La represa de Noaj

12 min de lectura

Noaj (Génesis 6:9-11:32 )

Ideas filosóficas y cabalísticas de la parashá semanal.

Noaj construyó un altar y tomó de cada animal puro y de cada ave pura, y ofreció sacrificios en el altar. Dios olió el agradable aroma, y dijo Dios en su corazón: ‘No volveré a maldecir la tierra por causa del hombre, puesto que los pensamientos del corazón del hombre son malvados desde su juventud; ni volveré más a destruir a todo ser viviente, como lo he hecho. Continuamente no cesarán, todos los días de la tierra, la época de la siembra y la de la cosecha, el frío y el calor, el verano y el invierno, el día y la noche’” (Génesis 8:20-22).

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El problema conceptual presentado por el Diluvio

Nuestros sabios interpretan este pasaje como un juramento de Dios de abstenerse del tipo de destrucción descrito en la historia del Diluvio, sin importar el grado de provocación humana. Incluso compusieron una bendición para recitar cuando uno ve un arcoíris, el fenómeno natural elegido por Dios para servir como recordatorio de este juramento (Génesis 9:13):

Bendito eres tú, Dios… Que recuerda el pacto, que es confiable en Su pacto y que cumple Su palabra”.

Abudarham explica esta bendición: cuando ves un arcoíris sabes que el mundo realmente debería ser destruido debido a la preponderancia de las transgresiones humanas; el hecho de que no esté siendo destruido, se debe enteramente al pacto que Dios hizo con Noaj.

Rashi (Ibíd.) cita un Midrash para decir que en todo el resto de la historia humana después de Noaj, sólo dos generaciones no necesitaron de este escudo protector proporcionado por el juramento.

Maimónides, el gran filósofo judío de la edad media, ofrece el trasfondo para esto; él explica que la destrucción masiva de la humanidad en el Diluvio no fue una respuesta Divina impulsiva ante un particularmente pernicioso comportamiento humano, sino que fue decretada por causa de consideraciones objetivas de las Leyes de la Torá. En cualquier momento en que las transgresiones de la humanidad sobrepasan su mérito colectivo, la Ley de la Torá exige la destrucción inmediata de la humanidad. Esta preponderancia de las transgresiones humanas es la situación que la Torá describe al final de Génesis:

Dios vio que la maldad del hombre era grande sobre la tierra, y que cada producto de los pensamientos de su corazón eran siempre maldad” (Génesis 6:5).

"Dios destruyó a la humanidad tal como lo exigen los dictámenes objetivos de la Ley de la Torá" (Mishné Torá, Hiljot Teshuvá, Cap. 3:2).

Si tomamos todo esto en consideración, tenemos dos problemas conceptuales. ¿Es acaso el mundo tan consistentemente malvado que sólo dos generaciones desde el diluvio fueron merecidamente absueltas de la destrucción? ¿Cómo es posible que ni siquiera nos demos cuenta de la existencia de esta gran maldad?

E incluso si decimos que podemos resolver estos problemas, nos veremos inmediatamente enfrentados a otra dificultad.

Las reglas de la Torá son eternas y no pueden ser enmendadas. Si el diluvio realmente fue decretado mediante consideraciones judiciales objetivas, ¿cómo podemos entender el juramento de Dios después del diluvio con el cual decidió ignorar Sus propias reglas desde ese momento en adelante?

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La severidad del castigo

Abordemos en primer lugar el asunto de la preponderancia de la maldad humana, la cual fue la causa de la rigurosa severidad de la destrucción. Recitamos dos veces en nuestros rezos matutinos: “En su bondad Dios renueva diariamente, perpetuamente, el trabajo de la creación”. Para el observador humano, el universo parece ser permanente y sólido, pero en nuestras plegarias afirmamos que realmente está siendo constantemente renovado por Dios. La Creación es un proceso en curso, no un evento histórico. El fenómeno que le otorga al universo su permanencia no es la ley de la inercia de Newton, sino que es la voluntad de Dios de continuar la dinámica del proceso de creación.

