La primera guerra de los mundos

11 min de lectura

Toldot (Génesis 25:19-28:9 )

Ideas filosóficas y cabalísticas de la parashá semanal.

La relación entre Yaakov y Esav es un tema recurrente a lo largo de toda la Torá. Sin embargo, la Torá nos cuenta sólo de dos encuentros cara a cara entre los hermanos. El primer encuentro —la famosa escena que describe la venta de la primogenitura de Esav por un guiso de lentejas— ocurre en la parashá de esta semana.

Esav explica la filosofía de vida que lo motivó a llevar a cabo la venta: “He aquí que de todas formas moriré, entonces, ¿de que me sirve la primogenitura?”.

A primera vista, esta parece ser una razón muy extraña como para menospreciar sus derechos como primogénito, ya que dichos derechos le significaban obtener una mayor porción de los bienes de su padre según establecen las leyes de herencia de la Torá. Dada esta aparente dificultad, nuestros sabios tuvieron que encontrar una interpretación más profunda para la transacción en cuestión.

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Intercambio de mundos

Cuando Yaakov y Esav estaban aún en el vientre, Yaakov le dijo a Esav: “Hermano, hay dos mundos allá afuera esperando por nosotros, este mundo y el mundo venidero. Este mundo contiene comida y bebida, negocios, matrimonio e hijos, mientras que el próximo mundo no tiene ninguno de estos aspectos. Si estás dispuesto, yo tomaré el siguiente mundo y tú puedes quedarte con este”, como está escrito, “Vende como en este día tu primogenitura a mí”. “Como en este día” se refiere al día en que tuvieron esta misma conversación en el vientre. Esav inmediatamente negó el concepto de la resurrección de los muertos, como está escrito, “He aquí que de todas formas moriré, entonces, ¿de que me sirve la primogenitura?”. En ese minuto fue decidido: Esav tomaría este mundo como su porción, mientras que Yaakov tomaría el mundo venidero. (Yalkut, Toldot, 111)

En vista del Midrash, la transacción entre Yaakov y Esav involucraba un intercambio de mundos: Esav se quedó con este mundo y Yaakov recibió el próximo. Pero esto no era tan simple, ya que Yaakov necesitaba de este mundo para llegar al próximo, y Esav por su parte no estaba realmente dispuesto a despedirse por completo del próximo mundo.

De acuerdo a la tradición judía, nos encontramos actualmente en el exilio de Edom, el último de los cuatro exilios, el cual viene inmediatamente antes de la llegada del Mesías. La Torá nos cuenta que Esav es sinónimo de Edom. “Y estos son los descendientes de Esav, él es Edom” (Génesis 38:1). Este exilio es también conocido como el exilio romano. Todo comenzó con la destrucción del Segundo Templo en manos de los romanos, y posteriormente el Sacro Imperio Romano Germánico se transformó en la base cultural/espiritual del mundo occidental. La destrucción del Segundo Templo coincide también con el nacimiento y la ascensión del cristianismo, la piedra angular de la moralidad y la ética occidental. De acuerdo a la tradición judía, podemos concluir que Esav es igual a Edom = Roma = Cristianismo.

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La fe de Esav

El cristianismo, la religión oficial del Sacro Imperio Romano Germánico (el reino de Edom) y la razón por la cual se incluyó la denominación “Sacro” (sagrado) en su nombre, es entonces la religión de Esav de acuerdo a la tradición judía. Maimónides habla muy bien del cristianismo como una fuerza mesiánica que esparce el conocimiento del verdadero Dios entre la humanidad (Hiljot Melajim 11). El cristianismo cree firmemente en la resurrección de los muertos, por lo que difícilmente cedería una porción en el mundo venidero a alguien. Por lo tanto, ninguno de los lados de este negocio entre Yaakov y Esav resulta fácil de comprender. ¿De qué se trata entonces todo este supuesto intercambio de mundos?

La clave para entender esto es penetrar hasta el fondo en la declaración de Esav “He aquí que de todas formas moriré”. Toda muerte es consecuencia del pecado, como nos informa la Torá al comienzo del libro de Génesis: “Porque en el día que comas de él con seguridad morirás” (Génesis 2:17). Por lo tanto, dado que la muerte se asocia al pecado, y dado que la muerte siempre ha sido parte de la vida del hombre desde el primer pecado original de Adam, es fácil concluir equivocadamente que el pecado pasó a ser parte intrínseca del hombre.

