Amado mío

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Bejukotai (Levítico 26:3-27:34 )

Ideas filosóficas y cabalísticas de la parashá semanal.

Una persona no debe decirse a sí mismo: “Observaré los mandamientos de la Torá y me involucraré en adquirir su sabiduría para de esta forma ameritar todas las bendiciones que están escritas en ella, y así ameritaré vivir en el Mundo por Venir. Y me separaré de todas las transgresiones sobre las que advirtió la Torá para estar a salvo de todas las maldiciones que están escritas en la Torá, y para no ser cortado de la vida en el Mundo por Venir”.

No es apropiado servir a Dios de esta manera, ya que quien sirve de esta forma está sirviendo a Dios por temor, y éste no es el nivel de servicio divino que era practicado por los profetas o por los sabios en Torá. Los únicos que sirven a Dios de esta manera son los incultos, los ignorantes y los niños pequeños, a quienes se les enseña de esta forma a servir por temor hasta que su mente madure y entonces puedan servir a Dios por amor.

Quien sirve a Dios por amor se involucra en la Torá y en sus mandamientos y camina por la senda del conocimiento, pero no por un beneficio mundano; no por su miedo al sufrimiento o para heredar lo bueno; él persigue la verdad porque es la verdad y los beneficios al final llegarán. Éste es un nivel sumamente elevado y no todo hombre sabio puede alcanzarlo. Es el nivel de nuestro patriarca Abraham, a quien Dios describió como "el que Me amó", ya que su servicio estaba motivado sólo por amor (Maimónides, Leyes de Arrepentimiento, 10:1-2)

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¿Por qué existen las consecuencias?

Pero si Dios no quiere que lo sirvamos por temor, entonces ¿por qué nos dio una lista sobrecogedora de nefastas consecuencias en caso que no cumplamos, como aparece detallado en nuestra parashá?

Pero si no Me escuchan y no cumplen con Mis preceptos, si desprecian Mis decretos y si sus almas rechazan Mis leyes... y anulan de esta forma Mi pacto, entonces Yo haré lo mismo con ustedes; pondré pánico sobre ustedes... dirigiré Mi atención en contra de ustedes y serán abatidos frente a sus enemigos... (Levítico 26:14-17)

En vista de lo anterior, ¿cómo puede un creyente en la Torá no servir a Dios por temor?

¿Acaso esto no contradice la forma en que comenzamos con nuestro servicio matutino, recitando el salmo "el principio de la sabiduría es el temor de Dios; buen entendimiento a todo quien cumple con Sus mandamientos, Su alabanza perdura por siempre" (Salmos 111:10)?

Comencemos nuestra exploración con una historia:

Hace un par de décadas Israel tuvo un Ministro de Absorción observante, quien se metió a sí mismo en medio de un torbellino político por causa del siguiente incidente. Un gran grupo de estudiantes universitarios se vieron dañados en un viaje escolar cuando su bus chocó con un tren. Si la memoria no me falla, dicho incidente ocurrió en Shabat. En una entrevista radial, el Ministro expresó el pensamiento de que si estos estudiantes hubieran sido observantes de Shabat, entonces el accidente particular en el que se vieron involucrados claramente no hubiera ocurrido, y entonces él procedió a describir cómo el mérito de la observancia de Shabat puede proteger a una persona de sufrir daños y que uno no puede transgredir Shabat con impunidad.

Las tragedias, según nuestro entendimiento, son un fenómeno de la naturaleza y no una consecuencia de una decisión moral.

Se desató una gran y violenta protesta en su contra por atreverse a sugerir que había algún tipo de conexión entre la violación de Shabat y la posibilidad de sufrir accidentes. Las repercusiones fueron tan severas que la supervivencia misma de la coalición reinante se vio seriamente amenazada.

Este es un tema sumamente interesante. ¿Por qué la gente estaba tan molesta? Después de todo, el ministro solamente estaba expresando sus creencias. ¿Qué fue tan ofensivo? Para explorar el tema de fondo debemos hacer la siguiente pregunta: ¿Las acciones tienen consecuencias o no?

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Castigo moral

La respuesta no es tan obvia como podría parecer en un principio. Todos aceptamos el hecho de que si no sabemos cómo nadar entonces nos ahogaremos en el río, o que si estamos cerca cuando explota una bomba hay una alta posibilidad que salgamos heridos. Pero eso no tiene nada que ver con lo que merecemos, y por lo tanto no es consecuencia de nada que hayamos hecho. Por lo tanto, pese a que es claro que si nos hubiéramos quedados dormidos y no hubiéramos tomado el bus en el que el terrorista puso su bomba habríamos escapado ilesos, sería absurdo proponer que el daño fue un castigo por no quedarnos dormidos y por haber tomado el bus a tiempo para ir al trabajo o a la escuela. Las tragedias, según nuestro entendimiento, son un fenómeno de la naturaleza y no una consecuencia de una decisión moral.