La constancia de la voluntad Divina es algo fácilmente explicable. En vista de que Dios es un ser racional de acuerdo a la visión de la Torá del mundo, Él obviamente tenía una buena razón para crear el universo; las consideraciones racionales abstractas no cambian con el paso del tiempo; consecuentemente, éstas siempre favorecen la creación y es la constancia de la voluntad Divina la que le otorga a la creación su aparente estabilidad.

En la visión de la Torá del mundo, la consideración racional abstracta que causó que Dios creara el universo fue la necesidad de expresar el Atributo Divino de Benevolencia. El posibilitarle a Dios que derramase toda Su bondad sobre Sus criaturas es el único pago que el universo le provee a su Creador (ver Dérej Hashem Parte 1, Cap. 2).

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El Diluvio como un océano de benevolencia

La mejor forma de entender la sumatoria de iniquidades que fueron responsables del diluvio es no considerar al diluvio como un acto de destrucción, sino caracterizarlo como sumergir a la humanidad en un océano de benevolencia. Rashi (Ibíd., 7:12) cita el Midrash, el cual declara que las aguas que cayeron eran en realidad lluvias beneficiosas. Si la humanidad se hubiera arrepentido incluso después de que las lluvias del Diluvio habían comenzado, las aguas del Diluvio habrían traído bendición en vez de destrucción.

Comparemos la incesante renovación de la creación a una persona que vierte agua desde una botella hacia una copa. Si la copa no es lo suficientemente grande como para recibir todo el contenido de la botella, entonces el líquido escurrirá por sobre los lados de la copa y se perderá. Si el contenido de la botella es una cantidad de líquido suficiente como para llenar el mundo, entonces el efecto de derramar el contenido dentro de una copa demasiado pequeña se asemeja en forma muy precisa al Diluvio. El líquido continuaría derramándose por los costados de la copa hasta que todo el mundo estuviese sumergido.

Siguiendo con la analogía de que el líquido en la botella es la energía requerida para renovar al mundo, resulta inmediatamente obvio que abstenerse de verterla en la copa no es una opción. Sin la energía de renovación el mundo no podría continuar existiendo. La supervivencia del universo exige que Dios continúe vertiendo la energía de renovación desde la botella hacia la copa; la información clave para poder entender el Diluvio es que es trabajo del hombre mantener la copa de la creación en una posición en la cual le sea posible capturar la energía de renovación que está siendo vertida desde la botella de Dios hacia la copa del universo, sin permitir que se desborde por sobre los costados.

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La copa que captura la energía de renovación

El hecho de que la responsabilidad de posicionar la copa recaiga sobre el hombre, se desprende del hecho que este recipiente sobre el cual es vertida constantemente esta energía de creación es el ser humano mismo.

La tradición judía nos enseña que el ser humano es el receptor del beneficio de la creación. Es sobre él que Dios derrama toda la generosidad de la creación. Si el hombre se posiciona correctamente para recibir la energía de creación desde Dios, él disfrutará de toda la generosidad que el universo tiene para ofrecer. Pero si él permite que el flujo de energía Divina se desborde por sobre los costados de la copa, entonces la energía Divina inundará el mundo y finalmente lo ahogará. Para entender realmente el Diluvio, debemos abordar la pregunta de qué es exactamente lo que el hombre hace para determinar si la energía Divina de renovación será desparramada o captada exitosamente, y veremos que sólo podremos llegar a determinar la respuesta a esta importantísima pregunta cuando descubramos cuál es la capacidad humana que constituye “la copa” en la cual la energía de renovación debe ser captada.

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La locación del poder creativo humano

El hombre fue creado solo (es decir, inicialmente Dios creó a un solo ser humano, Adam, en contraste a las otras formas de vida que fueron creadas como especies) para enseñarte que quienquiera que destruya tan sólo una vida judía es considerado por Dios como alguien que ha destruido un mundo entero; y quienquiera que salve tan sólo una vida judía es considerado por Dios como alguien que ha salvado un mundo entero… por lo tanto, cada persona está obligada a decir, “para mí fue creado el mundo” (Talmud Sanhedrin 37a).