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El mensaje del guiso de lentejas

El Midrash (Bereshit Rabá 63:11) nos informa que este fue precisamente el error de Esav. La venta de los derechos de la primogenitura tomó lugar en el día de la muerte de Abraham. Yaakov había preparado el guiso de lentejas como una comida de duelo. Las lentejas son redondas y no tienen perforaciones; su redondez simboliza el hecho de que la muerte es parte del ciclo de la vida, y su falta de perforaciones nos transmite el mensaje de que el deudo debe cerrar su boca y abstenerse de blasfemar en contra de Dios y despotricar por la injusticia de la muerte. A pesar de que esta es la reacción emocional inicial de todo deudo, una reflexión posterior nos lleva a la conclusión de que la muerte no es injusta, sino que es parte del ciclo de la vida.

En contraste al mensaje que transmitía Yaakov mediante las lentejas, Esav consideraba que toda muerte era una consecuencia directa del pecado. Por lo tanto, él razonó que si Abraham —el amado y elegido de Dios, cuya virtud y rectitud lo habían sostenido con firmeza a través de diez arduas pruebas— también se encontraba corrompido por el pecado, entonces no había ninguna forma en que uno pudiera liberarse del pecado, sin importar cuán duro trabajara y se esforzara por alcanzar la perfección. El concluyó que el hombre es impotente e incapaz de perfeccionarse a sí mismo, por lo que debe ser “salvado” por algo externo a él. Esta idea es la antítesis del judaísmo.

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La idea de “salvarse a uno mismo”

La tradición judía nos enseña en cambio que el propósito de la vida en este mundo consiste en alcanzar la perfección a través del ejercicio del libre albedrío. Dado que no sabemos cómo adquirir esta perfección espiritual, Dios nos dio mandamientos. El Zohar explica que los 613 mandamientos son los ‘etzot’ de Dios, es decir, consejos o guías para alcanzar la perfección. Haber entregado estos consejos es la máxima interferencia que Dios tendrá en lo que respecta a nuestro destino final.

Dios diseñó la realidad de forma tal que la recompensa por alcanzar la perfección sea parte de la estructura misma de la existencia. La recompensa final consiste en disfrutar de la dicha de la Presencia Divina. Cada mitzvá que un judío realiza a través del ejercicio de su libre albedrío altera su esencia y lo sitúa un poco más cerca de la perfección. Cada paso en dirección hacia la perfección es también un paso en dirección hacia la Presencia Divina.

La observancia plena de todos los mandamientos de la forma más elevada posible se traduce directamente en el nivel de perfección requerido para acercarnos a la Presencia Divina. Los judíos se redimen a sí mismos a través del cumplimiento de las mitzvot y crean su propia recompensa.

Rav Moshé Jaim Luzatto, en su obra Dérej Hashem, parte 1, explica que no es sólo que la realidad fue diseñada de esta manera, sino que ésta era la única manera en que podía ser diseñada. Para disfrutar de la Presencia Divina —la máxima recompensa— debes ser capaz de conectarte con Dios. Pero sólo podrás conectarte con la perfección exactamente en la misma medida en la que tú te perfecciones a ti mismo. Uno de los ingredientes principales de la perfección es la independencia. Dios existe en forma independiente. Él no es una creación, y por lo tanto, Su existencia y Su esencia son una sola cosa.

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La necesidad de independencia y el método para adquirirla

Pese a que este nivel de independencia es inalcanzable para los seres humanos, ya que somos creaciones y por definición somos dependientes de nuestro Creador, sí podemos aspirar a emular la existencia independiente de Dios a través del concepto de ‘merecer justamente’.

Con el fin de adquirir independencia, Dios creó una realidad que está basada en el principio de justicia, y no sólo en benevolencia y amor. Y dado que vivimos en un universo justo, cualquiera que haya adquirido su perfección a través de su propio esfuerzo y arduo trabajo tendrá legalmente el derecho de quedarse con lo que haya adquirido. Si alguien intentara quitarle lo que ganó con tanto esfuerzo, incluso si fuera Dios mismo, el poseedor de esta perfección auto-adquirida podría invocar los mismos Principios de Justicia de Dios en su defensa.

Por lo tanto, alguien que ha creado su propia perfección a través de su propio sudor y arduo trabajo —y que por lo tanto es un justo merecedor de ella— en cierto sentido sí existe de forma independiente. Es verdad que él requiere de la energía Divina de Creación para seguir existiendo, pero él tiene una demanda legal válida sobre esta energía y puede exigirla incluso en contra de Dios Mismo.

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La necesidad de parecerse a Dios

El Dérej Hashem explica que este tipo de independencia debe estar presente en cualquiera que desee apegarse a Dios. Para poder adherirte a Dios debes parecerte a Él. Es posible que en el mundo físico los opuestos se atraigan, pero espiritualmente el bien y el mal se repelen mutuamente. Para poder apegarte a Dios, debes parecerte a Él en Sus atributos de bondad. Pero si uno no gana merecidamente su perfección, entonces el poseedor de tal perfección no la posee de forma independiente. Dios es independientemente bueno, y el ser humano que desea adherirse a Él no lo es; esta diferencia en la cualidad de la independencia impide que se pueda alcanzar el grado de apego necesario para disfrutar plenamente de la dicha de la Presencia Divina. El hombre sólo puede disfrutar de su recompensa —el apego a Dios—, en la medida en que él haya creado su propia perfección y que, por lo tanto, sea independientemente bueno.

