digan, porque eso también es placentero para Dios", dice un famoso texto cristiano. Sócrates, quien pasó su vida enseñándole a las personas a formular preguntas, fue condenado por los ciudadanos de Atenas por corromper a la juventud. En el judaísmo es exactamente lo contrario. Es una obligación religiosa enseñarles a tus hijos a formular preguntas. Esa es la forma en que crecen.

El judaísmo es un fenómeno muy extraño: una fe basada en formular preguntas, a veces preguntas profundas y difíciles que parecen sacudir las mismas bases de la fe. "¿Acaso el Juez de toda la tierra no hará justicia?", preguntó Abraham. "Eterno, ¿por qué has traído más problemas a este pueblo?", preguntó Moshé. "¿Por qué prospera el camino del malvado? ¿Por qué los que no tienen fe viven fácilmente?", preguntó Jeremías. El Libro de Iov está en gran medida formado por preguntas, y la respuesta de Dios consiste en cuatro capítulos de preguntas todavía más profundas: "¿Dónde estabas tú cuando Yo senté las bases de la tierra? … ¿Acaso puedes pescar el leviatán con un anzuelo? … ¿Hará un pacto contigo y lo dejarás que te esclavice de por vida?"

En la ieshivá, el máximo logro es formular una buena pregunta. Rav Abraham Twersky, un psiquiatra profundamente religioso, contó que cuando era joven a su maestro le encantaba desafiar sus argumentos. En su inglés entrecortado, le decía: "¡Tienes razón! ¡Tienes razón! Ahora yo mostrarte dónde te equivocas".

Una vez le preguntaron a Isadore Rai, ganador de un premio Nobel en física, por qué se había convertido en un científico. Él respondió: "mi madre me hizo un científico sin ni siquiera saberlo. Cuando los otros niños regresaban de la escuela, les preguntaban: '¿Qué has aprendido hoy?'. Pero mi madre me preguntaba: 'Izzy, ¿formulaste una buena pregunta hoy?'. Eso marcó toda la diferencia. Formular buenas preguntas me convirtió en un científico".

El judaísmo no es una religión de obediencia ciega. De hecho, algo sorprendente en una religión que tiene 613 mandamientos, no hay ninguna palabra hebrea que signifique "obedecer". Cuando el hebreo fue renovado como una lengua viva en el siglo XIX, y era necesario contar con un verbo que significara "obedecer", este tuvo que tomarse prestado del arameo: letzaiet. En vez de una palabra que signifique "obedecer", la Torá usa el verbo Shemá, intraducible al español porque esta palabra significa: 1) escuchar, 2) oír, 3) entender, 4) internalizar y 5) responder. Escrita dentro de la estructura misma de la consciencia hebrea está la idea de que nuestra obligación más elevada es tratar de entender la voluntad de Dios, no simplemente obedecerla ciegamente. El versículo de Tennyson: "Ellos no razonan por qué, sino que lo hacen o mueren", está lo más lejos posible de la mentalidad judía.

¿Por qué? Porque creemos que la inteligencia es el máximo regalo que Dios dio a la humanidad. Rashi entiende que la frase de que Dios hizo al hombre "a su imagen y semejanza" significa que Dios le dio al hombre la capacidad de "entender y discernir". El primer pedido en nuestra Amidá de la semana es "entendimiento, conocimiento y discernimiento".

Una de las instituciones más audaces de los Sabios fue acuñar una bendición que se debe decir al ver a un gran erudito no judío. Ellos no sólo vieron sabiduría en otras culturas, sino que le agradecieron a Dios por ello. Cuán lejos está esto de la estrechez mental que tantas veces ha degradado y menospreciado a las religiones, en el pasado y en el presente.

El historiador Paul Johnson escribió que el judaísmo rabínico era una "antigua y sumamente eficiente maquinaria social para la producción de intelectuales". Mucho de esto tuvo y sigue teniendo que ver con la prioridad absoluta que los judíos siempre han dado a la educación, las escuelas, el Beit Midrash, los estudios religiosos como un acto incluso superior a la plegaria. Estudiar como un compromiso de vida, y enseñar como la máxima vocación de la vida religiosa.

Pero también mucho tiene que ver con cómo uno estudia y cómo enseñamos a nuestros hijos. La Torá indica esto en la coyuntura más conmovedora de la historia judía, justo cuando los israelitas están por partir de Egipto para comenzar su vida como un pueblo libre bajo la soberanía de Dios. Transmitan el recuerdo de este momento a sus hijos, nos dice Moshé. Pero no lo hagan de forma autoritaria. Alienten a sus hijos a formular preguntas, a cuestionar, investigar, analizar, explorar. Libertad implica libertad mental, no sólo del cuerpo. Quienes confían en su fe no necesitan temer de las preguntas. Sólo aquellos que carecen de confianza, quienes secretamente tienen dudas reprimidas, ellos son los que tienen miedo.

Sin embargo, lo esencial es saber y enseñarles a nuestros hijos que no cada pregunta tiene una respuesta que podamos entender de inmediato. Hay ideas que sólo entenderán por completo cuando crezcan y tengan más experiencia, otras que requieren mucha preparación intelectual, y otras que pueden estar fuera de nuestra comprensión colectiva en esta etapa de la historia humana. Mientras escribo esto, todavía no sabemos si existe el bosón de Higgs. Darwin nunca supo lo que era un gen. Incluso el gran Newton, el fundador de la ciencia moderna, entendió cuán poco él entendía, y lo dijo de una forma muy bella: "No sé lo que pueda parecerle al mundo, pero a mis ojos soy sólo un niño jugando en la orilla del mar y entreteniéndome de vez en cuando encontrando un guijarro más liso o una concha más bonita de lo normal, mientras que el inmenso océano de la verdad se extiende inexplorado frente a mí".

Al enseñarles a los niños a preguntar y seguir preguntando, el judaísmo honra lo que Maimónides llamó el "intelecto activo", y lo que consideró como el regalo de Dios. Ninguna fe ha honrado más la inteligencia humana.

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