El poder del pueblo

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Tazriá (Levítico 12-13 )

La vida y la muerte: un estudio de contrastes.

El libro Vaikrá cambia repentinamente del mundo del Mishkán a las leyes de pureza (tahará) e impureza (tumá). En un sentido, se trata de dos lados de una misma moneda: quienes reciben tumá tienen prohibido el ingreso al Mishkán. La tumá es la antítesis de lo que representa el Mishkán. Por lo tanto, una persona en estado de tumá debe separarse de un lugar de santidad. ¿En qué consiste este estado de impureza? ¿En dónde se origina y cómo se soluciona? Como suele ocurrir con muchos términos técnicos, la traducción sólo llega a una aproximación del concepto de tumá. En términos generales, la tumá puede asociarse con la muerte o experiencias cercanas a la muerte. Incluso un parto genera tumá. Aunque es la experiencia más básica e inmediata de vida, el nacimiento forma parte del ciclo de mortalidad que forma parte de la experiencia humana. El recién nacido inevitablemente “sufrirá” la misma mortalidad que es la base de toda tumá.

Asimismo, quien sufre de la muerte en vida, la manifestación fisiológica de la enfermedad espiritual conocida como tzaráat (traducida a menudo como lepra) se considera con una impureza más profunda que quien entra en contacto con un muerto. Al leproso se lo aísla, se lo pone en cuarentena, se lo aleja por completo de los tres círculos concéntricos que conforman el campamento israelita. El leproso no sólo debe aislarse, sino que también debe hacer pública su aflicción, alertando a quien lo encuentre para que se mantenga a una distancia segura gritándole: "¡Tamé! ¡Tamé!"

Sin embargo, cuando una persona muere, los familiares que se volvieron tamé durante el entierro deben alejarse del Mishkán, pero la comunidad se acerca a ellos. Los deudos no son aislados ni alejados. Se los cuida, se los consuela y conforta, se los reintroduce gentilmente a la sociedad y, eventualmente, a los sagrados confines del Mishkán. Pero quien se enferma de lepra continúa siendo persona no grata hasta que se cura por completo.

Hay un paralelo lingüístico inconfundible que aclara todavía más este contraste. Al describir al leproso, la Torá declara:

el cohén lo declarará impuro… La persona afectada por tzaráat, en quien esté la aflicción, tendrá sus prendas rasgadas, no se cortará el cabello y se cubrirá hasta el bigote. "¡Tamé! ¡Tamé!" deberá clamar. Todos los días en que tenga la aflicción permanecerá impura, es impura. Permanecerá aislada; su morada será fuera del campamento (Vaikrá 13:44-46).

Algunos de los términos usados aquí nos resultan conocidos de una narración previa: los hijos de Aharón, Nadav y Avihú, murieron repentinamente dentro del Mishkán y Moshé le instruyó a la familia no guardar duelo:

Moshé les dijo a Aharón y a sus hijos Elazar e Itamar: "No dejen de cortarse el cabello ni desgarren sus ropas, para que no mueran y Él no se enfurezca contra toda la asamblea. Y sus hermanos, toda la casa de Israel, llorarán por el incendio que encendió Dios (Vaikrá 10:5).

En este caso ocurrió lo opuesto a la situación del leproso. Al leproso se lo expulsa por completo del Mishkán y de la sociedad, mientras que al Cohén Gadol y a sus hijos se les ordenó no salir del Mishkán. El leproso debe consolarse a sí mismo como un deudo, dejando que crezca su cabello y rasgando sus ropas, pero a la familia de Aharón se le prohibió mostrar cualquiera de estos símbolos externos de duelo.

Un breve comentario del Talmud puede aclarar la relación entre estos versículos. Dijimos que el leproso debe gritar y declarar su condición de tamé (impureza espiritual). El entendimiento simple de este comportamiento es pragmático: el leproso sufre una enfermedad grave sumamente contagiosa, en especial de acuerdo con la opinión talmúdica que conecta la lepra con la maledicencia (Arajin 16b). Queda claro que esta persona debe ser separada de la sociedad. Sin embargo, el Talmud ve el clamor del leproso bajo una perspectiva completamente diferente y enseña que al gritar "¡Tamé! ¡Tamé!", en realidad pide a todo el que lo escucha que recen por él (Shabat 67a). El leproso debe pedirles a las personas que despreció que muestren su grandeza, que lo perdonen, que le tengan compasión y recen por él. El pedido del leproso a su comunidad sirve para enseñarle a valorar a las personas a las que calumnió, a quienes menospreció y les faltó el respeto.

Esto contrasta con las instrucciones que Moshé dio a Aharón y a sus hijos en su momento de duelo: ellos no podían alejarse de la tarea que se les había confiado, la posición de cohén. Aharón tenía tanto la responsabilidad como el poder para rezar por toda la nación; no podía darse el lujo de tomarse un tiempo, ni siquiera para lamentar su pérdida personal. Mientras que el cohén personifica la grandeza, el poder y la santidad de la comunidad, al leproso se lo obliga a suplicar a la comunidad que rece por él, para enseñarle a valorar su comunidad como un primer paso para la reconciliación y para poder reintegrarse.

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