Libre albedrío: lo usas o lo pierdes

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Vaerá (Éxodo 6:2-9:35 )

En la parashat Vaerá leemos por primera vez no que el faraón endureció su corazón, sino que Dios se lo endureció. Dios le dijo a Moshé: "Yo endureceré el corazón del faraón e incrementaré Mis signos y Mis prodigios en la tierra de Egipto" (Éxodo 7:3). Efectivamente eso es lo que ocurrió en la sexta plaga, úlceras y ampollas (Éxodo 9:12), en la octava, langostas (Éxodo 10:1) y en la décima, la muerte del primogénito (Éxodo 11:10). En cada caso el endurecimiento del corazón es atribuido a Dios.

Aquí hay un problema que molestó a los Sabios y a los comentaristas: si Dios fue la causa y el faraón simplemente fue Su vehículo pasivo, ¿cuál fue su pecado? No tenía opción, por lo tanto tampoco tenía responsabilidad y no puede ser culpable. Los comentaristas ofrecen una amplia gama de respuestas. Una es que el faraón perdió su libre albedrío en las últimas cinco plagas como un castigo por su obstinación durante las cinco primeras, cuando actuó libremente.1 Otra explicación es que el verbo relevante j-z-k  no significa "endurecer" sino "reforzar". Dios no le quitó al faraón el libre albedrío, sino que por el contrario, lo preservó en vista de los desastres abrumadores que asolaron a Egipto.2 Tercera posibilidad: Dios es un socio en todos los actos humanos, pero por lo general sólo atribuimos un acto a Dios si este parece inexplicable en términos humanos ordinarios. El faraón actuó libremente, pero sólo en las últimas cinco plagas su comportamiento llegó a ser tan extraño que fue atribuido a Dios.3

Queda claro que los comentaristas se resisten a tomar el texto al pie de la letra, y con buena razón, porque el libre albedrío es una de las bases fundamentales del judaísmo. Maimónides explicó el por qué: si no tenemos libre albedrío, entonces los mandamientos y las prohibiciones no tienen ningún sentido, porque nos comportaríamos de acuerdo con lo que está predestinado, sin importar cuál fuera la ley. Tampoco habría nada d0 justicia en la recompensa y el castigo, porque ni los justos ni los malvados serían libres de ser diferentes a lo que son.4

Por lo tanto, se trata de un problema antiguo.5 Pero se volvió mucho más marcado en los tiempos modernos debido a la acumulación de desafíos para poder creer en la libertad humana. Marx dijo que la historia se compone del juego de las fuerzas económicas. Freud consideró que somos lo que somos debido a impulsos inconscientes. Los neodarwinistas dicen que sin importar cómo racionalicemos nuestro comportamiento, hacemos lo que hacemos porque en el pasado hubo personas que se comportaron de la misma manera y lo transmitieron a través de sus genes a las generaciones futuras. Más recientemente, los neurocientíficos mostraron a través de exploraciones de resonancia magnética que en algunos casos nuestro cerebro registra una decisión hasta siete segundos antes de que tomemos consciencia de la misma.6

Todo esto es interesante e importante, pero los secularistas contemporáneos por lo general fracasan en ver lo que sabían los sabios de la antigüedad: si genuinamente carecemos de libre albedrío, todo nuestro sentido de lo que es ser humano se diluye. Hay una enorme contradicción en el corazón de nuestra cultura. Por un lado, los laicos creen que nada debe restringir nuestra libertad de elegir hacer cualquier cosa que deseemos, o de ser cualquier cosa que queramos ser, siempre y cuando no dañemos a otros. Su valor supremo es la elección autónoma. Por otro lado, ellos dicen que la libertad humana no existe. ¿Por qué entonces deben invocar la libertad de elección como un valor, si de acuerdo con la ciencia es una ilusión?

Si el determinismo extremo es cierto, no hay razón para honrar la libertad ni para crear una sociedad libre. Por el contrario, deberíamos aceptar la idea que presentó Aldous Huxley en "Un mundo feliz", donde los niños son concebidos e incubados en laboratorios y los adultos son programados para mantenerse felices a través de un régimen de drogas y placer. Deberíamos implementar el escenario de "La naranja mecánica" de Anthony Burgess, donde los criminales son reformados a través de cirugías cerebrales y condicionamiento. Si la libertad no existe, ¿por qué preocuparnos por la naturaleza adictiva de los videojuegos y los medios sociales? ¿Por qué preferir la realidad genuina antes que la realidad virtual? Nietzche fue quien observó que mientras más grandes son nuestros logros científicos, más baja es nuestra perspectiva del ser humano. Ya no somos la imagen de Dios, nos convertimos en meros algoritmos encarnados.

La verdad es que mientras más entendemos sobre el cerebro humano, mejor somos capaces de describir qué es realmente actuar libremente. En la actualidad, los científicos distinguen entre la amígdala, la parte más primitiva del cerebro, condicionada a sensibilizarnos ante un potencial peligro; el sistema límbico, a veces llamado "el cerebro social", que es responsable de gran parte de nuestra vida emotiva, y el córtex prefrontal, que es analítico y capaz de sopesar imparcialmente las consecuencias de diversas opciones.7 Las tensiones entre estas tres partes conforman el terreno sobre el cual se gana o se pierde la libertad personal.