De hecho, incluso cuando se trata de la corrección de una clara violación moral como la ejecución de los asesinos, hay muchos a quienes les incomoda bastante la idea de un castigo merecido. La venganza es una emoción barbárica y la gente civilizada no debería practicarla. Y en lo que respecta a quien merece un castigo moral, el argumento es como sigue: nadie de nosotros sabe lo que merece el otro y es posible que si hubiéramos nacido en el ambiente socioeconómico del asesino quizás nosotros también nos hubiéramos comportado de la misma forma. Lo más que podemos decir es que el asesino es un peligro para la sociedad, la cual tiene por lo tanto el derecho de ponerlo tras las rejas como medida de protección. No estamos dispuestos a asignar consecuencias retributivas a los comportamientos morales.

Pero sí aceptamos y asignamos responsabilidad por estupidez. Si la persona que sabe que no puede nadar salta al río y se ahoga, entonces todos estamos dispuestos a reconocer que él es directamente responsable de su propia muerte. Tampoco tenemos problemas con condenar al conductor ebrio que causó un accidente fatal cuando él sabía que había tomado demasiado como para ser capaz de conducir de forma segura. En nuestro corazón no tenemos simpatía con la estupidez. Pero sin embargo no reconocemos la torpeza moral como una causa suficiente para el sufrimiento.

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La visión de Dios

De acuerdo a nuestra parashá, Dios tiene una visión diferente de las cosas. Su posición es que las acciones morales deben tener consecuencias. Si firmas un trato en donde estás obligado a observar los mandamientos, entonces, debes aceptar el hecho de que no podrás violarlos con impunidad. Las decisiones morales equivocadas traen consigo "la furia de Dios".

Pero este es un entendimiento sumamente superficial de nuestra parashá. En un nivel más profundo, el mensaje principal de la parashá Bejukotai es que nuestra visión de la realidad es extremadamente limitada. En realidad, creer que podemos involucrarnos en acciones que son moralmente incorrectas sin sufrir consecuencias adversas es como creer que no te vas a ahogar en el río incluso si no sabes nadar. Estas falsas expectativas son más atribuibles a la interpretación distorsionada de la obvia realidad —lo cual llamamos estupidez— que a la falta de fe.

Por lo tanto, tal como ahogarse en el río cuando no sabes nadar no puede ser llamado un “castigo”, tampoco puede serlo un sufrimiento causado por la torpeza moral. Y tal como la buena salud producto de una dieta balanceada y de una rutina de ejercicio no es un “premio” por buen comportamiento, sino que es la consecuencia natural de vivir sabiamente, asimismo la prosperidad resultante de un comportamiento moral apropiado tampoco constituye un premio.

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El mensaje real

El mensaje real de la parashá Bejukotai es que la relación entre el ser humano y Dios constituye la base de la realidad. Cuando la relación está en buena forma, entonces el mundo prospera naturalmente debido a la abundancia de energía Divina que circula en él, y cuando dicha relación se debilita, entonces la falta de energía Divina causa una disminución en los recursos que son necesarios para una buena vida.

¿Cuál es la correlación entre las acciones morales y sus consecuencias?

Para entender la correlación que hay entre las acciones morales y sus consecuencias, tan sólo debemos recordar que vivimos en un mundo que fue creado. Un mundo que fue creado no fue ensamblado a partir de piezas preexistentes, ya que no había absolutamente nada allí afuera. El material de la creación sólo puede originarse en el Creador mismo, quien por definición no es material. Toda la realidad debe ser necesariamente una función de la voluntad Divina.

La Torá describe la creación como una serie de enunciados, nada más. Cuando Dios voltea Su cara y presta menos atención, por decirlo así, hay menos voluntad Divina disponible y la creación simplemente se ve disminuida. Esto no tiene nada que ver con premio y castigo, sino que es simplemente la consecuencia natural de cómo el mundo —que fue creado y que se mantiene solamente en base a voluntad Divina—, debe funcionar.

Esta explicación puede ayudarnos a entender un fascinante aspecto de la forma en que las llamadas "maldiciones" de la parashá Bejukotai son presentadas. El pasaje que habla de las maldiciones describe seis diferentes etapas.

Cada etapa es precedida por un enunciado introductorio de forma que si las maldiciones que han caído sobre ti hasta este punto no te han hecho poner atención, entonces tus penurias se intensificarán en la siguiente etapa, con la esperanza que la mayor severidad causará el efecto deseado y capturará tu atención.

