Después de la fiebre del oro

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Ki Tisá (Éxodo 30:11-34:35 )

Ideas avanzadas basadas en el Midrash y la Cábala.

Se suponía que todo iba a ser muy diferente: su parada en el Sinaí debía ser breve, pero transformadora. Cuando los hijos de Israel llegaron a Sinaí, todo parecía tan especial, tan idílico… Llegaron unidos como nación, ligados por un sentido de unión y amor basado en un pasado en común y en una visión compartida del futuro. Como un hombre, con un corazón, se prepararon para entrar al pacto con Dios, para dar un paso crucial para el cumplimiento de las promesas que recibieron sus antepasados. En preparación y afirmación de este gran momento histórico, llevaron ofrendas. Entonces se abrió el cielo, pudieron tener una visión de Dios cuando Él Mismo les habló. El paso siguiente debió haber sido la Tierra Prometida, donde hubieran puesto en práctica los mandamientos que acababan de recibir, creando una nueva realidad, una sociedad perfeccionada y una comunidad sagrada.

En cambio, algo salió mal. Las cosas se complicaron. Después de escuchar sólo dos mandamientos, el pueblo se sintió abrumado. La experiencia era demasiado intensa. Dios tenía más para decirles, pero el pueblo le pidió a Moshé que sirviera como conducto, que Dios le hablara sólo a él y que luego él les transmitiera el mensaje de forma más digerible.

Moshé fue invitado a subir a la montaña. Había más leyes para enseñar, más instrucciones para transmitir.

Mientras Moshé estaba lejos, el pueblo se asustó. ¿Por qué demoraba tanto tiempo? ¿Por qué no había regresado? Su mayor temor parecía haberse concretado: Moshé había muerto y los había dejado sin un líder antes de completar su misión. A fin de cuentas Moshé era sólo un hombre y los hombres te pueden partir el corazón. Incluso los mejores de ellos son volubles. El pueblo exigió algo más firme, algo más permanente. Se conformaron con un becerro hecho de oro, y declararon que ese becerro los había sacado de Egipto. Su lógica parece absurda. ¿Cómo era posible que el becerro que acababan de fabricar con oro ese mismo día los hubiera redimido de la esclavitud? Peor aún: ¿cómo pudieron caer tan lejos de la cumbre de espiritualidad a donde habían llegado 39 días antes? Habían escuchado a Dios Mismo pronunciar dos mandamientos, y sus palabras y acciones devastaron esos mandamientos: "Yo soy Hashem, tu Dios, que te sacó de la tierra de Egipto… no tendrás otros dioses en mi presencia. No harás para ti efigies talladas ni cualquier otra imagen… ¿Cómo fueron capaces de semejante disonancia cognitiva? ¿Cómo pudieron negar tan rápida, absoluta y casi intencionalmente la increíble Revelación? Este giro de 180 grados resulta mucho más absurdo si recordamos que esas personas habían desayunado maná esa misma mañana. Es terrible que mientras limpiaban los restos de maná de sus bocas, no creyeran en la capacidad de Moshé para sobrevivir en la cima de la montaña sin comida ni agua. Con la evidencia de los milagros de Dios aún entre sus dientes, ¿cómo perdieron la fe tan rápido?

El pueblo parecía decidido a contrarrestar cada elemento de la experiencia en Sinaí con un gesto falso y contradictorio. En el Sinaí habían llevado ofrendas como parte del pacto forjado con Dios; ahora llevaban ofrendas al becerro. En un gesto inconfundible, hicieron un cambio, una "mejora": en lugar del Dios que los había redimido de la esclavitud en Egipto, tenían un becerro de oro. En lugar de las ofrendas de honor y alabanza a Dios, llevaron ofrendas para celebrar el ídolo que habían creado con sus propias manos. En las palabras del Rey David:

Hicieron un becerro en Jorev y adoraron una imagen fundida. Así cambiaron Su Gloria por la imagen de un toro que come césped (Tehilim 106:19-20).

Entonces volvió Moshé. Trágicamente, en vez de recibirlo con cánticos de alabanza y alegría, en lugar de honrar las Tablas del Testimonio que Moshé traía del Cielo, le cantaron a su becerro en un frenesí de rebeldía idólatra. Moshé entró al campamento sin que nadie lo viera. Al ver el horrendo espectáculo, arrojó las Tablas al piso y el ruido que hicieron al romperse provocó un abrupto fin a la orgía. Habían sido infieles, por lo que fueron sometidos a un proceso similar al que se le impone a la mujer acusada de infidelidad: Moshé derritió el becerro, lo molió hasta convertirlo en polvo fino, e hizo que bebieran la poción hecha con su "deidad".

Moshé convocó a los fieles, a quienes eran devotos de Dios. Quienes respondieron a su llamado, aquellos en quienes volvió a despertarse el espíritu de Dios, debieron levantar las armas y purgar a la comunidad de los pecadores. Este fue el paso final: la santidad que habían alcanzado en el Sinaí había sido profanada. El pacto con Dios fue pisoteado, cambiaron a Dios por un becerro. Ahora la unidad y amistad que habían logrado cambiaron por la espada. Las familias fueron separadas, los hermanos se enfrentaron. La memoria del Sinaí, toda la experiencia del Sinaí fue arruinada. Las palabras que oyeron fueron distorsionadas, y la sensación de hermandad se disipó. Si tan sólo hubieran sido capaces de esperar que Moshé descendiera de la montaña, habrían bailado con las Tablas, grabadas por la mano de Dios, en una inolvidable "Simjat Torá". Un poco más de fe les hubiera dado un amor inmenso.

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