Este párrafo sugiere que el poder Divino de creación que Dios vierte dentro del alma del hombre adopta específicamente la forma de la habilidad de crear otros seres humanos. Dado que el mundo entero fue creado para el beneficio de tan sólo un individuo, y dado que la preservación de la vida de una sola persona equivale a la preservación del mundo entero, el poder de crear nuevas personas se equipara al aporte de energía Divina de toda la Creación. En términos de nuestra analogía del diluvio, la copa que captura la energía de renovación debe ser posicionada para captar este poder de crear otros seres humanos. Esto significa que nuestra “copa” imaginaria encontrará su representación en el mundo terrenal específicamente en la relación romántica entre hombre y mujer.

Crear personas espiritualmente completas requiere mucho más que el simple acto sexual que trae consigo la concepción. Para desarrollarse espiritualmente, los seres humanos deben ser nutridos emocionalmente e infundidos con bibliotecas de información y una gran cantidad de valores. Este proceso de nutrición/crianza se extiende por un período de muchos años. Para cuando un ser humano se encuentra completamente educado y desarrollado, éste ya se encuentra bien adentrado en sus veintitantos. Criar humanos por menos tiempo limita necesariamente su potencial.

Para ser capaces de dedicarse a criar a sus hijos por un período tan extenso de tiempo, la pareja humana debe estar unida por un vínculo espiritual que sea más resistente que el acero. El lazo que los une es la relación romántica que se genera entre los sexos. En la medida en que la energía Divina de creación se traduce en la habilidad de crear otros seres humanos, no sería exagerado decir que la “copa” que contiene la energía de creación en nuestra analogía no es nada más ni nada menos que el vínculo romántico que hay entre los sexos.

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El pecado de la generación del Diluvio

El Midrash nos cuenta que el pecado de la generación del Diluvio fue zera levatalá (“derramamiento de semilla en vano”; ver Kalah Rabati 2:7 por ejemplo, aunque en realidad, todas las fuentes Talmúdicas y Midrashim asocian al Diluvio con la práctica generalizada de transgresiones sexuales). A primera vista, la práctica de transgresiones sexuales parece una razón inadecuada para la destrucción total de la vida humana, pero luego de una inspección más en detalle, la idea no parece tan disparatada; basta con referirnos a nuestra analogía de la “copa” para apreciar la gravedad de tales pecados.

La intensa alegría y placer programados por Dios dentro de la relación sexual/romántica fueron una directa consecuencia de su asociación con la creación de vida. Una relación que provee el cemento emocional requerido para asegurar la resistencia de la relación, que a su vez es necesaria para nutrir otras vidas humanas, merece ser infundida con toda la alegría y el placer inherentes a la vida misma.

El hecho de tomar sólo el placer y la alegría inherentes a esta relación y dejar fuera la creación de vida es un acto de perversión espiritual. Todas las fuentes en la Torá que asocian al Diluvio con la perversión sexual están expresando una única tesis común; la gente de la generación del Diluvio mantenía relaciones románticas/sexuales únicamente por la intensa gratificación física/psicológica que éstas ofrecen. Pero con respecto a hacer uso de los poderosos vínculos creados por tales relaciones para crear y nutrir vida humana, ellos sentían que mientras menos gente hubiera en el mundo, más recursos habría, y por lo tanto más placer disponible por persona.

Cuando la relación sexual/romántica fue separada de las ideas de procreación y crianza, dejó de importar si tales relaciones eran heterosexuales o si violaban los tabúes humanos en contra de cohabitar con parientes cercanos. Cuando son medidas únicamente en términos de placer y alegría no hay ninguna razón para preferir una relación sexual sobre cualquier otra. La preferencia cultural hacia la heterosexualidad y los tabúes en contra de cohabitar con parientes cercanos están basados en la asociación entre romance y procreación. Cuando separas el romance de la procreación, la energía Divina contenida en el vínculo romántico se considera como “derramada en vano”.