Esto hace que la idea del ‘pecado original’ no sea una opción válida en lo que respecta al pensamiento judío. Si el pecado es original —o intrínseco— en el hombre, entonces el hombre no se puede liberar de él, sin importar cuán duro trabaje para ello. La única forma que tendría de liberarse de ese “pecado original” es ser “salvado” por Dios, lo cual es el opuesto absoluto a la idea de independencia. Pero al faltarle independencia, el hombre es incapaz de adherirse a Dios, lo cual transforma la idea de la recompensa —que es el propósito de toda la creación—, en algo imposible de obtener.

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El intercambio de mundos bajo la lupa de la redención

Esav dijo “He aquí que de todas formas moriré” porque en su opinión la muerte —específicamente la muerte de Abraham— era una demostración de su filosofía del pecado original. A pesar de que Esav también creía en la resurrección y en el mundo venidero, él no podía ver cómo estos fenómenos se relacionaban con la idea de recompensa personal. Él sólo podía comprenderlos como productos del puro y absoluto amor de Dios. En su momento adecuado, cuando Él lo considerara apropiado, Dios redimiría a los seres humanos de su pecado y los volvería a crear libres de pecado. Y pese a que los seres humanos recreados guardarían cierta relación con sus identidades originales, no serían una extensión directa de sí mismos. El ser humano en su estado actual es una criatura pecadora, y por lo tanto, es una criatura que pertenece exclusivamente a este mundo.

Yaakov, por otro lado, opinaba que su “yo” actual sería resucitado. Él sostenía que el ser humano del próximo mundo era el mismo ser humano de este mundo. Si no lo fuera, no podríamos ni siquiera llegar al próximo mundo en primera instancia, ya que sólo podemos llegar allá por medio de perfeccionarnos a través de nuestro propio esfuerzo. Entonces, ¿cómo encaja la muerte en la visión de mundo de Yaakov? ¿Acaso la Torá no dice específicamente que la muerte está directamente relacionada con el pecado? ¿Cuál es la respuesta al argumento de Esav?

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El concepto de pecado en la Torá

Para poder entender la respuesta a esto, debemos entender primero el concepto judío de pecado.

Dios creó al hombre en base a dos partes prefabricadas: una neshamá o ‘alma’, y un guf o ‘cuerpo’. Por naturaleza, el alma del hombre se siente atraída hacia las ideas y la espiritualidad, percibe la luz Divina de Dios, es estimulada por su santidad y está diseñada para disfrutarla. Por otro lado, el cuerpo del hombre, dada su naturaleza, se ve atraído hacia lo material. Es insensible a las ideas y la espiritualidad, y sólo puede ser estimulado por sensaciones físicas, el único placer que puede disfrutar realmente. Ninguna de estas partes prefabricadas tiene algo que ver con las elecciones del hombre. Fueron hechas de esta forma por Dios.

Pero cada una fue creada con la capacidad de subyugar y transformar a la otra. Si el alma logra dominar al cuerpo, entonces transformará al cuerpo de manera que éste también será sensible a la espiritualidad y a las ideas, y adquirirá la misma capacidad de inspirarse por algún bello y profundo entendimiento así como ahora es estimulado por un jugoso filete. Por otro lado, el cuerpo también tiene la capacidad de transformar al alma, sólo que de manera más limitada, y podría por tanto dotar al alma de sensibilidad hacia la estimulación física.

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El libre albedrío y la transformación de cuerpo a alma y viceversa

El hombre puede lograr la transformación en cualquiera de las dos direcciones mediante el ejercicio de su libre albedrío. Dado que fue creado como una mezcla de cuerpo y alma, el hombre se encuentra en un permanente estado de conflicto existencial. Su alma lo tira hacia la espiritualidad, a las ideas y a la presencia de Dios, mientras que su cuerpo lo empuja hacia el materialismo y las sensaciones, lejos de la presencia de Dios. Tanto el cuerpo como el alma son parte del hombre, y cada una le habla llamándose a sí misma ‘Yo’. El trabajo del hombre es decidir quién es él realmente, el alma o el cuerpo.

Y sus decisiones realmente funcionan. Si él decide que es un alma, entonces eventualmente será una; seguirá los dictámenes de su alma y transformará su cuerpo a través de la observancia de las mitzvot, de forma tal que éste terminará siendo similar al alma. Si decide que es un cuerpo, entonces él realmente será un cuerpo, ya que su cuerpo transformará una gran parte de su alma en algo parecido al cuerpo.