Los patrones de comportamiento se forman a través de vías neuronales que conectan diferentes partes del cerebro, pero no todas son buenas para nosotros. Por ejemplo, podemos acudir a las drogas, comer en exceso o buscar emociones intensas para distraernos de algunos químicos no alegres (por ejemplo, temores y ansiedades) que también forman parte de la arquitectura del cerebro. Mientras más a menudo lo hacemos, más mielina se acumula alrededor de esa vía, y más rápido e instintivo se vuelve el comportamiento. Es decir que cuanto más a menudo nos comportamos de cierta forma, más difícil se vuelve quebrar el hábito y crear una nueva vía. Para lograrlo, es necesario adquirir nuevos hábitos y actuar con consistencia durante un período de tiempo extenso. El pensamiento científico actual sugiere que hace falta un mínimo de 66 días para formar un nuevo hábito.8

Ahora contamos con una nueva forma científica de explicar el endurecimiento del corazón del faraón. Tras establecer un patrón de respuesta a las primeras cinco plagas, cada vez le resultó más difícil cambiar en todos los niveles: neurocientífico, psicológico y político. Lo mismo es cierto de cada mal hábito y decisión política. Prácticamente todas nuestras estructuras mentales y sociales tienden a reforzar patrones previos de comportamiento. Por lo tanto, nuestra libertad disminuye cada vez que no la ejercemos.

Si es así, entonces la parashá de la semana y la ciencia contemporánea cuentan la misma historia: que la libertad no es algo que podemos dar por sentado. No es algo absoluto. Tenemos que trabajar por ella. La adquirimos lentamente, en etapas. Y podemos perderla, tal como el faraón perdió su libertad, y como la pierden los drogadictos, los adictos al trabajo o a los juegos de la computadora. En una de las líneas más famosas de toda la literatura, Jean Jacques Rousseau escribió al comienzo de "El contrato social" que "el hombre nace libre, pero en todas partes está encadenado". En realidad, la verdad es la opuesta. Nuestro carácter original es determinado parcialmente por el ADN, la herencia genética de nuestros padres y de sus ancestros, en parte por nuestro hogar y la educación que recibimos, en parte por nuestros amigos,9 y en parte por la cultura que nos rodea. No nacimos libres. Tenemos que trabajar duro para lograr la libertad.

Esto requiere rituales, cuya ejecución repetida crea nuevas vías neuronales y un nuevo comportamiento de respuesta rápida. Requiere una cierta distancia calibrada de la cultura que nos rodea, para no vernos arrastrados por las modas y las tendencias sociales que parecen liberadoras en el momento, pero destructivas en retrospectiva. Hace falta un estado mental que nos permita detenernos antes de cualquier acción significativa para preguntarnos: "¿Debo hacer esto? ¿Puedo hacerlo? ¿Qué reglas de conducta debo aplicar?" Implica internalizar una narrativa de la identidad, de modo que podamos preguntarnos de cualquier curso de acción: "¿esto es lo que soy y lo que defiendo?"

No es accidental que los elementos enumerados en el párrafo previo constituyan aspectos importantes del judaísmo, lo que resulta ser un continuo seminario sobre la fuerza de voluntad y el control de los impulsos. Ahora que comenzamos a comprender la plasticidad del cerebro, entendemos por lo menos un poco de la neurociencia que se encuentra detrás de la capacidad de superar malos hábitos y adicciones. Por ejemplo, cuidar Shabat tiene la fuerza de liberarnos a nosotros y a nuestros hijos de la adicción a los teléfonos inteligentes y todo lo que eso implica. La religión cuya primera festividad, Pésaj, celebra la libertad colectiva, nos da con sus rituales las habilidades que necesitamos para la libertad personal.

La libertad es menos un regalo y más un logro. Incluso un faraón, la persona más poderosa del mundo antiguo, podía perderla. Incluso una nación de esclavos podía adquirirla con la ayuda de Dios. Nunca des por sentada la libertad. Ella requiere cada día cientos de pequeños actos de auto control, que es exactamente de lo que se trata la halajá, la ley judía.

La libertad es un músculo que necesita ser ejercitado. Lo usas o lo pierdes. Esta idea puede transformar tu vida.


NOTAS:

  1. Esta es aproximadamente la posición de Maimónides, quien sostiene que después de las primeras cinco negativas, Dios le cerró al faraón "la puerta del arrepentimiento". Ver Hiljot teshuvá 5:2-3, 6:1-3.
  2. Esta es la perspectiva de Sforno sobre Éxodo 7:3
  3. Esta es la opinión de Samuel David Luzzatto en Éxodo 7:3
  4. Maimónides, Hiljot teshuvá 5:4
  5. Esto también fue presentado por Aristóteles.
  6. Ver https://www.nature.com/news/2008/080411/full/news.2008.751.html.
  7. La amígdala y el sistema límbico son lo que el Zóhar y otros textos místicos judíos llaman el nefesh habeemit,  nuestra "alma animal".
  8. Un libro accesible sobre el tema es "Habits of a Happy Brain: Retrain Your Brain to Boost Your Serotonin, Dopamine, Oxytocin, & Endorphin Levels", de Loretta Grazianbo Breunin., Adams Media, 2016
  9. Ver Judith Harris, "The Nurture Assumption", Free Press, 2009.

 

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