En las primeras tres etapas, Dios simplemente establece que si haces tal cosa, entonces, Él va responderte con otra cosa. Pero a partir de la cuarta etapa, la Torá introduce un concepto llamado keri, que significa ‘de forma casual’. Por ejemplo:

Si a pesar de estas [catástrofes] no se arrepienten y regresan a Mí, y se comportan de forma casual [keri] conmigo, entonces Yo también me comportaré con ustedes de forma casual [bekeri] (Levítico 26:23).

Desde este punto en adelante, la idea de ‘casualidad’ se vuelve un tema recurrente. En pasajes posteriores de la Torá, encontramos un concepto asociado a este tema, el concepto de Dios escondiendo su cara:

Pero ciertamente ocultaré Mi rostro ese día a causa de todo el mal que han hecho (Deuteronomio 31:18).

* * *

Tratar a Dios "de forma casual"

Refiriéndose a estos versículos de nuestra porción de la Torá, Maimónides hace el siguiente comentario:

Es un mandamiento positivo clamar [a Dios] y hacer sonar las trompetas por cada tragedia pública; como está escrito, "en contra de un enemigo que te oprime, harás sonar las trompetas" (Números 10:9), vale decir, cualquier cosa que te presione ya sea hambruna, plaga, langostas o cosas parecidas, clámale sobre ello a Dios y suena las trompetas. Este mandamiento viene bajo el paraguas de arrepentimiento, ya que si la congregación le clama a Dios y suena las trompetas cuando ocurre una desgracia, entonces ellos se darán cuenta que aquello les ocurrió por sus malas acciones... y darse cuenta de esto provocará arrepentimiento. Pero si ellos no le claman a Dios o suenan las trompetas, sino que dicen en cambio que aquella desgracia les ocurrió por causas naturales y por casualidad, entonces esto equivale a un acto de crueldad, ya que tiene como consecuencia que la gente se quede atascada en su mal actuar, lo cual a su vez causará otras tragedias, como está escrito: "si ustedes se comportan de forma casual conmigo, entonces Yo los trataré a ustedes con una furia fortuita" (Iad Jazaká, Leyes de Ayunos, 1:1-3).

Ahora podemos entender la razón detrás de la furia pública en contra del Ministro de Absorción.

Los seres humanos quieren andar por la vida con el sentimiento de que su comportamiento moral está libre de consecuencias naturales ya que esto les da el lujo de actuar según su propia conciencia. No es que ellos sienten un fuerte deseo de comportarse de manera inmoral. Simplemente quieren la libertad de ser capaces de decidir estos temas por sí mismos, de forma que el crédito por sus "buenas" decisiones les pertenezca completamente a ellos, mientras que sus "malas" decisiones estén libres de consecuencias.

La humanidad quiere estar en una situación de ganar o ganar.

La humanidad quiere estar en una situación de ganar o ganar. Sus decisiones correctas, al estar libres de intereses propios, claramente los harían merecedores de ser premiados, mientras que sus malas decisiones no tendrían consecuencia alguna.

Pero si el comportamiento moral tiene consecuencias, entonces el comportamiento inmoral también debe tenerlas. Es más, estas consecuencias deberán encajar dentro de los parámetros de otros tipos de comportamiento en los que el estándar gobernante es la estupidez. Como establecimos anteriormente, no hay un premio por evitar la estupidez y quien sufre por causa de su propia estupidez sólo puede culparse a sí mismo.

De acuerdo a la lección de la parashá Bejukotai, el versículo de Salmos que citamos anteriormente se entiende solo:

El principio de la sabiduría es el temor a Dios...

El temor a Dios no es un elevado pináculo espiritual, sino que meramente es el comienzo de la sabiduría y del buen entendimiento. Quien no teme a Dios y cree que sus acciones no tienen consecuencias es verdaderamente estúpido y no comprende el mundo en el que vive. Temer a Dios no tiene nada que ver con premio y castigo, sino que tiene que ver con entendimiento versus insensibilidad.

* * *

Premio, castigo y espiritualidad

Entonces, ¿dónde entran en juego el premio, el castigo y la espiritualidad?

Estudiemos una vez más nuestro mundo. En nuestro mundo, el mero hecho de evitar actuar de forma estúpida no constituye un propósito legítimo de vida. Para que la vida tenga un propósito, el foco debe estar en lograr cosas. Uno debe perseguir el bien y no debe contentarse con el mero hecho de evitar las caídas producto de la estupidez.

¿Por qué el servicio Divino habría de ser diferente? El mero hecho de evitar violar los mandamientos no puede constituir un propósito de vida, sino que meramente constituye un testimonio de una precaución básica. El comportamiento tonto hace que uno se ahogue en el río. Evitar esto no puede ser lo que Dios tenía en mente para los seres humanos cuando creó el mundo.