El cuerpo, dado que es material, muere. Pero el alma, dado que es inmaterial, vive para siempre. Cuando el hombre fue creado originalmente, fue situado en el punto medio entre el alma y el cuerpo, y el primer hombre, Adam, tenía la capacidad mientras vivía de transformarse a sí mismo en un alma-alma (en lugar de su estado natural de cuerpo-alma) mediante cumplir el mandamiento de Dios y abstenerse de perseguir estímulos físicos, pero este no es el momento de ahondar en las profundidades de lo que significó el primer pecado. Es suficiente con decir que la Torá lo retrata en términos de una búsqueda de sensación física; “y la mujer percibió que el árbol era bueno para comer y agradable a los ojos, y que el árbol era deseable para adquirir sabiduría…” (Génesis 3:6).

Por lo tanto el hombre, al cometer este primer pecado, eligió definirse a sí mismo como un cuerpo en vez de un alma. Su ‘Yo’ ya no se encontraba perfectamente balanceado en el medio de los dos y, mediante su acción, se transformó en más cuerpo-cuerpo que cuerpo-alma.

A pesar de esta inclinación en la dirección del cuerpo, la opción de transformarse a sí mismo en un alma-alma tenía que permanecer abierta, ya que de otra manera no tendría ningún sentido que continuase la existencia. Para mantener esta posibilidad abierta en el contexto de la nueva realidad resultante después del primer pecado, Dios tuvo que introducir la muerte dentro del ciclo natural de la vida del hombre.

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Por qué Dios tuvo que hacer que la muerte fuera una parte natural del ciclo de la vida

Antes de pecar, Adam tenía la habilidad de transformarse a sí mismo sin necesidad de morir. La transformación, sin embargo, podía darse en cualquiera de las dos direcciones. Por cuanto que él eligió seguir a su cuerpo, parte de su alma se convirtió en algo similar al cuerpo y el balance existencial del hombre se vio inclinado hacia la dirección del cuerpo. Si Dios hubiera permitido que este cambio en el balance se expresara abiertamente, entonces cuando el hombre se enfrentara su próxima prueba, el cuerpo sería un poco más poderoso y tendría la habilidad de subyugar a su alma más fácilmente.

Tal como una sola mitzvá habría sido suficiente para consumar el destino de la humanidad, un solo pecado habría sido potencialmente suficiente para destruirlo. Entonces, para salvar al hombre y permitir que la batalla entre cuerpo y alma continuara en igualdad de condiciones, Dios se vio forzado a quitarle al cuerpo el poder de transformar al alma en forma instantánea. Pero para que siguiera existiendo un equilibrio, al quitarle este poder al cuerpo tuvo también que quitarle al alma la habilidad de transformar instantáneamente al cuerpo.

Para mantener la batalla en su máximo nivel durante toda la vida del hombre, Dios decretó que a medida que el alma se hace más y más poderosa con cada mitzvá, este poder extra es guardado en el alma en forma de energía potencial. Sólo podrá transformarse en energía cinética en el momento de la resurrección. En ese momento —que además será el inicio de la vida en el mundo por venir—, se liberará toda la energía potencial que se haya acumulado en el alma del hombre durante toda su vida, con la cual se transformará al cuerpo resucitado, convirtiéndolo en alma. Mientras tanto, dado que el alma no puede transformar al cuerpo en su estado actual, el hombre tiene que morir.

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El nivel de disfrute en el mundo por venir

La cantidad de energía potencial que es almacenada en el alma determinará el nivel que tendrá el hombre para disfrutar del mundo venidero. Mientras más energía haya, más se transformará su cuerpo, y por lo tanto, más se acercará a la definición de alma-alma, lo cual a su vez hará que su nivel de disfrute sea más elevado.

Para alguien que ha acumulado energía negativa durante su vida y, por lo tanto, se ha transformado a sí mismo en un cuerpo-cuerpo, el mundo por venir será sólo miseria. El cuerpo no se podrá conectar con Dios para nada, ya que fue creado para ser totalmente insensible a todo lo espiritual y en el siguiente mundo no hay cosas materiales.

Ahora podemos entender el verdadero significado de la transacción entre Yaakov y Esav. Esav era una criatura de este mundo. Él planeaba ir al mundo venidero como una persona diferente, la cual sería creada nuevamente por Dios y quien tendría una conexión tenue consigo mismo en el estado en que existía hoy en día. Por otro lado, Yaakov era una criatura del próximo mundo, pese a que vivía en este mundo. Él pasaba sus días esforzándose en la auto transformación que podía realizarse en este mundo, pese a que ésta sólo sería notoria y tangible en el mundo venidero. Yaakov siempre estuvo ocupado trabajando para obtener su porción en el mundo venidero, a pesar de que vivía en este mundo.

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