El mundo pre Diluvio es increíblemente reminiscente de la orientación que tiene nuestra sociedad hoy en día hacia la sexualidad humana. Nosotros también nos enfocamos en la reducida calidad de vida asociada con tener una gran cantidad de hijos; como sociedad, la cantidad de matrimonios decrece en forma sostenida, la edad a la que nos casamos va en incremento y tenemos cada vez menos y menos hijos. A medida que nuestro enfoque social hacia el cuidado y la crianza de hijos disminuye, nuestra tolerancia social e incluso nuestro apoyo positivo de relaciones que son definidas por la Torá como desviaciones abominables aumenta incesantemente. La orientación sexual se transforma en un asunto de preferencias individuales y queda completamente separada de las consideraciones morales.

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La relación con el robo

Para apreciar la influencia que puede tener el ofrecimiento de sacrificios en todo esto, debemos considerar a continuación el tema del robo. El Talmud (Sanhedrin, 108a) establece que el pecado que causó que Dios decretara el edicto del diluvio en forma definitiva fue el crimen del robo, una total falta de apreciación de la santidad de aquello que le pertenece a otro. ¿Cómo se relaciona el pecado del robo con la falta de moralidad sexual?

(Talmud, Brajot 35b): Rabí Janina enseñó: Cualquiera que tome placer de este mundo sin recitar una bendición… roba de Dios y de Israel. Todo disfrute que este mundo ofrece es en realidad una bendición Divina. Aceptar el disfrute por medio de recitar previamente una bendición hace que sea permisible tomar este placer.

Para comprender la tesis que hay detrás de este párrafo del Talmud tan sólo debemos recurrir a nuestra analogía de la “copa” nuevamente. El reconocimiento de la bendición es la copa o el contenedor en el cual puede ser vertida la bendición Divina. Tomar disfrute sin ofrecer reconocimiento a cambio califica como robo, ya que priva a Dios de la “copa” sobre la cual Él puede derramar Sus bendiciones.

Aprovechar la felicidad que ofrecen las relaciones sexuales para producir más seres humanos es el equivalente espiritual de recitar una bendición. Cuando una relación fructífera se consuma, hay un reconocimiento de la fuente y del propósito del placer de la vida; el mismo tipo de reconocimiento que es la esencia de todas las bendiciones que recitamos. Cuando una relación sexual se consuma en el modo en que Dios lo ha previsto, ésta tiene el maravilloso efecto de convertir el placer humano en una fuente de bendición Divina.

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Dinámica espiritual

Contrario a lo que se cree, cuando hay más seres humanos la calidad de vida no disminuye, sino que aumenta. Dios ahora puede incrementar el flujo de energía Divina que vierte en el universo, puesto que hay más recipientes humanos que pueden absorberla, y consecuentemente el nivel de bendición Divina aumenta. Este incremento se traduce en más fuerza vital disponible y hay aún más placer para compartir. La felicidad y calidad de vida aumentan exponencialmente.

Obtener disfrute de zera levatalá crea el efecto exactamente inverso. La persona que toma el placer disponible y lo utiliza solamente para estimularse a sí misma detiene el flujo de energía Divina en seco. Extingue la vida al ocuparse de la misma actividad que fue designada para producirla; él derrama zera levatalá fuera de la “copa” que fue diseñada para capturar el preciado combustible de la vida en el mismo instante en que éste es vertido por Dios. Es la forma más grave de robo, puesto que priva tanto a Dios como al hombre. Priva a Dios de la habilidad de poner en acción Su Atributo de Benevolencia, y priva al hombre del incremento de felicidad disponible a través de intensificar el flujo de bendición Divina. Este es el “robo” que ahogó a la humanidad.

Pero, ¿qué hay del juramento? ¿Por qué el mismo tipo de “robo” no traería automáticamente la misma consecuencia? ¿Cómo es que el ofrecimiento de unos cuantos sacrificios compensa todo esto?

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El juramento y los sacrificios

Para apreciar la importancia de los sacrificios, debemos familiarizarnos primero con una Manifestación Divina conocida como la Shejiná. La fuente del alma del hombre, o Neshamá, se encuentra en una dimensión mucho más alta que el mundo físico, conocida como Atzilut. Todas las Neshamot que fueron enviadas alguna vez al mundo, al ser consideradas como un conjunto, son llamadas Kneset Israel, que significa literalmente la Congregación de Israel. Pero también se les conoce como Shejiná, uno de los nombres de Dios (ver Nefesh Hajaim, 2:17).