Esto nos lleva al segundo aspecto de los mandamientos.

La palabra "Torá" en hebreo significa guía y dirección. El Maharal explica que el propósito de la Torá es señalar el camino para acercarse a Dios. El propósito de la observancia no es simplemente enseñarnos cómo mantenernos dentro de los parámetros de la realidad. Los mandamientos son una forma de ascender hacia una unión con Dios.

La respuesta es amor, como vemos en la segunda parte de la declaración de Maimónides:

Quien sirve a Dios por amor se involucra en la Torá y en sus mandamientos y camina por la senda del conocimiento, pero no por un beneficio mundano; no por su miedo al sufrimiento o para heredar lo bueno; él persigue la verdad porque es la verdad y los beneficios al final llegarán.

El mero hecho de evitar actuar de forma estúpida no constituye un propósito legítimo de vida.

La persona que sirve a Dios por temor evitará violar los mandamientos, pero dedicará su vida a perseguir las mismas cosas que persiguen sus vecinos no observantes. Él encontrará su propósito en la búsqueda de riqueza, disfrute o éxito social. Después de todo, el mero hecho de evitar la estupidez no puede servir como un propósito positivo de vida.

Cuando el ministro de absorción hizo la conexión entre no observar Shabat y los accidentes —lo cual claramente está allí, dicho sea de paso—, él no estaba formulando una elevada declaración espiritual que alteraría la vida de forma drástica, incluso si fuera ampliamente aceptada. El conocimiento de que uno debe temer a Dios para evitar ahogarse en ríos meramente corrige la visión distorsionada de la realidad, pero no sirve por sí misma para alterar los valores más profundos de la persona.

Sólo la persona que sirve a Dios por amor hará de la observancia de los mandamientos el foco de su vida. Sólo él se esforzará por arreglar su vida de forma tal que ésta le proporcione la oportunidad de observar tantos mandamientos como sea posible. Es él quien probablemente dedicará su vida al estudio de la Torá y a las buenas acciones, por lo que todas sus actividades diarias tendrán lugar en el contexto del cumplimiento de alguno de los mandamientos. Él es quien va tras la verdad por su propio valor y que hace de la búsqueda de esta verdad su meta de vida. Quien cuida los mandamientos por temor estará contento con simplemente no caerse en ríos en los que se podría haber ahogado.

* * *

La paradoja

Paradójicamente, para acceder al área de premio y castigo, la persona debe enfocarse en buscar la verdad y debe olvidarse del premio y castigo. La unión espiritual con Dios debe ser la meta final. ¿Y qué hay de los beneficios? No hay que preocuparse. Estos llegarán automáticamente.

La parashá Bejukotai (la cual comienza con Im bejukotai teleju, lo cual significa ‘si siguen mis estatutos’), no sólo cierra el libro de Levítico, sino que en cierto sentido termina con la Torá (vale decir, la parte de la Tora que se refiere a las instrucciones). El libro de Números (Bamidbar) contiene tan sólo un par de mandamientos que deben cumplir las generaciones siguientes y sirve principalmente como la historia de la generación del desierto. El libro de Deuteronomio (Devarim) está basado en las palabras de Moshé, a pesar de que Dios posteriormente le instruyó incluir dichas palabras en la Torá.

En la medida en que la Torá constituye principalmente un libro de instrucciones emitido por Dios en el lenguaje de mandamientos, el libro de Levítico es el clímax de esto y marca el final de la Torá. No es ninguna sorpresa por lo tanto que su último capítulo se dedique a enseñar cuál es la perspectiva correcta de la vida observante.

Resulta que para poder observar de forma apropiada un mandamiento, uno debe relacionarse con su observancia desde una perspectiva dual de amor y temor. Sin temor, la observancia ocurriría en la realidad equivocada. Sin amor, no tendría un propósito positivo.

Esto nos muestra algo destacable sobre nuestra relación con Dios. En las relaciones humanas, el amor y el temor son mutuamente excluyentes. Mientras más temo a alguien, menos lo amo, y mientras más amor sienta por determinada persona, menos lo temeré. Sin embargo, se nos ordena amar a Dios con todo nuestro corazón y alma, como decimos diariamente en el rezo del Shemá, y también se nos ordena temerle, como declaró Moshe: "Ahora, Israel, ¿qué pide de ti Hashem tu Dios, sino que temas a Hashem tu Dios...?" (Deuteronomio 10:12).

La respuesta es simple:

El temor a Dios determina los parámetros de la realidad, pero el amor a Dios es la senda hacia lo sublime.

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