Existe un punto donde esta alma humana colectiva es aún parte de la Divinidad y no se encuentra todavía separada de Dios. En este punto, desde la perspectiva del hombre esta alma conglomerada es llamada Kneset Israel, mientras que Dios se refiere a ella como la Shejiná, una parte de Él Mismo:

Apareció Adam y la Shejiná bajó con él, y descansó en él; cuando él pecó, la Shejiná lo abandonó. Apareció Noaj y trajo la Shejiná a la tierra nuevamente; la generación del diluvio pecó y la apartó del mundo una vez más; apareció Abraham y la trajo de vuelta al mundo nuevamente; la gente de Sodoma la apartó del mundo otra vez. (Zohar Jadash, Rut 59b).

Rakanti (39,d) explica el significado de los sacrificios de Noaj en términos de este pasaje del Zohar. La palabra en hebreo para sacrificio es korbán, que significa acercar. El sacrificio de animales a Dios es considerado como un acto simbólico, que representa el deseo del hombre de conectar su neshamá con la neshamá colectiva y con la Shejiná. El sacrificio de Noaj fue una forma de conectar su alma individual con Kneset Israel, la cual se conecta a su vez con la Shejiná. A través del korbán, el alma individual de Noaj formó un vínculo con la Shejiná.

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Consecuencias de la desconexión espiritual

Sólo cuando la Shejiná y la neshamá del hombre se encuentran desconectadas, el mundo es vulnerable al peligro de un diluvio. La falta de tal conexión espiritual genera un espacio de separación entre Dios y Su universo. Dios vierte desde Su botella hacia el alma del hombre con este espacio de separación entremedio, y dado que el hombre no presenta su recipiente en forma apropiada, la energía de creación lo ahoga. Pero cuando la Shejiná está en el mundo con el hombre, cuando el hombre conecta su neshamá con la Shejiná, no existe tal espacio de separación entre la botella de Dios y el alma del hombre, su recipiente contenedor. La botella desde la cual la energía de creación es vertida y el recipiente que actúa como su contenedor están fusionados en una sola entidad. No existe separación entre donante y recipiente, toda la creación se encuentra en perfecta armonía. La neshamá del hombre, Kneset Israel, y la Shejiná, son una sola cosa.

Sólo cuando la Shejiná se desconecta es que el paradigma de la botella vertiendo dentro del recipiente es la forma adecuada de describir la relación de Dios con el mundo. Sólo en esta instancia encontramos destrucción; el Diluvio, la destrucción de Sodoma y Gomorra, etc. Pero cuando el hombre devuelve el recipiente que Dios le proveyó para recibir el flujo Divino de creación —el alma humana— de vuelta a su fuente, en vez de derramar energía de creación desde el cielo a la tierra, Dios mismo aparece en la tierra en la forma de Shejiná que se fusiona con la neshamá del hombre. Se torna imposible separar al donante del receptor. Éste es el aroma agradable del sacrificio de Noaj.

La regla de Maimónides aún se encuentra vigente. Si en algún momento permitimos que la Shejiná se aparte del mundo, seremos vulnerables a una destrucción instantánea. Nuestro recipiente no se encuentra aún posicionado adecuadamente para recibir el flujo desde la botella de Dios; tal flujo todavía nos ahogaría. Pero mientras tengamos la Shejiná con nosotros, la botella de Dios no se separa del recipiente de nuestras almas.

A pesar de que ya no tenemos la oportunidad de aferrarnos a la Shejiná a través de sacrificios, nuestros Sabios nos han proporcionado un substituto: nuestros rezos (Talmud, Brajot 26b: Las plegarias diarias fueron establecidas en lugar de los sacrificios Tamid). El mundo necesita nuestras plegarias. Siempre somos vulnerables a un diluvio. Es sólo la presencia de la Shejiná, mantenida por nosotros en el mundo a través de nuestras plegarias, la que protege a nuestro mundo de una inundación instantánea.

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